Authors: Megan Maxwell
—Anthony —murmuró Marbel mirándole con los ojos y el corazón destrozados por el dolor—, llévala contigo y cuídala como no hemos sabido hacerlo nosotros.
—Madre —sollozó la muchacha abrazándola—, te haré llegar noticias mías.
—Que Dios te acompañe, hija mía —deseó la mujer tras besarla.
Briana intentó hablar a su padre, pero él negó con la cabeza, se agachó y comenzó a llorar abrazado a su hijo, mientras su mujer se internaba en el castillo sin mirar hacia atrás.
—Será mejor que nos marchemos —señaló Duncan mirando a Lolach y Niall, que asintiendo montaron en sus caballos.
McPherson tocó el hombro de su amigo Seamus y entendió su dolor. Él también había perdido un hijo.
—Steward —murmuró McPherson antes de partir—, lo siento.
Y, sin decir nada más, Anthony, Briana y el resto marcharon de las escarpadas tierras de los Steward.
Aquella mañana, en la fortaleza, cuando Mary entró en la habitación sonrió al ver a Megan dormida en la cama. Cerrando la puerta con cuidado, la dejó descansar. Bien entrada la mañana, y tras curarse la herida del brazo, que estaba bastante mejor, Megan salió de su habitación encontrándose apoyado en la pared a Kieran.
—No me miréis con esa cara,
milady
—susurró sin moverse del lugar.
Megan, al encontrarse de nuevo a solas con él, resopló.
—¿Pretendéis que vuelva a hacer lo del otro día? —preguntó.
Avergonzado, bajó los ojos al suelo y dijo:
—Escuchadme un segundo,
milady
.
—Megan —replicó mirándole—. Mi nombre es Megan.
Agradecido por aquella deferencia, prosiguió hablando.
—Megan, quiero pedirte disculpas por mi absurdo comportamiento —dijo mirándola a los ojos—. No sé qué me pasó, había bebido y me dejaste tan impresionado por tu fuerza ante esas mujeres que algo en mi interior me incitó a besarte. —Dando un paso para acercarse a ella, susurró—: Esta mañana estaba dispuesto a recibir un buen puñetazo por parte de tu marido. Imaginé que le habías contado lo ocurrido, pero me he sorprendido al ver que sólo me ha indicado que si me acercaba a ti o a tu hermana me las vería con él.
Kieran sonrió al escucharla y mientras se alejaba con Zac dijo:
—Shelma, dile a tu hermana que una flecha me ha atravesado el corazón.
Al verles marchar, Shelma se volvió hacia su hermana y preguntó:
—¿Qué ha ocurrido aquí?
—No te preocupes —respondió escuchando las risas de Kieran y Zac en la lejanía—. A Kieran le gusta que le hablen así.
A mediodía, Shelma y Megan comieron en el salón acompañadas por algunos de los guerreros que habían quedado en la fortaleza. Después, Shelma se marchó a su habitación a descansar y Megan, sin poder evitarlo, se acercó a las cuadras. Con el pretexto de visitar a lord Draco, consiguió a duras penas untarle a Stoirm un poco de ungüento en las heridas de sus patas.
Tras la siesta de Shelma, decidieron dar un paseo hasta el lago para estirar las piernas.
—¿Qué tal con Duncan? —preguntó Shelma metiendo los pies en el agua subida a una piedra.
—Bien —sonrió al sentir en el estómago un extraño ardor al pensar en él—. Creo que ayer ambos nos sinceramos.
Shelma, al escucharla, sonrió y dijo:
—Me alegro. Al fin habrá un poco de paz.
—¿Sabes? Me hizo prometer que me cuidaría. Dice que me meto en demasiados líos. ¿Lo puedes creer?
—Pues no —sonrió Shelma—. Lolach me insinuó que nuestro abuelo nos crio con la cabezonería de un guerrero.
—Tiene razón —asintió Megan asumiendo las habilidades poco femeninas que ella misma tenía—. Pocas mujeres que nosotras conozcamos saben hacer las cosas que sabemos hacer tú y yo.
—¡Gillian! Ella sí —señaló Shelma sonriendo al recordar a su intrépida amiga. Mirando a su hermana dijo—: ¿Alguna vez has pensado lo diferente que hubieran sido nuestras vidas si papá y mamá estuvieran aún con nosotras?
—Hace años que dejé de pensarlo —asintió observando los peces que nadaban con tranquilidad en el lago—. Si te soy sincera, cuando llegamos a Dunstaffnage, no podía dejar de pensar en nuestra cómoda y preciosa casa de Dunhar. Vivir en la pequeña cabaña del abuelo era tan diferente, que ansiaba en cierto modo volver a Dunhar. Pero, tras pasar las primeras Navidades con él, Felda, Mauled, Magnus, Gillian y la gente del clan McDougall, todo cambió. Me di cuenta de que prefería tener menos sedas, vajillas de porcelana y tapices, pero más cariño y amor.
—¡Qué bonitos tiempos! —asintió con melancolía Shelma al escucharla.
—Y un día —prosiguió Megan—, me enamoré del color verde de los campos de Escocia, del olor a brezo en sus bosques, de sus cristalinos y azulados lagos, de su bruma y hasta de su a veces insoportable humedad. —Sonrió al decir aquello—. Estoy orgullosa de todo lo que el abuelo y Mauled nos dieron porque eso me ha enseñado a apreciar la vida de otra forma. Vivir con el abuelo me hizo conocer más a mamá y no olvidarla, a pesar de que ya no recuerdo su cara. Pero, cuando veo un precioso álamo o una estupenda puesta de sol, me acuerdo de ella, de cómo me describía los colores, los sabores y los olores de su amada Escocia.
—Yo tampoco la recuerdo —susurró Shelma.
—Es normal, eras muy pequeña —sonrió Megan tirándola del pelo, justo en el momento en que se escuchó un chapoteo en el agua—. ¿Qué ha sido eso?
Ambas se levantaron y corrieron tras los matorrales. De pronto Shelma señaló un punto.
—Psss… ¡Calla! Y mira quiénes están allí.
Megan miró hacia donde su hermana le indicaba y se tensó.
—Son Sabina, Berta y sus compañeras —susurró Megan agachándose junto a su hermana, mientras veía a las mujeres desnudarse para zambullirse en el agua. Tras observarlas durante un rato, comenzaron a hablar algo que les era difícil escuchar desde donde estaban—. Ven, tengo curiosidad por saber de qué hablan.
—¡Vale! —sonrió Shelma arrastrándose junto a su hermana para situarse tras unas rocas muy cercanas a las mujeres.
Ajenas a las personas que las escuchaban tras las rocas, Berta y sus compañeras de casa chapoteaban en el agua.
—Esta mañana me visitaron Golap
el Cojo
y Verted
el Bruto
—dijo una mujer rubia.
—¿Gente de James O'Hara? —preguntó con curiosidad Berta mientras se lavaba el pelo.
—Sí —respondió la rubia con una sonrisa nada sincera—. Y, sin querer, les informé de que nuestro
laird
estaría fuera casi con seguridad hasta mañana.
—¡Bien! —rio Berta al saber lo que aquello quería decir.
—¡Qué se preparen las
sassenachs
! James no es como el guapo de Kieran —rio Sabina conociendo la aversión que aquél tenía por todo lo que fuera inglés.
—Creo que vamos a divertirnos un poco —sonrió cómplice Berta—. Hasta que Lolach, Duncan y nuestro señor lleguen, esas dos asquerosas se las tendrán que ver con O'Hara
el Malo
.
Con cuidado, Megan y Shelma se alejaron del lugar, dejando a las mujeres continuar con su baño y sus confidencias.
—¿O'Hara
el Malo
? —preguntó Shelma echándose el pelo hacia atrás—. Deberíamos hablar con Kieran.
—No creo que haga falta hablar con el guapo de Kieran. —Megan se carcajeó al decir aquello—. Duncan y Lolach, como muy tarde, llegarán mañana. Le pediremos a Mary que nos suba unas bandejas de comida a la habitación y evitaremos problemas. —Luego, cogiéndola de la mano con una sonrisa y mirando a Zac que luchaba con una espada de madera junto a un divertido Kieran, dijo—: Vayamos a ver a lord Draco.
Olvidando lo escuchado se encaminaron hacia las caballerizas, donde el caballo resopló al verlas dándoles la bienvenida.
—Hola, guapo —saludó con cariño Megan, acercando su cara a la de lord Draco para darle unos cariñosos besos que el caballo acogió con agrado.
—Estás bien cuidado, ¿verdad? —sonrió Shelma pasando su mano por el lomo del animal con afecto.
—Pronto llegaremos a nuestra nueva casa y te prometo que te sacaré todos los días a dar un largo paseo —prosiguió hablando en susurros Megan mientras le cepillaba con un cepillo que había encontrado en el suelo.
Con curiosidad miró hacia el otro caballo, Stoirm, que al comenzar ella a susurrar a lord Draco había dejado de relinchar, como si pareciera escucharla.
—Veo que tu compañero es muy guapo. —Al alargar la mano para tocar al caballo pardo, éste se alejó pateando el suelo—. ¡Vaya! Eres de los que se hacen de rogar. —Megan sonrió y volviendo su atención hacia lord Draco le susurró—: Creo que sabe que es bonito y por eso es arrogante.
Mientras Megan seguía hablando con lord Draco, Shelma observaba con curiosidad y admiraba los sementales que poseía el
laird
McPherson al tiempo que conversaba con Rene, el mozo de cuadra, que cada vez que hablaba con ellas se admiraba de todo lo que sabían sobre los caballos y sus cuidados.
Megan seguía conquistando al enfadado caballo. Se lo había propuesto y, cuando ella se proponía algo, lo conseguía.
—Eres un caballo precioso y tu nombre me encanta —susurró Megan mirando al semental de largas patas y pelaje brillante que se movía intranquilo cada vez que alguien pasaba cerca de su cuadra, pero que parecía escuchar y atender lo que ella decía.
—Milady
—advirtió Rene—, todo lo que tiene de bonito, lo tiene de peligroso. Tiemblo pensar que cualquier día me pueda arrancar una mano.
—¡Qué exagerado eres, Rene! —sonrió Shelma.
—No exagero,
milady
—contestó el muchacho—. Y, aunque no lo creáis, al único caballo que esa bestia consiente tener cerca de él es al vuestro.
—Es que lord Draco es un caballo muy bueno —afirmó Shelma haciendo arrumacos al viejo corcel.
—Debe de ser eso —admitió Rene observando cómo Megan miraba al semental—. Todos los caballos que he puesto en la cuadra junto a Stoirm, he tenido que terminar cambiándolos de lugar. Les ponía nerviosos. El día que llegasteis vos, provisionalmente dejé a lord Draco en esta cuadra y comprobé cómo Stoirm rápidamente pataleaba las tablas con el fin de asustarle. Pero vuestro caballo, en vez de asustarse, lo que hizo fue contestarle pateando las tablas con más fuerza.
—¿En serio? —rio Megan al escucharle, acariciando con cariño al viejo animal—. ¡Vaya! No sabía que tuvieras todavía tantas energías.
—Es un excelente caballo el vuestro —asintió el muchacho—. Por eso no le cambié de cuadra. Lord Draco es el único que consigue calmar a Stoirm y, en pocos días, digamos que se ha ganado la confianza de esta mala bestia.
—No creo que seas tan terrible —susurró Megan al caballo, que parecía mirarla con sus profundos ojos negros—, y me encantaría que me dejaras acercarme a ti.
—Milady
—repitió Rene al ver cómo ella se aproximaba más de lo que nadie se atrevía a acercarse—. Ese caballo tiene muy malas pulgas y todo el que lo intenta termina mordiendo el polvo.
Megan, tras mirar a su hermana y ésta mirar al cielo, preguntó:
—Si lo intento, ¿me guardarás el secreto?
Eso no gustó a Rene, que casi tartamudeando dijo:
—Milady
, no eres… no creo que debáis hacerlo. Si algo os pasara, no quiero saber las consecuencias.
—Tranquilo, Rene —dijo Shelma al ver con qué cara se observaban su hermana y el caballo—. Nosotras no diremos nada, si tú no lo dices. Y si se cae, no te preocupes. Mi hermana, aparte de que tiene la cabeza muy dura, sabe levantarse muy bien, ¿verdad?
—Por supuesto. No te preocupes, Rene —susurró Megan acercándose más al caballo pardo, que comenzó a patear el suelo observando la mano de ésta con la palma hacia arriba acercándose a él—. Ven aquí, muchacho; sé que estás deseando tanto como yo que seamos amigos.
—Por favor… —comenzó a suplicar Rene con la frente perlada de sudor.
Megan le ordenó callar.
—Psss…, estamos presentándonos.
Mientras acariciaba al animal con cuidado, Megan se puso a su lado. Con precaución, se subió a una madera y, tras tomar un pequeño impulso, saltó al lomo del caballo. Al sentir el cuerpo de la muchacha sobre él, Stoirm en un principio se quedó quieto, dejando a Rene sin palabras. Sin apenas respirar, Megan comenzó a sonreír. De pronto, el caballo se encabritó y ella salió volando por los aires, cayendo encima de un montón de paja, lo que provocó la risa de Shelma.
—¡Por san Fergus! —gritó Rene horrorizado por lo que había pasado—. ¿Estáis bien?
—Tranquilo, Rene —respondió Megan quitándose la paja del pelo mientras miraba al caballo con sus desafiantes ojos negros—. Peores caballos he montado.
—Mi hermana es dura. No te preocupes —aseguró Shelma todavía riendo.
Tras aquella primera caída, llegaron muchas más, para desesperación de Rene. Encharcado en sudor, veía a la mujer de El Halcón volar por los aires sin dar su brazo a torcer, algo que le estaba consumiendo la vida.
Aquella tarde, Rene aprendió que si el caballo era terco, la mujer de El Halcón lo era más.
—Ufff…, qué sed tengo —dijo Megan despeluchada llenándose un vaso de agua.
—Ahora te está buscando —susurró Shelma al ver cómo Stoirm se movía buscando la voz de su hermana cuando ella bebía agua.
Cansada de tanta caída, Megan se dejó caer al lado de su hermana.
—Comienzo a sentirme culpable. Le prometí a Duncan que no me acercaría a este caballo.
—¿Por qué prometes lo que no vas a cumplir? —la regañó Shelma—. Me parece fatal que le prometas cosas que luego no haces.
—Es que no pude hacer otra cosa. ¡Me lo ordenó! —Al decir aquello ambas se carcajearon. Miró a Rene, que blanco como la pared estaba sentado en una bala de paja, y dijo—: Rene, por favor, este secreto debe quedar entre nosotros. En el caso de que se entere mi marido, yo siempre diré que tú no sabías nada de esto.
—Os lo agradeceré —asintió tomando un vaso de agua que Shelma le entregó. De pronto, al verla de nuevo acercarse al caballo, gritó—: ¿Qué hacéis,
milady
?
—Psss…, no grites —indicó Megan.
Quitándose los zapatos, volvió a repetir los mismos movimientos de antes, aunque esta vez no paró de susurrarle palabras amables en gaélico en el momento de montarlo.
—Abre las cuadras de Stoirm y de lord Draco —ordenó clavando su mirada en Rene, aunque fue Shelma quien las abrió.
Ambos caballos salieron con tranquilidad al patio, donde, tras dar varias vueltas, Stoirm comenzó a ponerse nervioso, pero Megan lo tranquilizó agachándose hacia su cuello para hablarle con suavidad. A su lado, lord Draco les observaba.