—En realidad no ha olvidado nada —dijo Vasko—. Simplemente ha enterrado sus recuerdos en el subconsciente, dejándolos allí plantados para que fuesen saliendo a la superficie conforme fuera haciéndose mayor. Sabíamos que tarde o temprano empezaría a sentirse obligada a actuar de acuerdo con esos recuerdos ocultos, incluso si no sabía exactamente lo que le pasaba.
—¿Y? —preguntó Escorpio.
—Nos envió una señal para avisarnos que estaba de camino para encontrarse con Quaiche. Era nuestra señal para empezar a acercarnos a los adventistas. Para cuando llegamos hasta él, Aura ya se había ganado su confianza.
El cuero de la chaqueta de Escorpio crujió cuando se cruzó de brazos.
—¿Así, de un día para otro?
—Es su consejera —dijo Vasko—. Está presente en las negociaciones con los ultras. No sabemos exactamente qué está haciendo allí, pero podemos adivinarlo. Aura tenía, tiene, un don. Lo supimos desde que era un bebé.
—Sabe leer en los rostros mucho mejor que nosotros —dijo Khouri—, es capaz de saber si alguien miente, si estamos tristes cuando decimos que estamos contentos. No tiene nada que ver con sus implantes y no habrá desaparecido por haber escondido sus recuerdos.
—Ha debido de llamar la atención —dijo Vasko—, hacerse de algún modo irresistible para Quaiche. Pero en realidad solo ha sido un atajo para llegar hasta él. Tarde o temprano habría hallado la forma de encontrarle, sin importarle los obstáculos. Es para lo que había nacido.
—¿Habéis hablado con ella? —preguntó Escorpio.
—No —respondió Vasko—. Era imposible. No podíamos permitir que Quaiche sospechase que la conocíamos. Pero Khouri tiene los mismos implantes, con las mismas compatibilidades.
—He podido indagar en sus recuerdos mientras estábamos en la misma habitación —dijo Khouri—. Estaba lo suficientemente cerca para tener contacto directo entre nuestros implantes sin que ella sospechase nada.
—¿Le has revelado quién eras? —preguntó Escorpio.
—No, todavía no —dijo Khouri—. Es demasiado vulnerable. Es más seguro que no recuerde nada por ahora. Así podrá seguir jugando el papel que el deán Quaiche espera de ella. Si sospechase que es una espía ultra, estaría en más apuros que nosotros.
—Esperemos que nadie se interese demasiado por ella —dijo Escorpio—. ¿Cuánto tiempo creéis que tardará en recordarlo todo por sí misma?
—Solo unos días —dijo Khouri—, no creo que más. Quizás menos. Ya deben de estar aflorando pinceladas.
—Y sobre las conversaciones con el deán —dijo Escorpio—, ¿os importaría decirme exactamente qué habéis discutido?
Vasko le contó lo que habían hablado con el deán. Escorpio advirtió que pasaba por alto los detalles, omitiendo cualquier cosa que no fuese estrictamente esencial. Le contó que el deán quería una nave que le proporcionase un servicio de protección en Hela, orbitando el planeta y patrocinada por los adventistas. Que muchos ultras no estaban dispuestos a aceptar el contrato incluso a pesar de las ventajas que Quaiche les ofrecía. Temían que sus naves fuesen dañadas por lo mismo que destruyó la
Ascensión Gnóstica
, la nave que trajo a Quaiche a Hela.
—Pero eso no es un problema para nosotros —dijo Vasko—. El riesgo ha sido sin duda exagerado, pero incluso si algo intenta dispararnos, no nos faltan defensas, precisamente. Hemos mantenido todas nuestras nuevas tecnologías ocultas desde que nos acercamos a este sistema, pero eso no dignifica que no podamos conectarlas de nuevo si las necesitamos. Dudo que tengamos por qué preocuparnos por unos pocos centinelas ocultos.
—¿Ya cambio de esa protección, Quaiche está dispuesto a dejarnos echar un vistazo de cerca de Haldora?
—A regañadientes —dijo Vasko—. No le gusta la idea de que nadie hurgue en su milagro, pero está desesperado por obtener protección.
—¿Por qué está tan asustado? ¿Le han causado problemas otros ultras?
Vasko se encogió de hombros.
—Algún incidente ocasional, pero nada serio.
—Entonces no parece más que una reacción exagerada.
—Es pura paranoia. No creo que sea necesario darle más vueltas, siempre y cuando nos permita acercarnos a Haldora sin tener que disparar un arma.
—Hay algo que no me gusta —dijo Escorpio. Su dolor de cabeza regresó con más fuerza tras un breve descanso.
—Eres prudente por naturaleza —dijo Vasko—. Y eso es bueno, pero hemos esperado nueve años para esto. Es nuestra oportunidad. Si no la aprovechamos, cerrará el trato con otra nave.
—Sigue sin gustarme.
—Quizás pensarías de otro modo si el plan fuese tuyo —dijo Urton—, pero no lo es. Estabas durmiendo mientras organizábamos todo esto.
—Tienes razón —dijo con una sonrisa—. Soy un cerdo, y los cerdos no hacemos planes a largo plazo.
—Lo que quiere decir es que intentes verlo desde nuestro punto de vista —dijo Vasko—. Si hubieras estado despierto durante todos esos años de espera, pensarías de otra forma. —Se reclinó en su asiento y se encogió de hombros—. De todas formas, lo hecho, hecho está. Le dije a Quaiche que teníamos que discutir el asunto de los delegados, pero aparte de eso lo único que estamos esperando es a que acepte, y luego ya podemos actuar.
—Espera —dijo Escorpio, levantando la mano—, ¿has dicho delegados? ¿qué delegados?
—Quaiche insiste en ello —dijo Vasko—, dice que necesita establecer un pequeño grupo de adventistas en la nave.
—Por encima de mi cadáver.
—No pasa nada —dijo Urton—. El acuerdo es recíproco. La Iglesia envía aquí a su delegación y nosotros mandamos otra a la catedral. Está todo en regla.
Escorpio suspiró. ¿Qué sentido tenía discutir? Ya se encontraba cansado, y lo único que había hecho era asistir a este debate, en el que todo estaba ya acordado y en el que a todos los efectos estaba relegado al papel de observador pasivo. Podía objetar cuanto quisiera, pero para el caso que le hacían, bien podría haberse quedado en la arqueta frigorífica.
—Estáis cometiendo un grave error —dijo—. Os lo aseguro.
Superficie de Hela, 2727
El capitán Seyfarth era un hombre menudo y serio con una boca de labios finos evolucionada a la perfección para demostrar desprecio. De hecho, aparte de su calma neutral, Quaiche nunca había visto en el capitán de la Guardia de la catedral ninguna otra emoción. Incluso su desdén se prodigaba poco, como si fuese un objeto de artillería militar caro o difícil de conseguir. Normalmente estaba relacionado con su opinión sobre los planes de los demás en cuanto a seguridad. Era un hombre al que le gustaba mucho su trabajo, y poco más. Según Quaiche, era el hombre perfecto para el puesto.
De pie en la buhardilla, vestía la brillante armadura de la Guardia con su casco ceremonial de plumas rosas bajo el brazo. La ostentosamente bridada y curvada armadura era de color granate intenso, como la sangre arterial. En su pecho se habían pintado numerosas medallas y lazos en conmemoración de las acciones que Seyfarth había liderado en defensa de los intereses de la
Lady Morwenna
. Oficialmente todas ellas habían sido completamente transparentes y dentro de las reglas generalmente aceptadas de comportamiento en el Camino. Había rechazado incursiones de aldeanos disgustados; había repelido acciones hostiles de comerciantes rufianes, incluyendo pequeños grupos de ultras. Pero también se había ocupado de operaciones encubiertas, asuntos demasiado delicados para ser conmemorados: sabotajes preventivos del Camino Permanente y de otras catedrales, la discreta desaparición de la jerarquía de la Iglesia de elementos hostiles a Quaiche. Asesinato era una palabra demasiado fuerte, pero eso también entraba en el posible repertorio de Seyfarth. Tenía esa clase de pasado que era mejor no mencionar, incluyendo guerras y crímenes de guerra. Pero era indudablemente leal a Quaiche. En treinta y cinco años de servicio, Seyfarth había tenido suficientes ocasiones para traicionarlo en beneficio propio, pero eso no había sucedido nunca. Lo único que le importaba era la excelencia con la que ejercía su deber como protector de Quaiche.
Aun así, seguía siendo arriesgado para Quaiche revelarle sus planes por adelantado. Todos los demás implicados, incluyendo el jefe de construcción de los enganches, debían saber únicamente ciertos detalles. Grelier no sabía nada en absoluto. Pero Seyfarth necesitaba un conocimiento general de todo el plan. Al fin y al cabo, sería él el encargado de hacerse con la nave.
—Entonces ya está decidido —dijo Seyfarth—. No me habrías llamado si no fuese así.
—He encontrado un candidato dispuesto —dijo Quaiche—, y lo que es más importante, un candidato que se ajusta a mis necesidades. —Le pasó a Seyfarth una foto de la astronave, captada por sus espías por control remoto—. ¿Qué te parece?
¿Podrás encargarte?
Seyfarth se tomó su tiempo para estudiar la imagen.
—No me gusta la pinta que tiene —dijo—. Toda esa ornamentación gótica… parece un trozo de la
Lady Morwenna
volando por el espacio.
—Más apropiado aún, si cabe.
—Mantengo mis objeciones.
—Tendrás que aguantarte. No hay dos naves ultras iguales y las hemos visto aún más raras. De todas formas, el enganche puede acomodarse a cualquier perfil del casco dentro de lo razonable. No supone ningún problema, en realidad lo que importa es lo que está en el interior.
—¿Has logrado introducir a un espía a bordo?
—No —dijo Quaiche—. No ha habido tiempo, pero no importa. Más o menos han aceptado un pequeño grupo de observadores adventistas. Con eso nos basta.
—¿Y el estado de los motores?
—Nada que deba preocuparnos. Hemos observado su acercamiento y todo parecía limpio y estable.
Seyfarth seguía estudiando la foto, mostrando a través de sus labios ese desdén que Quaiche conocía tan bien.
—¿De dónde ha salido?
—De cualquier parte, no la vimos hasta que estaba muy cerca, ¿por qué?
—Hay algo en esta nave que no me gusta.
—Dirías lo mismo de cualquier nave. Eres un pesimista nato, Seyfarth, por eso eres tan bueno en tu trabajo. Pero el trato está cerrado. Ya he seleccionado a esta nave.
—No se puede uno fiar de los ultras —dijo—. Ahora menos que nunca. Están tan asustados como todo el mundo. —Golpeó la foto, arrugándola—. ¿Qué es exactamente lo que quieren, Quaiche? ¿Te lo has preguntado?
—Lo que les ofrezco.
—Que es…
—Incentivos favorables en el comercio, primera opción sobre las reliquias, ese tipo de cosas. Y… —dejó la frase inacabada.
—¿Y qué más?
—Están muy interesados en Haldora —dijo Quaiche—. Quieren realizar unos estudios.
Seyfarth lo observó inescrutablemente. Quaiche sintió como si lo pelara como a una fruta.
—Siempre se lo has negado a todo el mundo hasta ahora —dijo Seyfarth—, ¿por qué ese cambio de opinión?
—Porque —dijo Quaiche— ahora ya no importa. Las desapariciones se acercan a su conclusión de todas formas. La palabra de Dios está a punto de ser revelada, les guste o no.
—Hay algo más que eso. —Distraídamente, Seyfarth pasó su guante rojo por las suaves plumas rosa de su casco—. Ya no te importa, ¿verdad? Ahora que tu triunfo está al alcance de la mano.
—Te equivocas —dijo Quaiche—. Me importa más que nunca, pero al fin y al cabo puede que sea el deseo de Dios. Los ultras quizás incluso aceleren el fin de las desapariciones con su intervención.
—¿La palabra de Dios revelada la víspera de tu victoria?
¿Es eso lo que esperas?
—Si así es como está escrito que sea —dijo Quaiche con un suspiro de fatalidad—, entonces, ¿quién soy yo para impedirlo?
Seyfarth le devolvió la foto a Quaiche. Caminó por la buhardilla, repartiendo y arrastrando su silueta por los espejos. Su armadura crujía a cada paso, su puño enguantado se abría y cerraba con un ritmo neurótico.
—La avanzadilla, ¿cuántos delegados tendrá?
—Han aceptado veinte. Me parece desaconsejable intentar aumentarlo, ¿te las arreglarás con veinte?
—Treinta hubiera sido mejor.
—Treinta empiezan a parecerse demasiado a un ejército. De cualquier forma, esos veinte estarán allí solo para asegurarse de que la nave verdaderamente merece la pena ser tomada. Una vez hayan empezado a suavizarse las cosas, podrás enviar tantos guardias de la catedral como puedas.
—Necesitaré autorización para usar las armas que estime necesarias.
—No quiero que vayas asesinando a gente, capitán —dijo Quaiche, elevando un dedo amenazante—. Sí, puede encargarse de una resistencia razonable, pero eso no significa convertir la nave en un baño de sangre. Pacifica los elementos de seguridad por todos los medios, pero insiste en que únicamente queremos el préstamo de la nave, no robarla. Una vez hayamos acabado con el trabajo, se la devolveremos con nuestra gratitud. No hace falta que añada que necesito que me entregues la nave de una sola pieza.
—Únicamente he pedido permiso para usar las armas.
—Utiliza lo que creas conveniente, capitán, siempre que logres pasarlas de contrabando. Los ultras buscarán lo normal: bombas, cuchillos y pistolas. Incluso si tuviéramos acceso a la antimateria, sería difícil superar el control.
—Ya he tomado las medidas necesarias —dijo Seyfarth.
—Estoy seguro de ello, pero por favor, demuestra un ápice de moderación, ¿de acuerdo?
—¿Y tú asesora mágica? —preguntó Seyfarth—. ¿Qué opina ella de este asunto?
—Ha concluido que no había nada de qué preocuparnos —dijo Quaiche.
Seyfarth se giró y se colocó el casco. La pluma rosa cayó sobre su visera negra, dándole un aspecto a la vez cómico y temible, que era precisamente el efecto deseado.
—Entonces me pondré manos a la obra.
Nostalgia por el Infinito
, enjambre de estacionamiento, 107 Piscium, 2727
Una hora después hubo una transmisión oficial de la Torre del Reloj de la
Lady Morwenna
. Los términos habían sido aceptados por parte de los adventistas. Sujeta al establecimiento de un grupo de veinte observadores clericales a bordo de la
Nostalgia por el Infinito
, la abrazadora lumínica era libre de acercarse al espacio cercano de Hela y comenzar su ronda de defensa. Una vez los observadores hubiesen subido a bordo e inspeccionado las armas, la tripulación tendría permiso para realizar un estudio físico limitado del fenómeno de Haldora.
La respuesta fue enviada a los treinta minutos. Los términos habían sido aceptados por la
Nostalgia por el Infinito
y la delegación adventista sería bienvenida a bordo mientras la nave efectuaba su acercamiento en espiral a la órbita de Hela. Al mismo tiempo, una delegación ultra aterrizaría en lanzadera en la
Lady Morwenna
.