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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por un puñado de hechizos (42 page)

BOOK: Por un puñado de hechizos
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El bar llevaba escrito por todas partes que se trataba de un establecimiento de pueblerinos, lo que por supuesto me hizo sentir muy cómoda. No me gustaba que fuésemos los únicos inframundanos que estuviesen allí, pero era improbable que las cosas se pusiesen feas. Alguien podía empezar a cometer estupideces cumplida la medianoche, tras tomarse siete chupitos y con una sala llena de humanos que lo apoyasen, pero nunca a las tres de la tarde, y contando con solo cinco personas, una de ellas el cocinero.

Jenks y Jax se habían sentado en la mesa del fondo, y quedaba toda una hilera de cabinas vacías entre ellos y la pared. El pixie grande nos hizo un gesto con la mano para que nos reuniésemos con ellos, y durante un momento aprecié, preocupada, que se había abierto la camisa para mostrar el amuleto de olor. Supongo que se sentía orgulloso de ser lo bastante grande como para poder llevar uno, pero a mí no me gustaba que nos vanagloriásemos de nuestro estatus como inframundanos. Tenían una Licencia Pública Mixta, pero era obvio que era un local eminentemente humano.

—Voy al baño —musitó Nick.

Caminó directamente hacia el arco que había al lado de la barra, y yo le observé; se me ocurrió la idea de que tal vez no volviese. Miré a Jenks, y tras asentir con la cabeza, envió a Jax a seguirle. Sí, me comportaba como una idiota cuando los sentimientos se mezclaban, pero no tanto.

La presencia de Ivy proyectaba una sombra demasiado grande para que nos sintiésemos cómodas mientras avanzábamos entre las mesas vacías, pasábamos al lado de la mesa de billar y de la pista de baile de baldosas grises. Jack se había quitado el abrigo, y se apoyaba en la pared, e Ivy se sentó a su lado antes de que yo pudiese coger esa silla. Fastidiada, pasé los dedos sobre la gastada madera de la silla que había delante de ella, y le di media vuelta, de manera que pudiese ver la puerta desde allí. Los tipos de la barra nos observaban, y uno bajó de su taburete para comentarle algo a su vecino.

Al apreciar aquello, Ivy frunció el ceño.

—Levántate, pixie —le ordenó; su voz grave implicaba una cierta amenaza—. No quiero que Rachel tenga que sentarse al lado de cerebro de mierda.

En un segundo, el aspecto divertido de Jenks pasó a ser de desafío.

—No —dijo, cruzando los brazos—. No me cambiaré de sitio, y no puedes obligarme. Soy más grande que tú.

Las pupilas de Ivy se estrecharon.

—Habría jurado que serías la última persona en equiparar un tamaño superior con una amenaza superior.

El pie de Jenks se movió por debajo de la mesa, y emitió un chirrido.

—De acuerdo. —Con un movimiento abrupto, apartó su silla, cogió su abrigo y dio la vuelta a la mesa para sentarse a mi lado— a mí tampoco me gusta sentarme con la espalda hacia la puerta —gruñó.

Ivy permaneció en silencio, y sus ojos se tiñeron de nuevo de color marrón. Yo era consciente de que se estaba comportando con mucha delicadeza, de que sabía que la clientela no estaba acostumbrada a los vampiros y de que estaba haciendo gala de sus mejores modales. No se me había pasado que Jenks se había cambiado de sitio para complacerla, y yo puse una alegre sonrisa en mi rostro cuando la mujer se acercó a nosotros y dejó en la mesa cuatro vasos de agua fría, con humedad condensada en sus bordes. Nadie dijo nada, y ella se alejó casi un metro sacando una libreta de notas de su delantal. Era evidente lo que quería. Que no nos hubiese saludado también tenía un significado evidente: no le gustábamos.

Ivy sonrió, pero eliminó la expresión de su cara cuando vio que Becky, como su placa indicaba que se llamaba, se ponía pálida. Yo apoyé los brazos en la mesa, y me incliné hacia delante para parecer alelada.

—Hola, ¿qué lleva el especial?

La mujer lanzó una mirada a Ivy y se fijó en mí.


Hum
… No hay ningún especial, señorita —respondió, y alzó la mano para tocarse su pelo blanco teñido de rubio, con nerviosismo—. Pero Mike hace una hamburguesa buena de coj… muy buena. Y hoy tenemos tarta.

Nick se reunió con nosotros en silencio, con Jax cabalgando en su hombro. Parecía incómodo cuando se sentó al lado de Ivy y delante de Jenks. La mujer se relajó un poco, tal vez porque había percibido que Nick era humano y habría decidido que el resto de nosotros estaríamos un poco domados. No sé cómo lo lograban, porque no podían oler que éramos inframundanos, a diferencia de nosotros. Tenía que ser algún secreto humano.

—La hamburguesa suena bien —dijo Ivy, bajando los ojos para parecer dócil; con su postura tensa, solo parecía estar enfadada.

—Cuatro hamburguesas, pues —pedí, deseosa de acabar con aquello y poder comenzar a comer—. Y una jarra de Coca-Cola.

Nick acercó más la silla a la mesa. Jax abandonó su hombro para acercarse a la cálida luz que colgaba por encima de la mesa.

—Yo querría dos hamburguesas, por favor —pidió el hombre demacrado, con un deje desafiante en la voz, como si esperase que alguien protestase.

—Yo también —trinó Jenks, con ojos falsamente inocentes—. Me muero de hambre.

Nick se inclinó para leer el menú de la pared.

—¿Llevan patatas de acompañamiento?

—¡Patatas! —exclamó Jenks, y Jax dejó escapar un resoplido desde la lámpara. El polvo de pixie, así como el polvo normal, nos bañó—. Por las bragas de Campanilla, yo también quiero patatas.

La mujer lo apuntó, con sus cejas pintadas alzándose.

—Dos hamburguesas de media libra con patatas para cada caballero. ¿Algo más?

Nick asintió.

—Un batido… De cereza, si tiene.

Ella dejó escapar un suspiro, y miró detenidamente el aspecto demacrado de Jenks.

—¿Y tú, cariño?

Becky le preguntaba a Jenks, que estaba absorto observando la gramola.

—Con la Coca-Cola me apaño. ¿Funciona esa máquina?

La mujer se dio la vuelta y siguió su mirada hasta la máquina.

—Está estropeada, pero por cinco pavos podéis usar el karaoke todo el rato que queráis.

Los ojos de Jenks se abrieron como platos.

—Excelente —exclamó con acento de surfero. Desde arriba nos llegaban las informaciones a gritos de Jax, que nos comentaba que todos los bichos que había en la lámpara habían quedado achicharrados por el calor de la lámpara, y que si a Becky no le importaba se comería las alas, como si fuesen un aperitivo.

Dios, todo ha ido tan bien hasta ahora
.

Ivy se aclaró la garganta, preocupada de veras cuando Jax empezó a saltar de lámpara a lámpara. Por la cantidad de polvo de hada que soltaba, cada vez estaba más entusiasmado.

—Creo que ya está todo —le dije a la mujer, que se dio la vuelta y se golpeó contra una mesa mientras miraba a Jax al volver a la cocina. El pelo de mi nuca se puso de punta: todo el mundo del bar nos miraba. Hasta el cocinero.

Jenks siguió mi mirada, con las cejas arqueadas.

—Deja que yo me ocupe de esto —me dijo mientras se ponía de pie—. Rache, ¿llevas dinero? Yo me gasté el mío en el Pabellón de las Mariposas.

Los ojos de Ivy se oscurecieron.

—Yo puedo ocuparme de esto.

Jenks emitió un ligero sonido.

—¿Como en la AFI? —gruñó—. Siéntate, vampira lio rica. Ahora soy demasiado grande para que me metan en un cubo.

Sentía que la tensión iba aumentando, por lo que saqué mi cartera del bolso y se la di a Jenks. No tenía ni idea de lo que pensaba hacer, pero seguramente daría menos miedo de lo que planeaba Ivy y no acabaríamos en la cárcel de la ciudad.

—No lo gastes todo.

Me sonrió de forma encantadora, seductora, y su dentadura perfecta reflejó la luz.

—Eh, que soy yo. —Emitió un chasquido que le indicó a Jax que tenía que unirse a él, y se dirigió hacia la barra, con unos andares más provocativos de lo que deberían haber sido. Ni se imaginaba el buen aspecto que tenía.

—¡Nada de combinados con miel! —le grité, y él alzó una mano, despreocupadamente. Ivy no parecía muy alegre cuando la miré—. ¿Qué? —protesté—. Ya has visto cómo se pone cuando come miel.

Nick soltó una risita y dejó el vaso de agua. Jax voló hasta la máquina de karaoke por encima de su padre, creando un sendero resplandeciente al avanzar; Jenks caminaba con pasos decididos. Becky miraba fijamente al pequeño pixie mientras hablaba por teléfono; a mí me daba la impresión de que Jax emitía más polvo intencionadamente. Me preguntaba cómo lograrían de ese modo hacer que la gente nos dejase de mirar. ¿Sería una distracción?

Padre e hijo se reunieron ante la pantalla, y continuaron sus lecciones de lectura mientras comprobaban el listado de canciones. Ivy los observó, y después a Nick.

—Ve a ayudarles.

—¿Por qué? —Nick alzó su huesuda cara. La mandíbula de Ivy se cerró con fuerza.

—Porque quiero hablar con Rachel.

Nick se levantó con el ceño fruncido, arrastrando la silla sobre el suelo de madera. Llegaron las bebidas: la camarera depositó en la mesa el batido de cereza, tres vasos de Coca-Cola y una jarra cubierta de gotitas de humedad a causa de la condensación. Nick agarró el batido y fue hasta Jenks y Jax; vestido de aquel color gris, se me antojaba agotado.

Tomé un sorbo de mi bebida, y sentí que me atravesaban las burbujas, casi ardientes. Tenía el estómago vacío y el olor de la carne asándose me estaba provocando dolor de cabeza. Puse el vaso a un lado, para no tirarlo de un golpe, y confié en que Ivy me guardase las espaldas. Ivy se relajaba músculo a músculo ante mis ojos.

—Me alegra mucho que hayas venido —le dije—. Lo cierto es que me metí en un pozo de mierda. Nick se había colado en medio de un grupo de hombres lobo obsesionados con la supervivencia. Por el amor de Dios, no me esperaba nada por el estilo. —
Tendría que haber investigado un poco más
, pensé, aunque no era necesario que lo dijese en voz alta. Era evidente.

Ivy se encogió de hombros, le echó un vistazo a Nick, Jenks y Jax.

—Le has sacado de allí. —Y añadió—: Yo no tenía ninguna intención de quedarme, pero ya que estoy aquí, lo haré.

Suspiré, aliviada.

—Gracias… pero ¿es eso prudente? —Vacilé antes de aventurarme—: Si no has vuelto al anochecer, Piscary estará bastante enojado.

Siguió con la mirada a Jax, que volaba enloquecido de Nick a Jenks.

—¿Y qué? —me espetó ella, jugueteando con sus nuevos pendientes—. Sabe que volveré, que solo estoy a seis horas en coche.

—Sí, pero estás fuera de su influencia y él no… —Frené mis palabras cuando ella movió los dedos por encima de la mesa, como una ligera amenaza— a él no le gusta —me atreví a concluir, con el pulso acelerado. En ese lugar, rodeada de humanos, era el único lugar en el que podía osar hacer algo así. Además, ella se encontraba del mejor de los humores, e iba a aprovecharme de ello.

Ivy bajó la cabeza, pero su pelo corto y negro no llegaba a cubrirle el rostro. El aroma del incienso se hizo más profundo y me hizo cosquillas en la nariz.

—Todo irá bien —me aseguró, pero no me convenció. Levantó la cabeza; tenía el rostro ruborizado por la preocupación, o tal vez por el miedo—. Kisten está allí. Si me voy, nadie se preocupará, solo los de estamentos más elevados, pero ellos tampoco harán nada al respecto. Kisten es el que no puede irse. Si lo hace, se darán cuenta, se hablará de ello y acabarán ocupándose de él un puñado de idiotas que no hace ni una semana que tienen colmillos.

Pero no era aquello lo que me preocupaba. Parte de mí quería aceptar aquellas explicaciones, pero otra parte de mí, más sabia, más idiota, quería ser honesta, para que más adelante no hubiera sorpresas. Me di la vuelta cuando se abrió la puerta frontal y entró una mujer que empezó a hablar en voz alta con Becky, mientras se desembarazaba de su abrigo e iba hacia el fondo.

—Ivy —continué yo—, ¿y qué hay de tu hambre? No cuentas con los que… —me detuve, ya que no sabía cómo calificara la gente a la que acudía para saciar su sed de sangre: ¿Donantes? ¿Amigos especiales? ¿Los que significan algo para ti? Al final me decidí por—: conforman tu red de apoyo.

—Tu sentido de la oportunidad es una mierda —respondió ella, y la tensión entre nosotras se relajó. No había cruzado más allá de los límites de la amistad.

—Bueno —acepté, parpadeando—. Nunca sé lo que haces.

—No puedo salir a la calle y atacara un peatón —replicó amargamente. Sus ojos me miraban con dureza, y advertí que no solo me lo contaba a mí, sino que se refería a una antigua culpa que sentía en su interior—. Si permito que se convierta en un acto salvaje que puedo satisfacer con cualquiera, me convertiré en un monstruo. ¿Qué clase de persona crees que soy?

—Eso no es lo que he dicho —protesté—. Dame un respiro, por favor. No tengo ni idea de cómo te desenvuelves, y hasta ahora he tenido demasiado miedo como para preguntártelo. Lo único que sé es que sales nerviosa, hecha un manojo de nervios, y vuelves a casa calmada y odiándote.

Pareció que el hecho de que yo admitiese que sentía miedo le llegó a la fibra sensible, ya que las arrugas de su frente se relajaron. Descruzó las piernas, y las cruzó de nuevo bajo la mesa.

—Lo siento. Me ha sorprendido que me lo preguntases. Hasta dentro de unos días podré aguantar, pero la tensión… —Ivy se detuvo a media frase, y respiró profundamente—. Tengo a alguna gente… Nos ayudamos mutuamente, y nos separamos. Yo no les hago preguntas, y ellos no me las hacen tampoco. Son vampiros, por si te interesa. No me vinculo con nadie más, ya no.

Vampira soltera bisexual busca gente de la misma clase. Abstenerse relaciones largas
, pensé, leyendo su deseo inexpresado entre las últimas palabras, pero todavía no estaba preparada para asimilar aquello.

—No me gusta vivir así —continuó Ivy. Sus palabras no mostraban ningún rastro acusatorio, sus ojos permanecían de un tono pardo honesto, profundo—. Pero ahora estoy aquí. No te preocupes por ello. Estoy bien. Y en lo referente a Piscary, puede arder en el infierno… si su alma no se hubiese evaporado ya.

Su rostro no reflejaba ninguna emoción de nuevo, pero yo era consciente de que se trataba tan solo de una máscara.

—¿Así que te vas a quedar? —pregunté, al mismo tiempo avergonzada y orgullosa de haber descubierto que podía pedir ayuda cuando la necesitaba… y Dios sabía que la necesitaba. Ella asintió y yo exhalé, mientras alargaba la mano para coger mi bebida—. Gracias —añadí suavemente.

La idea de dejarlo todo y hacerme pasar por muerta el resto de mi vida me asustaba mucho más que una amenaza de muerte. Me gustaba mi vida, y no quería tener que huir y empezarlo todo de nuevo. Me había costado demasiado tiempo encontrar amigos que se quedasen a mi lado cuando cometía alguna estupidez… como convertir una simple misión de rescate en una lucha por el poder dentro de una especie.

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