—¿Ninguna?
—Oh, sois tan listo —susurró, apartando las manos—. ¿Cómo lo sabíais?
—Estás muy guapa cuando no llevas nada.
—¿De veras? ¿En serio?
—Claro que sí.
—Entonces, ¿no deberíais follarme en lugar de hablar conmigo?
—Tenemos antes que deshacernos de Lady Varys. No soy de esos enanos que necesitan público.
—Se ha ido —dijo Shae.
Tyrion se volvió. Era verdad. El eunuco había desaparecido, con falda y todo.
«Hay puertas secretas en algún sitio, seguro.» Eso fue todo lo que pudo pensar antes de que Shae le volviera la cabeza para besarlo. Tenía la boca húmeda y ansiosa, y no pareció ver la cicatriz ni la reciente costra que ocupaba el lugar de su nariz. La piel de ella era seda tibia bajo los dedos de él. Cuando el pulgar le acarició el pezón izquierdo, éste se endureció enseguida.
—Apresuraos —lo urgió entre besos, cuando él comenzó a desabrocharse la ropa—, oh, apresuraos, os quiero dentro de mí, dentro, dentro.
Tyrion no tuvo tiempo de desnudarse del todo. Shae le sacó la polla de los calzones, lo empujó al suelo y se le puso encima. Cuando el miembro la penetró, dejó escapar un gemido y comenzó a cabalgarlo salvajemente.
—¡Mi gigante, mi gigante, mi gigante! —gritaba cada vez que se dejaba caer sobre él. Tyrion estaba tan excitado que estalló al quinto envite, pero eso no pareció importarle a Shae, que sonrió con picardía al sentir cómo él eyaculaba y se inclinó hacia delante para besarle las cejas cubiertas de sudor—. Mi gigante Lannister —murmuró—. Quedaos dentro de mí, por favor. Me encanta sentiros ahí.
Tyrion no se movió, excepto para rodearla con los brazos.
«Es tan maravilloso abrazarla y que me abrace... —pensó—. ¿Cómo puede ser esto un crimen por el que merezca que la ahorquen?»
—Shae, cariño —le dijo—, ésta puede ser la última vez que estemos juntos. Es demasiado peligroso. Si mi señor padre te descubre...
—Me gusta vuestra cicatriz —dijo mientras la recorría con el dedo—. Hace que parezcáis muy fuerte y fiero.
—Querrás decir muy feo —se rió Tyrion.
—Mi señor no será nunca feo para mis ojos —dijo Shae y le besó la costra que cubría el muñón destrozado de la nariz.
—No es mi cara lo que debe preocuparte, sino mi padre...
—Él no me asusta. ¿Mi señor va a devolverme ahora mis joyas y mis sedas? Cuando os hirieron en la batalla le pregunté a Varys si podía dármelos, pero no quiso. ¿Qué destino habrían tenido si hubierais muerto?
—No he muerto. Aquí estoy.
—Lo sé. —Shae se meneó encima de él, sonriendo—. Exactamente donde debéis estar. —Frunció los labios en un gesto infantil—. ¿Y cuánto tiempo debo quedarme con Lollys, ahora que estáis bien?
—¿Me has oído? —dijo Tyrion—. Puedes quedarte con Lollys si lo deseas, pero lo mejor sería que abandonaras la ciudad.
—No quiero marcharme. Me prometisteis que me llevarías de nuevo a una casona después de la batalla. —Le dio un leve apretón con el coño y él comenzó a endurecerse de nuevo dentro de ella—. Dijisteis que un Lannister siempre paga sus deudas.
—Shae, malditos sean los dioses, olvídate de eso. Escúchame. Tienes que marcharte. La ciudad está llena de hombres de Tyrell y me vigilan muy de cerca. No tienes ni idea del peligro...
—¿Puedo ir al banquete de bodas del rey? Lollys no irá. Le dije que nadie la iba a violar en el salón del trono del rey, pero es tan estúpida... —Cuando Shae se apartó de él, su polla salió del cuerpo de la chica con un suave sonido húmedo—. Symon dice que habrá un torneo de bardos, otro de malabaristas y hasta uno de bufones.
Tyrion había olvidado casi por completo al bardo de Shae, tres veces maldito.
—¿Cómo conseguiste hablar con Symon?
—Le hablé a Lady Tanda de él, y ella lo tomó a su servicio con el fin de que tocara para Lollys. La música la tranquiliza cuando el bebé comienza a dar patadas. Symon dice que habrá un oso bailarín en la fiesta y vinos del Rejo. No he visto nunca bailar a un oso.
—Lo hacen peor que yo. —Lo que le preocupaba era el bardo, no el oso. Una palabra descuidada dicha junto al oído equivocado y ahorcarían a Shae.
—Symon dice que habrá setenta y siete platos y cien palomas que hornearán dentro de un enorme pastel —contó Shae muy animada—. Cuando se parte la corteza, se alborotan y salen volando.
—Y después se posarán en sus perchas y dejarán caer una lluvia de mierda sobre los invitados.
Tyrion había sufrido antes a causa de semejantes pasteles. A las palomas les encantaba cagarse sobre él en particular, o al menos era lo que siempre había sospechado.
—¿No podría ponerme mis sedas y terciopelos, e ir como una dama y no como una criada? Nadie se dará cuenta de que no soy una dama.
«Todo el mundo se dará cuenta de que no lo eres», pensó Tyrion.
—Lady Tanda podría preguntarse de dónde ha sacado tantas joyas la doncella de Lollys.
—Dice Symon que habrá mil invitados. Seguro que ni me ve. Buscaré un sitio en una esquina oscura, entre la gente de rango más bajo, pero siempre que vayáis a la letrina podré reunirme con vos. —Le agarró la polla con las dos manos y se la acarició suavemente—. No llevaré ropa interior bajo el vestido, para que mi señor no tenga que desatar nada. —Las manos de ella, arriba y abajo, lo volvían loco—. O si lo deseáis podría haceros esto... —Y se metió el miembro en la boca.
Tyrion estuvo listo al momento. Aquella vez duró mucho más. Cuando terminó, Shae se arrastró hacia él y se le acurrucó desnuda bajo el brazo.
—Me dejaréis ir, ¿verdad?
—Shae —gruñó—, es muy peligroso.
Durante un rato no dijo absolutamente nada. Tyrion intentó hablar de otras cosas, pero chocó contra una muralla de malhumorada cortesía, tan gélida e impenetrable como el Muro por el que caminara una vez en el norte.
«Benditos sean los dioses —pensó, fatigado, mientras contemplaba cómo la vela ardía hasta el final y comenzaba a derretirse—, ¿cómo he podido dejar que esto vuelva a ocurrir, después de lo que pasó con Tysha? ¿Soy tan tonto como cree mi padre?» Le habría hecho con gusto la promesa que ella quería oír, de buena gana la habría llevado del brazo a su propio dormitorio para que se pusiera las sedas y los terciopelos que tanto le gustaban. Si hubiera podido elegir, ella se sentaría a su lado en el banquete nupcial de Joffrey y bailaría con todos los osos que quisiera. Pero no podía permitir que la ahorcaran.
Cuando la vela se consumió, Tyrion se separó de ella y encendió otra. Entonces, recorrió las paredes, golpeándolas, en busca de la puerta escondida. Shae lo observaba con las piernas recogidas entre los brazos.
—Están debajo de la cama —dijo por fin—. Los escalones secretos.
—¿De la cama? —Él la miró, incrédulo—. La cama es de piedra maciza. Pesa media tonelada.
—Hay un lugar donde Varys presiona, y se levanta. Le pregunté qué ocurría y dijo que era magia.
—Sí. —A Tyrion no le quedó más remedio que reírse—. Un conjuro de contrapesos.
—Tengo que irme. —Shae se levantó—. A veces el bebé da pataditas, Lollys se despierta y manda a por mí.
—Varys volverá dentro de poco. Seguro que está oyendo cada palabra que decimos.
Tyrion bajó la vela. En la parte delantera de los calzones tenía una mancha húmeda, pero en la oscuridad no se vería. Le dijo a Shae que se vistiera y esperara al eunuco.
—Lo haré —prometió—. Sois mi león, ¿no es verdad? ¿Mi gigante Lannister?
—Lo soy. Y tú eres...
—Vuestra puta. —Colocó un dedo sobre los labios de él—. Lo sé. Sería vuestra dama, pero no podré. O, si no, vos mismo me llevaríais al banquete. No tiene importancia. Me gusta ser vuestra puta, Tyrion. Sólo os pido que me cuidéis, nada más, león mío, cuidadme y protegedme.
—Lo haré —prometió.
«Tonto, tonto —gritaba una voz dentro de él—. ¿Por qué has dicho eso? Viniste aquí para mandarla lejos.» En lugar de eso, volvió a besarla.
El camino de regreso le pareció largo y solitario. Podrick Payne dormía en su yacija, al pie del lecho de Tyrion, pero lo despertó.
—Bronn —dijo.
—¿Ser Bronn? —Pod se frotó los ojos para espantar el sueño—. Oh. ¿Debo traerlo ahora, mi señor?
—Pues no, te he despertado para que pudiéramos charlar un poco sobre su forma de vestir —dijo Tyrion, pero su sarcasmo fue inútil. Pod se limitó a mirarlo, confuso, hasta que él levantó las manos y dijo—: Sí, tráelo. Tráelo ahora mismo.
El chico se vistió presuroso y salió del dormitorio casi a la carrera.
«¿De veras soy tan horrible?», se preguntó Tyrion, mientras se ponía un batín y se servía un poco de vino.
Iba ya por la tercera copa y había transcurrido la mitad de la noche cuando Pod volvió seguido por el caballero mercenario.
—Espero que el chico tuviera un buen motivo para hacerme salir de la casa de Chataya —dijo Bronn mientras tomaba asiento.
—¿Estabas en la casa de Chataya? —preguntó Tyrion, asombrado.
—Ser caballero es estupendo. No hay que meterse en el burdel más barato de la calle. —Bronn sonrió—. Ahora Alayaya y Marei se acuestan en el mismo lecho de plumas, con Ser Bronn en el centro.
Tyrion se vio obligado a tragarse su asombro. Bronn tenía tanto derecho a acostarse con Alayaya como cualquier otro hombre, pero de todos modos...
«Por mucho que quisiera hacerlo, no la toqué nunca, pero Bronn no podía saber eso. Debió mantener su polla fuera de ella.» No se atrevía a visitar a Chataya. Si lo hiciera, Cersei se ocuparía de que su padre se enterara, y Yaya sufriría algo más que unos azotes. Para disculparse, le mandaría a la chica una gargantilla de plata y jade, y un par de brazaletes a juego, pero aparte de eso... «Esto no tiene sentido.»
—Hay un bardo que dice llamarse Symon Pico de Oro —dijo Tyrion con cansancio, dejando a un lado su culpa—. A veces toca para la hija de Lady Tanda.
—¿Qué pasa con él?
«Mátalo», debió haber dicho, pero el hombre no había hecho nada más que cantar unas cuantas canciones. «Y llenarle a Shae la cabeza de fantasías sobre palomas y osos bailarines.»
—Encuéntralo —dijo, por el contrario—. Encuéntralo antes de que otro lo haga.
Estaba escarbando la tierra en busca de verduras en el jardín de un hombre muerto, cuando oyó la canción.
Arya se tensó, se quedó inmóvil como una estatua de piedra y escuchó sin prestar más atención a las tres zanahorias correosas que tenía en la mano. Se acordó de los Titiriteros Sangrientos y de los hombres de Roose Bolton, y un escalofrío de terror le recorrió la columna vertebral.
«No es justo, ahora que por fin habíamos encontrado el Tridente, ahora que ya casi estábamos a salvo.»
Pero ¿para qué iban a cantar los Titiriteros?
La canción llegaba hasta ella procedente del río, de más allá de la pequeña elevación que se alzaba hacia el este.
—«Voy a Puerto Gaviota, a ver a mi bella dama... Vaya, vaya, vaya.»
Arya se levantó, todavía con las zanahorias en la mano. Por el sonido, el que estaba cantando se acercaba por el camino del río. A juzgar por la expresión de su rostro, Pastel Caliente, que estaba entre los repollos, también lo había oído. Gendry se había echado a dormir a la sombra de la choza quemada y no estaba en condiciones de oír nada.
—«Le robaré un beso con la punta de mi daga, vaya, vaya, vaya...»
Por encima del suave rumor del río, a Arya le pareció escuchar también el tañido de una lira.
—¿Has oído eso? —le preguntó Pastel Caliente en un susurro ronco, al tiempo que estrechaba contra el pecho una brazada de repollos—. Se acerca alguien.
—Corre a despertar a Gendry —le dijo Arya—. Pero sacúdelo por el hombro, nada más, no hagas mucho ruido.
Era fácil despertar a Gendry, a diferencia de lo que pasaba con Pastel Caliente, al que había que gritar y dar de patadas.
—«Descansaremos en la sombra y la convertiré en mi dama, vaya, vaya, vaya.»
La canción se oía más fuerte con cada palabra de la letra.
Pastel Caliente abrió los brazos. Los repollos se estrellaron contra el suelo con un golpe sordo.
—¡Tenemos que escondernos!
«¿Dónde?» La choza quemada y el jardín cubierto de maleza destacaban junto a las orillas del Tridente. Más arriba, en la ribera lodosa, crecían unos cuantos sauces y juncos, pero aparte de eso estaban en campo abierto. «Lo sabía, no tendríamos que haber salido de los bosques», pensó. Pero estaban tan hambrientos que el jardín había supuesto una tentación irresistible. El pan y el queso que robaron en Harrenhal se habían acabado hacía ya seis días, cuando aún estaban en lo más profundo de los bosques.
—Despierta a Gendry, coged los caballos y escondeos detrás de la choza —decidió.
Todavía quedaba un muro en pie, tal vez fuera lo bastante amplio para ocultar a dos muchachos y tres caballos. «Siempre que a los caballos no les dé por relinchar, y que al que canta no le dé por venir al jardín.»
—Y tú, ¿qué?
—Me esconderé detrás del árbol. Seguramente viene solo. Si se mete conmigo lo mataré. ¡Venga, corre!
Pastel Caliente se alejó, y Arya soltó las zanahorias y desenvainó la espada robada por encima del hombro. Se había ceñido la funda a la espalda; la espada estaba destinada a un hombre adulto, y cuando se la colgaba de la cintura iba rebotando contra el suelo.
«Además, pesa demasiado», pensó al tiempo que añoraba a
Aguja
, como le pasaba siempre que tenía en la mano aquel objeto tosco. Pero era una espada y servía para matar. Con eso bastaba.
Se movió con pasos ligeros hasta el sauce más viejo y grande que crecía junto a la curva del camino e hincó una rodilla en la hierba y el lodo, entre el velo de ramas.
«Eh, dioses antiguos —rezó a medida que la voz se oía más fuerte—, dioses de los árboles, escondedme y haced que pase de largo. —En aquel momento un caballo relinchó, y la canción se interrumpió de repente—. Lo ha oído —supo Arya—, pero puede que esté solo, o a lo mejor tienen tanto miedo de nosotros como nosotros de ellos.»
—¿Has oído eso? —preguntó una voz de hombre—. Me parece que hay algo detrás de aquella pared.
—Sí —respondió una segunda voz, más grave—. ¿Qué será, Arquero?
«Así que son dos.» Arya se mordió el labio. Desde el lugar donde se encontraba de rodillas no alcanzaba a verlos, se lo impedían las ramas del sauce. Pero los oía perfectamente.
—¿Un oso?