Herejes de Dune (57 page)

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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Herejes de Dune
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Bellonda se enderezó y cruzó los brazos sobre su pecho.

—¿Nunca escaparemos completamente de los maestros de nuestra infancia o de ninguno de los esquemas que nos formaron?

Aquél era un argumento común en las disputas de la Bene Gesserit. Les recordaba su propia susceptibilidad particular.

Somos la aristocracia secreta, y será nuestra descendencia quien herede el poder. Sí, somos susceptibles a eso, y Miles Teg es un soberbio ejemplo.

Bellonda encontró una silla de respaldo recto y se sentó en ella, manteniendo así sus ojos al nivel de los de Taraza.

—Con la Dispersión —dijo—, perdimos algo así como un veinte por ciento de nuestros fracasos.

—No son fracasos lo que está regresando a nosotras.

—¡Pero seguro que el Tirano debía saber que eso iba a ocurrir!

—Su meta era la Dispersión, Bell… Esa era su Senda de Oro, ¡la supervivencia de la humanidad!

—Pero nosotras sabemos lo que sentía por los tleilaxu, y sin embargo no los exterminó. ¡Hubiera podido, y no lo hizo!

—Deseaba la diversidad.

Bellonda golpeó con un puño el sobre de la mesa.

—¡Y evidentemente lo consiguió!

—Hemos discutido todo esto una y otra vez, Bell, y sigo sin ver una vía de escape a lo que ha hecho Odrade.

—¡Sometimiento!

—En absoluto. Nunca nos sometimos totalmente a ninguno de los emperadores anteriores al Tirano. ¡Ni siquiera a Muad'dib!

—Seguimos estando encerradas en la trampa del Tirano —acusó Bellonda—. Decidme, ¿por qué los tleilaxu han seguido produciendo su ghola favorito? Han pasado milenios, y ese ghola sigue saliendo de sus tanques como una muñeca bailarina.

—¿Crees que los tleilaxu siguen obedeciendo a una orden secreta del Tirano? Sí es así, entonces estás argumentando a favor de Odrade. Ella ha creado unas condiciones admirables para que nosotras podamos examinar esto.

—¡El no ordenó nada así! Simplemente hizo a ese ghola en particular deliciosamente atractivo para la Bene Tleilax.

—¿Y no para nosotras?

—¡Madre Superiora, debemos librarnos de una vez de la trampa del Tirano! Y por el método más directo.

—La decisión es mía, Bell. Sigo inclinándome todavía hacia una cautelosa alianza.

—Entonces, como último recurso, dejadnos matar al ghola. Sheeana puede tener hijos. Nosotras podemos…

—¡Este no es ni ha sido nunca un proyecto exclusivo de procreación!

—Pero podría serlo. ¿Y si estuviérais equivocada acerca del poder que se esconde detrás de la presciencia de los Atreides?

—Todas tus proposiciones conducen a separarnos definitivamente de Rakis y de los tleilaxu, Bell.

—La Hermandad puede proseguir durante cincuenta generaciones con nuestras actuales reservas de melange. Más, con un poco de racionamiento.

—¿Crees que cincuenta generaciones es mucho tiempo, Bell? ¿No te das cuenta de que esta actitud es precisamente la que hace que no estés sentada en mi silla?

Bellonda se apartó de la mesa, su silla chirriando fuertemente contra el suelo. Taraza podía ver que no estaba convencida. Ya no podía confiarse en Bellonda. Era probable que fuera una de las que tuvieran que morir. ¿Y no había una noble finalidad en todo ello?

—Esto no nos conduce a ninguna parte —dijo Taraza—. Déjame sola.

Cuando estuvo sola, Taraza consideró una vez más el mensaje de Odrade. Ominoso. Era fácil ver por qué Bellonda y otras reaccionaban violentamente. Pero aquello evidenciaba una peligrosa falta de control.

Todavía no es tiempo de escribir las últimas voluntades y el testamento de la Hermandad.

En una forma extraña, Odrade y Bellonda compartían el mismo temor, pero llegaban a diferentes decisiones a causa de ese temor. La interpretación de Odrade de aquel mensaje en las piedras de Rakis llevaba implícita una antigua advertencia.

Todo esto pasará también.

¿Estamos llegando al final, aplastadas por las hambrientas hordas de la Dispersión?

Pero el secreto de los tanques axlotl estaba casi al alcance de la Hermandad.

¡Si conseguimos eso, nada podrá detenernos!

Taraza paseó su mirada por los detalles de su habitación. El poder de la Bene Gesserit continuaba estando ahí. La Casa Capitular seguía oculta tras un foso de no–naves, su localización no registrada en ningún sitio excepto en las mentes de su propia gente. Invisibilidad.

¡Invisibilidad temporal! A veces se producían accidentes. Taraza envaró los hombros.
Toma precauciones, pero no huyas a su sombra, constantemente furtiva.
La Letanía Contra el Miedo servía para algo útil cuando se querían evitar las sombras.

De no haber procedido de Odrade, el ominoso mensaje, con sus inquietantes implicaciones de que el Tirano seguía conduciendo todavía su Senda de Oro, hubiera sido mucho menos terrible.

¡Aquel maldito talento Atreides!

«¿No más que una sociedad secreta?»

Taraza rechinó los dientes, frustrada.

«¡Las memorias no son suficientes a menos que te conduzcan a una noble finalidad!»

¿Y si era cierto que la Hermandad ya no iba a seguir dirigiendo la música de la vida?

¡Maldito fuera!
El Tirano podía seguir alcanzándolas.

¿Qué es lo que está intentando decirnos?
Su Senda de Oro no podía estar en peligro. La Dispersión se había cuidado de ello. Los seres humanos habían esparcido su raza en todas direcciones como las púas de un puercoespín.

¿Habría tenido el Tirano una visión del regreso de los Dispersos? ¿Acaso había anticipado aquel sendero de zarzas a los pies de su Senda de Oro?

Sabía que sospecharíamos de sus poderes. ¡Lo sabía!

Taraza pensó en la acumulación de informes de los Perdidos que estaban regresando a sus raíces. Una notable diversidad de gente y de artefactos, acompañada por un notable grado de reserva y una amplia evidencia de conspiración. No–naves de un diseño peculiar, armas y artefactos de asombrosa sofisticación. Gente muy diversa, y costumbres muy diversas.
Algunas, sorprendentemente primitivas. Al menos superficialmente.

Y deseaban mucho más que melange. Taraza reconocía la peculiar forma de misticismo que conducía de vuelta a los Dispersos:
«¡Desean nuestros más antiguos secretos!»

El mensaje de las Honoradas Matres era también bastante claro: «Tomaremos lo que queramos».

Odrade lo tiene todo en sus manos,
pensó Taraza. Tenía a Sheeana. Pronto, si Burzmali tenía éxito, tendría al ghola. Tenía al Maestro de Maestros tleilaxu. ¡Podía tener al propio Rakis!

Si tan sólo no fuera una Atreides.

Taraza contempló las proyectadas palabras agitándose aún en el sobre de su mesa: una comparación de aquel más reciente Duncan Idaho con todos los asesinados antes. Cada nuevo ghola había sido ligeramente distinto a sus predecesores. Aquello quedaba bastante claro. Los tleilaxu estaban perfeccionando algo. ¿Pero qué? ¿Estaba la clave oculta en aquellos nuevos Danzarines Rostro? Obviamente los tleilaxu estaban buscando un Danzarín Rostro indetectable, imitadores cuyas imitaciones alcanzaran la perfección, copiadores de formas que no solamente copiaran las memorias superficiales de sus víctimas sino también los más profundos pensamientos e incluso sus identidades. Era una forma de identidad incluso más tentadora que la que los Maestros tleilaxu utilizaban actualmente. Obviamente era por eso por lo que seguían aquel camino.

Su propio análisis concordaba con el de la mayoría de sus consejeras: un imitador así se
convertiría
en la persona copiada. Los informes de Odrade acerca del Danzarín Rostro–Tuek eran altamente sugerentes. Era probable que ni siquiera los Maestros tleilaxu pudieran arrancar a un tal Danzarín Rostro de su forma y comportamiento imitados.

Y sus creencias.

¡Maldita Odrade!
Había acorralado a sus Hermanas contra una esquina. No tenían más elección que seguir el camino marcado por Odrade, ¡y Odrade lo sabía!

¿Cómo lo sabía? ¿Se trataba de nuevo de ese talento salvaje?

No puedo actuar a ciegas. Necesito saber.

Taraza se sumergió en el bien recordado proceso para recuperar su calma. No se atrevía a tomar decisiones momentáneas bajo un estado de frustración. Una prolongada contemplación de la estatuilla de Chenoeh ayudó. Levantándose de la silla–perro, Taraza regresó a su ventana preferida.

A menudo la tranquilizaba el mirar aquel paisaje, observando cómo cambiaban las distancias con el movimiento diario de la luz del sol y los cambios en el bien planificado clima planetario.

El hambre la aguijoneó.

Comeré con las acólitas y dejaré hoy a las Hermanas.

A veces ayudaba el reunir a las más jóvenes a su alrededor y recordar la persistencia de los rituales de la comida, la reglamentación diaria… mañana, mediodía, tarde. Aquello formaba una base firme sobre la que asentarse. Gozaba observando a su gente. Eran como una marea hablando de cosas profundas, las fuerzas invisibles y los grandes poderes que persistían porque la Bene Gesserit había encontrado los caminos para fluir junto con tales persistencias.

Esos pensamientos renovaban el equilibrio de Taraza. Las cuestiones difíciles podían ser situadas temporalmente a una cierta distancia. Podía contemplarlas sin pasión.

Odrade y el Tirano tenían razón:
Sin una noble finalidad, no somos nada.

Una no podía escapar, sin embargo, al hecho de que se estaban tomando decisiones criticas en Rakis por parte de una persona que sufría de esas recurrentes imperfecciones Atreides. Odrade siempre había mostrado aquellas típicas debilidades Atreides. Ella se había mostrado positivamente benévola con las acólitas descarriadas. ¡Los afectos desarrollaban ese tipo de comportamientos!

Peligrosos y obnubilantes afectos.

Aquello debilitaba a las demás, a las que se les exigía que compensaran una tal laxitud. Había que recurrir a Hermanas más competentes para que tomaran de la mano a las acólitas descarriadas y corrigieran sus debilidades. Por supuesto, el comportamiento de Odrade había puesto al descubierto esas imperfecciones en acólitas. Una tenía que admitirlo. Quizá Odrade razonara de esta manera.

Cuando pensaba así, algo sutil y poderoso se agitaba en las percepciones de Taraza. Se veía obligada a rechazar una profunda sensación de soledad. Aquello supuraba. La melancolía no era algo tan completamente obnubilante como el afecto… ni siquiera como el amor. Taraza y sus atentas Memorias Hermanas atribuían tales respuestas emocionales a la consciencia de la mortalidad. Se veía obligada a enfrentarse al hecho de que un día no sería más que un conjunto de memorias en la carne viva de otra persona.

Comprendía que memorias y descubrimientos accidentales la habían hecho vulnerable. ¡Y precisamente cuando necesitaba todas sus facultades disponibles!

Pero aún no estoy muerta.

Taraza sabía cómo recuperarse. Y sabía las consecuencias. Siempre, después de esos accesos de melancolía, recuperaba un control aún más firme de su vida y finalidades. El descarriado comportamiento de Odrade era una fuente para su fortaleza de Madre Superiora.

Odrade lo sabía. Taraza sonrió melancólicamente ante aquella realización. La autoridad de la Madre Superiora sobre sus Hermanas siempre se hacía más fuerte cuando volvía de la melancolía. Otras lo habían observado, pero solamente Odrade conocía su extensión.

¡Ya!

Taraza se dio cuenta de que se había enfrentado a las angustiosas semillas de su frustración.

Odrade había reconocido en varias ocasiones que se hallaba asentada en el núcleo del comportamiento de la Madre Superiora. Un gigantesco aullido de rabia contra los usos que otros habían hecho de su vida. El poder de una tal rabia contenida era intimidante pese a que nunca podía ser expresado en una forma que lo liberara. Esa rabia nunca podía permitirse que sanara. ¡Cómo dolía! La consciencia de Odrade hacía el dolor más intenso aún.

Tales cosas producían lo que se suponía que debían producir, por supuesto. Las imposiciones Bene Gesserit desarrollaban algunos músculos mentales. Creaban capas callosas que nunca eran reveladas a los extraños. El amor era una de las fuerzas más peligrosas en el universo. Tenían que protegerse contra él. Una Reverenda Madre jamás podía implicarse en algo íntimamente personal, ni siquiera en su servicio a la Bene Gesserit.

Simulación: representamos el papel necesario que nos salva. ¡La Bene Gesserit persistirá!

¿Durante cuánto tiempo serían subordinadas esta vez? ¿Otros tres mil quinientos años? ¡Bien, malditos fueran todos ellos! Seguiría siendo únicamente algo temporal.

Taraza se volvió de espaldas a la ventana y a su restauradora vista. Se
sentía
restaurada. Una nueva fuerza fluía dentro de ella. La fuerza suficiente como para superar aquella remordiente reluctancia que le había impedido tomar la decisión esencial.

Iré a Rakis.

Ya no podía seguir eludiendo la fuente de su reluctancia.

Puede que tenga que hacer lo que quiere Bellonda.

Capítulo XXXV

La supervivencia del yo, de las especies, y del entorno, eso es lo que guía a los seres humanos. Puedes observar cómo cambia el orden de importancias en el transcurso de una vida. ¿Cuáles son las cosas que preocupan más inmediatamente a una edad determinada? ¿El clima? ¿El estado de la digestión? ¿Qué es lo que le importa realmente a él o a ella? Todas esas variadas hambres que la carne puede sentir y espera satisfacer. ¿Qué otra cosa puede llegar a importar?

Leto II a Hwi Noree, Su Voz, Dar–es–Balat

Miles Teg despertó en la oscuridad, para descubrirse siendo transportado en una oscilante camilla sostenida por suspensores. A su débil resplandor energético, pudo ver los pequeños bulbos suspensores alineados a todo su alrededor.

Tenía una mordaza en la boca. Sus manos estaban firmemente atadas a su espalda. Sus ojos permanecían descubiertos.

Así que no les importa que pueda ver.

Pero no podía decir dónde estaban. Los oscilantes movimientos de las formas a su alrededor sugerían que estaban descendiendo por un terreno irregular. ¿Un sendero? La camilla avanzaba suavemente sobre sus suspensores. Pudo captar el débil zumbido de los suspensores cuando el grupo se detuvo para discutir el cruce de un paso difícil.

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