Read La reina de la Oscuridad Online
Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman
Tags: #Aventuras, Juvenil, Fantastico
—En efecto —respondió Tas, halagado al saberse reconocido. Ese soy yo. Hace ya tiempo que cabalgo en las filas de Laura... es decir, del Aureo General. Veamos, creo que todo empezó el pasado otoño. Sí, la conocimos en Qualinesti poco después de escapar de los carromatos de los goblins, y esto último sucedió algo más tarde de que matáramos a un Dragón Negro en Xak Tsaroth. ¡Ah, qué bella historia! —había olvidado por completo los mapas—. Estábamos en aquella antiquísima ciudad que se había hundido en una caverna y se hallaba atestada de enanos gully. Nos guiaba una enana llamada Bupu, que había sido hechizada por Raistlin...
—¡Silencio! —lo atajó el clérigo a la
..
vez que su vendada mano iba del hombro de Tasslehoff al cuello de su camisa y, aferrándolo con gran habilidad, lo retorcía en una súbita sacudida que izó al kender por los aires. Aunque las criaturas de esta raza suelen ser inmunes al miedo, Tas juzgó su imposibilidad de respirar como una sensación de lo más incómoda.
—Escúchame atentamente —ordenó el individuo con voz siseante, zarandeando al asombrado kender como haría un lobo a la avecilla apresada para romperle el cuello—. Eso está mejor, quédate quieto y te dolerá menos. Tengo un mensaje para el Áureo General —su voz era queda pero letal—. Está aquí. —Tas notó que una mano áspera embutía algo en el bolsillo de su zamarra—. Asegúrate de entregárselo esta misma noche, cuando se encuentre sola. ¿Has comprendido?
Asfixiado como estaba Tas no pudo despegar los labios ni tan siquiera asentir, pero parpadeó dos veces. La encapuchada cabeza se inclinó, dejó caer al kender y se alejó rauda y sigilosa por una calle.
Mientras se esforzaba por recuperar el resuello el turbado Tasslehoff contempló a la figura que caminaba con rumbo desconocido, ondeando al viento los pliegues de su capa. Palpó entonces el pergamino que el desconocido había introducido en su bolsillo, al mismo tiempo que la silbante voz evocaba desagradables recuerdos en su mente: la emboscada en el camino de Solace, criaturas encapuchadas con aspecto de clérigos... ¡pero no lo eran! Tas se estremecía. ¡Un draconiano aquí, en Kalaman!
Meneando la cabeza, el kender se volvió de nuevo hacia el puesto de cartografía. Pero se había disipado el placer que sintiera antes de aquel encuentro, ni siquiera se animó cuando se liberó el candado en su pequeña mano.
—¡Eh, tú! —ordenó una voz—. ¡Abandona ahora mismo este lugar!
Un hombre corría hacia él, resoplando y con el rostro enrojecido. Probablemente se trataba del cartógrafo.
—¡No era necesario precipitarse! —dijo el kender sosegado—. Eres muy amable de acudir a abrirme, pero puedo hacerlo yo mismo.
—¡Abrirte! —rugió el otro, presa de un iracundo temblor en la mandíbula—. ¡Ladronzuelo! Suerte que he llegado a tiempo...
—Gracias de todos modos— Tas depositó el candado en la palma del hombre y se alejó, eludiendo con ademán distraído el furibundo esfuerzo del cartógrafo para apresarle—. Debo irme, no me encuentro bien. Por cierto, ¿sabías que se ha roto tu candado? No sirve para nada. Ten más cuidado de ahora en adelante, nunca se sabe quién puede husmear en tu puesto. No, no me des las gracias. Ahora no tengo tiempo. Adiós.
Tasslehoff siguió caminando, mientras resonaban a su espalda gritos de «¡Al ladrón! ¡Atrapadle!» Apareció en escena un guardián ciudadano, que al cruzarse con él lo obligó a penetrar en una carnicería para evitar que lo atropellara. El kender meneó la cabeza en un gesto desaprobatorio frente a la corrupción del mundo, y examinó su entorno con las esperanzas de atisbar al culpable. No vio a nadie interesante, de modo que reanudó la marcha no sin preguntarse indignado cómo se las había arreglado Flint para perderle de nuevo.
Laurana cerró la puerta, dio vuelta a la llave y se apoyó aliviada en la gruesa hoja de madera gozando de la paz, el silencio y la acogedora soledad de su dormitorio. Tras arrojar la llave sobre la mesa caminó cansina hacia el lecho, sin tomar la precaución de encender una vela. Los rayos de la argéntea luna se filtraban por la vidriera cromada de la larga y angosta ventana.
Abajo, en las estancias inferiores del castillo, se oían todavía las alegres voces de la fiesta que había abandonado. Era casi medianoche, y había pasado horas tratando de escapar. Al fin Michael intervino en su favor, aludiendo al agotamiento que le causaran las numerosas batallas libradas induciendo a los nobles de la ciudad de Kalaman que la dejaran retirarse.
Le dolía la cabeza por la viciada atmósfera, el intenso aroma de los perfumes y el exceso de vino. Comprendió que no debería haber bebido tanto pues dos copas de alcohol solían bastar para marearla y, además, ni siquiera le gustaba. Pero la migraña era más fácil de soportar que el mal que atenazaba su corazón.
Se desmoronó sobre la cama y pensó aturdida en levantarse para cerrar los postigos, pero el brillo de la luna se le antojó reconfortante. Laurana detestaba acostarse en la oscuridad, donde creía ver criaturas que la acechaban entre las sombras dispuestas a arrojarse sobre ella. «Debo desnudarme —se dijo—, el vestido se arrugará y me lo han prestado.
Alguien llamó a la puerta.
Laurana se incorporó con sobresalto, despertando de su momentáneo sopor, pero al reconocer su alcoba lanzó un suspiro y volvió a cerrar los ojos. Sin duda sus visitantes creerían que dormía y se alejarían sin molestarla.
Los nudillos volvieron a aporrear la madera, esta vez con más insistencia.
—Laurana.
—Lo que tengas que comunicarme puede esperar hasta mañana, Tas —respondió, tratando de no delatar su enojo.
—Es importante, Laurana —se obstinó el kender—. Me acompaña Flint.
Se oyó un forcejeo al otro lado de la puerta.
—¡Vamos, díselo!
—¡Ni hablar! Es asunto tuyo y...
—Pero aquel individuo me aseguró que era de la máxima Urgencia que...
—De acuerdo, enseguida os atiendo —se resignó Laurana y, abandonando el lecho a regañadientes, tanteó la mesa en busca de la llave, la introdujo en la cerradura y abrió la puerta en par en par.
—¡Hola, Laurana! —le saludó jovialmente Tas a la vez que entraba en la estancia —. ¡Nos han obsequiado con una espléndida bienvenida! Nunca antes había probado el pavo asado...
—¿Qué sucede, Tas? —le interrumpió la muchacha con un suspiro, cerrando la puerta a su espalda.
Al ver su rostro pálido y contraído Flint pellizcó al kender en el brazo. Dedicando al enano una mirada llena de reproche Tas revolvió el interior del bolsillo de su lanuda zamarra y extrajo un pergamino, anudado mediante una cinta azul.
—U-un clérigo, o al menos eso aparentaba s-ser, me ordenó que te entregara esto —balbuceó Tasslehoff.
—¿Eso es todo? —preguntó Laurana impaciente, arrancando el rollo de la mano del kender—. Sin duda se trata de otra proposición de matrimonio, he recibido una veintena en la última semana y me abstengo de mencionar las invitaciones a entrevistas más singulares.
—¡Oh, no! —protestó Tas, ahora con voz grave—. No es nada de eso, Laurana. En realidad quien te envía este mensaje es... —se interrumpió.
—¿Cómo puedes saberlo? —inquirió ella clavando en el kender una mirada penetrante.
—Verás, le di un vistazo antes de... —admitió avergonzado. Pero pronto recuperó la confianza y añadió—: Sólo lo hice porque no quería importunarte con una visita sin importancia.
Flint no pudo contener un resoplido.
—Gracias —dijo la joven y, mientras desplegaba el pergamino, se acercó a la ventana donde la luz lunar bastaría para permitirle su lectura.
—Será mejor que te dejemos sola —propuso Flint en actitud ceñuda, empujando al reticente kender hacia la puerta.
—¡No, aguardad! —suplicó Laurana con un hilo de voz.
Flint se apresuró a volverse al sentir el desmayo de la muchacha.
—¿Estás bien? —preguntó, corriendo en su ayuda en el instante mismo en que se desplomaba sobre una silla—. ¡Tas, ve en busca de Silvara!
—No, no traigáis a nadie. Enseguida me repondré. ¿Conocéis su contenido? —Al hablar tendió la mano para entregarles el inquietante mensaje.
—Intenté comunicárselo a Flint —respondió Tasslehoff dolido—, pero se negó a escucharme.
Con trémulo gesto, Laurana agitó el pergamino frente al enano. Este último lo asió y lo leyó en voz alta.
«Tanis el Semielfo recibió una herida en la batalla del alcázar de Vingaard. Aunque en un principio creyó que era leve, ha empeorado tanto que ni siquiera los magos de Túnica Negra pueden socorrerle. Ordené su traslado al alcázar de Dargaard, donde me será más fácil cuidar de él. Tanis conoce la gravedad de su estado y solicita hallarse a tu lado cuando muera, para poder explicarte lo sucedido y descansar en paz.
»Quiero proponerte lo siguiente: Tienes prisionero a uno de mis oficiales, Bakaris, que fue capturado cerca de las Montañas Vingaard. Estoy dispuesta a realizar un intercambio entre Tanis el Semielfo y este fiel servidor de mi ejército. La operación se llevará a cabo mañana al amanecer, en una arboleda situada detrás de la muralla de la ciudad. Espero que acudas con Bakaris, y si desconfías de mis intenciones pueden también acompañarte los amigos de Tanis, Flint Fireforge y Tasslehoff Burrfoot. ¡Pero nadie más! El portador de esta nota aguarda junto a la puerta con instrucciones de recogerte a la salida del sol. Si no advierte nada sospechoso en tu actitud, te escoltará hasta el lugar donde se encuentra el semielfo. De lo contrario nunca verás Tanis vivo.
»Te hago este ofrecimiento porque somos dos mujeres que se comprenden mutuamente.
»Kitiara.»
Se produjo un tenso silencio, que rompió Flint al emitir un receloso suspiro mientras enrollaba de nuevo el pergamino.
—¿Cómo puedes mantener la calma? —exclamó Laurana exasperada, arrancando la misiva de la mano del hombrecillo—. Y tú —sus ojos se clavaron ahora en Tasslehoff—, ¿por qué no me informaste de inmediato? ¿Cuánto tiempo hace que conoces estas nuevas? Leíste que él se moría, y te quedaste tan... tan...
La muchacha hundió el rostro entre sus palmas abiertas.
Tas la contempló boquiabierto y, pasado el primer instante de desconcierto, decidió hablar.
—Laurana, no creerás de verdad que Tanis...
La Princesa elfa levantó la cabeza y miró de hito en hito a los dos compañeros, con una extraña nebulosa empañando sus oscuros ojos.
—No creéis ni una sola palabra de lo que hay escrito en este papel, ¿me equivoco? —preguntó dubitativa.
—No, no te equivocas —confesó Flint.
—No —corroboró el kender—. ¡Es una estratagema! Me lo dio un draconiano y, además, Kitiara es ahora una Señora del Dragón. ¿Qué haría Tanis en semejante compañía?
Laurana apartó abruptamente el rostro. Tasslehoff calló y lanzó una mirada de soslayo a Flint, cuyo rostro parecía haber envejecido de forma súbita.
—Empiezo a comprender —declaró el enano sin delatar sus sentimientos—. Te vimos hablar con Kitiara en el muro de la Torre del Sumo Sacerdote. No sólo discutíais sobre la muerte de Sturm, ¿verdad?
Laurana asintió sin despegar los labios, fijos sus ojos en las manos que reposaban en su regazo.
—No quise revelároslo —murmuró con una voz apenas audible—, no perdía la esperanza de que... Kitiara dijo que había dejado a Tanis en un lugar llamado Flotsam para ocuparse de todo durante su ausencia.
—¡Embustera! —se apresuró a imprecar Tas.
—No —la joven Princesa meneó la cabeza—. Tiene razón cuando afirma que somos dos mujeres que se comprenden mutuamente. No mintió, lo sé muy bien. En la Torre mencionó el sueño. ¿Lo recordáis? —añadió alzando el rostro.
Flint asintió turbado, mientras Tasslehoff cruzaba las piernas y volvía a separarlas en actitud nerviosa.
—Sólo Tanis podía haberle relatado aquel sueño que todos compartimos —prosiguió Laurana, venciendo el nudo que se había formado en su garganta—. En aquella imagen onírica se me aparecieron juntos, del. mismo modo que presentí la muerte de Sturm. Todas las predicciones se hacen realidad...
—No estoy de acuerdo —la interrumpió Flint, aferrándose a los hechos tangibles como se asiría un náufrago a un listón de madera—. Tú misma dijiste que habías presenciado tu muerte en el sueño, poco después de la de Sturm, y sin embargo estás viva. Ni tampoco fue despedazado el cuerpo del caballero.
—Es evidente que yo no he sucumbido como preconizaba tu sueño —agregó Tas—. He forzado numerosas cerraduras, o por lo menos unas cuantas, y ninguna de ellas estaba envenenada. Además, Laurana, Tanis nunca...
Flint lanzó a Tasslehoff una muda advertencia, y este último se sumió en el silencio.
—Sí, lo haría. Ambos lo sabéis. La ama. —Tras una breve pausa, la muchacha declaró—: Acudiré a esa cita y entregaré a Bakaris.
Flint suspiró. Presentía esta reacción.
—No te precipites en tu juicio, Flint —lo atajó ella—. Si Tanis recibiera un mensaje comunicándole que estabas a punto de morir, ¿cómo crees que actuaría?
—Ésa no es la cuestión —farfulló el interpelado.
—Si tuviera que penetrar en los Abismos y luchar contra mil dragones, no dudaría en enfrentarse a ellos para ayudarte. ..
—Quizá no lo haría —respondió Flint con cierta brusquedad—. No si fuera el general de un ejército, si tuviera responsabilidades o dependieran de él cientos de seres vivos. Sabría que podía contar con mi comprensión.
Tan imperturbable, fría y pura se tomó la expresión de Laurana que su rostro parecía esculpido en mármol.
—Nunca solicité esas responsabilidades, no las deseaba. Fingiremos que Bakaris ha escapado... ,
—¡No cedas, Laurana! —le suplicó Tas—. El fue el oficial que devolvió los mutilados cuerpos de Derek y del Comandante Alfred cuando estábamos en la Torre del Sumo Sacerdote, el oficial a quien heriste en el brazo con la flecha. ¡Te odia, Laurana! Observé cómo te miraba el día en que lo capturamos.
Flint frunció el entrecejo.
—Los nobles y tu hermano siguen abajo. Discutiremos el mejor modo de llevar este asunto...
—No pienso discutir nada —lo atajó una vez más la resuelta joven, alzando el mentón con un ademán imperativo que el enano conocía bien—. Yo soy el general y tomaré mis propias decisiones.
—Deberías buscar el consejo de alguien... Laurana contempló al hombrecillo entre amarga y divertida.
—¿De quién? ¿De Gilthanas quizá? ¿Qué iba a decirle, que Kitiara y yo queremos intercambiar amantes? No, no revelaré el secreto a ningún mortal. A fin de cuentas, ¿qué harían los caballeros con Bakaris? Ejecutarlo según el ritual de sus ancestros. Me deben algo por cuanto he hecho, y me tomaré a ese oficial como recompensa.