Se preguntaba cuántos mantendrían la fe sabiendo eso. Y es que, si había algo milagroso en Haldora, ¿por qué el Creador se habría descuidado en doce minutos de cuarenta horas cuando organizó la rotación diurna de Hela? Era una omisión flagrante, un signo de dejadez cósmica. No, se corrigió a sí mismo, era un signo de ignorancia cósmica.
El universo no sabía lo que estaba pasando aquí. No lo sabía, ni tampoco le importaba. Ni siquiera sabía que no lo supiera. Pensó que si había un Dios, entonces no habría lobos. No formaban parte de la concepción del cielo ni del infierno de nadie.
La lanzadera se alejó de la catedral. Podía ver la rugosa y desigual superficie del Camino Permanente extendiéndose delante de la
Lady Morwenna
. Pero no llegaba muy lejos, ya que se encontraba con la oscura y sombría ausencia de la falla de Ginnungagap. Vasko sabía exactamente cómo la llamaban los habitantes de Hela.
El Camino parecía terminar en el borde del desfiladero de la absolución. Al otro lado de la falla, a unos cuarenta kilómetros, continuaba. Parecía que en medio no había nada, solo cuarenta kilómetros de espacio vacío. Hasta que la lanzadera no ascendió un poco más, la luz no incidió con un ángulo específico sobre la absurdamente delicada filigrana del puente, como si acabaran de insuflarle la vida justo en ese momento.
Vasko observó el puente, luego miró de nuevo la catedral. Aún parecía estar inmóvil, pero podía comprobar que los hitos que estaban junto a ella hace unos minutos estaban ya detrás. Se arrastraba a paso de caracol, pero avanzaba de forma inexorable. Y el puente no parecía ni remotamente capaz de llevar a la catedral hasta el otro lado.
Abrió el canal seguro de comunicación con la otra lanzadera mayor que estaba en órbita, la que retransmitiría su señal a la
Nostalgia por el Infinito
que aún les esperaba en el enjambre de estacionamiento.
—Aquí Vasko —dijo—. Hemos contactado con Aura.
—¿Habéis conseguido algo? —preguntó Orca Cruz. Miró a Khouri. Ella asintió pero no dijo nada.
—Tenemos algo —dijo Vasko.
A bordo de la
Nostalgia por el Infinito
, enjambre de estacionamiento, 107 Piscium, 2727
Escorpio recobró la consciencia sabiendo que este sueño había sido incluso más largo que el anterior. Recibía los mensajes químicos de protesta de sus células inundando su sistema conforme eran obligadas a volver de mala gana al trabajo del metabolismo. Estaban retomando sus herramientas como obreros contrariados, dispuestos a soltarlas definitivamente a la menor provocación. Ya las habían maltratado bastante para una vida.
Bienvenidas al club
, pensó Escorpio. No es que la dirección se lo estuviese pasando precisamente bien.
Iba recuperando poco a poco la memoria. Recordaba con bastante claridad el episodio de su despertar en el sistema de Yellowstone. Recordaba haber visto las pruebas del trabajo de los lobos: Yellowstone y sus habitantes habían sido reducidos a ruinas, el sistema había sido completamente arrasado. Recordaba también su papel en la disputa acerca de los evacuados. Había ganado aquella batalla en particular, habían dejado que la lanzadera subiese a bordo; pero parecía que había perdido la guerra. La elección final era suya: o entregaba el mando y se sometía a un puesto pasivo como observador, o volvía a entrar en la arqueta frigorífica. Prácticamente ambas opciones se resumían a lo mismo. Estaría fuera de la escena, dejando el control de la nave a Vasko y sus aliados. Pero al menos, congelado no tendría que quedarse allí viendo cómo lo hacía. Era una pequeña compensación, pero a estas alturas de su vida estas pequeñas compensaciones eran las que de verdad importaban. Y ahora finalmente lo habían despertado. Su posición a bordo estaría tan comprometida como antes, pero al menos contaría con la ventaja de un escenario diferente.
—¿Y bien? —le preguntó a Valensin mientras el doctor le hacía su habitual batería de pruebas—. ¿He vuelto a salirme de las estadísticas?
—Siempre has tenido las mismas probabilidades de sobrevivir, Escorpio, pero eso no significa que seas inmortal. Si entras de nuevo en esa cosa, no saldrás más.
—Dijiste que tenía un diez por ciento de posibilidades de sobrevivir la próxima vez.
—Intentaba animarte.
—¿Es menos que eso? Valensin señaló a la arqueta.
—Si entras en esa caja otra vez, será mejor que la pintemos de negro y le pongamos unas asas.
Pero el verdadero estado de su salud, incluso tras filtrarle la habitual tendencia de Valensin a ver el lado positivo de las cosas, seguía siendo bastante malo. En algunos aspectos era como si no hubiese estado en la arqueta, como si el paso del tiempo hubiera actuado sobre él furtivamente a pesar de los supuestos efectos de estabilización de la criogenia. Su vista y oído se habían degenerado aún más. Apenas podía ver nada en su visión periférica, e incluso mirando directamente las cosas que antes eran nítidas, ahora aparecían granuladas y lechosas. Tenía que pedirle constantemente a Valensin que hablase por encima del zumbido del aire acondicionado de la habitación. Nunca antes había tenido que hacer eso. Cuando pudo andar, se cansaba enseguida, y tenía siempre que buscar un lugar para descansar y recobrar el aliento. Su corazón y su capacidad pulmonar se habían debilitado. El sistema cardiovascular de los cerdos había sido diseñado según intereses comerciales para lograr la máxima facilidad en los transplantes transgénicos. Esos mismos intereses no estaban demasiado preocupados por la longevidad de sus productos. Obsolescencia planificada, lo llamaban.
Tenía cincuenta cuando salieron de Ararat. A todos los efectos seguía teniendo cincuenta. Únicamente había vivido unas semanas adicionales de tiempo subjetivo, pero las transiciones del sueño frigorífico le habían añadido otros siete u ocho años a su reloj, simplemente por la paliza que habían sufrido sus células. Podría haber sido peor si se hubiera quedado despierto, viviendo todos esos años de tiempo en la nave, pero tampoco mucho peor.
Aun así, seguía vivo. Había vivido más años que la mayoría de los cerdos. ¿Qué problema había si estaba llevando hasta el límite la longevidad de un cerdo? Estaba debilitado, pero no se había rendido todavía.
—Bueno, ¿dónde estamos entonces? —le preguntó a Valensin—. Supongo que cerca de 107 Piscium, ¿o es que me has despertado solo para decirme que ha sido muy mala idea despertarme?
—Estamos cerca de 107 Piscium, sí, pero aún tienes que ponerte un poco al día. —Valensin le ayudó a bajarse de la camilla de exploración. Escorpio advirtió que los dos sirvientes se habían roto finalmente y estaban destinados a nuevos usos como percheros a ambos lados de la puerta.
—No me gusta cómo suena eso —dijo Escorpio—. ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿En qué año estamos?
—Dos mil setecientos veintisiete —dijo Valensin—, y no, a mí tampoco me gusta como suena. Otra cosa más, Escorpio.
—¿Sí?
Valensin le dio un fragmento blanco y curvo, como un copo de hielo.
—Lo tenías en la mano cuando te dormimos. Asumí que era algo importante para ti.
Escorpio recuperó el trozo de concha del doctor.
Algo iba mal, algo que nadie le contaba. Escorpio miraba las caras alrededor de la mesa de conferencias, intentando averiguarlo por sí mismo. Allí estaban todos los que esperaba que asistiesen: Cruz, Urton, Vasko, así como un buen número de notables a los que no conocía tan bien. Khouri también estaba allí, pero ahora que la veía, advirtió lo obvio, la evidente ausencia: no había ni rastro de Aura.
—¿Dónde está Aura? —preguntó.
—Está bien, Escorp —dijo Vasko—. Está sana y salva. Lo sé porque acabo de verla.
—Que alguien se lo cuente —dijo Khouri. Parecía mayor que la última vez, pensó Escorpio. Tenía más arrugas en su rostro, más canas en su pelo que ahora llevaba corto, con el flequillo sobre una ceja. Podía ver la forma de su cabeza brillando a través de la piel.
—¿Decirme qué? —preguntó.
—¿Cuánto te ha contado Valensin? —preguntó a su vez Vasko.
—Me ha dicho la fecha y poco más.
—Hemos tenido que tomar algunas decisiones difíciles, Escorp. En tu ausencia lo hemos hecho lo mejor que hemos podido.
En mi ausencia
, pensó Escorpio. Como si él se hubiera marchado, dejándolos tirados en la cuneta cuando más lo necesitaban, haciéndole sentir como si él fuese el culpable, el que hubiese eludido sus responsabilidades.
—Estoy seguro de que os las apañasteis —dijo, pellizcándose el puente de la nariz. Se había despertado con dolor de cabeza y aún seguía doliéndole.
—Llegamos aquí en el 2717 —dijo Vasko—, tras diecinueve años de vuelo desde el sistema Yellowstone.
El pelo de la nuca de Escorpio se erizó.
—Esa no es la fecha que Valensin acaba de decirme.
—Valensin no te ha mentido —dijo Urton—. La fecha del sistema es 2727. Llegamos a los alrededores de Hela hace casi diez años. Te habríamos despertado entonces, pero no era buen momento. Valensin nos dijo que solo tendrías una oportunidad. Si te hubiéramos despertado entonces, ahora estarías muerto o congelado de nuevo con muy pocas probabilidades de resucitar.
—Había que hacerlo así, Escorp —dijo Vasko—. Eres un recurso que no nos podíamos permitir malgastar.
—No te haces una idea de lo bien me siento al oír eso.
—Lo que quiero decir es que tuvimos que pensar muy seriamente cuándo sería el mejor momento para despertarte. Siempre nos habías pedido que esperásemos hasta llegar a Hela.
—Lo hice, ¿verdad que sí?
—Bueno, pues considera esta nuestra llegada oficial. Por lo que respecta a las autoridades del sistema, los adventistas, hemos llegado hace pocas semanas. Nos fuimos y volvimos de nuevo, haciendo un bucle en el espacio interestelar local.
—¿Por qué? —preguntó.
—Por lo que tenía que suceder —dijo Vasko—. Cuando llegamos aquí hace diez años, nos dimos cuenta de que la situación de este sistema era mucho más compleja de lo que habíamos anticipado. Los adventistas controlaban el acceso a Haldora, el planeta que desaparece regularmente. Había que negociar con la Iglesia para acercarse a Hela e incluso así no estaba permitido enviar ninguna sonda cerca del gigante gaseoso.
—Podríais haberos abierto paso con las armas, hacer lo que quisierais por la fuerza.
—¿Y arriesgarnos a provocar un baño de sangre? Hay millones de civiles inocentes en Hela, por no mencionar las decenas de miles de congelados en las naves aparcadas en este sistema. Y tampoco es que supiéramos exactamente lo que estábamos buscando. Si hubiéramos irrumpido con las armas, podríamos haber destruido precisamente lo que necesitábamos, o como poco arriesgarnos a no obtenerlo jamás. Pero si pudiéramos acercarnos a Quaiche, entonces podríamos abordar el problema desde dentro.
—¿Quaiche sigue vivo? —preguntó Escorpio.
—Ahora lo sabemos con seguridad. Khouri y yo lo hemos conocido hoy —dijo Vasko—. Pero es un recluso. Se mantiene vivo mediante dudosas terapias de longevidad. Nunca abandona la
Lady Morwenna
, su catedral. No duerme. Ha alterado su cerebro para no necesitar el sueño. Ni siquiera parpadea, se pasa cada instante de su vida mirando a Haldora, esperando a que sea el planeta el que parpadee.
—Estará loco, entonces.
—En su situación, ¿quién no? Le pasó algo horrible allí abajo que lo empujó hasta el límite de la cordura.
—Tiene un virus doctrinal —dijo Cruz—. Siempre ha estado en su sangre, desde antes de llegar a Hela. Ahora existe toda una industria ahí abajo para fraccionarlo, dividiéndolo en diferentes grados, mezclándolo con otros virus traídos por los evacuados. Dicen que tiene momentos de duda, cuando se da cuenta de que todo lo que ha creado es una farsa; que en el fondo sabe que las desapariciones son un fenómeno racional y no un milagro. Entonces es cuando se inyecta una nueva cepa del virus doctrinal de nuevo en la sangre.
—Parece un hombre difícil de llegar a conocer —observó Escorpio.
—Más difícil de lo que esperábamos —dijo Vasko—. Pero Aura encontró la forma. Este es su plan, Escorp, no el nuestro.
—¿Y el plan era?
—Viajó al planeta hace nueve años —dijo Khouri, mirándolo a los ojos, como si ambos estuviesen solos en la sala—. Tenía ocho años, Escorp. No pude detenerla. Sabía para lo que había sido enviada a este mundo, y era para encontrar a Quaiche.
Escorpio negó con la cabeza.
—No es posible que enviaseis sola a una niña de ocho años ahí abajo. Decidme que no lo hicisteis.
—No tuvimos elección —dijo Khouri—. Confía en mí, soy su madre. Intentar detenerla era como intentar parar a un salmón nadando río arriba. Iba a hacerlo tanto si nos gustaba como si no.
—Encontramos una familia —dijo Vasko—. Buena gente de las tierras baldías de Vigrid. Tenían un hijo, pero perdieron a su única hija en un accidente un par de años antes. No sabían quién o qué era Aura, solo que no tenían que hacer muchas preguntas. También se les pidió que la tratasen exactamente como si siempre hubiese estado con ellos. No les resultó difícil. Le contaban historias de las cosas que había hecho su otra hija cuando era más pequeña. La querían mucho.
—¿Por qué tenían que fingir?
—Porque Aura no recordaba quién era en realidad —dijo Khouri—. Enterró sus propios recuerdos, suprimiéndolos. Es casi una combinada, puede reorganizar su cerebro igual que los demás cambiamos los muebles de sitio. No le resultó nada complicado, una vez tuvo claro que debía ser así.
—¿Por qué? —preguntó Escorpio.
—Para encajar sin que toda su vida se convirtiese en mera actuación. Si ella creía que había nacido en Hela, también lo creería la gente a la que conociese.
—Es horrible.
—¿Y crees que fue más fácil para mí, Escorp? Soy su madre, estaba con ella el día que decidió olvidarme. He entrado en la misma habitación en la que ella estaba y apenas se ha fijado en mí.
Poco a poco se fue enterando del resto de la historia, intentando en la medida de lo posible ignorar la sensación de irrealidad que le invadía. En más de una ocasión, tuvo que examinar lo que le rodeaba para convencerse a sí mismo de que esta no era simplemente otra pesadilla debido a la resucitación. Se sentía estúpido por haber estado dormido durante todas estas maquinaciones. Pero la historia, o al menos lo que le habían contado de ella, no tenía fisuras. También se vio obligado a admitir que era brutalmente inevitable. La
Nostalgia por el Infinito
había tardado décadas en llegar a Hela, más de cuarenta años para viajar desde Ararat pasando por el sistema de Yellowstone. Pero la misión de Aura había empezado mucho antes, cuando estaba incubándose en la matriz de la estrella de neutrones Hades. Teniendo en cuenta todo el tiempo que había dedicado al viaje, nueve años más no eran importantes. Sí, ahora que lo planteaba así, todo tenía un cierto sentido aterrador. Pero únicamente si uno elegía ver el universo a través de los ojos de un cerdo cercano al final de su vida.