—¡Valensin! —gritó—, ¡haz algo!
—Están fuera de control —dijo Valensin pausadamente, como si todo lo que sucediera a continuación estuviese fuera de sus posibilidades.
Vasko hundió el pecho formando un hueco entre su cuerpo y la máquina en un intento por evitar el golpe de un manipulador afilado como una cuchilla. No fue lo suficientemente rápido. Notó un corte en su ropa, un repentino frío que le indicó que había sido herido. Se cayó de espaldas, golpeando la pared, e intentó derribar de una patada la ancha base del sirviente. La máquina se volcó, chocando estrepitosamente contra su compañero. Los batientes miembros se enredaron entre sí, entrechocando cuchillas contra cuchillas. Vasko se llevó la mano al pecho, metiendo los dedos por la rasgada tela. Su mano volvió a salir cubierta de sangre.
—Ve a buscar a Escorpio —le dijo a Valensin.
Pero Escorpio ya estaba de camino. Algo relucía en su mano derecha: un ronroneante borrón de metal, una mancha con forma de cuchillo plateado. Vio a las máquinas, vio a Vasko con sangre entre los dedos. Los sirvientes se habían desenredado solos y el que aún estaba de pie había agarrado la base de la incubadora e intentaba forzarla con sus pinzas. Escorpio gruñó y hundió el cuchillo en la armadura de la máquina. El cuchillo se deslizó por la coraza verdosa como si no existiese. Hubo un chisporroteo de cortocircuitos, un zumbido de mecanismos dañados. El cuchillo aulló y se le escurrió de la mano, cayendo al suelo donde siguió zumbando.
El sirviente estaba inutilizado. Permanecía paralizado en el mismo sitio, con los miembros aún extendidos aunque inmóviles. Escorpio se arrodilló y recuperó el piezocuchillo, detuvo la hoja y lo devolvió a su funda.
Fuera de la lanzadera, la pared de maquinaria inhibidora parecía estar al alcance de la mano. Rayos azul y rosa centelleaban y bailaban entre sus diversos elementos.
—¿Puede alguien explicarme qué acaba de pasar? —espetó Escorpio.
—Aura —dijo Vasko limpiándose la mano ensangrentada en el pantalón—. Aura ha intentado poner a los sirvientes en su contra. —Respiraba con dificultad, exhalando cada palabra entre entrecortadas bocanadas de aire—. Intentaba quitarse la vida. No quiere que los cubos la alcancen estando viva.
Khouri tosió. Sus ojos eran como los de un animal atrapado.
—Mátame, Escorp. No es demasiado tarde. Tienes que hacerlo.
—¿Después de todo lo que hemos sufrido? —dijo.
—Tienes que ir a Hela —dijo—. Encuentra a Quaiche. Negocia con las sombras. Ellas sabrán.
—Joder —dijo Escorpio.
Vasko vio cómo el cerdo volvía a sacar el cuchillo de su funda una vez más. Escorpio se quedó mirando la ahora inmóvil hoja, arqueando el labio con indignación. ¿Iba a usarlo realmente o solo estaba pensando arrojarlo lejos de sí, antes de que las circunstancias volvieran a obligarlo a blandirlo contra alguien que apreciaba?
A pesar de su estado, a pesar de que notaba que se le escapaban las fuerzas, Vasko alargó la mano y agarró la manga del cerdo.
—No —dijo—, no lo hagas. No las mates.
La expresión del cerdo era colérica, pero Vasko lo tenía sujeto. Escorpio no podía activar el cuchillo con una sola mano, su anatomía no se lo permitía.
—Malinin, suéltame ahora.
—Escorp, escúchame. Tiene que haber otra solución. El precio que hemos pagado por ella… no podemos desperdiciarlo ahora, por mucho que ella quiera.
—¿Crees que yo no sé lo que nos ha costado?
Vasko asistió con la cabeza. No tenía ni idea de qué más decir. Sus fuerzas estaban casi agotadas. No creía que le hubieran herido de gravedad, pero la lesión era profunda y estaba terriblemente cansado.
Escorpio intentó luchar con él. Estaban cara a cara. El cerdo tenía la ventaja de su fuerza, de eso estaba seguro Vasko, pero él tenía destreza y equilibrio.
—Suelta el cuchillo, Escorp.
—Te voy a matar, Malinin.
—Esperad —dijo Valensin tímidamente, quitándose las gafas y limpiándolas con su bata—. Los dos, parad. Creo que deberíais mirar fuera.
Aún peleándose por el control del cuchillo, ambos hicieron lo que les sugería. Fuera pasaba algo, algo que en el calor de la pelea habían ignorado por completo. La
Nostalgia por el Infinito
había empezado a contraatacar. Habían surgido armas de su casco, asomándose por entre la intrincada adición de detalles que marcaban las transformaciones del Capitán. No eran armas caché, observó Vasko, ni la artillería pesada combinada que la nave poseía en sus entrañas. En vez de eso, este parecía ser el armamento convencional que había contenido durante casi toda su existencia, diseñado en origen para intimidar a los clientes comerciales y para servir de advertencia a los potenciales rivales o piratas. Las mismas armas que habían sido usadas contra la colonia de Resurgam, cuando la colonia se retrasó en la entrega de Dan Sylveste.
Escorpio soltó a Vasko y lentamente devolvió el cuchillo a su funda.
—Eso no va a servir de nada —dijo.
—Lo hace para ganar tiempo —dijo Vasko soltando al cerdo. Ambos se lanzaron una mirada recelosa. Vasko era consciente de que había traspasado la línea de nuevo, una que ya nunca podría volver a cruzar en sentido contrario. Pues que así fuera. Iba completamente en serio cuando le prometió a Clavain que protegería a Aura.
Líneas de fuego salían disparadas de la
Nostalgia por el Infinito
, describiendo un arco y cayendo como una guadaña sobre la muralla de la maquinaria de los lobos. Estaban ya muy lejos de Ararat y quedaba poca atmósfera para que las armas de rayos, o lo que fuesen, pudieran distinguirse a más de unas pocas decenas de metros a lo largo de su recorrido. Vasko suponía que la gran nave, después de pasar tanto tiempo en la atmósfera, seguía soltando aire y agua atrapados en los huecos y pliegues y grietas de su casco. Observó cómo los oscuros coágulos de maquinaria de los lobos saltaban de los puntos de impacto de los rayos, como virutas de hierro repelidas por un imán. Los rayos se movían con rapidez, pero los cubos lo hacían más rápido, deslizándose de un punto a otro con vertiginosa velocidad. Vasko reconoció abatido que Escorpio tenía razón. Era un gesto de desafío, nada más. Todo lo que habían aprendido sobre los lobos en todos sus contactos anteriores les había enseñado que las armas humanas convencionales no producían casi ningún efecto en ellos. Quizás hiciese más lento el cierre del cerco, pero nada más que eso.
Quizás Aura tuviese razón desde el principio. Sería mejor para ella morir ahora, antes de que las máquinas absorbiesen hasta la última gota de conocimiento de su cerebro. Les había dicho que Hela era importante. Quizás nadie sobreviviera para seguir su consejo. Pero si alguien lo hacía, al menos podrían actuar sin que los lobos supiesen sus intenciones. Vasko observó la funda en la que el cerdo guardaba el cuchillo. No, tenía que haber otra solución. Si empezaban a asesinar a niños para obtener ventajas tácticas, sería mejor que los inhibidores ganasen la guerra en ese instante.
—Se están retirando —dijo Valensin—. Mirad, algo los ha alcanzado y me parece que no es la
Infinito
.
El muro de máquinas estaba salpicada de agujeros irregulares. Claveles de luz blanca resplandecían desde los centros de sus estructuras cúbicas. Trozos de maquinaria chocaban unas con otras o desaparecían de la vista por completo. Tentáculos de cubos se retorcían sin sentido. Los relámpagos palpitaban formando feas formas hinchadas y, de pronto, raudas máquinas aparecieron entre los huecos. Vasko reconoció las suaves y fusionadas líneas musculosas de naves parecidas a su lanzadera. Se movían más como proyecciones que como objetos sólidos, deteniéndose en un abrir y cerrar de ojos.
—Remontoire —dijo Khouri soltando un suspiro.
Tras el deshilachado muro de máquinas inhibidoras, Vasko divisó una batalla mucho mayor, una que debía de abarcar muchos segundos luz de espacio alrededor de Ararat. Vio tremendas erupciones de luz, relámpagos que se expandían y luego desaparecían a cámara lenta. Vio esferas de color morado oscuro que aparecían de la nada, y que solo eran visibles cuando se formaban sobre un fondo más brillante, permaneciendo allí unos segundos con su ondulante superficie arrugada, antes de estallar y desaparecer.
Entonces Vasko se desmayó. Cuando recuperó el sentido, Valensin estaba examinando su herida.
—Es limpia y no muy profunda, pero necesitará tratamiento —dijo.
—Pero no es nada grave, ¿verdad?
—No, no creo que Aura quisiese hacerte daño de verdad. Vasko sintió que se liberaba parte de la tensión acumulada en su cuerpo. Entonces se dio cuenta de que Escorpio no había dicho casi nada desde su pelea por el cuchillo.
—Escorp —comenzó a decir—, no podíamos matarla así, sin más.
—Es fácil decirlo ahora. Lo que importa es lo que ella quería de nosotros.
Valensin le aplicó en la herida algo que escocía. Vasko ahogo una queja.
—¿Qué quería decir? Dijo algo sobre unas sombras.
La expresión de Escorpio no dejaba entrever ninguna pista. Por muy calmado que pareciese ahora, Vasko no creía probable que el cerdo lo perdonase por la pelea.
—No lo sé —dijo Escorpio—, pero no me gusta nada como suena.
—Lo importante es Hela —dijo Khouri. Suspiró, frotándose las oscuras ojeras por el cansancio. Vasko asumió que ahora estaba hablando Ana y no Aura.
—¿Y que pasa con lo otro, lo de las sombras?
—Lo averiguaremos cuando lleguemos allí.
Se produjo una llamada desde la cabina del piloto.
—Llega una transmisión de la
Nostalgia por el Infinito
—dijo el piloto—. Nos invitan a subir a bordo.
—¿Quién? —preguntó Escorpio.
—Antoinette Bax —dijo el piloto, y con voz dubitativa añadió—. Con…,
mmm
…, los saludos del Capitán John Brannigan.
—Más que suficiente para mí —dijo Escorpio.
Vasko notó cómo la lanzadera viraba, dirigiéndose a la gran nave. Al mismo tiempo, una de las pequeñas y elegantes naves tripuladas se separó de sus compañeras para acompañarlos, haciendo un gran esfuerzo por no adelantarlos.
Hela, 2727
Otro incidente se grabó en la mente de Rashmika antes de que la caravana llegase al Camino Permanente. Era el día después de cruzar el puente y la caravana había remontado finalmente la falla y alcanzado la meseta de color hueso llamada llanuras de Jarnaxa. Hacia el norte se divisaba el límite meridional de las tierras altas occidentales Hyrrokkin como una línea irregular en el horizonte; mientras que hacia el este, Rashmika sabía que se encontraba el complejo campo de volcanes durmientes de Glistenheath y Ragnarok. Por el contrario, las llanuras de Jarnaxa eran lisas como un espejo y geológicamente estables. No había excavaciones scuttlers en esta zona. Cualquiera que fuese el proceso geológico que creara las llanuras, también había erosionado o sustraído cualquier reliquia scuttler en esta parte de Hela, pero había muchas pequeñas comunidades que se ganaban la vida directamente gracias a la proximidad del Camino. De vez en cuando la caravana pasaba por una de estas austeras aldeas de tiendas burbuja en superficie, o frente a un santuario junto a la carretera que conmemoraba alguna reciente tragedia sin especificar. Ocasionalmente veían a peregrinos arrastrando por el hielo sus equipos de soporte vital como una penitencia. A Rashmika se le antojaron cazadores de regreso a casa de algún cuadro de tonos marrones de Brueghel, con sus trineos cargados hasta arriba con provisiones para el invierno.
Los edificios, los santuarios y los personajes pasaban de un extremo al otro con velocidad indecente. La caravana, con una ancha y recta carretera por delante, se desplazó a velocidad máxima durante varias horas y ahora parecía acomodada en ese nuevo ritmo como el de una estampida imparable de maquinarias. Las ruedas giraban, las cadenas daban vueltas, los miembros tractores desaparecían en un torbellino de movimientos a base de pistones. Se podía observar a Haldora acercándose cada vez más a su cénit, por lo que Rashmika estimaba que no podían estar a más de unas decenas de kilómetros del Camino. Muy pronto se verían las catedrales, con sus agujas abriéndose camino sobre le horizonte.
Pero antes de ver las catedrales vio otras máquinas. Al principio parecían puntos en la lejanía, arrojando penachos de humo tras sus retumbantes ruedas y bandas de rodamiento. Durante muchos minutos parecían no moverse en absoluto. Rashmika se preguntó si la caravana estaba alcanzando otras similares provenientes de otras partes de Hela que llegaban al Camino. La hipótesis parecía razonable, ya que muchas carreteras se unían a la que ellos llevaban recorriendo desde que ascendieron de la falla.
Pero más tarde se dio cuenta de que en realidad los vehículos se acercaban a ellos a toda velocidad. Incluso este hecho no le pareció especialmente digno de mención, pero luego notó que la caravana frenaba su marcha y oscilaba de un lado a otro de la carretera, como si dudara de en qué lado debía estar. Los virajes le provocaron náuseas. Casi no había nadie más en la zona panorámica, pero los pocos miembros del personal de la caravana que vio también parecían incómodos con la situación.
Las otras máquinas seguían acercándose a ellos. En muy poco tiempo habían aumentado enormemente su tamaño. Eran mucho más grandes que cualquier componente de la caravana. Rashmika vio un torbellino de bandas de rodamiento y amplias redes de ruedas con una superestructura de amenazadoras máquinas quitahielo y rocas. Las máquinas estaban pintadas de color amarillo apagado, con rayas negras como una abeja y con faros rotativos de señalización. Muchos de sus componentes le resultaban familiares ya que eran homólogos a escala gigantesca del equipo que sus paisanos usaban en las excavaciones scuttlers. Reconocía sus funciones, aunque su tamaño fuese portentoso. Tenían palas dentadas y delgadas cucharas de arrastre. Había cuchillas niveladoras y potentes martillos percutores. Tenían cintas transportadoras escalonadas como columnas de dinosaurios. Había taladros de disco: enormes aros dentados tan anchos como cualquiera de los vehículos de la caravana. Había sopletes de fusión, láseres, cortadoras de agua a presión, barrenas de vapor. También había diminutas cabinas encaramadas a grúas articuladas. Había enormes tolvas de mineral y otras máquinas enrejadas y con chimeneas que no pudo ni imaginar para qué servían. Había generadores, transporte de equipamiento y cabinas de alojamiento pintadas del mismo amarillo apagado. Todo ello rodaba, máquina tras máquina ocupando gran parte de la carretera, mientras que la caravana daba tumbos en una rodada en un lado de la carretera. Sintió una flagrante humillación.