—¡Yar! —Era el funcionario.
Yar ajustó algo en su consola y pulsó un botón.
La agonía que atravesó ahora a Teg le dijo que el anterior nivel había sido a todas luces bajo. Con el nuevo dolor llegó una extraña claridad. Teg se descubrió casi capaz de extraer su consciencia de aquella intrusión. Todo aquel dolor se lo estaban produciendo a alguna otra persona. Había descubierto un refugio donde pocas cosas podían alcanzarle. Había dolor. Incluso agonía. Aceptaba los informes relativos a esas sensaciones. Todo aquello era en parte obra del shere, por supuesto. Lo sabía, y se sentía agradecido por ello.
La voz de Materly intervino:
—Creo que lo estamos perdiendo. Mejor parar.
Otra voz respondió algo, pero el sonido se desvaneció en la quietud antes de que Teg pudiera identificar las palabras. Se dio cuenta de pronto de que no tenía ningún punto de anclaje para su consciencia. ¡La quietud! Creyó oír su corazón latiendo rápidamente de miedo, pero no estaba seguro. Todo era quietud, una profunda quietud, sin nada detrás.
¿Todavía estoy vivo?
Entonces sintió el latir de un corazón, pero no estaba seguro de que fuera el suyo.
¡Tump–tump! ¡Tum–tump!
Era una sensación de movimiento y no un sonido. No podía fijar su fuente.
¿Qué me está ocurriendo?
Las palabras llamearon con un brillante color blanco contra un fondo negro desplegado ante sus centros visuales.
—He vuelto a uno–tres.
—Déjalo así. Ve si podemos leerle a través de sus reacciones físicas.
—¿Puede oírnos todavía?
—No conscientemente.
Ninguna de las instrucciones de Teg le habían dicho que una sonda pudiera efectuar aquel diabólico trabajo en presencia del shere. Pero ellos la habían llamado una Sonda–T.
¿Podían las reacciones corporales proporcionar un camino hacia los pensamientos suprimidos? ¿Podían explorarse las revelaciones por medios físicos? De nuevo las palabras se desplegaron contra los centros visuales de Teg:
—¿Sigue estando aislado?
—Completamente.
—Asegúrate. Profundiza un poco más.
Teg intentó alzar su consciencia por encima de su miedo.
¡Debo permanecer al control!
¿Qué podía revelar su cuerpo si no tenía contacto con él?
Podía imaginar lo que estaban haciendo, y su mente registró pánico, pero su carne no podía sentirlo.
Aísla al sujeto. No le dejes nada donde pueda asentar su identidad.
¿Quién había dicho eso? Alguien. La sensación de déjà vu volvió con toda su fuerza.
Soy un Mentat,
se recordó a sí mismo.
Mi mente y su actuación son mi centro.
Poseía experiencias y memorias en las cuales un centro podía apoyarse.
El dolor regresó. Sonidos. ¡Fuertes! ¡Demasiado fuertes!
—Está oyendo de nuevo. —Ese era Yar.
—¿Cómo puede ser eso? —La voz de tenor del funcionario.
—Quizá lo has puesto demasiado bajo. —Materly.
Teg intentó abrir los ojos. Sus párpados no obedecieron. Entonces recordó. Lo habían llamado una Sonda–T. No era un instrumento ixiano. Era algo procedente de la Dispersión. Podía identificar los lugares donde se estaba apoderando de sus músculos y sentidos. Era como si otra persona estuviera compartiendo su carne, vaciando sus esquemas de reacción. Fue siguiendo el trabajo de la intrusión de aquella máquina. ¡Era un instrumento diabólico! Podía ordenarle que parpadeara, lanzara gases por el ano, jadeara, defecara, orinara… cualquier cosa. Podía controlar su cuerpo como si él no formara la parte pensante de su actividad corporal. Quedaba relegado al mero papel de observador.
Los olores le asaltaron… olores repugnantes. No podía ordenarse a sí mismo fruncir el ceño, pero pensó en fruncir el ceño. Aquello fue suficiente. Los olores habían sido evocados por la sonda. Estaba sondeando sus sentidos, aprendiendo de ellos.
—¿Tienes lo bastante como para leerle? —La voz de tenor del funcionario.
—¡Sigue oyéndonos! —Yar.
—¡Malditos todos los Mentats! —Materly.
—Dit, Dat y Dot —dijo Teg, nombrando los muñecos de la Representación de Invierno de su niñez, hacia tanto tiempo en Lernaeus.
—¡Está hablando! —El funcionario.
Teg sintió que su consciencia era bloqueada por la máquina. Yar estaba haciendo algo en la consola. Sin embargo, Teg conocía su propia Lógica Mentat, y sabía que acababa de decirle algo vital: aquellos tres eran muñecos. Sólo los amos de los muñecos eran importantes. Observa cómo se mueven los muñecos… eso te dirá lo que están haciendo los amos de los muñecos.
La sonda seguía introduciéndose. Pese a la fuerza que era aplicada, Teg sintió su consciencia luchando con ella a un mismo nivel. La sonda estaba aprendiendo de él, pero él también estaba aprendiendo de la sonda.
Entonces comprendió. Todo el espectro de sus sentidos podía ser copiado en aquella Sonda–T e identificado, siendo etiquetado para que Yar pudiera acudir a él cuando fuera necesario. Existía una cadena orgánica de respuestas dentro de Teg. La máquina podía rastrearlas fuera de él como si hubiera construido un duplicado de su persona. El shere y su resistencia Mentat desviaban a los buscadores fuera de sus memorias, pero todo lo demás podía ser copiado.
No pensará como yo, se tranquilizó a sí mismo.
La máquina no sería lo mismo que sus nervios y carne. No tendría las memorias de Teg ni las experiencias de Teg. No habría nacido de una mujer. No habría efectuado el recorrido por el canal uterino para emerger a un sorprendente universo.
Parte de la consciencia de Teg aplicó una señal memorística diciéndole que su observación revelaba algo acerca del ghola.
Duncan fue decantado de un tanque axlotl.
La observación alcanzó a Teg con una repentina sensación ácida en su lengua.
¡De nuevo la Sonda–T!
Teg se dejó fluir a través de una múltiple consciencia simultánea. Siguió la labor de la Sonda–T y continuó explorando su observación acerca del ghola, todo ello mientras escuchaba a Dit, Dat y Dot. Los tres muñecos permanecían extrañamente silenciosos. Sí, aguardaban a que su Sonda–T completara su tarea.
El ghola:
Duncan era una extensión de células que
habían
nacido de una mujer impregnada por un hombre.
¡Máquina y ghola!
Observación:
la máquina no puede compartir esta experiencia del nacimiento excepto de una forma remotamente indirecta que seguramente carecerá de importantes matices personales.
Del mismo modo que estaba perdiéndose importantes matices de él ahora.
La Sonda–T estaba reproduciendo olores. Con cada aroma inducido, sus memorias le revelaban su presencia a Teg. Captaba la gran rapidez de la Sonda–T, pero su propia consciencia vivía fuera de aquella precipitada búsqueda, capaz de desprenderse de ella durante tanto tiempo como deseara en los recuerdos que estaba evocando para él.
¡Allí!
Allí estaba la cera caliente que había derramado sobre su mano izquierda cuando tenía tan sólo catorce años y estudiaba en la escuela de la Bene Gesserit. Recordó la escuela y el laboratorio como si toda su existencia estuviera centrada allí en aquel momento.
La escuela depende directamente de la Casa Capitular.
Admitiendo esto, Teg supo que llevaba la sangre de Siona en sus venas. Ningún presciente podría rastrearle hasta allí.
Vio el laboratorio y olió la cera… un compuesto de éteres artificiales y el producto natural de las abejas conservado por Hermanas fracasadas y sus ayudantes. Enfocó su memoria en un momento en el que estaba contemplando las abejas y la gente trabajando en el huerto de manzanos.
Los distintos trabajos de la estructura social de la Bene Gesserit parecían tan complicados hasta que comprendías completamente sus necesidades: alimentos, ropas, calor, comunicaciones, aprendizaje, protección ante los enemigos (un subproducto de la necesidad de supervivencia). La supervivencia de la Bene Gesserit necesitaba de algunos ajustes antes de poder ser comprendida. No procreaban por el bien de la humanidad en general. ¡No había implicada ninguna idea racial no monitorizada! Procreaban para extender sus propios poderes, para proseguir la Bene Gesserit, juzgando que aquello ya era un servicio suficiente a la humanidad. Quizá lo fuera. La motivación procreadora estaba tan profundamente enraizada, y la Hermandad era tan concienzuda.
Un nuevo olor le asaltó.
Reconoció la lana húmeda de sus ropas mientras entraba en el blocao de mando después de la Batalla de Ponciard. El olor llenó su olfato y expulsó el ozono de los instrumentos del blocao, el sudor de los otros ocupantes.
¡Lana!
La Hermandad siempre había considerado una excentricidad en él que prefiriera los tejidos naturales y evitara los sintéticos producidos por las fábricas cautivas.
Como tampoco le gustaban las sillas–perro.
No me gustan los olores de opresión en ninguna de sus formas.
¿Sabían esas marionetas —Dit, Dat y Dot— lo oprimidas que estaban?
La lógica Mentat se burló de él. ¿No eran los tejidos de lana un producto también de fábricas cautivas?
Era distinto.
Parte de él argumentó de otro modo. Los productos sintéticos podían ser almacenados casi indefinidamente. Podía ver lo que habían durado en los almacenes de entropía nula del no–globo Harkonnen.
—¡Sigo prefiriendo la lana y el algodón!
¡Así sea!
—¿Pero cómo he llegado a una preferencia así?
Es un prejuicio Atreides. Lo heredaste.
Teg apartó a un lado los olores y se concentró en el movimiento total de la sonda intrusa. Se dio cuenta de que podía anticiparse a sus movimientos. Era un nuevo músculo. Lo flexionó mientras continuaba examinando las memorias inducidas en busca de más discernimiento valioso.
Estaba sentado fuera de la puerta de mi madre en Lernaeus.
Teg extirpó parte de su consciencia y contempló la escena: edad, once años. Está hablando con una pequeña acólita Bene Gesserit que ha acudido como parte de la escolta de Alguien Importante. La acólita es una muchachita con un pelo rubio pelirrojo y el rostro de una muñeca. Nariz respingona, ojos gris verdosos. La Alguien Importante es una Reverenda Madre vestida de negro de aspecto muy anciano. Se ha metido detrás de aquella puerta de al lado, con la madre de Teg. La acólita, que se llama Carlana, está probando sus inexpertas habilidades con el joven hijo de la casa.
Antes de que Carlana pronuncie una veintena de palabras, Miles Teg reconoce su finalidad. ¡Está intentando arrancarle información! Aquella era una de las primeras lecciones de delicado disimulo enseñadas por su madre. Siempre había, después de todo, gente que podía preguntarle a un chico pequeño cosas acerca de la casa de una Reverenda Madre, esperando conseguir así alguna información comerciable. Siempre había un mercado para los datos relativos a una Reverenda Madre.
Su madre le había explicado:
—Juzga al que te interroga y adecúa tus respuestas de acuerdo con las susceptibilidades.
Nada de aquello servía contra una completa Reverenda Madre, por supuesto, ¡pero con una acólita, especialmente con ésta!
De modo que, para Carlana, produce una apariencia de tímida reluctancia. Carlana tiene una visión hinchada de sus propios atractivos. Él le permite que venza su reluctancia después de un conveniente intercambio de fuerzas. Lo que ella obtiene finalmente es un puñado de mentiras que, si alguna vez las repite a la Alguien Importante que está detrás de aquella puerta cerrada, le valdrán con toda seguridad una severa censura, si no algo más doloroso.
Palabras de Dit, Dat y Dot:
—Creo que ya lo tenemos.
Teg reconoció la voz de Yar, arrancándole de sus viejos recuerdos.
«Adecúa tus respuestas de acuerdo con las susceptibilidades».
Teg oyó las palabras en la voz de su madre.
Marionetas.
Los amos de las marionetas.
El funcionario ahora:
—Pregunta a la simulación adonde han llevado al ghola.
Silencio, y luego un débil zumbido.
—No obtengo nada. —Yar.
Teg oye sus voces con una dolorosa sensibilidad. Obliga a sus ojos a abrirse, venciendo las órdenes en contra de la sonda.
—¡Mirad! —dice Yar.
Tres pares de ojos le devuelven la mirada a Teg. Cuán lentamente se mueven. Dit, Dat y Dot: los ojos parpadean… parpadean… al menos un minuto entre cada parpadeo. Yar está tendiéndose hacia algo que quiere alcanzar en su consola. Sus dedos parecen necesitar una semana para llegar a su destino.
Teg explora las ligaduras de sus manos y brazos. ¡Vulgar cuerda! Tomándose su tiempo, retuerce sus dedos hasta que entran en contacto con los nudos. Estos se sueltan, lentamente al principio, luego cayendo a un lado. Se tensa contra las ligaduras que lo sujetan a la camilla. Estas resultan más fáciles: simples hebillas. La mano de Yar ni siquiera está a una cuarta parte de su camino hacia la consola.
Parpadeo… parpadeo… parpadeo…
Los tres pares de ojos muestran una débil sorpresa.
Teg se extirpa de los tentáculos de medusa de los contactos de la sonda.
¡Pop–pop–pop!
Saltan de su cráneo y caen a un lado.
Se sorprende al ver que un poco de sangre empieza a brotar lentamente del dorso de su mano derecha, allá donde ha rozado los contactos de la sonda al echarlos a un lado.
Proyección Mentat:
Estoy moviéndome a una velocidad peligrosa.
Pero ahora está libre de la camilla.
El funcionario está tendiendo una lentísima mano hacia un bulto en el bolsillo de su costado.
La mano de Teg aferra su garganta.
El funcionario jamás volverá a tocar aquella pequeña pistola láser que siempre lleva consigo.
La tendida mano de Yar aún no está a un tercio de su camino a la consola de la sonda.
Hay una clara sorpresa en sus ojos.
Teg duda de que el hombre llegue a ver nunca la mano que le parte el cuello.
Materly está moviéndose un poco más aprisa.
Su pie izquierdo está ascendiendo hacia el lugar donde Teg ha estado hace apenas un instante.
¡Demasiado lenta todavía! La cabeza de Materly está echada hacia atrás, su garganta expuesta a la restallante mano de Teg.
¡Cuán lentamente caen al suelo!