Herejes de Dune (56 page)

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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Herejes de Dune
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Lucilla asintió secamente.

—Muy bien —dijo Sirafa—. ¿Se me permite suponer que puedes administrar pulsión vaginal?

—Puedo.

—¿En cualquier posición?

—¡Puedo controlar cualquier músculo de mi cuerpo! Sirafa miró a Burzmali.

—¿Cierto?

Burzmali habló desde detrás de Lucilla, muy cerca de ella.

—O de otro modo no lo afirmaría.

Sirafa pareció pensativa, su atención centrada en el mentón de Lucilla.

—Esto es una complicación, creo.

—Para que no te hagas una idea equivocada —dijo Lucilla—, las habilidades que me fueron enseñadas no son puestas a la venta. Su finalidad es otra.

—Oh, estoy segura de ello —dijo Sirafa—. Pero la agilidad sexual es…

—¡Agilidad! —Lucilla permitió que su tono arrastrara consigo todo el peso del ultraje a una Reverenda Madre. ¡No importaba lo que esa Sirafa esperara conseguir, tenía que ponerla en su lugar!— ¿Agilidad, dices? Puedo controlar la temperatura genital. Conozco y puedo despertar los cincuenta y un puntos de excitación. Yo…

—¿Cincuenta y uno? Pero si solamente hay…

—¡Cincuenta y uno! —restalló Lucilla—. Y el secuenciado más las combinaciones suman en total dos mil ocho. Además, combinándolos con las doscientas cinco posiciones sexuales…

—¿Doscientas cinco? —Sirafa estaba claramente sorprendida—. Seguro que no pretendes decir…

—En realidad más, si contamos las variaciones menores. ¡Soy una Imprimadora, lo cual significa que he dominado los trescientos pasos de la amplificación orgásmica!

Sirafa carraspeó y se humedeció los labios con la lengua.

—Debo advertirte que te domines. Mantén todas tus habilidades inexpresadas, o… Miró una vez más a Burzmali.

—¿Por qué no me advertiste?

—Lo hice.

Lucilla oyó un claro regocijo en su voz, pero no volvió la vista para confirmarlo.

Sirafa inhaló y expelió dos secas bocanadas de aire.

—Si se te formula alguna pregunta, dirás que estás a punto de pasar las pruebas para una promoción. Eso apaciguará las sospechas.

—¿Y si me preguntan acerca de las pruebas?

—Oh, eso es fácil. Sonríes misteriosamente y permaneces callada.

—¿Y si me preguntan acerca de esa Orden de Hormu?

—Amenaza con informar del que te pregunte a tus superiores. Las preguntas cesarán inmediatamente.

—¿Y si no cesan?

Sirafa se alzó de hombros.

—Inventa cualquier historia que te plazca. Incluso una Decidora de Verdad se sentiría divertida con tus evasivas.

Lucilla se mantuvo inexpresiva mientras pensaba acerca de su situación. Oyó a Burzmali —¡Skar! agitarse directamente a sus espaldas. No vio dificultades serias en llevar adelante aquel engaño. Incluso podía proporcionar un divertido interludio que más tarde podría contar en la Casa Capitular. Sirafa, observó, le estaba sonriendo a Burz… ¡Skar! Lucilla se volvió y miró a su
cliente
.

Burzmali permanecía allí de pie, desnudo, su atuendo de batalla y su casco cuidadosamente colocados al lado del pequeño montón de burdas ropas.

—Puedo ver que Skar no tiene ninguna objeción que hacer a tus preparativos para esta aventura —dijo Sirafa. Agitó una mano hacia su rígido pene—. Así pues, os dejo.

Lucilla oyó a Sirafa marcharse cruzando la brillante cortina. Llenando sus pensamientos, había una furiosa realización:

—¡Tendría que ser el ghola, y no él!

Capítulo XXXIV

Este es vuestro destino, el olvido. Todas las viejas lecciones de la vida las perdéis y las ganáis y las perdéis y las ganáis de nuevo.

Leto II, la Voz de Dar–es–Balat

«En el nombre de nuestra Orden y su vigente Hermandad, este informe ha sido considerado veraz y valioso de entrar en las Crónicas de la Casa Capitular.»

Taraza contempló las palabras en la pantalla proyectora con una expresión de repugnancia. La luz de la mañana ponía como un halo de reflejos amarillos en la proyección, haciendo que las palabras aparecieran confusamente misteriosas.

Con un irritado movimiento, se apartó de la mesa de proyección, se puso en pie y se dirigió a la ventana sur. El día era joven todavía, y las sombras largas en el patio.

¿Debo ir yo en persona?

La invadió la reluctancia ante aquel pensamiento. Aquellos aposentos parecían tan… tan seguros. Pero era una estupidez, y ella lo sabía con cada fibra de su cuerpo. La Bene Gesserit llevaba mil cuatrocientos años allí, y el Planeta de la Casa Capitular seguía siendo considerado tan sólo temporal.

Apoyó su mano izquierda en el liso marco de la ventana. Cada una de sus ventanas habían sido situadas de modo que centraran su atención en una espléndida vista. La habitación —sus proporciones, sus muebles, sus colores—, todo reflejaba la labor de unos arquitectos y constructores que habían trabajado con la sola meta de crear una sensación de apoyo a sus ocupantes.

Taraza intentó sumergirse en aquella sensación de apoyo, y fracasó.

Las discusiones que acababa de tener habían dejado un aura de amargura en aquella habitación, pese a que todas las palabras habían sido pronunciadas en el más suave de los tonos. Sus consejeras se habían mostrado testarudas y (lo admitía sin ninguna reserva) por razones comprensibles.

¿Convertirnos en misioneras? ¿Y para los tleilaxu?

Tocó una placa de control al lado de la ventana y la abrió. Una cálida brisa perfumada por las flores primaverales del huerto de manzanos penetró en la habitación. La Hermandad estaba orgullosa de los frutos que cultivaban allí en el centro de poder de todas sus fortalezas. No existían huertos frutales más exquisitos en ninguna de las Ciudadelas y Capítulos Dependientes que tejían la tela de la Bene Gesserit a través de la mayor parte de los planetas ocupados por los humanos bajo el Viejo Imperio.

«Por sus frutos los conoceréis»,
pensó.
Algunas de las viejas religiones aún pueden producir sabiduría.

Desde su ventajosa posición, Taraza podía ver toda la parte sur de los diseminados edificios de la Casa Capitular. La sombra de una cercana torre de guardia trazaba una larga e irregular línea por encima de patios y tejados.

Cuando pensó en aquello, se dio cuenta de que eran unas instalaciones sorprendentemente pequeñas para contener tanto poder. Más allá del anillo de huertos y jardines había un cuidadoso cuadriculado de residencias privadas, cada una de ellas rodeada con sus plantaciones. Hermanas retiradas y seleccionadas familias leales ocupaban aquellas privilegiadas propiedades. Unas aserradas montañas, con sus cimas a menudo brillantes de nieve, delimitaban la parte occidental. El espaciopuerto estaba a veinte kilómetros hacia el este. A todo alrededor de aquel núcleo de la Casa Capitular había llanuras abiertas donde pastaba una peculiar raza de ganado, un ganado tan susceptible a los olores extraños que entrarían en furiosa estampida ante la más ligera intrusión de gente no marcada por el olor local. Las casas más interiores, con sus cercadas plantaciones, habían sido instaladas de tal modo por un anterior Bashar que nadie podía moverse a través de los serpenteantes canales al nivel del suelo ni de día ni de noche sin ser observado.

Todo aquello parecía tan casual y dispuesto al azar, pese al rígido orden que había detrás. Y aquello, sabía Taraza, personificaba a la Hermandad.

Un carraspeo detrás suyo le recordó a Taraza que una de aquellas que con más vehemencia habían discutido en el Consejo permanecía aguardando pacientemente en la puerta abierta.

Aguardando mi decisión.

La Reverenda Madre Bellonda deseaba que Odrade fuera «asesinada inmediatamente». No se había alcanzado ninguna decisión.

Esta vez sí la has hecho buena, Dar. Esperaba tu salvaje independencia. Incluso la deseaba. ¡Pero esto!

Bellonda, vieja, gorda y enrojecida, de ojos fríos y bien considerada por su perversidad natural, deseaba que Odrade fuera condenada como traidora.

—¡El Tirano la hubiera aplastado inmediatamente! —había argumentado Bellonda.

¿Eso es todo lo que hemos aprendido de él?,
se preguntó Taraza.

Bellonda había argumentado que Odrade no sólo era una Atreides, sino también una Corrino. Había un gran número de emperadores y vicerregentes y administradores poderosos entre sus antepasados.

Con toda el hambre de poder que esto implica.

—¡Sus antepasados sobrevivieron a Salusa Secundus! —no dejaba de repetir Bellonda—. ¿No hemos aprendido nada de nuestras experiencias en procreación?

Hemos aprendido cómo crear Odrades,
pensó Taraza.

Tras sobrevivir a la agonía de la especia, Odrade había sido enviada a Al Dhanab, un equivalente de Salusa Secundus, para ser condicionada deliberadamente en un planeta de constante prueba: altos farallones y resecas gargantas, vientos ardientes y vientos helados, poca humedad y demasiada. Era juzgado como un terreno de pruebas adecuado para alguien cuyo destino podía ser Rakis. Como resultado de tal condicionamiento surgían los más duros supervivientes. La alta, ágil y musculosa Odrade era uno de los más duros.

¿Cómo puedo salvar esta situación?

El más reciente mensaje de Odrade decía que cualquier paz, incluso la de los milenios de opresión del Tirano, irradiaba una falsa aura que podía ser fatal para aquellos que confiaban demasiado en ella. Esta era a la vez la fuerza y la debilidad de la argumentación de Bellonda.

Taraza alzó la vista a Bellonda aguardando en el umbral.
¡Está demasiado gorda! ¡Y alardea de ello delante de nosotras!

—No podemos eliminar a Odrade, del mismo modo que no podemos eliminar al ghola —dijo Taraza.

La voz de Bellonda surgió baja y átona:

—Ambos son ahora demasiado peligrosos para nosotras. ¡Mirad como Odrade os debilita con su relato de esas palabras en el Sietch Tabr!

—¿Acaso me ha debilitado el mensaje del Tirano, Bell?

—Sabéis lo que quiero decir. La Bene Tleilax no tiene moral.

—Deja de cambiar de tema, Bell. Tus pensamientos están aguijoneándome como un insecto entre flores. ¿Qué es lo que realmente hueles aquí?

—¡Los tleilaxu! Ellos hicieron ese ghola para sus propios designios. Y ahora Odrade desea que nosotras…

—Te estás repitiendo, Bell.

—Los tleilaxu toman atajos. Su visión de la genética no es nuestra visión. No es una visión
humana
. Ellos hacen monstruos.

—¿Eso es lo que hacen?

Bellonda entró en la habitación, rodeó la mesa, y se detuvo cerca de Taraza, bloqueando la visión de la Madre Superiora del nicho y su estatuilla de Chenoeh.

—Una alianza con los sacerdotes de Rakis, sí, pero no con los tleilaxu. —Las ropas de Bellonda susurraron cuando hizo un gesto con un puño cerrado.

—¡Bell! El sumo sacerdote es ahora un Danzarín Rostro que lo imita. ¿Aliarnos con él, dices?

Bellonda agitó furiosa la cabeza.

—¡Los creyentes en Shai–Hulud son legión! Pueden encontrarse por todas partes. ¿Cuál será su reacción hacia
nosotras
sí nuestra parte en el engaño es dada alguna vez a la luz pública?

—¡No sigas con esto, Bell! Hemos comprobado que tan sólo los tleilaxu son vulnerables aquí. En eso, Odrade tiene razón.

—¡Falso! Si nos aliamos con ellos, ambos seremos vulnerables. Nos veremos obligadas a servir a los designios tleilaxu. Puede que sea peor que nuestro largo servilismo al Tirano.

Taraza observó el maligno brillo en los ojos de Bellonda.

Su reacción era comprensible. Ninguna Reverenda Madre podía contemplar el servilismo especial que habían tenido que soportar bajo el Dios Emperador sin algunos recuerdos estremecedores. Agitándose a los caprichos de su voluntad, nunca seguras de la supervivencia de la Bene Gesserit de un día para otro.

—¿Pensáis que vamos a asegurarnos nuestra cuota de especia con una alianza estúpida como esa? —preguntó Bellonda.

Era el mismo viejo argumento, comprendió Taraza. Sin melange y la agonía de su transformación, no podía haber Reverendas Madres. Las rameras de la Dispersión seguramente tenían a la melange como uno de sus objetivos…. la especia, y el dominio de la Bene Gesserit sobre ella.

Taraza volvió a su mesa y se dejó caer en su silla–perro, inclinándose hacia atrás mientras el mueble se amoldaba a sus contornos. Era un problema. Un peculiar problema Bene Gesserit. Aunque habían investigado y experimentado constantemente; la Hermandad nunca había encontrado un sustituto para la especia. La Cofradía Espacial podía seguir deseando la melange para inducir al trance a sus navegantes, pero
podían
sustituirla por la maquinaria de Ix. Ix y sus subsidiarias competían en los mercados de la Cofradía.

Ellos
tenían alternativas.
Nosotras no tenemos ninguna.

Bellonda cruzó hasta el otro lado de la mesa de Taraza, puso ambos puños sobre la lisa superficie, y se inclinó hacia adelante para mirar a la Madre Superiora.

—Y seguimos sin saber lo que los tleilaxu le hicieron a nuestro ghola.

—Odrade lo averiguará.

—¡Esa no es razón suficiente para olvidar su traición!

Taraza habló con voz muy baja:

—Hemos aguardado este momento generación tras generación, y tú pretendes abortar todo el proyecto simplemente así —golpeó ligeramente la palma de su mano contra el sobre de la mesa.

—El precioso proyecto rakiano ya no es nuestro proyecto —dijo Bellonda—. Puede que nunca lo haya sido.

Con todos sus considerables poderes mentales severamente enfocados, Taraza examinó de nuevo las implicaciones de aquella familiar argumentación. Era algo de lo que se hablaba frecuentemente en las tumultuosas sesiones como la que había concluido hacía poco.

¿Era todo el esquema del ghola algo puesto en movimiento por el Tirano? Si era así ¿qué podían hacer ellas ahora al respecto? ¿Qué
deberían
hacer?

Durante la larga disputa, el Informe de la Minoría había estado en la mente de todas. Schwangyu podía estar muerta, pero su facción sobrevivía, y ahora parecía como si Bellonda se hubiera unido a ella. ¿Estaba la Hermandad cegándose a una fatal posibilidad? El informe de Odrade de aquel mensaje oculto en Rakis podía ser interpretado como una ominosa advertencia. Odrade enfatizaba aquel aspecto informando de cómo había sido alertada por su sistema de alarma interior. Ninguna Reverenda Madre se tomaría algo así a la ligera.

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