El Desfiladero de la Absolucion (46 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
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—¿Vas a alargarlo mucho tiempo?

Grelier suspiró y comenzó a guardar el equipo al botiquín.

—Había una familia de las tierras baldías de Vigrid —dijo—. Viajaban para encontrarse con la caravana con sus dos hijos, un chico y una niña más pequeña.

—Fascinante, seguro.

—El hijo estaba buscando trabajo en el Camino. Estuve presente en la entrevista, como tengo permitido, por pura curiosidad, en realidad. No es que tuviera interés en su caso en particular, pero nunca se sabe cuándo puede surgir alguien interesante. —Grelier cerró de golpe el botiquín—. El chico tenía aspiraciones de trabajar en algún departamento técnico de mantenimiento o planificación estratégica del Camino o algo así. En aquel momento, sin embargo, el camino tenía todos los chupatintas que necesitaba. Los únicos puestos libres eran, cómo diríamos, ¿en la avanzadilla?

—A buen hambre no hay pan duro —dijo Quaiche.

—Exacto. Pero en esta ocasión el agente de contratación decidió no revelar abierta y honestamente la información relevante. Le dijo al chico que no tendría problema para encontrarle un trabajo seguro y bien pagado en la oficina técnica y debido a que el trabajo sería estrictamente analítico y requería una mente despejada y una cabeza fría, no incluiría en absoluto una iniciación vírica.

—Si le hubiera dicho la verdad habría perdido al candidato.

—Casi con toda seguridad. Era un tipo inteligente, sin duda. Un desperdicio, en realidad, destinarlo directamente a colocar mechas o algo con la misma corta esperanza de vida. Y debido a que la familia era secular (la mayoría están allá arriba, en las tierras baldías), decididamente no quería tu sangre en sus venas.

—No es mi sangre, es un virus.

Grelier hizo un gesto con el dedo, callando a su superior.

—La cuestión es que el agente de contratación tenía sus buenas razones para mentirle y era solo una mentira piadosa, en realidad. Todo el mundo sabe que esos trabajos de oficina escasean. Francamente, creo que incluso ese chico lo sabía, pero su familia necesitaba el dinero.

—Estoy seguro, Grelier, de que esto nos lleva a algún sitio.

—Apenas recuerdo qué aspecto tenía el chico, pero la niña… la veo ahora mismo, clara como el día, viendo a través de todos como si fuésemos de cristal. Tenía los ojos más asombrosos que he visto, de un marrón dorado con pequeños puntos de luz.

—¿Qué edad podía tener, Grelier?

—Ocho o nueve, supongo.

—Me das asco.

—No es eso —dijo Grelier—. Todo el mundo lo notó, incluso el agente de contratación. La niña no dejaba de decirles a sus padres que mentía. Estaba segura de ello. Estaba obviamente ofendida. Era como si todo el mundo en aquella habitación estuviese jugando a un juego del que no le habían dicho nada a ella.

—Los niños se comportan de forma caprichosa en ambientes adultos. Fue un error dejar que se quedase.

—No estaba siendo caprichosa en absoluto —dijo Grelier—. En mi opinión, actuaba de forma bastante racional. Eran los adultos los que no lo hacían. Todos sabían que el agente mentía, pero ella era la única que lo reconocía.

—Quizás oyó por casualidad algún reproche antes de la entrevista acerca de que los agentes de contratación siempre mienten.

—Puede que sí, pero incluso en ese caso creo que fue un poco más allá. Creo que simplemente sabía que el agente estaba mintiendo con solo mirarle a la cara. Hay gente que tiene esa habilidad innata. Serán uno entre mil o incluso menos los que lo tengan al nivel de esa niña.

—¿Lee la mente?

—No. Simplemente tiene una percepción profunda de la información subliminal disponible. La expresión facial, básicamente. Los músculos de la cara pueden crear cuarenta y tres movimientos diferentes, que nos permiten decenas de miles de combinaciones.

Grelier había hecho sus deberes, pensó Quaiche. Esta pequeña disertación estaba obviamente planeada desde el principio.

—Muchas de esas expresiones son involuntarias —continuó—. A menos que se esté muy bien entrenado, uno simplemente no puede mentir sin revelarlo a través de la expresión. La mayoría del tiempo, por supuesto, no tiene importancia. La gente que nos rodea no se da cuenta porque están ciegos ante esas microexpresiones. Pero imagínate si tuvieras esa habilidad. No solo los medios para interpretar a la gente que te rodea sin que ellos sepan siquiera que los estás analizando, sino el autocontrol para bloquear tus propias señales involuntarias.


Mmm
… —Quaiche se estaba imaginando hacia dónde iba la conversación—. No serviría de mucho con alguien como Heckel, pero con un negociador de base… o algo con cara… sería diferente. ¿Crees que me puedes enseñar a hacer eso?

—Puedo hacer algo mucho mejor —dijo Grelier—. Te puedo traer a la chica y que sea ella misma la que te enseñe.

Durante un momento Quaiche se quedó mirando la imagen de Haldora, fascinado por el retorcido filamento de un rayo en la región polar meridional.

—Para eso tendrás que traerla primero —dijo—. No será fácil si no puedes mentirle en nada.

—No es tan difícil como crees. Es como la antimateria: tan solo es cuestión de manejarla con las herramientas adecuadas. Te he contado que algo refrescó mi memoria hace unos días. Fue el nombre de la chica: Rashmika Els. La mencionaban en el boletín general de noticias de las tierras baldías de Vigrid. Había una foto. Tiene unos ocho o nueve años más que cuando la vi por última vez, obviamente, pero estoy seguro de que era ella. Esos ojos no se olvidan fácilmente. Se ha escapado y la policía la está buscando.

—No nos sirve entonces. Grelier sonrió.

—Pero yo sí la he encontrado. Está en una caravana, aunque no me he presentado a la señorita Els. No quisiera asustarla, y menos cuando nos puede resultar tan útil. Está decidida a averiguar qué le pasó a su hermano, pero incluso ella desconfía de acercarse demasiado al Camino.


Mmm
… —Por un instante, la bella conjunción de eventos provocó una sonrisa en Quaiche—. ¿Y qué le pasó exactamente a su hermano?

—Murió realizando trabajos de despeje del Camino —dijo Grelier—, aplastado bajo la
Lady Morwenna
.

21

Ararat, 2675

Skade yacía medio enterrada en el hielo y en la capa negra de maquinaria inhibidora. Seguía viva, tal y como quedó patente al pasar trabajosamente a través de la estrecha y retorcida brecha en el mamparo. Desde el sillón de mando en el que estaba tumbada, la cabeza de Skade se inclinaba ligeramente hacia ellos, apenas con un reflejo de interés cruzando la tranquila compostura de su rostro. Sus dedos, enfundados en un guante blanco, se movían por un holoteclado colocado en su regazo, convirtiéndose en un remolino blanco con las salvas de la música.

La música se detuvo cuando apartó la mano del teclado.

—Empezaba a preguntarme qué os habría entretenido.

—He venido a por mi hija, puta —dijo Khouri. Skade no parecía haberla oído.

—¿Qué ha pasado, Clavain?

—Un pequeño contratiempo.

—¿Los lobos atacaron tu mano? ¡Qué mala suerte! Clavain le enseñó el cuchillo.

—Hice lo que tenía que hacer. ¿Reconoces esto, Skade? Hoy no ha sido la primera vez que me ha salvado la vida. Lo usé para cortar la membrana alrededor del cometa cuando tú y yo tuvimos aquel pequeño desacuerdo acerca de la política de futuro del Nido Madre. Estoy seguro de que lo recuerdas, ¿verdad?

—Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que vi ese cuchillo. Aún tenía mi antiguo cuerpo por entonces.

—Siento lo que pasó, pero solo hice lo que tenía que hacer. Si volviera a estar allí, haría exactamente lo mismo.

—No lo dudo ni por un instante, Clavain. No importa lo que diga la gente, tú siempre has sido un hombre de convicciones.

—Hemos venido a por la niña —dijo él.

Le dirigió a Khouri un ligero movimiento de cabeza.

—Ya me he enterado.

—¿Nos la vas a entregar o esto va a ponerse tedioso y sucio?

—¿Cómo lo prefieres, Clavain?

—Escúchame, Skade, se ha terminado. Lo que pasó entre nosotros, todo el daño que nos hicimos, las lealtades que tuviésemos, nada de eso importa ya.

—Eso es exactamente lo que le dije a Remontoire.

—Pero sabemos que negociaste —dijo Clavain—. Así que llevémoslo al límite. Unamos nuestras fuerzas de nuevo. Devuélvenos a Aura y compartiremos todo lo que nos diga. Será mejor para todos a largo plazo.

—¿A mí qué me importa el largo plazo, Clavain? No volveré a ver el exterior de esta nave.

—Si estás herida podemos ayudarte.

—La verdad es que no lo creo.

—Dame a Aura —pidió Khouri.

Escorpio se acercó y echó un buen vistazo a la combinada herida. Llevaba una armadura de color muy pálido, casi blanco. Probablemente una armadura de camaleoflaje: el tegumento exterior se había vuelto del color del hielo que se había condensado o irrumpido en la cabina antes de que fallaran las luces. El traje imitaba a las armaduras medievales, con placas abombadas deslizantes para cubrir las articulaciones y una placa pectoral exageradamente grande. Tenía una ajustada y femenina cintura sobre un faldón. Escorpio no podía ver el resto del cuerpo de cintura para abajo. Desaparecía en el hielo que mantenía a Skade sujeta casi como a una muñeca en venta. A su alrededor, como pequeños agregados negros, había montoncitos como verrugas de maquinaria inhibidora. Pero ninguno tocaba a Skade ni parecían activos por ahora.

—Te devuelvo a Aura —dijo— por un precio razonable.

—No vamos a pagar por ella —dijo Clavain. Su voz sonaba débil y ronca, desprovista de fuerza.

—Tú eres el que ha mencionado las negociaciones —dijo Skade—. ¿O estabas pensando más bien en amenazas?

—¿Dónde está?

Skade movió uno de sus brazos. La armadura crujía conforme cedía, desplazando cortinas de escarcha. Dio unos golpecitos en la dura chapa que cubría su abdomen.

—Está aquí dentro de mí. La estoy manteniendo con vida. Clavain lanzó una mirada a Khouri, comunicándole con los ojos su reconocimiento de que todo lo que había dicho había resultado verdad.

—Bien —dijo, devolviendo su atención hacia Skade—, te damos las gracias por ello. Ahora su madre necesita que se la devuelvas.

—Como si a ti te importase su madre —dijo Skade, burlándose de él con una sonrisa enemiga—. Como si de verdad te importase el destino de esta niña.

—He venido hasta aquí por esa niña.

—Has venido hasta aquí por un recurso —lo corrigió Skade.

—Y supongo que la niña significa mucho más para ti que simplemente eso.

—Ya basta —interrumpió Escorpio—. No tenemos tiempo para esto. Hemos venido a por la hija de Khouri. Que se jodan las razones, simplemente entréganosla.

—¿Que os la entregue? —Ahora Skade se reía del cerdo—.

¿De verdad te creías que iba a ser tan sencillo? La niña está dentro de mí, en mi útero. Esta cosa está unida a mi sistema circulatorio.

—Esta niña —insistió Khouri—. Aura no es una cosa, pedazo de mierda sin corazón.

—Tampoco es humana —dijo Skade—, por mucho que tú lo creas. —Su cabeza se giró hacia Clavain—. Sí, Delmar me cultivó otro cuerpo, como siempre había pretendido. Soy toda de carne del cuello para abajo, incluso el útero es más órgano que máquina. Asúmelo, Nevil: estoy más viva que tú, ahora que has perdido esa mano.

—Siempre has sido una máquina, Skade, simplemente no te habías dado cuenta.

—Si lo que quieres decir es que siempre he llevado a cabo mi deber, entonces lo acepto. Las máquinas tienen cierta dignidad: no son capaces de confabular o ser desleales. No son capaces de cometer traición.

—No he venido hasta aquí para recibir lecciones de ética.

—¿No tienes curiosidad por saber qué le pasó a mi nave?

¿No te gusta mi fabuloso palacio de hielo? —Hizo un gesto grandilocuente, como si esperase algún comentario acerca de la decoración—. Lo he hecho especialmente para ti.

—En realidad, creo que se ha estropeado tu motor crioaritmético —dijo Clavain.

—Adelante, desprecia mis esfuerzos —dijo Skade haciendo pucheros.

—¿Qué pasó? —preguntó Escorpio en voz baja.

—No lo vas a entender —dijo Skade tras un suspiro—. Las mentes más brillantes del Nido Madre apenas captaron los principios subyacentes y tú no tienes ni siquiera la inteligencia de un humano de base. No eres más que un cerdo.

—Te agradecería que no me llamases eso.

—¿O qué harás? No puedes hacerme daño, no mientras lleve a Aura dentro. Si yo muero, ella muere, es así de simple.

—Buen sistema para un rehén —dijo Clavain.

—Nadie dijo que fuera sencillo. Nuestros sistemas inmunes han necesitado muchos reajustes para dejar de rechazarnos mutuamente. —Los ojos de Skade volaron hacia Khouri—. Ni se te ocurra volver a ponerla en tu útero ahora, me temo que vosotras dos ya no sois ni remotamente compatibles.

Khouri empezó a decir algo, pero Clavain levantó rápidamente su mano buena, interrumpiéndola.

—Entonces estás dispuesta a negociar —dijo—, si no, no la habrías prevenido acerca de la compatibilidad.

La atención de Skade siguió centrada en Khouri.

—Puedes salir de aquí con Aura, si es que aún funciona el equipo médico de la nave. Puedo guiarte en la cesárea, aunque estoy segura de que sabrás improvisar. Después de todo no estamos hablando de neurocirugía. —Miró a Clavain—. Habrás traído una unidad de soporte vital, ¿no?

—Por supuesto.

—Entonces todo arreglado. Aún tengo conexiones neurales con la mente de Aura. Le puedo inducir un coma temporal hasta que haya terminado la cirugía.

—He encontrado un equipo quirúrgico —dijo Jaccottet, empujando una pesada caja negra por el destrozado suelo. Un caduceo en bajorrelieve sobresalía de su superficie, ribeteado de escarcha—. Incluso si no funciona, probablemente tengamos todas las herramientas que necesitemos en nuestro propio botiquín de emergencias.

—Ábrelo —dijo Clavain. Su voz sonaba vacía, como si supiera algo que a los demás se les escapaba.

La caja se abrió de golpe, haciendo silbar los sellos y desplegándose en numerosas bandejas ingeniosamente empaquetadas. Los instrumentos quirúrgicos hechos de metal blanco mate aguardaban en pulcros separadores acolchados. Los instrumentos, con numerosos agujeros para los dedos y mecanismos de precisión, hicieron pensar a Escorpio en una extraña cubertería alienígena. Todos estaban hechos de materias simples, diseñadas para ser usadas en el campo de batalla, donde la nanomaquinaria sin escrúpulos podía corromper los instrumentos más sofisticados y sutiles.

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