La furgoneta se puso de nuevo en marcha, y busqué en mi bolsa un amuleto de aspecto. Avanzábamos de forma demasiado irregular para que me arriesgase a maquillarme, pero me iría bien tener un aspecto más relajado, más descansado.
Y eliminará las bolsas de los ojos
, pensé malhumorada mientras abría el pequeño espejo de maquillaje. Entrecerré los ojos para captar mejor mi imagen bajo aquella luz mortecina.
—¡Eh, Ivy! —me lancé adelante, encorvándome ligeramente—. ¿Sigo teniendo pecas? —Con los ojos muy abiertos, me deslicé entre Ivy y Nick, y elevé la cabeza para que los dos me pudiesen examinar.
Ivy me miró, y después volvió a concentrarse en la carretera. Una ligera sonrisa brotó en su rostro, lo que me revelaba la respuesta antes de que pronunciase una sola palabra.
—Abre la boca —dijo.
Desconcertada, hice lo que me pedía, pero me hizo ponerme nerviosa cuando detuvo el coche sin siquiera mirar el que se había parado justo delante.
—¿Han desaparecido? —preguntó en voz baja Nick, e Ivy asintió con la cabeza.
—¿Qué ha desaparecido? —Le entregué el amuleto contra el dolora Nick y abrí de nuevo la boca, para intentar apreciar lo que habían estado buscando—. ¡Me han desaparecido los empastes! —exclamé sorprendida. Con el pulso atronando, me miré la muñeca—. Pero esto sigue aquí —confirmé, mirando la marca demoníaca de Al y deseando comprobar la planta del pie en busca de la de Newt, aunque no lo hice por todo el vello que mostraban mis piernas. En lugar de eso, le eché un vistazo a mi codo—. Y la cicatriz de cuando me caí en bici tampoco está.
Me retorcí; intentaba mirar la parte trasera del hombro, donde me había cortado con el cortador de césped haciendo volteretas. Bueno, era yo la que hacía las volteretas, no el cortador de césped.
—No tienes marcas en el cuello —comentó Ivy, y yo me quedé paralizada, al ver por el espejo que sus ojos se teñían con unas débiles trazas de color negro—. ¿Quieres que compruebe si realmente han desaparecido?
Yo reculé un poco, dándome cuenta de verdad de lo que aquello podía implicar. Nick carraspeó, una forma sutil de indicar su desaprobación, lo que frenó mi primer impulso de negarme. Si había desaparecido, habría valido la pena toda la oscuridad con que había mancillado mi alma a pesar de lo que me dictaba el sentido común, asentí.
Ivy exhaló de forma prolongada y lenta, y aquel sonido hizo que mi sangre se disparase. Sus ojos se dilataron, hasta volverse completamente negros, y yo me puse en tensión, observándolos a través del retrovisor. Aunque sus dedos seguían en el volante, me sentía como si me estuviese acariciando el cuello con una intimidad asombrosa, como si lo estuviese presionando con una insistencia ligera pero exigente.
Inhalé aire, e igual que una llama encendida en una cerilla, lo sentí como si fuesen chispas. Una oleada de calor me recorrió el cuerpo, y siguió la línea desde mi cuello hasta mi
chi
. Dejé escapar un débil sonido; si hubiese sido capaz de pensar, me habría sentido avergonzada.
Ivy rompió el contacto visual que manteníamos a través del retrovisor y aguantó el aliento mientras intentaba controlar su hambre.
—Sigue ahí —comunicó con voz al mismo tiempo ronca y suave. Temblando desde el punto en el que estaba sentada, sus ojos se cruzaron con los míos y se apartaron a toda prisa—. Lo siento —añadió, con los dedos agarrando con fuerza el volante.
Con la sangre palpitando atronadoramente, volvía la parte trasera de la furgoneta. Había sido una estupidez pedirle aquello. Poco a poco, el cosquilleo se desvaneció. La cicatriz ya no marcaba mi piel, pero el virus de los vampiros seguía en mi interior. Me alegraba enormemente de ser una bruja y de no poder convertirme en uno de ellos. Nunca. Siempre sentía que aquel era uno de los motivos por los que Ivy siempre hacía caso de todas mis historias.
Un silencio incómodo se adueñó de la furgoneta, y el viento entró ahora que Ivy había bajado completamente la ventanilla. Hacía frío, pero no iba a quejarme. Mi perfume, que impedía que mi olor se mezclara con el de Ivy, estaba en alguna parte. Tal vez tendría que sacarlo.
La tensión disminuyó mientras avanzábamos sobre el puente. Miré mis manos bajo la luz crepuscular de la furgoneta, y las vi perfectas, suaves; todas las marcas temporales habían desaparecido. Era como si la maldición lo hubiese borrado todo: las pecas, las cicatrices de infancia, los empastes…
Sentí que el pánico me dominaba. Asustada, volvía la parte delantera, y me arrodillé entre ellos.
—Nick —susurré—, ¿y si también he perdido lo que el padre de Trent…?
Nick sonrió. Olía a jabón de hotel mientras me cogía la mano.
—Estás bien, Ray-Ray. Si el virus vampírico sigue en tus células, lo que cambió el padre de Trent también debe de seguir allí.
Me sentía totalmente irreal mientras apartaba mi mano de la suya.
—¿Estás seguro?
—Tus pecas han desaparecido, pero mantienes tu sensibilidad hacia los vampiros. Esto sugiere que el hechizo te hace recuperar la forma a partir de tu ADN. Y si tu ADN ha cambiado, sea por un virus o por… —sus ojos saltaron hasta Ivy, que miraba por la ventana y sujetaba sin mucha fuerza el volante— algo más, el cambio sigue contigo. —Con una sonrisa, se inclinó hacia mí. Yo me quedé paralizada, y me aparté al darme cuenta de que estaba a punto de besarme.
Con el rostro vacío de emoción, Nick volvió a colocarse en su asiento. Ruborizada, yo me alejé. No quería que me besase… ¿qué demonios le pasaba?
—No era un hechizo, era una maldición demoníaca —indicó Ivy con un tono lúgubre y volviendo a poner en marcha el coche. Aunque el tráfico seguía avanzando a trompicones, había efectuado aquella maniobra con gran dureza a propósito—. Se ha mancillado el alma de forma considerable para salvarte el culo, cerebro de mierda.
Los ojos de Nick se ensancharon y se dio la vuelta en su asiento. Tenía una expresión preocupada.
—¿Una maldición demoníaca? Ray-Ray, por favor, dime que no compraste una maldición demoníaca para ayudarme.
—Soy una bruja blanca, Nick —respondí ásperamente, con un tono endurecido por el recuerdo de lo que me había hecho a mí misma—. No he hecho un trato con nadie. He modificado yo misma la maldición. —Bueno, había sido Ceri quien la había modificado, pero no me parecía muy prudente añadir esa información.
—¡Pero eso no se puede hacer! —protestó Nick—. ¡Es magia demoníaca!
Ivy apretó los frenos, y yo tuve que recobrar el equilibrio antes de que nos detuviésemos de nuevo ante un semáforo con luces ámbar. Detrás de nosotros, Jenks hizo sonar la bocina de su coche, pero lo ignoramos.
—¿Estás llamándola mentirosa? —gritó Ivy, volviéndose para mirar de frente a Nick.
Su cara larga enrojeció, sus mejillas recién afeitadas adquirieron un tono todavía más pálido.
—No estoy llamándola nada, pero los únicos que pueden hacer funcionarlas maldiciones demoníacas son los demonios.
Ivy se rió con una risa fea; no me gustó.
—No tienes ni puta idea, Nick.
—¡Basta ya, los dos! —salté yo—. ¡Sois como dos niños peleándoos por una rana!
Furiosa, volvía sentarme en el fondo de la furgoneta, y dejé a aquellas dos personas silenciosas, hoscas, en la parte delantera. Los tintineos de las monedas del peaje que caían de los dedos de Nick se oyeron por toda la cabina. Mientras avanzábamos lentamente por la línea de vehículos, me obligué a recobrar la calma. Seguramente Nick tenía razón y no moriría de pronto de una enfermedad infantil, pero seguía preocupada.
—Mira eso —advirtió de pronto Nick—. Ray-Ray, será mejor que te escondas.
Me lancé inmediatamente a la parte frontal hasta oír el resoplido impaciente de Ivy. Ante nosotros se extendía el puente, aunque su gloria se veía oscurecida por los equipos de construcción. Estábamos ya casi sobre él, y el hombre que sostenía la señal que pedía una conducción lenta miraba cada coche con detenimiento. Aunque estábamos a tres vehículos de distancia, advertí que se trataba de un hombre lobo; un tatuaje céltico le ocupaba todo el hombro derecho.
—Maldición —farfulló Ivy, apretando la mandíbula—. Ya lo veo, Rachel. Sujétate bien.
Me agarré cuando Ivy encendió el intermitente y giró a la derecha para apartarse del tráfico que iba hacia el puente en el último segundo. Miré por la sucia ventana trasera y vi que Jenks nos seguía. Jax y
Rex
habían salido despedidos hacia delante; no tenía ni idea de cómo había logrado Jenks mantener el coche en la carretera.
La furgoneta se balanceó mientras se acomodaba a su nueva dirección, y sentí que me mareaba.
—¿Y ahora qué? —pregunté, localizando las viejas chancletas de Jenks y calzándome con ellas.
Ivy suspiró. Apretó con fuerza el volante, pero después se relajó. Sus ojos se cruzaron con los míos a través del retrovisor. El camión de Nick tendría que esperar. Escuché el tráfico y la respiración aterrorizada de Nick. Casi podía oír su corazón, apreciar como la sangre fluía por la vena de su cuello mientras recordaba aquella semana entera de torturas.
—Tengo hambre —respondió bruscamente Ivy—. ¿A alguien le apetece una pizza?
Con los ojos clavados en el retrovisor, Ivy detuvo la furgoneta en el aparcamiento del restaurante, entre dos camiones. El sonido del tráfico que entraba por la ventanilla era fuerte, y me sentía impresionada de que estuviese tan oculto aunque se encontrara tan cerca de la carretera principal. Colocó el cambio de marcha en posición de freno, se desabrochó el cinturón de seguridad y se dio la vuelta.
—Rachel, hay una caja bajo el suelo. ¿Puedes cogerla?
—Claro. —Mientras Ivy se apeaba del coche, yo aparté a un lado la alfombrilla y levanté la base de metal; debajo de ella, en lugar del neumático de repuesto, encontré una polvorienta caja de cartón. Intentando no tocarla, la deposité en el asiento del piloto. Ivy sacó la cabeza entre los dos camiones cuando Jenks aparcó en la otra punta del solar. Silbó, y Jax acudió como una exhalación, antes incluso de que su padre pudiese salir del coche.
—¿Qué tal, señorita Tamwood? —preguntó el pequeño pixie, deteniéndose delante de ella—. ¿Por qué hemos parado? ¿Hay problemas? ¿Necesita gasolina? Mi padre tiene que hacer pipí. ¿Podemos esperarle?
Me alegraba ver que Jax llevaba una tela roja atada en el cinturón. Era una señal de buenas intenciones, de que se marcharía enseguida, por si lo encontraban en el territorio de otro pixie. Me hizo sentir bien ver que estaba sentando un poco la cabeza, incluso aunque los motivos por los que lo estaba haciendo fuesen un tanto deprimentes.
—Los hombres lobo dominan el puente —informó Ivy, haciéndole una seña a Jenks para que se quedase donde estaba, al lado del coche de Kisten. Estaba jugueteando con su gorra puesta del revés. Se había vestido con unos téjanos por encima de las mallas ajustadas y con una chaqueta de aviador. Tenía buen aspecto—. Dile a tu padre que coja una mesa que esté bien —añadió, mirando a Jax por debajo de sus gafas de sol—. Yo iré en un segundo.
—Claro, señorita Tamwood.
Se alejó entre chasquidos de alas. Una suave brisa removió el pelo de Ivy, y allí, al lado de la puerta abierta, levantó las polvorientas solapas de la caja para extraer un rollo de cinta pesada. Una débil sonrisa se asomó a la comisura de su boca. Nick y yo esperamos una explicación.
—Hace años que no hago esto —nos comentó, lanzando una ojeada a la estrecha franja de aparcamiento que podíamos ver—. No creo que nos hayan visto, pero para esta noche ya habrán seguido tu pista y la de Jenks hasta el motel, y la mujer de allí les habrá contado que ibais en una furgoneta blanca. Si tenemos que pasar más tiempo en la ciudad, necesitamos cambiar algunas cosas.
Entonces reconocí que la cinta que llevaba en la mano en realidad eran listones magnéticos. Alcé las cejas. Genial. Camuflaje para el vehículo.
—En alguna parte tiene que haber una placa de matrícula —indicó, y yo asentí, volviendo a buscarla—. Y el destornillador.
Nick carraspeó. Parecía impresionado.
—¿Qué es eso? ¿Cinta magnética?
Ivy ni le miró.
—Kisten también tiene relámpagos negros y cruces llameantes —comentó Ivy.
Y pintura instantánea ilegal
, añadí mentalmente cuando vi que ella empezaba a sacudir un espray de pintura especial.
Puso la caja de cartón encima del capó del camión que teníamos cerca y cerró la puerta, con lo que nos dejó a Nick ya mí en el interior.
—Cuando haya acabado con la furgoneta, podrá ganar un premio en un concurso de coches góticos —afirmó.
Con una sonrisa, le pasé la matrícula de Ohio y el destornillador a través de la ventanilla. Las etiquetas de la matricula estaban al día.
—Sentaos —nos ordenó, mientras las agarraba—. Que nadie se mueva hasta que no sepamos qué tal le va a Jenks en el restaurante.
—Estoy segura de que está bien —respondí, pasando al asiento delantero—. Tengo tanta hambre que me podría comer el relleno del asiento.
Los ojos de Ivy se cruzaron con los míos, por encima de las gafas de sol, y su movimiento al zarandear el bote de espray se hizo más lento.
—No me preocupa la comida, pero quiero asegurarme de que la gente de dentro sean humanos. —S u rostro se tiñó de preocupación—. Si hay hombres lobo, nos largamos.
Claro que sí
Preocupada, me puse tras el volante, pero Ivy no parecía hacer mucho caso al tema, cogió un trapo de la caja y empezó a limpiar el polvo de la carretera de la furgoneta. Me agradaba que estuviese aquí. Sí, yo era una cazarrecompensas de entrenamiento clásico y aunque el camuflaje era parte de mi formación, esconderse de un montón de gente que me estuviese buscando no era mi fuerte. Era el tipo de asunto al que a ella le gustaba hincar el diente. Nick se desabrochó el cinturón de seguridad cuando Ivy desapareció de nuestro campo de visión. Podíamos oír cómo se afanaba, con los siseos esporádicos de la pintura seguidos del rechinar del trapo limpiando los parachoques antes de que la pintura instantánea se quedase fijada. El olor del fijador me hacía cosquillas en la nariz. Miré a Nick, que había abierto la boca.
—Eh, lo del camuflaje me parece una idea formidable —dejé caer, mientras me retorcía en el asiento para agarrar mi bolso—. Llevo media docena aquí dentro. Son para el olfato, no para el aspecto, ya que los hombres lobo se guían por el olfato y nos encontrarían de este modo mucho antes de vernos. Se quedaron los que me había llevado a la isla, pero hice algunos más.