La máquina de follar (2 page)

Read La máquina de follar Online

Authors: Charles Bukowski

Tags: #Erótico, Humor, Relato

BOOK: La máquina de follar
11.14Mb size Format: txt, pdf, ePub

Bukowski Piernas de Elefante, el fracasado.

terminé la botella y decidí que necesitaba dormir un poco. di cuerda al despertador y me acosté con Linda. se despertó y empezó a frotarse conmigo.

—oh mierda, oh mierda —dijo—. ¡no sé que me pasa!

—¿qué hubo, nena? ¿estás mala? ¿quieres que llame al Hospital General?

—oh no, mierda, sólo estoy ¡CALIENTE! ¡CALIENTE! ¡MUY CALIENTE!

—¿qué?

—¡digo que estoy muy caliente! ¡JODEME!

—Linda...

—¿qué? ¿qué? —estoy cansadísimo. llevo dos noches sin dormir. ese largo paseo hasta el mercado de trabajo y luego la vuelta, treinta y dos manzanas, con aquel sol... es inútil. no hay nada que hacer. estoy hecho migas.

—¡yo te AYUDARE!

—¿qué quieres decir?

se arrastró por el sofá y empezó a chupármela. gruñí agotado.

—querida, treinta y dos manzanas con aquel sol... estoy liquidado.

ella siguió. tenía una lengua como papel de lija y sabía usarla.

—querida —le dije— ¡soy una nulidad social! ¡no te merezco! ¡déjalo, por favor!

como digo, ella sabía hacerlo. unas pueden; otras no. La mayoría sólo conocen el viejo chup chup. Linda empezó con el pene, lo dejó, pasó a las bolas, luego las dejó, volvió otra vez al pene, fue subiendo en espiral, despertando un maravilloso volumen de energía, Y DEJANDO SIEMPRE EL CAPULLO PROPIAMENTE DICHO. INTACTO. Por último, yo me disparé y me lancé a decirle las diversas mentiras sobre lo que haría por ella cuando consiguiese por fin enderezar el culo y dejar de ser un golfo.

entonces ella atacó el capullo, colocó la boca a un tercio de su longitud, hizo esa pequeña presión con los dientes, el mordisquito de lobo y yo me corrí OTRA VEZ... lo cual significaba cuatro veces aquella noche. quedé completamente agotado. Hay mujeres que saben más que la ciencia médica.

cuando desperté estaban todas levantadas y vestidas, y con buen aspecto. Linda, Jeannie y Eve. intentaron destaparme, riendo.

—¡bueno, Hank, vamos a divertirnos un poco! ¡y necesitamos un trago! ¡estaremos en el bar de Tommi-Hi!

—¡vale, vale, adiós! salieron las tres meneando el culo.

todo el Género Humano estaba condenado para siempre.

cuando ya iba a dormirme sonó el teléfono interior.

—¿sí?

—¿señor Bukowski?

—¿sí?

—¡vi a esas mujeres! ¡venían de su casa!

—¿y cómo lo sabe? tiene usted ocho pisos y unas siete u ocho habitaciones por piso.

—conozco a todos mis inquilinos, señor Bukowski. aquí no hay más que gente trabajadora y respetable.

—¿sí?

—sí, señor Bukowski, llevo regentando este lugar veinte años, y nunca jamás había visto cosas como las que pasan en su casa. siempre hemos tenido aquí gente respetable, señor Bukowski.

—sí, son tan respetables que cada poco un hijo de puta se sube a la terraza y se tira de cabeza a la calle y va a caer a la entrada entre esas plantas artificiales que tienen ustedes allí.

—¡le doy de plazo hasta el mediodía para irse, señor Bukowski!

—¿qué hora es en este momento?

—las ocho.

—gracias.

colgué..

busqué un alka-seltzer. lo bebí en un vaso sucio. luego busqué un poco de vino. corrí las cortinas y miré el sol. era un mundo duro, no me decía nada, pero odiaba la idea de volver otra vez al barrio chino. me gustan las habitaciones pequeñas, sitios pequeños donde poder pelearse un poco. una mujer. un trago. pero nada de trabajo diario. no podía soportarlo. no era lo bastante listo. pensé en tirarme por la ventana pero no podía. me vestí y bajé a Tommi-Hi's. las chicas reían al fondo del bar con dos tipos. Marty, el encargado, me conocía. le hice una seña. no hay dinero. me senté allí.

apareció ante mí un whisky con agua y una nota.

«reúnete conmigo en el Hotel Cucaracha, habitación 12, a medianoche, la habitación será para nosotros. amor, Linda.»

bebí el whisky, salí de allí, fui al Hotel Cucaracha a medianoche.

—no, señor —me dijo el recepcionista—, no hay ninguna habitación 12 reservada a nombre de Bukowski.

volví a la una. había estado todo el día en el parque, toda la noche. allí sentado. lo mismo.

—no hay ninguna habitación 12 reservada para usted, señor.

—¿ninguna habitación reservada para mí a ese nombre o a nombre de Linda Bryan?

comprobó sus libros.

—nada, señor.

—¿le importa que mire en la habitación 12?

—no hay nadie allí, señor. se lo aseguro.

—estoy enamorado, amigo, lo siento. ¡déjeme echar un vistazo, por favor!

me echó una de esas miradas que se reservan para los idiotas de cuarta categoría y me dio la llave.

—si tarda más de cinco minutos en volver, tendrá problemas. abrí la puerta, encendí las luces.

—¡Linda!

las cucarachas, al ver la luz, volvieron todas corriendo a meterse debajo del empapelado. había miles. cuando apagué la luz, las oí corretear saliendo otra vez. el propio empapelado no parecía más que una gran piel de cucaracha.

volví a bajar en ascensor.

—gracias dije—, tenía usted razón. no hay nadie en la habitación 12.

por primera vez, su voz pareció adoptar un vago tono amable.

—lo siento, amigo.

—gracias —dije.

salí del hotel y giré a la izquierda, es decir hacia el Este, es decir, hacia el barrio chino. mientras mis pies me arrastraban lentamente hacia allí, me preguntaba, «¿por qué mienten las personas?» ahora ya no me lo pregunto, pero aún recuerdo, y ahora, cuando mienten, casi lo sé mientras están mintiendo, pero aún no soy tan sabio como el recepcionista del Hotel Cucaracha que sabía que la mentira estaba en todas partes, o la gente que pasaba volando ante mi ventana mientras yo bebía oporto en cálidas tardes de Los Angeles frente al parque McArthur, donde aún cazan, matan y devoran a los patos, y a la gente.

el hotel aún sigue allí, y también la habitación en la que parábamós, y si algún día te molestas en venir, te lo enseñaré. pero eso tiene poco sentido, ¿verdad? digamos sólo que una noche jodí a tres mujeres, o me jodieron ellas. y cerremos con esto la historia.

Veinticinco vagabundos andrajosos

ya sabéis lo que pasa con las apuestas de las carreras de caballos, viene una racha de suerte y crees que nunca pasará. había conseguido recuperar aquella casa, tenía incluso jardín propio, con tulipanes de todas clases que crecían bella y asombrosamente. estaba de suerte. tenía dinero. ya no recuerdo qué sistema había inventado, pero el sistema trabajaba y yo no, y era una forma de vida bastante agradable; y estaba Kathy. Kathy valía. el vejete de la puerta de al lado me veía con ella y le temblaba la mandíbula. Andaba siempre llamando a la puerta. ,

—¡Kathy! ¡oh Kathy! ¡Kathy!

salía a abrir yo, vestido sólo con mis pantalones cortos.

—oh, yo creía...

—¿qué quieres, cabrón?

—creí que Kathy...

—Kathy está cagando. ¿algún recado?

—yo... compré estos huesos para su perro.

llevaba una gran bolsa con huesos secos de pollo.

—darle a un perro huesos de pollo es como echar cuchillas de afeitar en el desayuno de un niño. ¿quieres asesinar a mi perro, so cabrón?

—¡oh, no!

—entonces guárdate esos huesos y lárgate.

—no entiendo.

—¡métete esa bolsa en el culo y lárgate de aquí!

—es que yo creía que Kathy...

—ya te lo
dije,
¡Kathy está CAGANDO!

y cerré de un portazo.

—no deberías ser tan duro con ese viejo asqueroso, Hank, dice que le recuerdo a su hija cuando era joven.

—vaya, así que se tiraba a su hija. pues que joda con un

queso suizo. no le quiero a la puerta.

—¿acaso crees que le dejo entrar cuando tú te vas a las carreras?

—eso no me preocupa lo más mínimo.

—¿qué es lo que te preocupa entonces?

—lo único que me preocupa es quién se pone encima y quién debajo.

—¡lárgate ahora mismo, hijo de puta!

me puse la camisa y los pantalones, luego los calcetines y los zapatos.

—antes de que haya recorrido cuatro manzanas ya estaréis abrazados.

me tiró un libro. yo no estaba mirando y el canto del libro me dio en el ojo izquierdo. me hizo un corte y mientras me ataba el zapato derecho una gota de sangre me cayó en la mano.

—oh, cuánto lo siento, Hank.

—¡no te ACERQUES A MI!

salí y cogí el coche, lo lancé marcha atrás a cincuenta por hora, llevándome parte del seto y luego un poco de estuco de la fachada con la parte izquierda del parachoques trasero. me había manchado la camisa de sangre y saqué el pañuelo y me lo puse sobre el ojo. iba a ser un mal sábado en las carreras. estaba desquiciado.

aposté como si estuviese por medio la bomba atómica. quería ganar diez de los grandes. hice grandes apuestas. no conseguí nada. perdí quinientos dólares. todo lo que había sacado. sólo me quedaba un dólar en la cartera. volví a casa lentamente. iba a ser una noche de sábado terrible. aparqué el coche y entré por la puerta trasera.

—Hank. . .

—¿qué?

—estás pálido como la muerte. ¿qué pasó?

—se acabó. estoy hundido. perdí quinientos.

—Diós mío. lo siento —dijo—. es culpa mía.

se acercó a mí, me abrazó.

—maldita sea, no sabes cuánto lo siento —dijo—. la culpa fue mía, lo sé muy bien.

—olvídalo. tú no hiciste las apuestas.

—¿aún sigues enfadado?

—no, no, sé que no estás jodiendo con ese viejo cerdo.

—¿puedo prepararte algo de comer?

—no, no. trae una botella de whisky y el periódico.

me levanté y fui al escondite del dinero. nos quedaban ciento ochenta dólares. bueno, había sido peor muchas otras veces, pero tenía la sensación de haber emprendido el camino de vuelta a las fábricas y los almacenes si aún podía conseguir eso. cogí diez, el perro aún me quería. le tiré de las orejas, a él no le importaba el dinero que yo tuviese. era un as aquel perro, sí. salí del dormitorio. Kathy estaba pintándose los labios ante el espejo. le di un pellizco en el trasero y la besé detrás de la oreja. tráeme también un poco de cerveza y puros. necesito olvidar.

se fue y oí tintinear sus tacones en el camino. era la mejor mujer que podía haber encontrado y la había encontrado en un bar. me retrepé en el sillón y contemplé el techo. un golfo. yo era un golfo. siempre esa repugnancia hacia el trabajo, siempre intentando vivir de la suerte. cuando Kathy regresó le dije que me sirviera un buen trago. sabía hacerlo. le quitó incluso el celofán al puro y me lo encendió. parecía alegre y estaba muy guapa. hicimos el amor. hicimos el amor en medio de la tristeza. me reventaba verlo irse todo: coche, casa, perro, mujer. había sido una vida fácil y agradable.

tenía que estar muy afectado porque abrí el periódico y busqué la sección de ofertas de trabajo.

—mira, Kathy, aquí hay algo. se necesitan hombres, domingo. paga el mismo día.

—oh, Hank, descansemos mañana. ya conseguirás ganar con los caballos el martes. entonces todo parecerá mejor.

—pero mierda, niña, ¡cada billete cuenta! los domingos no hay carreras. hay en Caliente, sí, pero piensa en ese veinticinco por ciento que cobra Caliente y en la distancia. puedo divertirme y beber esta noche y luego coger esa mierda mañana. esos billetes extra pueden significar mucho.

Kathy me miró extrañada. jamás me había oído hablar así. yo siempre actuaba como si nunca fuese a faltar el dinero. aquella pérdida de quinientos dólares me había alterado por completo. me sirvió otro buen trago. lo bebí inmediatamente. alterado, señor, señor, las fábricas. los días desperdiciados, los días sin sentido, los días de jefes y memos, y el reloj, lento y brutal.

bebimos hasta las dos, lo mismo que en el bar, y luego nos fuimos a la cama, hicimos el amor, dormimos. puse el despertador para las cuatro, me levanté; cogí el coche y estaba en el centro de la ciudad a las cuatro y media. me planté en la esquina con unos veinticinco vagabundos andrajosos. allí estaban liando cigarrillos y bebiendo vino.

bueno, es dinero, pensé. volveré... algún día iré de vacaciones a París o a Roma. que se vayan a la mierda estos tipos. yo no pertenezco a esto.

entonces algo me dijo, eso es lo que están pensando TODOS: yo no pertenezco a esto. TODOS ELLOS están pensando lo mismo. y tienen razón. ¿sí?

hacia las cinco y diez apareció el camión y subimos.

Dios mío, ahora podría estar durmiendo con el culo pegado al lindo culo de Kathy. pero es dinero, dinero.

algunos contaban que acababan de salir del furgón. apestaban los pobres. pero no parecían tristes. yo era el único triste.

ahora estaría levantándome a echar una meada. tomando una cerveza en la cocina, esperando el sol, viendo cómo iba haciéndose de día. contemplando mis tulipanes. y luego volvería a la cama con Kathy.

el tipo que estaba a mi, lado dijo:

—¡eh, compadre!

—sí —dije.

—soy francés, —dijo.

no contesté.

—¿quieres que te la chupe?

—no —dije yo.

—vi a un tipo chupándosela a otro en la calleja esta mañana. tenía una polla blanca y larga y delgada y el otro tío aún seguía chupando mientras se le caía de la boca toda la leche. y estuve viéndolo todo y estoy de un caliente... ¡déjame chupártela, compadre!

—no —le dije—. no me apetece en este momento.

—bueno, si no me dejas hacerlo, quizás quieras chupármela tú.

—¡déjame en paz! —le dije.

el francés pasó más al fondo del camión. kilómetro y medio después cabeceaba allí. se lo estaba haciendo delante de todos a un tipo viejo que parecía indio.

—¡¡¡VAMOS, MUCHACHO, SACASELO TODO!!! —gritó alguien.

algunos se reían, pero la mayoría se limitaba a guardar silencio, beber su vino y liar sus cigarrillos. el viejo indio actuaba como si nada pasase. cuando llegamos a Vermont, el francés ya había acabado y nos bajamos todos, el francés, el indio, yo y los demás vagabundos. nos dieron a cada uno un trocito de papel y entramos en un café. el papel valía por un bollo y un café. la camarera alzaba la nariz. apestábamos. sucios chupapollas.

luego alguien gritó: —¡todos fuera!

yo les seguí y entramos en una habitación grande y nos sentamos en esas sillas como las que había en la escuela, más bien en la universidad, por ejemplo en la clase de Formación Musical, con un gran brazo de madera para apoyar el brazo derecho y poder poner el cuaderno y escribir. en fin, allí estuvimos sentados otros cuarenta y cinco minutos. luego, un chico listo con una lata de cerveza en la mano, dijo:

Other books

The Bachelors by Henri de Montherlant
La hora de las sombras by Johan Theorin
For the Sub by Sierra Cartwright
Burning Emerald by Jaime Reed
Lock No. 1 by Georges Simenon
The Night House by Rachel Tafoya