Por un puñado de hechizos (36 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

BOOK: Por un puñado de hechizos
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—Una o dos veces —respondió con voz ronca, arqueando el cuerpo y sujetándose las costillas.

Mis orejas se movieron y me pregunté si hablaba en serio. Si no estuviese tan preocupada por Nick, tal vez pudiese concentrarme en mantener mi propia cabeza por encima del agua. Jenks también pareció sorprendido, y no dijo nada más mientras se abría camino entre los matorrales.

Con una pata levantada, vacilé. Jenks no avanzaba en la dirección correcta; se dirigía al interior, no a la playa. Un gemido interrogante hizo que se diese la vuelta, y me hizo un gesto para que me uniese a él. Se arrodilló entre las matas que bordeaban la carretera. Nick avanzó a trompicones, y yo troté, preocupada, hasta llegar al lado de Jenks.

El pixie me miró a los ojos. Le agradecí que no intentase acariciarme.

—Nick apesta —comentó, y Nick carraspeó en señal de protesta—. Conocen mi olor y el tuyo, pero ninguno de los dos es tan evidente como el de Nick. Si todavía contásemos con tus amuletos de olor, seríamos capaces de colarnos en el interior de sus líneas, pero no tal como estamos ahora. Apuesto que tanto los lobos de la isla como los que vienen de Mackinac empezarán sus búsquedas desde las playas, y avanzarán hacia dentro.

Así que nos capturarán en el interior en lugar de hacerlo en la playa
, pensé, pero Jenks cambió su peso de pierna y volvió a llamarme la atención.

—Quiero que te lleves a cerebro de mierda al lado de ese cadáver del ciervo y que os quedéis muy quietos al lado de él. Escondeos bajo su hedor. Yo seguiré por la carretera con el Jeep para que la pista se confunda, y volveré.

¿
Quiere que nos separemos
? ¿
Otra vez
?

Mis patas negras se movieron nerviosas, y Jenks sonrió.

—No pasará nada, Rache —me tranquilizó—. Saltaré de árbol a árbol, como una ardilla. No podrán seguirme hasta ti. Cuando nos sobrepasen, podremos escabullimos con facilidad.

Pero lo que me preocupaba no era que él pudiese conducirlos hasta nosotros, por lo que volvía gimotear.

—Puedes lograrlo —me dijo con suavidad—. Soy consciente que quedarte sentada y escondida va en contra de tu naturaleza, y si fuésemos solo nosotros tiraría adelante y cargaría contra todos los que se interpusieran entre nosotros y el agua…

Solté un bufido perruno. Nick no podría conseguirlo. Teníamos que adaptarnos a su condición. Mostré que estaba de acuerdo meneando la cola. Sí, era un poco humillante, pero todo el mundo conocía el lenguaje de los perros y nadie excepto yo misma conocía el lenguaje de la Rachel loba.

Jenks sonrió y se irguió para mirar por encima de mí. Su expresión de complacencia cambió a una de enojo cuando miró a Nick.

—¿Lo has oído? —preguntó. Nick asintió, sin levantar la cabeza—. Hay un cadáver de ciervo a unos metros de aquí. Ve a saludarlo.

Con una preocupación obtusa, Nick empezó a caminar. Las hojas secas crujían bajo sus pies descalzos.

—Quedaos tumbados hasta que vuelva —nos pidió Jenks, moviendo con mucho cuidado las llaves para que no tintinearan.

Le observé mientras volvía sobre sus pasos, miraba a ambos lados antes de separarse de los matojos que lo camuflaban y de darle la vuelta al Jeep. Casi haciendo que se calase, lo volvió a meter en la carretera y se alejó con el entusiasmo de un adolescente jugando a polis y ladrones.

No me gustaba nada de aquello. Me di la vuelta para seguir a Nick.

—¿Un ciervo muerto? —dijo este, bizqueando mientras me miraba y seguía avanzando—. ¿Es eso lo que apesta tanto?

¿Qué podía responderle? Manteniendo mi silencio, apreté mi hombro contra él para obligarle a girara la derecha. Yo intentaba olfatear si Aretha estaba cerca. No lo creía. Se había embrollado todo demasiado, y aunque no la asustaban los hombres lobo, seguramente se había llevado a su manada a las zonas más frondosas de la isla.

Nick hizo una mueca cuando encontramos el ciervo. Me senté, pensando cómo lograr que todo aquello funcionase. El claro estaba lleno de pruebas de nuestra escaramuza anterior. El olor de los lobos, de Jenks, de mí, de los hombres lobo, permanecía, aunque débil, bajo el tufo de la carne en descomposición y del agua salada. No podíamos tan solo sentarnos allí y esperar que todo el mundo evitase este punto únicamente porque apestaba.

Con los ojos bien abiertos, Nick valoró la situación.

—Allí —señaló con una mano hinchada un agujero en el suelo que habían dejado las raíces de un árbol caído—. Si puedo llevar el ciervo hasta allí…

Le observé bajarse la manga para poder agarrar el cadáver por una pata sin tocarlo directamente. Con dificultades, empezó a arrastrarlos los necesarios seis metros. Nick se puso pálido cuando descubrió toda una granja de gusanos debajo del cuerpo, y con arcadas, pateó unas cuantas hojas para taparlos.

A pesar de todo, Nick estaba lo suficiente asustado como para poder superar aquel momento de repulsión. Jenks había desaparecido, y gracias a ello, podía apreciar que Nick volvía a pensar por sí mismo. Con fuerzas renovadas, siguió arrastrando el ciervo hasta el árbol que tenía las raíces a la vista. Colocó el cadáver al lado del agujero que había tras las raíces, y dejó que las patas cayesen al interior. Me miró y yo asentí con la cabeza. Aunque era un poco asqueroso, si se colocaba entre el ciervo y el árbol caído y se cubría con hojas, quedaría escondido de la vista y el olfato.

Con la cara descompuesta por el asco, Nick se deslizó en el terreno que quedaba entre el ciervo y las raíces del árbol caído, y se retorció cuando algunas de las ramitas le tocaron las quemaduras de la piel. Agarrando con cuidado los restos que habían quedado en el fondo del agujero, empezó a cubrirse, colocando las hojas secas encima de él empezando por los pies y acabando por la cabeza.

—¿Está bien? —preguntó cuando hubo acabado, cuando ya tenía la cabeza cubierta completamente. Yo asentí, y él cerró los ojos, exhausto. La suciedad de su cuerpo se mezclaba completamente con el bosque que nos rodeaba, como un camuflaje perfecto. El olor de la infección quedaba escondido bajo el hedor de la podredumbre.

Nerviosa, me acerqué un poco, intentando no respirar mientras me agazapaba a su lado, colocaba la cabeza sobre su hombro, con las orejas justo encima de aquel refugio diminuto. Era complicado, pero me coloqué la cola sobre el hocico, para que funcionase como una especie de filtro. Solo nos quedaba esperara que llegase Jenks. Las raíces caídas nos ofrecían un techo, y el olor de la tierra era una alternativa agradable. Intentaba no meter todo el hocico en la tierra. Una mosca azul sobrevoló el ciervo y puso huevos que no pude apreciar. Si aterrizaba sobre mí, me iría de allí.

Mientras los escaramujos seguían cantando y el viento mecía las copas de los árboles. Contemplé el demacrado rostro de Nick, tan cerca del mío. El calor de nuestros cuerpos al tocarse suponía un placer culpable. Respiraba lentamente, y me di cuenta de que se había dormido porque sus ojos empezaron a moverse al entrar en la fase REM. NO tenía ni idea de a qué había tenido que enfrentarse, pero no podía llegar a imaginarme si lo que buscaban podía valer la pena.

El grito de los escaramujos estaba cada vez más cerca, y con una oleada de miedo me di cuenta de lo que aquellos trinos significaban. Algo pequeño corrió por el lecho del bosque y desapareció. Mis orejas se elevaron y escaneé la situación en el claro. Primero muy bajito, pero cada vez más alto, escuché el susurro del viento. Pude apreciar cómo se movían las hojas, pero después nada. El olor del aceite, la gasolina y el nailon me alcanzó el hocico, y un subidón de adrenalina me enfrió el cuerpo. Estaban a nuestro alrededor. Gracias a Dios, nos habíamos escondido a tiempo.

Con el corazón palpitando con fuerza, miré el campo silencioso, con miedo de mover demasiado la cabeza. Una hoja cayó sobre nosotros, y recé porque Nick no despertase. No podía ver a nadie, pero podía oírlos. Era como si fuesen fantasmas que pasasen a mi alrededor, silenciosos, invisibles si no fuese por su olor.

Mis ojos parpadearon fijos en un punto en el que el sol refulgía sobre una piel suave. Un temblor se apoderó de mis pies, y me obligué a no moverme. Había dos de ellos, uno en su forma bípeda, el otro a cuatro patas. No debían de ser lobos de la isla, sino provenientes de las lanchas de la isla Mackinac. Sus uniformes parecían del gobierno, y su equipo era más agresivo.

El hombre lobo más alto hizo una mueca al apreciar el hedor, y yo entrecerré los ojos cuando el que iba a cuatro patas hizo un movimiento con una de ellas y apuntó en silencio con el morro. Con un susurro, el hombre lobo dijo algo en la radio que llevaba colgada de la solapa. Se oyó el crujido de un canal abriéndose a unos diez metros de distancia, y observé que una sombra de tonos marrones y verdes se detenía, dispuesta a contemplar lo que habían descubierto.

Mierda. Eran todo un escuadrón. Si nos encontraban, no tendría que luchar solo contra aquellos dos lobos.

Comprendí la palabra Jeep, pero la pronunciaron sin ninguna alegría, así que supuse que Jenks seguía libre. Pero en el claro entraron solo los dos hombres lobo que ya había visto; el transformado encontró las bolas de hechizo reventadas y los tres puntos húmedos donde habían rociado a Aretha y su manada con agua salada para romper el hechizo de somnolencia. El otro tocó el terreno donde había estado el cadáver del ciervo. Alzó la cabeza, y sus ojos se clavaron directamente en el ciervo. Sentí que el pánico me dominaba, ya que creí que nos había visto, pero en un segundo el otro lobo atrajo su atención. Examinaron juntos el claro donde nos habían atacado al llegar, y discutieron con lenguaje corporal qué debía de haber sucedido. Pero evitaron la zona del ciervo.

Los gritos de los arrendajos sonaban cada vez más cerca, y trinaron justo encima de nosotros durante un instante antes de continuar, siguiendo un camino invisible. El lobo a cuatro patas chasqueó los dientes y el otro se levantó. Sacó una bandera roja del bolsillo y la clavó en el suelo: había marcado el terreno. Se encaminaron hacia el interior de la isla, en silencio. Oí el suave rasgueo de la ropa al caminar y después nada.

Sentía el palpitar de mi sangre. Tener que quedarme quieta, esperando a que pasasen de largo, había sido una de las situaciones más espeluznantes con las que me había enfrentado. El sonido de los arrendajos se fue apagando y yo expulsé el aire de mis pulmones, jadeante.

Mientras esperaba a Jenks, mis pensamientos vagaron hacia la seguridad que los hombres lobo invasores demostraban. Su astuta avanzadilla hacía destacar todavía más la brutalidad de las tres manadas de las que acababa de escapar. Los hombres lobo no eran salvajes, y sentí que la preocupación crecía en mi interior al recordar la ferocidad con que me habían rodeado. Había sido algo más que la simple idea de presenciar una pelea. Se habían comportado como una especie distinta, más joven, más peligrosa, desprovista del control que los alfa tenían sobre ellos. Los problemas que una de esas manadas podía provocar en Cincinnati eran suficiente para hacerme temblar. La única razón por la que los inframundanos y los humanos podemos convivir es porque cada uno de nosotros conoce su posición.

Estaba tan concentrada con mis pensamientos que ladré de sorpresa cuando Jenks saltó de uno de los árboles que nos rodeaban.

—Joder —susurró él, con los ojos bailando de un lugar a otro—. Estaba convencido de que aquel te había visto.
Buí
, el ciervo apesta más que el culo de un hada. Salgamos de aquí.

No podía estar más de acuerdo, y apartando los pensamientos de la fuerza que los hombres lobo lograban cuando actuaban en manada, salí de mi refugio con tanta prisa que pisoteé a Nick. Sus ojos se abrieron de golpe y se apoyó sobre un codo al ver a Jenks; las hojas se desprendieron de él y cubrieron el ojo vidrioso del ciervo.

—Me he quedado dormido —dijo con tono avergonzado—. Lo siento.

—Estamos tras sus líneas. —Jenks no le ofreció una mano para ayudarle a levantarse, y yo esperé mientras Nick poco a poco se ponía en pie usando las raíces como apoyo. Sus manos quedaron manchadas y una ligera capa de humedad cubrió algunas de sus quemaduras; se le pegaron también algunos pedacitos de hoja. Yo gemí dirigiéndome a Jenks, para pedirle que se portara con más amabilidad, pero él ni me miró; ya se estaba desplazando para colocarse en la vanguardia, en la carretera.

Intenté encontrar algún rastro de los hombres lobo invasores, pero no vi nada. Nick avanzaba detrás de mí, tambaleándose, apestando a ciervo muerto. Yo intentaba escoger el camino que fuese más sencillo para él. Su respiración se hacía cada vez más trabajosa a medida que el bosque se volvía menos espeso y que llegábamos a la carretera. Miré rápidamente para ver cómo el bosque se cerraba tras nosotros.

Aun con mi oído lupino, casi no podía escuchar a Jenks, y yo también avanzaba en silencio. Nick lo intentaba, pero cada pie mal colocado se traducía en una miríada de chasquidos de ramitas y hojas. Tampoco ayudaba mucho que fuese descalzo, y yo me preguntaba por qué no le habíamos quitado las botas a nadie. Unos segundos después troté hasta Jenks y le miré de una forma que esperé que comprendiese antes de alejarme para asegurarme de que no había nadie cerca. El sonido no viajaba muy bien en medio de los bosques, siempre que no se estuviese muy cerca. Nick podía hacer todo el ruido que desease.

—Rache —siseó Jenks al verme alejarme—, ¿te vas a explorar? —conjeturó, y yo asentí la cabeza, de forma muy poco lupina. Nick se puso al nivel de Jenks, jadeando. Se apoyó en un árbol seco, que se rompió con el sonido de un disparo. Mientras Jenks le maldecía con un asco nada disimulado, yo me escabullí entre los arbustos y giré hacia la izquierda cuando ya no pude escuchar a Nick tambaleándose. En alguna parte, delante de nosotros, estaba nuestro equipo de buceo. Tal vez pudiéramos escondernos en la isla Round a menos que por algún milagro Marshal siguiese allí. Rezaba porque no fuese así, ya que no quería tener que tomar aquella decisión.

Los avances de Jenks y Nick eran tal vez un tercio de los míos. No pasó mucho tiempo antes de que hubiese completado el circuito sin encontrar nada. Empecé a avanzar en zigzag ante ellos, con un oído centrado en su avance, el otro en el bosque que aún teníamos por delante. Antes de lo que esperaba, la luz verde que se colaba entre las hojas se hizo más brillante y me pareció oír el sonido de las olas. Mi corazón se detuvo. Aquel siseo que había tomado por el mar era en realidad la estática de la radio.

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