Por un puñado de hechizos (45 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

BOOK: Por un puñado de hechizos
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Una sonrisa crispó la boca de Ivy.

—¿En serio? —preguntó, y yo me puse roja otra vez.

—Bueno, no estaba muerto —murmuré—. Pero a mí me dijeron que sí. Casi me cago de miedo cuando me besó en la oreja cuando intenté tirarlo a… —Me detuve cuando sentía Becky junto a mí, con una bandeja de café y tarta en la mano.

Con una gran sonrisa de satisfacción, Becky le dio a todo el mundo su café y puso un trozo de la tarta con helado delante de Ivy. Empezó a tararear
American Woman
, recogió los platos vacíos de Jenks y Nick y se fue.

Yo le eché un vistazo al helado y después a mi tenedor.

—¿Te vas a comer todo eso? —pregunté. Sabía por experiencia que Ivy pocas veces se terminaba algo.

Tras echarme una mirada como para pedirme permiso, Ivy quitó mi taza de café del platito y puso el helado en su lugar. Yo me lo acerqué, tenía la sensación de que la tensión comenzaba a suavizarse. No tenía cuchara, pero con el tenedor me bastaba y tampoco pensaba pedirle a Becky una cuchara.

Ivy cortó con cuidado la punta del trozo de tarta y lo apartó para reservarlo para el final.

—Yo propongo que le hagamos la eutanasia a alguien —dijo, y yo me quedé fría y no fue solo por el helado.

—Eso es ilegal —se apresuró a decir Jenks.

—Solo si te cogen —dijo Ivy con los ojos clavados en el trozo de tarta—. Tengo un amigo de un amigo…

—No. —Dejé el tenedor en la mesa—. No pienso ayudara cruzara un vampiro. No lo haré. ¡Ivy, me estás pidiendo que mate a alguien!

Yo había alzado la voz pero Ivy se limitó a apartarse el pelo de los ojos con una sacudida de la cabeza.

—Tiene veinte años y sufre tales dolores que es incapaz de ir al váter sin que alguien lo ayude.

—¡No! —dije en voz más alta, me daba igual que la gente empezara a mirar—. No y no. —Me volví hacia Jenks y Nick en busca de apoyo y me quedé horrorizada al ver que estaban de acuerdo—. ¡Tíos, estáis enfermos! —dije—. ¡No pienso hacerlo!

—Rachel —dijo Ivy con tono persuasivo, sus ojos castaños mostraban una cantidad muy poco habitual de emoción—. Todo el mundo lo hace.

—Pues este mundo de aquí no. —Sofocada, aparté el helado y me pregunté si habría sido parte del plan para conseguir que yo aceptara. Ivy sabía que yo era capaz de hacer cualquier cosa por un helado. Fruncí el ceño al oír las carcajadas de la barra, me volví y vi a Becky chismorreando con los camioneros, inclinada y con el trasero subido. Se me ocurrió que seguramente pensaban que me acababan de proponer algo que rechazaría hasta una ninfómana pelirroja. Me crucé de brazos y miré furiosa a Ivy.

—Lo haría él mismo —dijo Ivy en voz baja—. Dios sabe qué valor no le falta. Pero necesita el cheque del seguro para poder instalarse y si se suicida, lo pierde. Lleva esperando mucho tiempo.

—No.

Ivy apretó los labios. Y después vi cómo se le alisaba la frente.

—Lo llamaré —dijo con suavidad—. Habla tú con él y si todavía sientes lo mismo, pasamos de todo. La decisión será tuya.

Me dolía la cabeza. Si no decía que sí, iba a parecer más mezquina que la niñera de Satán.

—Alexia —dije en voz lo bastante alta como para que me oyeran desde la barra—. Eres una zorra muy enferma.

Mi amiga sonrió un poco más.

—Esa es mi chica. —Obviamente satisfecha, cogió el tenedor y comió otro trozo de tarta—. ¿Puedes hacer un amuleto para hacer que alguien se parezca aquí al profesorcito?

Nick se puso rígido.

—El profesorcito… —dijo Jenks con una risita mientras echaba un cuarto sobre de azúcar en su café. Tuve la sensación de haber vuelto a la cafetería del instituto, como cuando planeábamos una broma.

—Sí, puedo hacerlo —dije. Enfurruñada, empujé el helado medio derretido por el plato. Los amuletos para hacer dobles eran ilegales pero no magia negra.

¿Y por qué no? Si de todos modos iba a matar a alguien, puñeta.

—Bien. —Ivy ensartó el último trozo de su tarta y se quedó quieta y pensativa antes de comerse la punta, así que supe que estaba pidiendo un deseo.

¿Y luego la supersticiosa era yo?—. Ahora lo único que tenemos que hacer es encontrar un modo de destruir ese trasto —terminó.

Al oír eso, Nick se revolvió.

—No vas a destruirlo. Tiene más de cinco mil años. Yo empecé a agitar las chancletas otra vez.

—Estoy de acuerdo —dije, y Nick me lanzó una mirada de agradecimiento—. Si podemos sustituir a Nick por uno falso, entonces podemos sustituir la estatua por una falsa.

Ivy se reclinó en la silla con el café en la mano.

—A mi me da igual —dijo—. Pero tú… —Y señaló a Nick con el dedo—… no te vas a quedar con ella. Rachel la va a esconder y tú, te quedas con nada, con nada, ¿estamos?

Nick pareció enfurruñarse y yo intercambié la misma mirada cómplice con Jenks. Eso iba a ser un problema. Jenks empezó a revolver su café.

—Bueno… —dijo—. ¿Y cómo vamos a cargarnos a Nick?

Me pareció que su verborrea dejaba algo que desear pero lo dejé pasar, además de no hacer caso de mi soborno ya casi derretido.

—No lo sé. Por lo general, yo suelo estar en el lado de «Te voy a salvar el culo». Jenks sopló en su taza y se encogió de hombros.

—Yo me inclino por aplastarles el pecho hasta que se les rompan las costillas y la sangre salpique como la gelatina en una licuadora sin tapa. —Tomó un sorbo e hizo una mueca—. Es lo que les hago a las hadas.

Fruncí el ceño y me quedé horrorizada cuando añadió dos sobres más de azúcar.

—Podríamos tirarlo de un tejado —sugirió Ivy—. ¿Ahogarlo, quizá? Por aquí hay un montón de agua.

Jenks se inclinó con gesto de complicidad hacia Ivy, los ojos verdes alternando, alegres y brillantes, entre los míos y los de ella.

—Yo sugeriría meterle un cartucho de dinamita por el culo y echar a correr, pero eso quizá le doliera bastante al que ocupara su lugar.

Ivy se echó a reír y yo los miré a los dos con el ceño fruncido. La máquina de karaoke había empezado de nuevo y me puse mala cuando empezó a tronar
Love Shack. Oh, Dios mío
. El camionero flaco estaba en el escenario con las tres rubias tontas haciéndole los coros.

Miré y después volvía mirar. Al final pude apartar los ojos.

—Oye —dije; empezaba a sentir que el peso de las últimas veinticuatro horas se me estaba cayendo encima—. Llevo levantada desde ayer al mediodía. ¿No podemos encontrar un sitio para meternos hasta mañana?

Ivy sacó su bolso de inmediato de debajo de la silla.

—Sí, vamos. Tengo que llamar a Peter a él, a su sucesora, ya su mentor les llevará un día subir hasta aquí. Tú duerme; Jenks y yo pensaremos en unos cuantos planes y tú puedes elegir el que le vaya mejora tu magia. —Ivy le echó un vistazo a Jenks y este asintió. Los dos se volvieron hacia mí—. ¿Te parece bien?

—Claro —dije mientras respiraba hondo poco a poco para tranquilizarme. Por dentro estaba temblando. No estaba muy por la labor de elegir ningún plan que implicara matar a alguien. Pero los lobos no iban a renunciar a Nick a menos que estuviera muerto, ya menos que hubiera un cuerpo, sabrían que era un timo.

Y yo quería irme a casa. Quería irme a mi casa, a mi iglesia, a mi vida. Me perseguirían hasta los confines de la tierra si supieran que alguien había encontrado el foco y que estaba en mi posesión.

Me levanté, me sentía como si me estuviera metiendo en sitios a los que una vez había jurado que nunca iría. Si nos cogían, nos juzgarían por asesinato.

Pero ¿qué alternativa tenía?

21.

El olor a canela ya clavo flotaba en la habitación del motel; olía a solsticio. Nick estaba cocinando galletas de jengibre, y el calor que desprendía el pequeño horno me proporcionaba una sensación muy agradable en la espalda. No era muy extraño que él se pusiese a cocinar, pero lo que me parecía a mí era que intentaba sobornarme para que hablase con él a cambio de poder comerme aquellas galletitas caseras. Como Jenks había ocupado la tele para ver un programa infantil con Jax, e Ivy no le permitía a Nick que planease su propio final, al humano no le quedaban muchas cosas que hacer.

Los hombres lobo conocían a Jenks, por lo que Ivy había ido a comprar sola mientras yo dormía, con mi lista de la compra y mi talla de zapatos. No me parecía muy prudente que saliésemos todos juntos a comer tres veces al día… o seis en el caso de Jenks. Habíamos encontrado una habitación a cinco minutos del bar, pero tras echarle una ojeada a aquella estancia de techo bajo y decorada en marrones y dorados, dejé bien claro que yo me quedaría en la furgoneta. Ivy se aposentó en la cama del pequeño dormitorio que había al lado de la sala de estar, Nick se quedó con en la cama de la sala principal y Jenks quería dormir en el sofá cama; lo desplegó alegremente y lo volvió a plegar un par de veces antes de que Ivy y yo acabásemos de descargar la furgoneta. Ivy no quería que Nick tocase nada. La furgoneta estaba fría, pero al menos estaba silenciosa, y con el círculo de energía que alcé mientras dormía, era más segura que el motel.

Aquella mañana me había despertado dolorida y entumecida, a las nueve de la mañana, y después de aquel sueño de doce horas me sentí incapaz de volver a conciliarlo. Como Jenks y Jax ya estaban revoloteando y Nick, en consecuencia, ya se había despertado, decidí que aprovecharía la oportunidad para ir avanzando en preparativos mágicos.
Sí, claro
.

—Ray-Ray, ¿te apetece lamer la cuchara? —me preguntó Nick. Su semblante huesudo tenía el aspecto más plácido que había apreciado en él desde… desde el otoño pasado.

Sonreí, esperando mantener mi postura evasiva.

—No, gracias. —Volví mi atención hacia la pantalla del portátil. Con la ayuda de Kisten, Ceri me había enviado los conjuros terrestres que necesitaba para poder crear amuletos de disfraz, modificados por ella para convertirlos en hechizos ilegales de creación de dobles. Eran hechizos de magia blanca, pero yo no estaba lo bastante familiarizada con los ingredientes adicionales para sensibilizarme lo suficiente para copiara una persona determinada.

Me desperecé, cogí mi libreta de notas y añadí pepitas de calabaza a la lista. La luz del horno se reflejaba en mi brazalete antihechizos, y yo hice que el oro negro tintinease, para que mi ruptura con Nick fuese audible. El hizo caso omiso, ya que continuó dejando caer pequeñas bolas amorfas de masa de galleta en una sartén de aspecto desagradable. No hacía mucho que había sacado del horno la primera tanda de galletas, y olían al paraíso.

Evitaba aquellos dulces por algún tipo de principio, pero Jenks se había hecho con todo un plato mientras seguía inclinado sobre lo que hacía Jax en la mesa que había al lado de la ventana, cubierta con cortinas. Aunque el televisor estaba encendido, no le prestaban atención; se encontraban totalmente absortos en las prácticas de Jax.
Rex
estaba sentada al calor del regazo de Jenks, con sus hermosas garras blancas escondidas bajo su cuerpo, y me miraba desde la otra punta de la habitación. Parecía no importarle que Jax se estuviese meneando sobre la superficie de la mesa.

Jenks, siempre como padre preocupado, había colocado una mano sobre la piel de
Rex
, por si acaso de pronto se acordaba de Jax y decidía atacarle. Pero la gatita no dejaba de mirarme a mí, y me estaba haciendo sentir incómoda. Creo que sabía que yo era esa loba, y que esperaba que volviese a transformarme.

Sus orejas se volvieron hacia la otra habitación, y un golpe súbito la hizo poner en alerta. Jenks dejó escapar un gemido cuando
Rex
le clavó las uñas, pero ella ya había saltado y se había escondido debajo de la cama. Jax volaba tras ella creando un rayo de polvo dorado, llamándola con una voz tan aguda que hacía que los ojos me doliesen. De la habitación de Ivy provenía un torrente de juramentos.
Genial
. ¿
Y ahora qué
?

La puerta de la habitación de Ivy se abrió de par en par. Iba vestida con su habitual camisón de seda, y tenía el pelo negro aplastado a causa de la almohada. Con movimientos gráciles, cruzó a grandes zancadas la sucia moqueta, con una mirada enloquecida.

La sintonía de
The Electric Company
empezó a sonar al tiempo que ella entraba en la cocina. Con los ojos muy abiertos, me di la vuelta, para no perderla de vista. Nick estaba en la esquina, con los ojos relucientes de satisfacción, sosteniendo el cuenco de la masa entre sus largas manos. Con los labios bien apretados, Ivy agarró una manopla de cocina, abrió el horno y sacó la plancha de galletas. Tintineó sordamente cuando la dejó al lado del otro molde de masa, que esperaba su turno de ser metido en el horno.

Sus ojos marrones se clavaron en Nick durante un instante, después agarró las dos planchas con la manopla y se dirigió a la puerta. Todavía en silencio, la abrió y lo tiró todo a la calle. Su velocidad demostró toda la rapidez de la que eran capaces los vampiros cuando volvió, agarrando el cuenco que Nick todavía sostenía y empezó a tirara su interior las galletas que se estaban enfriando sobre la encimera.

—¿Ivy? —le pregunté.

—Buenos días, Rachel —respondió, tensa. Ignoró a Jenks, abrió la puerta y lanzó el cuenco de metal a la acera, con el resto de cosas. Le arrancó a Jenks la galleta de la mano, la tiró por el umbral y cerró de un portazo antes de volver a desaparecer en su dormitorio.

Sorprendida, le eché una mirada a Jenks. El pixie se encogió de hombros y bajó el volumen de la tele. Yo seguí su mirada hasta Nick. Su expresión clamaba venganza. Entrecerré los ojos mientras me apoyaba con la espalda en la pared y cruzaba los brazos.

—¿De qué iba todo esto?

—Oooh, lo había olvidado —respondió él, haciendo chasquear sus dedos—. Los vampiros son muy sensibles al aroma del clavo. Vaya, el olor debe de haberla despertado.

Tensé la mandíbula. No lo sabía. Y aparentemente tampoco lo sabía Jenks, ya que él había sido el que había ido a comprar. Nick volvió hacia el fregadero, con demasiada lentitud como para que no apreciase su sonrisa.

Respiré profundamente mientras pensaba que tenía que sentirse afortunado de que Ivy no le hubiese pegado un porrazo que le hubiese hecho perder el conocimiento. Y en su estado físico, no costaría mucho hacérselo perder. Mis ojos se posaron en el amuleto contra el dolor que todavía portaba; toda aquella situación era una estupidez. Jenks me había contado que Ivy se había pasando la noche navegando por Internet mientras Nick intentaba dormir.

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