La reina de la Oscuridad (25 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Juvenil, Fantastico

BOOK: La reina de la Oscuridad
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Estaban solos. Flint examinó su entorno, mas no descubrió vestigios de vida en la media luz que procedía al alba. Al sentir un ligero estremecimiento se arropó en la capa, presa de una creciente aprensión. ¿Y si Kitiara decía la verdad? No era imposible que Tanis estuviese con ella, quizá moribundo como afirmaba.

Irritado contra sí mismo, se obligó a desechar tan lóbregos pensamientos. Casi esperaba que les hubieran tendido una trampa. Aunque le resultaba difícil dejar de cavilar, le ayudó a liberarse de sus vagos temores un áspera voz que resonó en el aire, tan cercana que sustituyó su inquietud por un aterrorizado sobresalto.

—¿Eres tú, Bakaris?

—Sí. Me alegro de volver a verte, Gakhan.

Flint giró la cabeza, aún turbado, y vio surgir una oscura figura de las sombras de muro. Se cubría con una gruesa capa y con ropajes de abundantes pliegues, que le recordaron la descripción hecha por Tas del draconiano.

—¿Portan otras armas? —preguntó Gakhan dirigiendo una recelosa mirada al hacha de Flint.

—No —contestó lacónicamente Laurana.

—Regístralos —ordenó el recién llegado a Bakaris.

—Cuentas con mi palabra de honor —protestó la muchacha, más enojada a cada instante—. Soy una Princesa de Qualinesti...

El oficial dio un paso hacia ella, mientras declaraba:

—Los elfos respetan un código del honor muy particular, o al menos así lo afirmaste la noche en que traspasaste mi brazo con tu maldita flecha.

Laurana se ruborizó, mas no despegó los labios ni retrocedió ante su avance.

Plantándose frente a ella, Bakaris alzó el miembro tullido con la mano izquierda para a continuación dejarlo caer.

—Destruiste mi carrera, mi vida.

—He dicho que no estoy armada —insistió Laurana en una rígida postura donde no se adivinaba la más mínima emoción.

—Puedes registrarme a mí si lo deseas —se ofreció Tas, interponiéndose de forma accidental entre Bakaris y la joven—. ¡Mira! —Volcó el contenido de una de sus bolsas a, los pies de Bakaris.

—¡Maldito seas! —lo imprecó el oficial, golpeando el kender en un lado de su cabeza. ,

—¡Flint! —advirtió Laurana al enano con los dientes apretados, pues había visto su rostro encendido de ira. Al oír su orden, el hombrecillo hizo un esfuerzo para contenerse y no correr en auxilio de su amigo.

—Lo lamento —dijo Tas mientras buscaba sus pertenencias, esparcidas por el suelo.

—Si tardáis mucho no necesitaremos alertar a la guardia —les recordó Laurana fríamente, resuelta a no temblar cuando sintiera el desagradable contacto de aquel individuo—. El sol brillará en el cielo y nos descubrirán de inmediato.

—La mujer elfa tiene razón, Bakaris —intervino Gakhan con su sibilante voz de reptiliano—. Quítale el hacha al enano y vayámonos cuanto antes.

Tras contemplar el ya claro horizonte y al encapuchado draconiano, Bakaris clavó en Laurana una agresiva mirada y se apresuró a arrancar el arma del brazo de Flint.

—No supone ninguna amenaza. ¿Qué podría hacernos un anciano como él? —farfulló el oficial una vez cumplido su deber.

—Muévete —apremió Gakhan a Laurana, ignorando a Bakaris—. Encamínate a esa arboleda y permanece oculta. No trates de llamar la atención de los centinelas; soy mago y mis hechizos resultan mortíferos. La Dama Oscura me dio instrucciones de respetar tu vida, general, pero nada me dijo respecto a tus amigos. Procura no olvidarlo.

Siguieron a Gakhan por la lisa explanada que circundaba la muralla en pos del bosquecillo, cobijándose en las sombras siempre que les era posible. Bakaris andaba junto a Laurana, quien mantenía la cabeza erguida con el firme propósito de no reconocer ni siquiera su presencia. Al llegar al límite de la arboleda Gakhan señaló con el dedo hacia su interior y anunció:

—Aquí están nuestras monturas.

—¡No os acompañaremos a ninguna parte! —se rebeló la Princesa elfa, mirando alarmada a las criaturas que el otro indicaba.

Al principio Flint creyó que se trataba de pequeños dragones, pero quedó sin resuello cuando se acercaron a los animales

—¡Salamandras aladas! —exclamó con un hilo de voz.

Pertenecientes a la familia de los dragones, las salamandras de Krynn eran menos corpulentas y pesadas que éstos, razón por la que los secuaces de la Reina de la Oscuridad las utilizaban a menudo para llevar mensajes como hacían los príncipes elfos con los grifos. Carentes de la inteligencia de los máximos exponentes de su raza, estos reptiles se distinguían por su naturaleza cruel y destructiva. Las que ahora se hallaban posadas entre los árboles espiaban a los compañeros con los ojos enrojecidos y sus colas de escorpión enroscadas en actitud amenazadora. Su apéndice, terminado en una punta venenosa, podía matar a un enemigo en pocos segundos.

—¿Dónde está Tanis? —preguntó Laurana.

—Ha empeorado —respondió tajante Gakhan—. Si quieres verle, debes ir con nosotros al alcázar de Dargaard.

—No. —Laurana hizo ademán de retroceder, pero al instante sintió cómo la mano de Bakaris se cerraba firme sobre su brazo.

—No se te ocurra pedir ayuda —la amenazó—, pues si lo haces morirá uno de tus amigos. Bien, parece que vamos a realizar un corto viaje a Dargaard. Tanis es un amigo entrañable, y lamentaría mucho que no pudiera reunirse contigo como es su deseo. —Se volvió entonces hacia el draconiano para ordenarle—: Gakhan, regresa a Kalaman y notifícanos cuál es la reacción de sus habitantes cuando descubran que su general ha desaparecido.

Gakhan titubeó, mientras estudiaba cauteloso a Bakaris con sus ojos reptilianos. Kitiara le había advertido de que algo anormal podía suceder, y al instante comprendió lo que se proponía el oficial: perpetrar su propia venganza. Podía detenerle sin dificultad, pero existía la posibilidad de que durante el molesto forcejeo uno de los prisioneros escapase y corriese en busca de ayuda. Estaban demasiado cerca de la muralla de la ciudad para actuar libremente. ¡Maldito Bakaris! Gakhan emitió un gruñido, pues sabía que no tenía más alternativa que obedecer y esperar que Kitiara hubiera previsto esta contingencia. Encogiéndose de hombros, el draconiano se reconfortó a sí mismo con la idea de qué destino aguardaba al oficial cuando se presentase ante la Dama Oscura.

—Como quieras, comandante —susurró en actitud sumisa y, tras inclinarse en una reverencia, se desvaneció en las sombras. El grupo vio cómo su ágil figura se deslizaba entre los árboles en dirección a Kalaman. El semblante de Bakaris se tiñó de una ansiedad desconocida, a la vez que las marcadas líneas que rodeaban su barbuda boca crecían en crueldad.

—Vamos, general—instó a Laurana, empujándola hacia las salamandras aladas.

No obstante, en lugar de avanzar la muchacha elfa dio media vuelta para enfrentarse al siniestro individuo.

—Responde sólo a una pregunta —dijo a través de sus níveos labios—. ¿Es cierto que Tanis está con Kitiara? Según el mensaje fue herido en el alcázar de Vingaard y ahora... agoniza.

Al ver la angustia que reflejaban sus ojos, no por su propia suerte sino por la del semielfo, Bakaris sonrió. Nunca había pensado que la venganza proporcionase tanta satisfacción.

—¿Cómo voy a saberlo? He pasado todo este tiempo confinado en tus hediondos calabozos. Pero se me hace difícil creer que le hayan herido, pues Kitiara nunca permitió que interviniera en la liza. Las únicas batallas que ha librado son las del amor...

Laurana ladeó la cabeza. El oficial se apresuró a apoyar la mano en su brazo en un gesto de fingida compasión, pero la Princesa se desembarazó indignada y dio media vuelta para mantener el rostro oculto.

—¡Mientes! —espetó Flint a Bakaris—. Tanis nunca permitiría a Kitiara que le tratase como a una simple marioneta...

—Tienes razón, enano —rectificó el oficial, comprendiendo que no debía extralimitarse en sus embustes si no quería ser descubierto—. Lo cierto es que él nada sabe de todo esto. La Dama Oscura lo envió a Neraka hace varias semanas para preparar nuestra audiencia con la soberana.

—Tanis siempre había sentido un gran afecto por Kitiara —declaró Tas solemnemente dirigiéndose a Flint—. ¿Recuerdas aquella fiesta en «El Último Hogar»? Se celebraba la mayoría de edad de Tanis, que se había convertido en un adulto según las leyes de los elfos... ¡Vaya, aquélla sí que resultó una juerga divertida! Caramon recibió una jarra de cerveza en plena cabeza cuando agarró a Tika, y Raistlin por culpa del exceso de vino, conjuró mal su hechizo de fuego y quemó el mandil de Otik. Mientras Kit y Tanis permanecían abrazados en un rincón, junto al hogar...

Bakaris lanzó al kender una mirada de disgusto. Le molestaba evocar el apego que sintiera su amante por el semielfo incluso en un época remota.

—Ordena a tu subordinado que guarde silencio, general —rugió Bakaris—, o lanzare contra él a una de las salamandras. La Dama Oscura se sentirá tan satisfecha con dos rehenes como con tres.

—De modo que hemos caído en una trampa —balbuceó Laurana contemplando aturdida su entorno—. Tanis no esta moribundo, ni siquiera se halla en el lugar al que nos llevas. ¡He sido una necia!

—No te acompañaremos —declaro Flint. Había plantado firmemente los pies en el suelo.

Bakaris lo observó unos instantes con frialdad antes de decir:

—¿Has visto alguna vez cómo estos animales hunden su aguijón en la carne de sus victimas hasta matarlas?

—No —respondió Tas interesado—, pero he presenciado el ataque de un escorpión. Supongo que es algo parecido, aunque por supuesto no siento el menor deseo de comprobarlo —añadió al advertir el endurecimientoque se operaba en las facciones de Barakis.

—Cabe la posibilidad de que oigan vuestros alaridos los centinelas de las murallas, pero para entonces será demasiado tarde —comentó Barakis a Laurana, quien le miró como si le hablara en una lengua incomprensible.

—He sido un necia —repitió la muchaca, absorta en sus propios pensamientos.

—¡Procuncia una solo palabra, Laurana y pelearemos! —ofreció Flint testarudo.

—No —respondió ella con un hilo de voz que le asemejaba a un niño asustado—. No arriesgaré vuestras vidas. Ha sido mi estupidez la que nos ha colocado en esta situación, y debo pagar yo por ella. Bakaris, llévame contigo y deja libres a mis amigos.

—¡Ya basta! —espetó el oficial impaciente—. ¡No soltaré a ninguno de los tres! —Trepando a la grupa de una de las salamandras, tendió su mano a Laurana—. Sólo hay dos animales, de modo que viajaremos por parejas.

Desprovisto su rostro de toda expresión, la muchacha aceptó la ayuda de Bakaris y se encaramo a la montura. El oficial rodeo su talle con el brazo sano, esbozando una siniestra sonrisa mientras la apretaba.

Al sentir su contacto la faz de Laurana recupero el color perdido. Enfurecida, trato de desprenderse de su abrazo.

—Asi estarás más segura, general —le susurró el adyecto oficial al oido—. No quiero que te caigas.

La muchacha se mordió el labio y fijó la vista en lontananza, en un denodado esfuerzo para contener las lágrimas.

—¿Siempre huelen tan mal estas criaturas? —inquirió Tas, escudriñando a la salamandra con repugnancia mientras ayudaba a montar a Flint—. Creo que deberíais persuadirlas de que se bañen...

—Cuidado con la cola —les advirtió Bakaris—. Las salamandras no suelen matar a menos que reciban una orden concreta, pero son muy picajosas y se enfurecen por tonterías.

—C-comprendo —balbuceó Tas—. No era mi intención insultarlas. Estoy seguro de que pasado el primer efecto se acostumbra uno a sus efluvios.

Obedientes a la señal de Bakaris los animales desplegaron sus correosas alas y levantaron el vuelo, aunque despacio bajo tan inusitada carga. Flint se agarró al kender sin cesar de observar a Laurana que, junto al oficial, había tomado la delantera. El enano vio impotente cómo en diversas ocasiones aquel ser repugnante se inclinaba hacia la Princesa y ella le rechazaba con brusquedad. Su semblante se tomó ceñudo ante tan desagradable espectáculo.

—¡Ese Bakaris proyecta alguna felonía! —farfulló el enano.

—¿Qué decías? —preguntó Tas girando la cabeza.

—¡Que debemos desconfiar de Bakaris! Estoy convencido de que actúa por cuenta propia en lugar de seguir órdenes. Al otro individuo, Gakhan, no le gustó en absoluto que le mandara alejarse.

—¿Cómo? ¡El viento me impide oírte!

—¡No importa, olvídalo!—De pronto el enano se sintió mareado, apenas podía respirar. Tratando de desechar todo pensamiento sobre su estado contempló las copas de los árboles que, a sus pies, emergían de las sombras iluminadas por el sol naciente.

Tras una hora de vuelo en línea recta Bakaris hizo un gesto con la mano y las salamandras empezaron a trazar lentos círculos, en busca de un lugar despejado donde aterrizar sobre la boscosa ladera. El oficial atisbó al fin un lugar despejado, aunque apenas visible, entre la arboleda procedió a dar instrucciones a su animal. Una vez en el suelo, el jinete saltó de su montura.

Flint estudió el paraje presa de un vago temor. No habla vestigios de fortaleza alguna, ni tampoco de vida. Se hallaban en un pequeño claro, rodeado de altos pinos cuyas vetustas y gruesas ramas se entremezclaban en una maraña tal que impedían el paso de la luz solar. A su alrededor la espesura vibraba con los movimientos de inefables sombras, mientras que en un extremo del claro Flint distinguió la boca de una cueva cavada en la rocosa pared del risco.

—¿Dónde estamos? —preguntó Laurana con voz resuelta—. ¿Por qué nos detenemos? No nos hallamos en las inmediaciones del alcázar de Dargaard.

—Astuta observación, general —respondió Bakaris—. El alcázar se encuentra a una milla montaña arriba, pero todavía no nos esperan. La Dama Oscura desayuna tarde y sería una descortesía molestarla a una hora tan temprana, ¿no te parece? —Miró entonces a Tas y Flint para ordenarles—: Vosotros dos, no desmontéis.

El kender, que se disponía a bajar a tierra, se paralizó al escuchar las instrucciones de su aprehensor.

Situándose junto a Laurana, Bakaris apoyó la mano en la testuz de la salamandra. Los ojos sin párpados del animal seguían todos sus movimientos con la misma expectación con que un perro espía el momento de recibir su comida.

—Venid, señora —dijo el oficial con una amabilidad letal mientras se inclinaba hacia la rehén, que permanecía sobre su montura observándole con actitud desdeñosa—. Tenemos tiempo para regalamos con un... pequeño almuerzo.

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