El Desfiladero de la Absolucion (92 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
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—Como dice Aura, ya no pueden vivir allí más. Quieren salir. Quieren dar el salto a esta membrana, pero necesitan la ayuda de alguien de este lado para hacerlo.

—¿Así, sin más? ¿Habrá alguna ventaja para nosotros?

—Aura siempre ha hablado de negociaciones. Creo que se refiere a que las sombras pueden ayudarnos con nuestros propios problemas.

—Siempre y cuando las dejemos pasar a este lado —dijo Escorpio.

—Esa es la idea.

—¿Sabes una cosa? —dijo mientras el técnico comenzó a intubarle—. Creo que voy a tener que consultarlo con la almohada.

—¿Qué tienes en la mano? —preguntó Khouri.

Abrió el puño y le mostró el fragmento de concha que Remontoire le había dado.

—Es para darme suerte —dijo.

38

Hela, 2727

Rashmika iba de camino a la Torre del Reloj cuando Grelier surgió de las sombras entre dos columnas. Se preguntaba cuánto tiempo llevaba allí escondido, esperando la remota posibilidad de que eligiese precisamente esa ruta desde su cuarto.

—Inspector general —dijo.

—Quisiera tener unas palabritas con usted, si no es mucho pedir.

—Voy de camino a la buhardilla. El deán tiene que entrevistar a una nueva delegación de ultras.

—No le robaré mucho tiempo. Entiendo lo útil que se ha vuelto para él.

Rashmika se encogió de hombros. Obviamente no iría a ninguna parte hasta que Grelier hablara con ella.

—¿De qué se trata?

—Nada importante —dijo—, solo una pequeña anomalía en sus análisis. Creí que debía comentárselo.

—Coméntemelo entonces —replicó ella.

—Aquí no, si no le importa. Las paredes tienen oídos.

Miró a su alrededor. No había nadie a la vista. Ahora que lo pensaba, casi nunca había nadie a la vista cuando aparecía el inspector general. Provocaba que los testigos se fundiesen con la arquitectura, especialmente cuando hacía sus rondas con el maletín médico y su arsenal de jeringas cargadas. Hoy, lo único que llevaba era su bastón, cuya cabeza golpeaba contra su barbilla mientras hablaba.

—Creí que me había dicho que era solo un momento.

—Y lo será. Está de camino. Pararemos en la oficina de transfusiones y luego podrá continuar con sus deberes.

La acompañó hasta el ascensor más cercano, cerró la reja y puso la cabina en marcha. Fuera era de día. La luz teñida de las vidrieras arrojaba colores sobre su cara conforme subían.

—¿Esta disfrutando de su trabajo aquí, señorita Els?

—Es trabajo —dijo.

—No suena especialmente entusiasta. Me sorprende, la verdad, teniendo en cuenta que podía haber terminado en el peligroso trabajo de la cuadrilla de despeje. ¿No cree que ha caído de pie?

¿Qué podía contestarle? ¿Que estaba muerta de miedo por culpa de las voces que había empezado a oír? No, eso no era necesario. Ya tenía suficientes miedos racionales a los que ceñirse para andar invocando a las sombras.

—Estamos a setenta y cinco kilómetros del desfiladero de la absolución, inspector general —dijo—. En menos de tres días esta catedral va a cruzar ese puente. —Imitó su tono de voz—. Francamente, hay otros muchos lugares en los que preferiría estar.

—¿Le asusta?

—No me diga que usted está encantado con la idea.

—El deán sabe lo que se hace.

—¿Está seguro?

Luces verdes y rosas se perseguían por su cara.

—Sí —contestó.

—No lo cree —dijo ella—. Tiene tanto miedo como yo, ¿verdad? Usted es un hombre racional, inspector general. Usted no tiene su sangre en las venas. Sabe que el puente no soportará esta catedral.

—Hay una primera vez para todo —dijo él. Consciente de recibir toda la atención de Rashmika, se estaba esforzando tanto por controlar sus expresiones que un músculo de su sien había empezado a temblar.

—El deán alberga deseos de muerte —dijo Rashmika—. Sabe que las desapariciones están llegando a su punto culminante y quiere que la ocasión sea sonada. ¿Qué mejor forma que haciendo añicos la catedral y convertirse así en un santo mártir de paso? Ahora es el deán, ¿pero quién dice que no tenga puestas sus miras en la santidad?

—Olvida algo —dijo Grelier—. Tiene planes para después de cruzar el puente. Quiere la protección a largo plazo de los ultras. Ese no es el deseo de un hombre que planea suicidarse dentro de tres días. ¿Qué otra explicación tendría?

A no ser que estuviese interpretándolo mal, Grelier sabía realmente lo que Quaiche tenía en mente.

—He visto algo extraño cuando venía hacia aquí —dijo Rashmika.

Grelier se atusó el pelo. Su corte a cepillo blanco, habitualmente impecable, mostraba signos de agotamiento.
Le está afectando
, pensó Rashmika. Estaba tan asustado como los demás, pero él no podía dejar que se notara.

—¿Ha visto algo? —repitió Grelier.

—Casi al final del viaje en la caravana —dijo—, después de cruzar el puente y cuando nos dirigíamos a reunimos con las catedrales, nos cruzamos con una cuadrilla enorme de máquinas que iban hacia el norte. Era un equipo de excavación, del tipo que se usa para poner al descubierto los grandes yacimientos de scuttlers. Sea lo que fuere, iba de camino a algún sitio.

Los ojos de Grelier se entrecerraron.

—No hay nada extraño en eso. Iban a arreglar un problema en el Camino Permanente antes de que la catedral llegue allí.

—No iban en la dirección correcta para eso —dijo Rashmika—. Y el cuestor tampoco quería hablar de lo que estuvieran haciendo. Era como si hubiera recibido instrucciones para fingir que no existían.

—Eso no tiene nada que ver con el deán.

—Pero algo de tal escala sería difícil de llevar a cabo sin que él lo supiera —dijo Rashmika—. De hecho, probablemente lo haya autorizado él mismo. ¿Qué opina? ¿Es una nueva excavación scuttler de la que no quiere hablar a nadie? ¿Han encontrado algo que no pueden dejar en manos de los habituales mineros de los asentamientos?

—No tengo ni idea. —El temblor en su sien era ya incontrolable—. No tengo ni idea, y tampoco me interesa. Mi responsabilidad se centra en la Oficina de Transfusiones y en la salud del deán. Eso es todo. Ya tengo bastante con eso como para preocuparme por conspiraciones interecuménicas.

La cabina dio un salto y se detuvo. Grelier se encogió de hombros con evidente alivio.

—Bueno, ya estamos aquí, señorita Els. Y ahora, si no le importa, es mi turno para hacer preguntas.

—Me dijo que solo sería un momento. Él sonrió.

—Bueno, puede que eso haya sido una mentirijilla.

Le pidió que se sentara y le mostró los resultados de su análisis de sangre, que habían sido comparados con otra muestra que no se dignó a identificar.

—Estaba interesado en su don —dijo Grelier, apoyando su barbilla en la cabeza de su bastón, mirándola con los párpados caídos y con grandes ojeras—. Quería saber si había algún componente genético. ¿Le parece razonable? Al fin y al cabo, soy un hombre de ciencia.

—Si usted lo dice —replicó Rashmika.

—El problema es que me encontré con un escollo incluso antes de empezar a buscar cualquier peculiaridad. —Afectuosamente, acarició su equipo médico apoyado en un banco—. La sangre es lo mío —dijo—. Siempre lo ha sido, y siempre lo será. Genética, clonación, nombre lo que quiera, pero todo se reduce al final a la misma sangre de toda la vida. Sueño con ella. Torrenciales ríos de hemorragias. No soy lo que llamarían un hombre aprensivo.

—Nunca lo hubiera dicho.

—La cuestión es que me enorgullezco de entender la sangre. Todo el mundo que se acerca a mí me proporciona una muestra tarde o temprano. Los archivos de la
Lady Morwenna
contienen un amplio retrato de la composición genética de este mundo y su evolución en el último siglo. Le sorprendería saber lo característico que resulta, Rashmika. No nos establecimos aquí poco a poco durante muchos cientos de siglos. Casi todo el mundo que vive ahora en Hela desciende de los colonos de un puñado de naves, remontándonos a la
Ascensión Gnóstica
, todas de puntos diferentes, y todos esos mundos tienen un perfil genético característico. Los recién llegados, los peregrinos, los refugiados, los oportunistas, no influyen demasiado en el conjunto genético, aunque por supuesto, su sangre también es analizada y etiquetada cuando entran. —Tomó un vial del maletín y lo agitó, inspeccionando la espuma color frambuesa de su interior—. Todo esto significa que, a menos que alguien acabe de llegar a Hela, puedo predecir con gran precisión cómo será su sangre. Con mayor precisión si sé dónde vive, para que pueda tener en cuenta el factor de entrecruzamiento. La región de Vigrid es una de mis especialidades, de hecho. La he estudiado en profundidad. —Dio un golpecito con el vial contra la pantalla con la muestra sin identificar—. Por ejemplo, este tipo. Un clásico de Vigrid. No podría confundirla con la sangre de ningún otro lugar de Hela. Es tan típico que casi asusta.

Rashmika tragó saliva antes de hablar.

—Esa sangre es de Harbin, ¿verdad?

—Eso es lo que dicen los archivos.

—¿Dónde está? ¿Qué le ha pasado?

—¿A este hombre? —Grelier hizo un gesto exagerado como si se esforzara por leer la letra pequeña al final de la pantalla—. Pues parece que murió durante unos trabajos de despeje, ¿por qué? ¿No querrá hacerme creer que era su hermano?

Todavía no sentía nada. Era como caer desde un acantilado. Por un instante su trayectoria siguió con normalidad, como si no le hubiesen arrebatado el mundo bajo sus pies.

—Sabe perfectamente que era mi hermano —dijo—. Nos vio juntos. Estaba allí cuando entrevistaron a Harbin.

—Sí, estaba en la entrevista de alguien —dijo Grelier—, pero no creo que fuese su hermano.

—Eso no es verdad.

—En el sentido estricto de la genética, me temo que sí. —Señaló la pantalla inclinando la cabeza, invitándola a sacar sus propias conclusiones—. No guarda más relación con él que conmigo. No era tu hermano, Rashmika. Nunca fuiste su hermana.

—Entonces uno de los dos era adoptado —dijo.

—Bueno, es curioso que menciones eso, porque a mí también se me ha pasado por la cabeza. Y creo que la única forma de llegar al fondo de este asunto es ir allí en persona y husmear un poco. Así que me voy a las tierras baldías. No estaré fuera de la catedral más de un día. ¿Algún mensaje que quieras que transmita mientras estoy allí?

—No les haga daño. Haga lo que haga, no les haga daño.

—Yo no he dicho que fuera a lastimar a nadie. Pero ya sabes lo que pasa con esas comunidades alejadas. Son muy seculares, muy cerradas, muy recelosas acerca de las interferencias de las iglesias.

—Si les hace daño a mis padres —dijo—, me las pagará. Grelier devolvió el vial al maletín y cerró la tapa de un golpe.

—No, no lo creo, porque me necesitas de tu parte. El deán es un hombre peligroso y muy preocupado por sus negociaciones. Si por un momento pensara que no eres lo que decías ser, que podrías haber comprometido de alguna forma sus negociaciones con los ultras… bueno, no me gustaría predecir lo que haría. —Hizo una pausa, suspiró como si se hubiese levantado con mal pie y retrocediera hasta el principio de la conversación para arreglar las cosas—. Mira, este es un problema tan mío como tuyo. No creo que seas todo lo que dices ser. Tu sangre parece sospechosamente extranjera. No parece que hayas tenido ningún antepasado nacido en Hela. Ahora bien, puede que haya una explicación perfectamente creíble para esto, pero hasta que se demuestre lo contrario, debo asumir lo peor.

—¿Que es?

—Que no eres exactamente quien o lo que dices ser.

—¿Y por qué sería eso un problema, inspector general? —Ahora estaba llorando. La verdad sobre la muerte de Harbin la había golpeado con tanta fuerza como siempre se había temido.

—Porque —dijo, gruñendo su respuesta—, yo te he traído aquí. Fue mi idea brillante traerte frente al deán y ahora me pregunto qué demonios he traído. También supongo que yo tendría tantos problemas como tú, si lo averigua.

—Nunca le haría daño —dijo Rashmika—, le necesita para que lo mantenga con vida.

Grelier se levantó.

—Bueno, esperemos que sea así, ¿de acuerdo? Porque hace tan solo unos minutos intentabas convencerme de que el deán tenía deseos de muerte. Ahora sécate los ojos.

Rashmika subió al ascensor sola, ascendiendo por estratos de luz filtrada por las vidrieras de colores. Lloraba, y cuanto más se esforzaba en parar, más lágrimas brotaban. Quería pensar que era por la noticia que acababan de darle sobre Harbin. Llorar era la respuesta más decente, humana y normal de una hermana. Pero una parte de ella sabía que la verdadera razón de su llanto era por lo que había descubierto de ella misma. Podía sentir que capas de sí misma se iban desprendiendo como costras secas, revelando la cruda realidad de lo que era, lo que siempre había sido. Las sombras tenían razón, de eso no albergaba ya ninguna duda. Tampoco había ninguna razón para que Grelier mintiese acerca de su sangre. Él estaba tan alterado por el resultado como ella. Lo sentía mucho por Harbin; pero no tanto como lo sentía por Rashmika Els.

¿Qué significaba todo esto? Las sombras habían hablado de máquinas en su cabeza; Grelier creía que era poco probable que hubiese nacido en Hela, pero sus recuerdos le decían que había nacido en una familia en las tierras baldías de Vigrid, que era la hermana de alguien llamado Harbin. Revisó su pasado, examinándolo con el ojo rapaz de alguien que inspecciona una supuesta falsificación, atenta a cada detalle. Todo lo que recordaba tenía el inconfundible aspecto de las experiencias vividas. No era que simplemente viera su pasado en su cabeza: lo oía, lo olía y lo sentía con la contundente y la tangible inmediatez de la realidad.

Hasta que siguió buscando más atrás. Nueve años, le habían dicho las sombras. Y entonces las cosas empezaron a verse con menos seguridad. Tenía recuerdos de sus primeros ocho años en Hela, pero parecían inconexos, como una secuencia de fotografías anónimas. Podrían ser sus recuerdos, pero igualmente podrían ser los de cualquier otra persona.

Pero quizás, pensó Rashmika, así era como se recordaba siempre la infancia desde la perspectiva de la edad adulta: un puñado de momentos descoloridos por el tiempo, tan finos y traslúcidos como las vidrieras. Rashmika Els. Puede que este ni siquiera fuese su verdadero nombre.

El deán la esperaba en su buhardilla con la nueva delegación de ultras, con sus gafas de sol cubriendo el aparato de sus ojos. Cuando Rashmika llegó, el aire tenía una especial quietud, como si no hubiera hablado nadie en varios minutos. Observó los repartidos fragmentos de sí misma merodeando por la confusión de espejos, intentando reagrupar la expresión de su propia cara, ansiosa por comprobar que no hubiera rastro de la desagradable conversación que acababa de mantener con el inspector general de Salud.

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