—Es un Tres Pes —decían, dando a entender que esa persona se rodeaba con copias baratas hechas con sustancias descastadas. Incluso cuando los supremamente ricos se veían obligados a emplear una de las embarazosas Tres Pes, la disfrazaban si les era posible detrás de la Una Pe, el pilingitam.
Burzmali sabía todo esto y más mientras ponía a su gente a buscar un pilingitam estratégicamente situado cerca del no–globo. La madera del árbol tenía muchas cualidades que la hacían apreciable a los maestros artesanos: recién cortada, podía trabajarse como una madera blanda; secada y envejecida, se convertía en una madera durísima. Absorbía muchos pigmentos, y el resultado de la coloración podía hacerse parecer como si fuera algo natural de la misma madera. Más importante aún, el pilingitam era antihongos, y ningún insecto conocido lo había considerado como una comida apreciable. Finalmente, era resistente al fuego, y los especímenes vivos de larga edad crecían hacia afuera a partir de un largo tubo hueco en su núcleo.
—Haremos lo inesperado —dijo Burzmali a sus buscadores.
Había observado el distintivo color verde lima de las hojas de pilingitam durante su primer vuelo por encima de la región. Los busques de aquel planeta habían sido expoliados y sus árboles aserrados durante los Tiempos de Hambruna, pero los venerables Pe seguían creciendo entre los árboles de hoja perenne y madera dura replantados siguiendo las órdenes de la Hermandad.
Los buscadores de Burzmali encontraron a uno de esos Pe dominando un saliente encima del lugar donde estaba el no–globo. Extendía sus hojas por encima de al menos tres hectáreas. Durante la tarde del día crítico, Burzmali instaló reclamos a una cierta distancia de aquella posición y abrió un túnel desde un somero terreno pantanoso hasta el amplio núcleo del pilingitam. Allí, instaló su centro de mando y todo lo necesario para la escapatoria.
—El árbol es una forma de vida —explicó a su gente—. Nos enmascarará de los rastreadores de vida.
Lo inesperado.
En ningún momento en su planteamiento inicial había supuesto Burzmali que todas sus acciones no iban a ser detectadas. Lo único que podía hacer era reducir al mínimo su vulnerabilidad.
Cuando se produjo el ataque, vio que parecía seguir un esquema preordenado. Había anticipado que los atacantes iban a confiar en no–naves y en su gran número, como lo habían hecho en el asalto al Alcázar de Gammu. Los análisis de la Hermandad le aseguraban que la mayor amenaza procedía de las fuerzas de la Dispersión… descendientes de los tleilaxu desplegadas por brutales mujeres que se llamaban a sí mismas Honoradas Matres. Veía aquello como un exceso de confianza y no como una audacia. La auténtica audacia se hallaba en el arsenal de cualquier estudiante adiestrado por el Bashar Miles Teg. Ayudaba también el hecho de poder confiar en Teg para que improvisara dentro de los límites de un plan.
A través de sus enlaces, Burzmali siguió la gateante huida de Duncan y Lucilla. Tropas con cascos de comunicación y lentes nocturnas crearon un gran despliegue de actividad en las posiciones de señuelo mientras Burzmali y sus reservas seleccionadas mantenían vigilados a los atacantes, sin traicionar en ningún momento sus posiciones. Los movimientos de Teg eran fácilmente seguidos por su violenta respuesta a los atacantes.
Burzmali observó aprobadoramente que Lucilla no se detenía cuando oyó intensificarse los sonidos de la batalla. Duncan, sin embargo, intentó detenerse, y casi arruinó el plan. Lucilla salvó el momento golpeando a Duncan en un nervio sensitivo y ladrándole:
—¡No puedes ayudarle!
Oyendo claramente su voz a través de los amplificadores de su casco, Burzmali maldijo para sí mismo. ¡Otros podían oír también! De todos modos, ya debían estar rastreándola.
Burzmali emitió una orden subvocal a través del micrófono implantado en su cuello, y se preparó a abandonar su puesto. Mantuvo la mayor parte de su atención centrada en la aproximación de Lucilla y Duncan. Si todo sucedía tal como había planeado, su gente se haría cargo de ellos dos mientras otros dos soldados sin casco y convenientemente ataviados proseguían la huida hacia las posiciones de reclamo.
Mientras tanto, Teg estaba creando un admirable sendero de destrucción a través del cual podría escapar un vehículo de superficie.
Un ayudante advirtió a Burzmali:
¡Dos atacantes están acercándose por detrás del Bashar! Burzmali despidió al hombre con un gesto de su mano. Podía dedicarle poca atención a las posibilidades de Teg. Todo debía centrase en salvar al ghola. Los pensamientos de Burzmali eran intensos mientras observaba.
¡Vamos! ¡Corred! ¡Corred, malditos seáis!
Lucilla pensaba casi lo mismo mientras urgía a Duncan hacia adelante, manteniéndose ella cerca detrás de él para protegerle las espaldas. Todo en ella estaba centrado a una resistencia desesperada. Todo su adiestramiento y educación se estaban poniendo en juego en aquellos momentos.
¡Nunca abandones!
Abandonar era pasar su consciencia a las Memorias de Otras Vidas o a una Hermana o al olvido. Incluso Schwangyu se había redimido en el último momento abocándose a una resistencia total y había muerto admirablemente en la tradición Bene Gesserit, resistiendo hasta el último minuto. Burzmali lo había informado a través de Teg. Lucilla, reuniendo sus incontables vidas, pensó:
¡Yo no puedo hacer menos!
Siguió a Duncan metiéndose en un terreno pantanoso junto al tronco de un gigantesco pilingitam y, cuando un grupo de gente surgió de la oscuridad a su alrededor para arrastrarlos consigo, estuvo a punto de responder de una manera asesina, pero una voz hablando en chakobsa dijo en su oído: «¡Amigos!» Aquello retrasó su respuesta durante un latido de corazón, mientras veía a los señuelos seguir la huida saliendo del terreno pantanoso. Aquello, más que cualquier otra cosa, le reveló el plan y la identidad de la gente que los sujetaba contra el intenso olor de las hojas y de la tierra. Cuando la gente hizo que Duncan se deslizara por delante de ella al interior de un túnel que conducía al gigantesco árbol y (aún en chakobsa) urgía rapidez, Lucilla supo que estaban envueltos en la típica audacia estilo Teg.
Duncan también lo vio. En la tenebrosa desembocadura del túnel, la identificó por el olor y tabaleó un mensaje contra su brazo en el antiguo y silencioso lenguaje de batalla de los Atreides.
—Déjales que nos guíen.
La forma del mensaje la sorprendió momentáneamente, hasta que comprendió que por supuesto el ghola conocía aquel método de comunicación.
Sin hablar, la gente que los rodeaba le quitó a Duncan el voluminoso y antiguo rifle láser y urgió a los fugitivos hacia la escotilla de un vehículo que ella no pudo identificar. Una breve luz roja relampagueó en la oscuridad.
Burzmali habló subvocalmente a su gente:
—¡Adelante!
Veintiocho vehículos de superficie y once palpitantes tópteros surgieron de las posiciones de reclamo.
Una diversión adecuada,
pensó Burzmali.
La presión en los oídos de Lucilla le dijo que la escotilla había sido cerrada y sellada. De nuevo llameó la luz roja, luego volvió la oscuridad.
Una serie de explosiones destrozó el gran árbol alrededor de ellos, y su vehículo, ahora identificable como un carro blindado, surgió hacia afuera y hacia arriba sobre sus suspensores y chorros. Lucilla pudo seguir su rumbo únicamente por los destellos del fuego y las girantes estrellas visibles a través de las ovaladas ventanillas de plaz. El campo suspensor que lo rodeaba hacía que su movimiento fuera fantasmal, captado únicamente por los ojos. Se sentaron acurrucados en sillas de plastiacero mientras el vehículo se lanzaba a toda velocidad colina abajo, directamente a través de la posición defendida por Teg, balanceándose y agitándose en sus constantes y violentos cambios de dirección. Ninguno de aquellos alocados movimientos se transmitía a la carne de sus ocupantes. Tan sólo podía apreciarse el danzante movimiento de árboles y arbustos, algunos de ellos presos de las llamas, y luego las estrellas.
¡Estaban rozando las copas de los árboles del bosque arruinado por los disparos láser de Teg! Sólo entonces se permitió Lucilla atreverse a esperar salir con bien de aquello. Bruscamente, su vehículo tembló a poca velocidad. Las estrellas visibles, enmarcadas por los pequeños óvalos de plaz, oscilaron y fueron oscurecidas por una tenebrosa obstrucción. La gravedad regresó, y captó una débil luz. Lucilla vio a Burzmali abrir de golpe una escotilla a su izquierda.
—¡Afuera! —restalló—. ¡No hay un segundo que perder!
Con Duncan delante, Lucilla salió por la escotilla a un empapado suelo. Burzmali le dio una palmada en la espalda, aferró el brazo de Duncan, y tiró de ellos alejándolos del vehículo.
—¡Aprisa! ¡Por aquí!
Se abrieron paso entre maleza alta hasta una estrecha carretera pavimentada. Burzmali, sujetándolos ahora a cada uno por una mano, les hizo avanzar a toda prisa cruzando la carretera y los empujó boca abajo a una zanja. Lanzó una manta de camuflaje de vida sobre ellos, y alzó su cabeza para mirar en la dirección de donde habían venido.
Lucilla miró más allá de él y vio la luz de las estrellas y una ladera nevada. Sintió a Duncan agitarse a su lado.
Muy arriba en la ladera, un vehículo de superficie aceleraba a toda marcha, sus jets visibles contra el fondo de estrellas, alzándose, alzándose… alzándose. De pronto, giró a toda velocidad hacia la derecha.
—¿Es el nuestro? —susurró Duncan.
—Sí.
—¿Cómo habéis conseguido subirlo hasta aquí sin que lo detectaran los…?
—Un túnel en un acueducto abandonado —susurró Burzmali—. El vehículo estaba programado para funcionar automáticamente. —Siguió mirando el distante punto rojo. Bruscamente, un gigantesco estallido de luz azul brotó del distante trazo rojo. La luz fue seguida inmediatamente por un sordo retumbar.
—Ahhh —suspiró Burzmali.
Duncan dijo en voz muy baja:
—Se supone que ellos pensarán que has forzado demasiado el motor.
Burzmali lanzó una sorprendida mirada al joven rostro, fantasmagóricamente gris a la luz de las estrellas.
—Duncan Idaho era uno de los mejores pilotos al servicio de los Atreides —dijo Lucilla. Era un esotérico fragmento de información, y sirvió para su propósito. Burzmali vio inmediatamente que no era solamente el guardián de dos fugitivos. Las personas a su cargo poseían habilidades que podían ser utilizadas en caso necesario.
Destellos rojos y azules chisporrotearon en el cielo allá donde el modificado vehículo de superficie había estallado. Las no–naves estaban husmeando aquel distante globo de gases ardientes. ¿Qué decidirían los husmeadores? Los destellos rojos y azules desaparecieron tras las prominencias oscuras de las colinas.
Burzmali se volvió al sonido de pasos en la carretera. Duncan extrajo una pistola láser tan rápidamente que Lucilla jadeó. Apoyó una mano tranquilizadora en su brazo, pero él la apartó de un golpe. ¿No veía el muchacho que Burzmali había aceptado aquella intrusión?
Una voz llamó suavemente desde la carretera, encima de ellos:
—Seguidme. Aprisa.
El que había hablado, una moviente mancha de oscuridad, saltó junto a ellos y avanzó a través de un hueco en la maleza que bordeaba la carretera. Unos puntos oscuros en la nevada ladera más allá de la pantalla de maleza se revelaron como al menos una docena de figuras armadas. Cinco de los componentes de aquel grupo se arracimaron en torno a Duncan y Lucilla y les urgieron silenciosamente a que les siguieran a lo largo de un camino cubierto de nieve junto a la maleza. El resto del grupo armado corrió al abierto cruzando la nevada ladera hasta una oscura línea de árboles.
Al cabo de un centenar de pasos, las cinco silenciosas figuras se colocaron en fila india, dos de ellas delante, otras tres detrás, los fugitivos protegidos en medio, con Burzmali delante y Lucilla detrás, muy cerca de Duncan. Finalmente llegaron a una hendidura en las oscuras rocas bajo un saliente, donde aguardaron, escuchando más vehículos de superficie modificados atronar el aire detrás de ellos.
—Señuelos dentro de señuelos —susurró Burzmali—. Los hemos abrumado con señuelos.
Saben
que debemos huir presas del pánico tan rápido como nos sea posible. De modo que aguardaremos cerca, ocultos. Luego, avanzaremos lentamente… a pie.
—Lo inesperado —murmuró Lucilla.
—¿Teg? —Era Duncan, su voz poco menos que un suspiro.
Burzmali se inclinó cerca del oído izquierdo de Duncan.
—Creo que lo cazaron. —El susurro de Burzmali tenía un profundo tono de tristeza.
Uno de sus oscuros compañeros dijo:
—Ahora rápido. Ahí abajo.
Fueron conducidos a través de la estrecha hendidura. Algo emitió un sonido crujiente cerca. Unas manos los empujaron hacia un pasadizo cerrado. El sonido crujiente resonó ahora detrás de ellos.
—Sellad bien esa puerta dijo alguien.
La luz brilló a su alrededor.
Duncan y Lucilla miraron a una amplia y ricamente amueblada estancia aparentemente tallada en la roca. Suaves alfombras cubrían el suelo… rojos oscuros y dorados con un dibujo como repetitivas almenas en verde pálido. Un montón de ropas formaban un revoltijo sobre una mesa cerca de Burzmali, que estaba hablando en voz baja con uno de los componentes de su escolta: un hombre pelirrubio con una alta frente y unos penetrantes ojos verdes.
Lucilla escuchó atentamente. Las palabras eran comprensibles, relatando cómo habían sido apostados los guardias, pero el acento del hombre de los ojos verdes era algo que nunca antes había oído, una mezcla de guturales y consonantes emitidas con una sorprendente brusquedad.
—¿Es esto una no–cámara? —preguntó.
—No. —La respuesta fue proporcionada por un hombre detrás de ella, hablando con el mismo acento—. Las algas nos protegen.
No se volvió hacia el que había hablado, sino que en vez de ello alzó la vista hacia las algas de color amarillo verdoso claro que se acumulaban en el techo y paredes. Sólo unos pocos trozos de oscura roca eran visibles cerca del suelo.
Burzmali interrumpió su conversación.
—Estamos seguros aquí. Las algas han sido cultivadas especialmente para esto. Los rastreadores de vida informan solamente de la presencia de vida vegetal y nada más que del escudo de algas.
Lucilla pivotó sobre un talón, registrando los detalles de la estancia: aquel grifo Harkonnen labrado en una mesa de cristal, los exóticos tapizados en sillas y divanes. Un armero contra una pared contenía dos hileras de largos rifles láser de campaña de un diseño que nunca antes había visto. Todos tenían una forma abocinada y exhibían unas ornamentadas guardas doradas sobre sus gatillos.