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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por un puñado de hechizos (41 page)

BOOK: Por un puñado de hechizos
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Estaba hablando por hablar, y Nick era consciente de ello. Bufó, y volvió a acomodarse en el asiento mientras yo seguía buscando los amuletos.

—Lo del camuflaje suena bien —acabó diciendo—. Gracias.

—De nada —respondí yo, sacando un nuevo punzón con un puñado de amuletos. Rompí el capuchón de seguridad y coloqué cuatro amuletos sobre mis rodillas. Ya no sabía cómo tratara Nick. Habíamos estado muy bien juntos, hasta que todo se fue a la mierda, pero habían pasado tres meses largos y solitarios antes de que él se fuera definitivamente. Estaba enfadada con él, pero me era complicado seguir sintiendo aquello. Era consciente de que lo ayudaba por mi necesidad de echar una mano a todos los oprimidos; por aquello estaba allí.

El silencio resultaba muy incómodo, y volvía punzarme el dedo. Invoqué todos los amuletos para hacer que brotara el olor de secoya, y le entregué el primero.

—Gracias —me dijo mientras lo tomaba, y se lo colocaba por encima dé la cabeza. Cayó con un tintineo sobre el amuleto contra el dolor—. Gracias por todo, Ray-Ray. Te debo una, de veras. Lo que has hecho… Nunca podré pagártelo.

Era la primera vez que habíamos estado solos desde que le había sacado de su celda, y no me sorprendían sus palabras. Le dediqué una sonrisa rápida antes de apartar la mirada, pasarme el amuleto por la cabeza y colocarlo bajo mi camiseta, para que entrase en contacto con mi piel.

—No pasa nada —respondí, ya que no quería hablar sobre ello—. Tú me salvaste la vida a mí; yo te la he salvado a ti.

—Estamos en paz, ¿no? —añadió él rápidamente.

—No me… refería a eso. —Observé que Ivy trazaba un símbolo muy elaborado en el techo del coche. Su talento artístico, normalmente oculto, hacía que me resultase al mismo tiempo hermoso y sorprendente ver cómo esparcía la pintura gris sobre la furgoneta blanca para hacer que pareciese profesional. Lanzándome una mirada inquisitiva, guardó de nuevo el espray de pintura en la caja y volvió a la parte trasera para cambiar la matrícula.

—Así que puedes transformarte en loba —preguntó Nick tras un instante de silencio. Las arrugas de los nervios enmarcaban sus ojos. El color azul parecía haberse diluido un poco—. Eres una loba muy hermosa.

—Gracias. —No podía acabar así la conversación, y me di la vuelta: lo vi, solo, abatido.
Maldición
, ¿
por qué siempre tengo que enamorarme del más pringado
?—. Pero la transformación solo servía para una vez. Si quiero volver a hacerlo, tendría que volver a invocar una maldición… Y eso no sucederá de nuevo. —Tenía el alma tan mancillada que nunca lograría librarme de ello.

Quería culpara Nick, pero era yo la que había aceptado la maldición. Podía haberme dejado llevar por las drogas, y quedarme hasta que alguien viniese a rescatarme. Pero noooo… Decidí seguir el camino más sencillo y usar una maldición demoníaca, y tendría que pagar por ello.

Su cabeza se alzó y volvió a descender. No sabía en qué estaba pensando, pero era evidente que le gustaba que volviese a hablar.

—Así que ahora no eres un hombre lobo, aparte de ser una bruja.

Negué con la cabeza, y me sorprendí cuando mi melena, ahora más larga, me acarició los hombros. Él sabía que la única forma de convertirse en un hombre lobo era haber nacido como tal, pero quería mantener la conversación.

Ivy se acercó a la puerta; olía a fijador y se estaba limpiando con un trapo la pintura que se le había quedado en los dedos.

—Toma —me dijo, ofreciéndome la antigua matrícula a través de la ventanilla—. Si buscas en la guantera, encontrarás unos papeles del coche falsos.

¿Puedes cambiarlos?

—Claro. —Genial, también estábamos falsificando documentos legales, pensé, pero cogí la placa de Kentucky y el destornillador, y le ofrecía cambio dos amuletos—. Son para ti y para Jenks. Asegúrate de que se lo pone. No me importa a qué dice que huele cuando lo hace.

Los largos dedos de Ivy rodearon los amuletos, y los dejaron colgando de sus correas, para que no la afectaran.

—¿Camuflaje de olor? Bien pensado… para ser tú. —Con cierto nerviosismo, me devolvió uno de ellos—. Yo no me lo pondré.

—Ivy —protesté, sin tener ni idea de por qué nunca aceptaba mis amuletos ni mis hechizos.

—No saben a qué huelo, así que no me lo pondré —se reafirmó, vehemente, y yo alcé una mano, indicando que lo aceptaba. Su ceño se relajó enseguida, y buscó en el bolsillo las llaves de la furgoneta, para pasármelas por la ventanilla—. Vuelvo enseguida. Si no salgo en cuatro minutos, marchaos. —Yo respiré profundamente, para empezar a protestar, y añadió—: Lo digo en serio. Venid a rescatarme, pero antes planificadlo bien. No te presentes con el pelo suelto y calzada con chancletas.

—Cuatro minutos —repetí, con media sonrisa mientras ella se alejaba. La observé por el espejo lateral. Andaba encorvada y con la cabeza gacha… y desapareció.

—Esto me huele muy mal.

—¿Qué crees? —preguntó Nick—. ¿Que va directa a una trampa?

Me volví hacia él.

—No. Que no se va a ir hasta que todo esto no haya acabado.

La preocupación tiñó su mirada. Iba a decir algo que yo no quería oír…

—Rachel…

—Por la Revelación, qué hambre tengo. Espero que se dé prisa —farfullé.

—Rachel, por favor… Escúchame.

Cerré la guantera y me recliné en mi asiento. La conversación seguiría adelante, lo quisiera o no. Dejando escapar el aliento, le miré: su rostro ajado estaba decidido.

—No sabía que estabas viva —declaró, con los ojos llenos de pánico—. Al dijo que te tenía.

—Así era.

—Y no contestabas al teléfono. Te llamé… Dios sabe que lo hice.

—Está en el fondo del río Ohio —respondí llanamente, pensando que se había comportado como un capullo al no llamara la iglesia. Entonces pensé que si lo hubiese hecho, Ivy le habría colgado el teléfono.

—En el periódico dijeron que habías muerto en la explosión de un barco, cuando le salvaste la vida a Kalamack.

—Estuve a punto de morir —respondí, recordando cómo desperté en la limusina de Trent. Me había desmayado después de sacar su culo de elfo del agua congelada.

Nick extendió una mano escuálida por encima de la guantera entre los asientos, pero yo me aparté de su alcance. Dejando escapar un sonido de frustración, apoyó un codo en la ventanilla cerrada y miró al camión que tenía más cerca.

—Maldición, Ray-Ray. Creía que estabas muerta. No me podía quedar en Cincinnati… y ahora que descubro que sigues con vida ni siquiera dejas que te toque. ¿Tienes idea de lo mucho que sufrí?

Tragué saliva al recordar la rosa roja en el bote de mermelada vacío, con el pentagrama de protección. Mi garganta se puso tensa… ¿Por qué tenía que ser todo tan confuso?

—Te he echado de menos —continuó, con aquellos ojos marrones aterrorizados—. No es lo que había planeado.

—Yo tampoco —respondí, sintiéndome una miserable—, pero me abandonaste mucho antes de dejar Cincinnati. Tardé mucho tiempo en superar que me hubieses estado mintiendo acerca del lugar en el que te encontrabas, y las cosas no pueden volver a ser como antes. No importa que no hubiese ninguna otra mujer implicada… Tal vez eso lo podría entender, pero esto era por dinero. Eres un ladrón… y me hiciste creer que eras algo distinto.

Nick se quedó quieto, paralizado.

—He cambiado.

No quería oír aquello. Nunca cambiaban, solo se escondían mejor.

—Estoy viendo a alguien —le revelé, en tono quedo, para evitar que me temblase la voz—. Está a mi lado cuando le necesito y yo estoy cuando me necesita. Hace que me sienta bien. No quiero que las cosas vuelvan a ser como antes, así que no me lo pidas… —Me froté un ojo con una mano; me daba vergüenza que se hubiesen humedecido, y añadí—: El estuvo allí. —
Me ayudó a olvidarte, cabronazo
.

—¿Le quieres?

—Si le quiero o no… no tiene ninguna importancia —respondí, apoyando las manos en el regazo.

—¿Es un vampiro? —preguntó Nick, sin moverse ni un solo centímetro. Asentí con la cabeza—. No puedes confiar en él —protestó, moviendo las manos débilmente, en señal de protesta—. Lo único que quiere es atarte a él. Y lo sabes. ¡Dios, no puedes ser tan ingenua! ¿Acaso no has visto lo que ha pasado con tu cicatriz? ¿Lo que ha pasado con Ivy?

Me lo quedé mirando, notando que los sentimientos que su traición había ocasionado volvían a nacer en mi interior, sentimientos que brotaban de la furia y del miedo.

—En una ocasión me dijiste que si quería ser la sucesora de Ivy me llevarías a la iglesia y te alejarías. Que me amabas lo suficiente para permitir que eso sucediera si era lo que me tenía que hacer feliz. —Mi corazón latía con fuerza, y me obligué a apartar las manos, convertidas en puños—. ¿Cuál es la diferencia ahora, Nick?

Él agachó la cabeza. Cuando volvió a alzarla, su rostro estaba embargado por la emoción.

—Entonces no te había perdido, Ray-Ray. No comprendía lo que significabas para mí. Ahora soy consciente de ello… Ray-Ray, por favor, no eres tú la que estás tomando la decisión, sino las feromonas de los vampiros. Tienes que liberarte de ellos antes de que cometas un error del que no puedas escapar.

Un movimiento en el espejo me llamó la atención.
Gracias a Dios, Ivy
. Cogí el tirador de la puerta.

—No me hables de cometer errores —le espeté, mientras cogía el bolso y salía de la furgoneta.

Cerré de un portazo, contenta de ver a Ivy, aunque solo fuese porque había logrado sacarme de allí. La furgoneta ahora era gris por abajo, que se difuminaba hacia el tono blanco del techo, recubierto de pintadas de aspecto profesional. El empalagoso olor del fijador ya casi ni se notaba. Ivy observaba la carretera cercana mientras se acercaba, al tiempo que me aconsejaba con sus dedos sucios que me quedase en el refugio que nos garantizaban los dos camiones.

Me detuve de golpe, crucé los brazos y esperé al lado del parachoques negro, con los labios apretados mientras Nick cerraba su puerta y se acercaba.

—¿Está todo despejado dentro? —pregunté alegremente cuando Ivy llegó a nuestra altura—. Genial. Me muero de hambre.

—Un segundo. Quiero mis cosas. —Pasó a mi lado, abrió la puerta del conductor y sacó una bolsa de papel cerrada de debajo del asiento. Cerró la puerta con fuerza antes de pasar por delante de Nick y casi empujarme al pasar a mi lado. Se detuvo un segundo antes de salir de detrás de la pantalla que suponían los dos camiones, y empezamos a andar hacia el restaurante. Mis chancletas resultaban muy ruidosas comparadas con sus suaves pasos de vampiro. Podía oír a Nick caminando detrás de nosotras. Por derecho, como el miembro más débil del grupo, debería haber caminado entre las dos, pero no me sentía con ánimo de protegerle, y el peligro era mínimo.

—Tienes el pelo más largo —comentó Ivy mientras cruzábamos el asfalto del aparcamiento y llegábamos al edificio de madera construido entre el pinar.

¿
El Hogar de la Ardilla
? ¡
Qué pueblerino
!

—No me digas —respondí, haciendo una mueca al recordar el estado de mis piernas—. ¿No habrás traído una cuchilla de depilar?

Ivy abrió los ojos como platos.

—¿Una cuchilla?

—No importa. —No quería tener que confesarle que parecía un orangután.

—¿Te encuentras bien? —me preguntó, con la voz teñida por la preocupación.

No la miré. No necesitaba hacerlo. Podía percibir mis emociones en el ambiente con más facilidad de lo que yo podía interpretar un cartel luminoso a sesenta kilómetros por hora.

—Sí —respondí, consciente de que no me estaba preguntando por el resultado de la misión, sino por Nick.

—¿Qué ha hecho? —siguió inquiriendo, con las manos moviéndose tensas—. ¿Ha intentado conquistarte?

La miré sorprendida, y después dirigí la mirada hacia la puerta.

—Todavía no.

Ella bufó; sonaba furiosa.

—Lo hará… y lo mataré.

El enfado recorrió mi cuerpo, y con cada paso, las sacudidas recorrían todo mi cuerpo.

—Puedo cuidarme yo sola —respondí, sin importarme que Nick estuviese escuchándonos.

—Yo también puedo cuidarme sola, pero si me estoy comportando como una imbécil, espero que me detengas.

—Me estoy ocupando bien de todo esto —le espeté, forzando mi voz para que pareciese amable—. Pensaba que no podías dejar Cincinnati.

Apareció una expresión de advertencia en su rostro.

—Es solo un día. Piscary lo superará. —Yo me quedé callada, y ella añadió—: Bueno, la ciudad tampoco se derrumbará porque yo no esté allí. Sé realista, Rachel.

Asentí con la cabeza, pero seguía preocupada. Necesitaba su ayuda para planificar cómo salir de aquel lío, pero podríamos haberlo hecho por correo electrónico o por teléfono.

—Aquí estaremos seguros durante un rato —comentó Ivy, abarcando con la mirada todo el edificio al llegar ante la puerta. Nick se puso a nuestra altura—. Solo hay humanos.

—Genial —respondí débilmente, sintiéndome fuera de lugar, vulnerable. La bolsa de papel crujía. Ivy abrió la puerta para dejarme pasar con su mano libre, pero hizo que Nick tuviese que encargarse de sujetarla cuando quiso entrar él. Cuando me había convertido de nuevo en una bruja, lo había hecho sin nada en el estómago, y me estaba muriendo de hambre. Respiré ansiosamente el olor de la carnea la parrilla. Era agradable estar allá dentro: no había demasiada luz, ni el aire estaba demasiado grasiento para arruinar la situación. Había dibujos de porciones de animales en las paredes, y poca gente, ya que tan solo era martes a mediodía. Tal vez todo resultaba un tanto frío, pero no estaba mal.

El menú estaba colgado de la pared y consistía en la comida básica de un bar. Aparte de la puerta, no había más ventanas, y todo el mundo parecía dispuesto a ocuparse de sus propios asuntos después de echarte un primer vistazo. La corta barra estaba ocupada por tres hombres gordos y uno delgado, sentados en taburetes de vinilo verde tan roto que mostraba el relleno de color blanco. Se metían la comida en la boca mientras miraban en la tele una reemisión del partido de la semana anterior, y hablaban con la enorme matrona de pelo largo de detrás de la barra.

Eran solo las tres de la tarde, según el reloj que había sobre la pista de baile; las manecillas eran cañas de pescar y los números eran cebos hechos con moscas. Una gramola ocupaba una esquina lejana, y había una lámpara alargada, de color, sobre una mesa de billar con el tapete verde.

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