—No estoy hablando a la ligera —dijo Schwangyu cuando Lucilla prosiguió con su silencio.
Por supuesto que no,
pensó Lucilla.
Y llamas a las cosas por su etiqueta descriptiva, no por el nombre de su importancia mística. Gusanos gigantes. Y estas pensando realmente en el Tirano, Leto II, cuyo interminable sueño es llevado como una perla de consciencia por cada uno de esos gusanos. O así se nos ha hecho creer.
Schwangyu hizo una seña con la cabeza hacia el muchacho en el césped, bajo ellas.
—¿Creéis que su ghola será capaz de influenciar a la niña que controla los gusanos?
Finalmente estamos quitándole la piel al asunto,
pensó Lucilla. Dijo:
—No tengo necesidad de responder a una tal pregunta.
—Sois cautelosa —dijo Schwangyu.
Lucilla arqueó su espalda y se envaró.
¿Cautelosa? ¡Sí, por supuesto!
Taraza le había advertido: «En lo que a Schwangyu se refiere, debes actuar con extrema precaución pero con rapidez. Tenemos una ventana muy estrecha de tiempo dentro de la cual podemos tener éxito.»
¿Éxito en qué?, se preguntó Lucilla. Miró de reojo a Schwangyu.
—No veo cómo los tleilaxu pudieron conseguir matar a once de esos gholas. ¿Cómo pudieron penetrar nuestras defensas?
—Ahora tenemos al Bashar —dijo Schwangyu—. Quizá él pueda impedir el desastre. —Su tono decía que no creía en ello.
La Madre Superiora Taraza había dicho: «Tú eres la Imprimadora, Lucilla. Cuando vayas a Gammu, reconocerás parte del esquema. Pero para tu tarea no necesitas conocer todo el proyecto.»
—¡Pensad en el coste! —dijo Schwangyu, mirando al ghola con ojos brillantes; el chiquillo estaba ahora sentado con las piernas cruzadas, arrancando manojos de césped.
El coste no tenía nada que ver con esto, sabía Lucilla. La abierta admisión del fracaso era mucho más importante. La Hermandad no podía revelar su falibilidad. Pero el hecho de que había sido llamada una Imprimadora muy pronto… eso era vital. Taraza había sabido que la Imprimadora vería esto y reconocería parte del esquema.
Schwangyu hizo un gesto con una huesuda mano hacia el muchacho, que había vuelto a su solitario juego, corriendo y dando volteretas sobre el césped.
—Política —dijo Schwangyu.
No había la menor duda de que la política de la Hermandad llenaba el centro de la
herejía
de Schwangyu, pensó Lucilla. La precisión de la argumentación interna podía ser deducida del hecho de que Schwangyu había sido puesta al cargo del Alcázar aquí en Gammu. Aquellos que se oponían a Taraza rehusaban ocupar una línea lateral.
Schwangyu se volvió y miró directamente a Lucilla. Se había dicho ya lo suficiente. Se había oído y se había registrado lo suficiente a través de mentes entrenadas en la consciencia Bene Gesserit. La Casa Capitular había elegido a aquella Lucilla con gran cuidado.
Lucilla captó el atento examen de la vieja mujer pero se negó a permitir que esto afectara a esa íntima sensación de finalidad en la cual podía confiar cualquier Reverenda Madre en tiempos de aflicción.
Bien. Dejemos que me eche una buena mirada.
Lucilla se volvió y su boca se curvó en una suave sonrisa mientras su mirada se paseaba por los techos al otro lado del patio.
Un hombre uniformado armado con un pesado rifle láser apareció allí, miró una vez a las dos Reverendas Madres, y luego centró su atención en el muchacho debajo de ellas.
—¿Quién es? —preguntó Lucilla.
—Patrin, el ayudante de mayor confianza del Bashar. Se dice que tan sólo es el ordenanza del Bashar, pero una tiene que ser ciega y estúpida para creerlo.
Lucilla examinó con cuidado al hombre del otro lado. Así que este era Patrin. Un nativo de Gammu, había dicho Taraza. Elegido para aquella tarea por el propio Bashar. Delgado y rubio, demasiado viejo para ser soldado, pero el Bashar había sido llamado de su retiro y había insistido en que Patrin debía compartir sus deberes.
Schwangyu observó la forma en que Lucilla desviaba su atención de Patrin al ghola con auténtica preocupación. Sí, si el Bashar había sido llamado de su retiro para protegerlo, entonces el ghola estaba en un peligro extremo.
Lucilla se sobresaltó con una repentina sorpresa.
—Pero… está…
—¡Ordenes de Miles Teg! —dijo Schwangyu, nombrando al Bashar—. Todos los juegos del ghola son juegos de adiestramiento. Sus músculos deben ser preparados para el día en que la sea restaurado su yo original.
—Pero lo que está haciendo ahí abajo no es simple ejercicio —dijo Lucilla. Sintió que sus propios músculos respondían por simpatía al recordado adiestramiento.
—Solamente lo mantendremos alejado de los arcanos de la Hermandad —dijo Schwangyu—. Casi todo lo demás que existe en nuestro almacén de conocimientos puede ser suyo.
—Su tono decía que consideraba aquello extremadamente objetable.
—Seguro que nadie cree que este ghola pueda convertirse en otro Kwisatz Haderach —objetó Lucilla.
Schwangyu se limitó a alzarse de hombros.
Lucilla se mantuvo completamente inmóvil, pensando. ¿Era posible que el ghola pudiera ser transformado en una versión masculina de una Reverenda Madre? ¿Podía aquel Duncan Idaho aprender a mirar hacia dentro de sí mismo a los lugares a los que ninguna Reverenda Madre se atrevía a mirar?
Schwangyu empezó a hablar, su voz apenas un gruñente murmullo:
—La finalidad de este proyecto… tienen un plan peligroso. Pueden cometer el mismo error… —se interrumpió.
Ellas,
pensó Lucilla.
Su ghola.
—Me gustaría saber con seguridad la posición de Ix y de las Habladoras Pez en esto —dijo Lucilla.
—¡Las Habladoras Pez! Schwangyu agitó la cabeza ante el simple pensamiento de lo que quedaba del ejército femenino que antiguamente había servido con exclusividad al Tirano. Ellas creen en la verdad y en la justicia.
Lucilla dominó una repentina opresión en su garganta. Schwangyu había declarado de forma tajante su abierta oposición. Sin embargo, ella mandaba allí. La regla política era sencilla: aquellos que se oponían al proyecto debían controlarlo de tal modo que pudieran abortarlo a la primera señal de problemas. Pero aquel era un genuino ghola de Duncan Idaho, allá abajo en el césped. Las comprobaciones de células y las Decidoras de Verdad lo habían confirmado.
Taraza había dicho: «Estarás allí para enseñarle el amor en todas sus formas.»
—Es tan joven —dijo Lucilla, manteniendo su atención sobre el ghola.
—Joven, sí —dijo Schwangyu—. De modo que, por ahora, supongo que despertaréis sus respuestas infantiles al afecto materno. Más tarde… —Schwangyu se alzó de hombros.
Lucilla no traicionó ninguna reacción emocional. Una Bene Gesserit obedecía.
Soy una Imprimadora. Así pues…
Las órdenes de Taraza y el adiestramiento especializado de Imprimadora definían una línea particular de acontecimientos.
Lucilla dijo a Schwangyu:
—Hay alguien que tiene mi misma apariencia y habla con mi voz. Yo estoy Imprimando para ella. ¿Puedo preguntar quién es?
—No.
Lucilla mantuvo su silencio. No había esperado ninguna revelación, pero se le había hecho notar más de una vez que poseía un sorprendente parecido con la Vieja Madre de Seguridad Darwi Odrade.
«Una joven Odrade»
, había oído Lucilla en varias ocasiones. Tanto Lucilla como Odrade pertenecían, por supuesto, a la línea de los Atreides, con una fuerte ascendencia de los descendientes de Siona. ¡Las Habladoras Pez no poseían el monopolio de esos genes!. Pero las
Otras Memorias
de una Reverenda Madre, incluso con su selectividad lineal y su confinamiento al lado femenino, proporcionaban importantes indicios a la amplia configuración del proyecto ghola. Lucilla, que había empezado a confiar en sus experiencias de la persona de Jessica enterrada desde hacía unos cinco mil años en las manipulaciones genéticas de la Hermandad, notó ahora una profunda sensación de temor procedente de aquel lugar. Había allí un esquema familiar. Proporcionaba una sensación tan intensa de fatalidad que Lucilla cayó automáticamente en la Letanía Contra el Miedo tal como le había sido enseñada en su primera introducción a los ritos de la Hermandad:
«No conoceré el miedo. El miedo mata la mente. El miedo es la pequeña muerte que conduce a la destrucción total. Afrontaré mi miedo. Permitiré que pase sobre mí y a través de mí. Y cuando haya pasado, giraré mi ojo interior para escrutar su camino. Allá donde haya pasado el miedo ya no habrá nada. Sólo estaré yo.»
La calma regresó a Lucilla.
Schwangyu captó algo de aquello, permitió que su guardia bajara ligeramente. Lucilla no era estúpida, no era una Reverenda Madre
especial
con un título vacío y apenas la experiencia suficiente como para funcionar sin poner en un compromiso a la Hermandad. Lucilla era genuina, y algunas reacciones no podían serle ocultadas, ni siquiera las reacciones de otra Reverenda Madre. ¡Muy bien, dejémosle que conozca toda la extensión de la oposición a este estúpido, este
peligroso
proyecto!
—No creo que su ghola sobreviva para ver Rakis —dijo Schwangyu.
Lucilla ignoró aquello.
—Habladme de sus amigos —dijo.
—No tiene amigos; sólo maestros.
—Entonces, ¿puedo conocerlos? —Mantuvo su mirada fija en el parapeto opuesto, donde Patrin estaba indolentemente apoyado contra un bajo pilar, su pesado rifle láser dispuesto. Lucilla se dio cuenta con una repentina impresión que Patrin estaba observándola. ¡Patrin representaba un mensaje del Bashar! Obviamente, Schwangyu vio y comprendió.
¡Lo guardamos!
—Presumo que es a Miles Teg a quien os sentís ansiosa de conocer —dijo Schwangyu.
—Entre otros.
—¿No deseáis entrar primero en contacto con el ghola?
—Ya he entrado en contacto con él. —Lucilla hizo un gesto con la cabeza hacia el patio cerrado donde el muchacho estaba de nuevo en pie, casi inmóvil, mirando hacia arriba, hacia ellas—. Es del género meditativo.
—Tengo sólo los informes de los otros —dijo Schwangyu—, pero sospecho que es el más meditativo de la serie.
Lucilla reprimió un involuntario estremecimiento ante la celeridad en la violenta oposición por parte de las palabras y actitud de Schwangyu. No había ningún indicio de que el muchacho debajo de ellas compartiera una humanidad común.
Mientras Lucilla estaba pensando esto, unas nubes cubrieron el sol, como hacían a menudo allí a aquella hora. Un frío viento sopló sobre las paredes del Alcázar, remolineando en torno al patio. El muchacho se dio la vuelta y reanudó el rápido ritmo de sus ejercicios, obteniendo calor del incremento de su actividad.
—¿Adónde va para estar solo? —preguntó Lucilla.
—Principalmente a su habitación. Ha intentado algunas escapadas peligrosas, pero lo hemos desanimado de que siga intentándolo.
—Debe odiaros mucho.
—Estoy segura de ello.
—Tendré que tratar eso directamente.
—Por supuesto, una Imprimadora no tiene nunca dudas acerca de su habilidad en superar el odio.
—Estaba pensando en Geasa. —Lucilla dirigió una mirada perspicaz a Schwangyu—. Considero sorprendente que permitáis que Geasa cometa un tal error.
—No interfiero con los progresos normales de la instrucción del ghola. Si uno de sus maestros desarrolla un auténtico afecto hacia él, ese no es mi problema.
—Un atractivo muchacho —dijo Lucilla.
Permanecieron un rato más observando al ghola Duncan Idaho en su juego de adiestramiento. Ambas Reverendas Madres pensaron brevemente en Geasa, una de las primeras maestras traídas allí para el proyecto ghola. La actitud de Schwangyu era llana:
Geasa era un fracaso providencial.
Lucilla pensaba únicamente:
Schwangyu y Geasa complican mi tarea.
A ninguna de las dos mujeres se le ocurrió pensar ni por un fugaz momento en la forma en que esos pensamientos reafirmaban sus lealtades.
Mientras observaba al muchacho en el patio, Lucilla empezó a tener una nueva apreciación de lo que el Tirano Emperador había conseguido realmente. Leto II había empleado a su ghola–tipo a través de incontables vidas… algo así como tres mil quinientos años de ellos, uno tras otro. Y el Dios–Emperador Leto II había sido una fuerza no ordinaria de la naturaleza. Había sido el mayor juggernaut de la historia humana, aplastándolo todo: sistemas sociales, odios naturales e innaturales, formas de gobiernos, rituales (tanto tabúes como obligatorios), religiones casuales y religiones intensas. El Aplastante peso del paso del Tirano no había dejado nada sin marcar, ni siquiera la Bene Gesserit.
Leto II lo había llamado «La Senda de Oro», y este ghola de Duncan Idaho ahí debajo de ella, ahora, había figurado de una forma prominente en aquel extraordinario paisaje. Lucilla había estudiado los archivos de la Bene Gesserit, probablemente los mejores del universo. Incluso hoy, en la mayoría de los viejos Planetas imperiales, las parejas recién casadas seguían esparciendo salpicaduras de agua al este y al Oeste, murmurando la versión local de «Que estas bendiciones fluyan de nuevo hasta nosotros a través de esta ofrenda, oh Dios de Infinito Poder e Infinita Misericordia.»
En un tiempo, había sido tarea de las Habladoras Pez y su sumiso sacerdocio reforzar tal obediencia. Pero todo aquello había desarrollado su propio impulso, convirtiéndose en una penetrante compulsión. Incluso el más dubitativo de los creyentes había dicho: «Bien, eso no puede hacer ningún daño.» Era una realización que las más expertas ingenieras religiosas de la Missionaria Protectiva de la Bene Gesserit admiraban con frustrada maravilla. El Tirano había superado a lo mejor de la Bene Gesserit. Y mil quinientos años después de la muerte del Tirano, la Hermandad seguía impotente en desatar el nudo central de aquel temible logro.
—¿Quién está a cargo del adiestramiento religioso del muchacho? —preguntó Lucilla.
—Nadie —dijo Schwangyu—. ¿Por qué preocuparse por ello? Si es despertado de nuevo a sus memorias originales, tendrá sus propias ideas. Trabajaremos sobre ellas si alguna vez tenemos que hacerlo.
El muchacho debajo de las dos mujeres completó su período previsto de entrenamiento. Sin dirigir otra mirada a sus observadoras en el parapeto, abandonó el patio cerrado y cruzó una amplia puerta a la izquierda. Patrin también abandonó su posición de guardia sin dirigir una mirada a las dos Reverendas Madres.