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Authors: Megan Maxwell

Deseo concedido (50 page)

BOOK: Deseo concedido
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—¡Recuerda, esposa! —exclamó apartando sus ojos de ella—. La prudencia al hablar te engrandecerá. Sobre todo porque una mujer decente sabe medir sus palabras.

—¡Vete al cuerno tú y tu decencia! —exclamó Megan mientras salía de la bañera y le lanzaba con fuerza la pastilla de jabón, que él cogió al vuelo.

—Pienso enseñarte a tenerme respeto, aunque sea lo último que haga en esta vida —gruñó él tirando la pastilla de jabón contra la bañera mientras ella se ponía malhumorada una bata.

—Oh…, ¿acaso vuestras palabras me indican que tengo que teneros miedo, mi señor?

—Megan —susurró mientras intentaba controlar los instintos asesinos que su mujer a veces le provocaba cuando le miraba con ese desafío en los ojos—, deberías tenerme miedo y aprender a callar cuando me veas así.

—Pues lo siento, esposo —respondió dándole la espalda para buscar su camisa de hilo para dormir—. Pero no pienso ni teneros miedo ni callarme. ¡Ni ahora ni nunca!

Duncan maldijo al escucharla. Cuando Megan se ponía así, no la aguantaba.

—Da gracias a que mañana salgo de viaje —siseó acercándose a ella—, y estaré fuera los suficientes días como para que mi mal humor se aplaque, porque si no pagarías caro todo lo que estás diciendo.

«Oh…, no…, no quiero que te vayas», pensó ella, pero gritó:

—¡¿Cómo que mañana te vas de viaje?! ¿Desde cuándo sabes que te vas? ¿Por qué no me lo has dicho?

—Haces demasiadas preguntas, mujer —dijo con amargura al ver el desconcierto en los ojos de ella. Se sentía culpable por no haberle dicho días atrás que tenía que partir a una reunión con Robert de Bruce—. No pienso contestar porque soy un animal que te mira como un perro en celo y porque no me da la real gana de responder a una arpía mal hablada como tú.

Aquellas duras palabras hirieron el corazón de Megan que gritó:

—Sal de mi habitación ahora mismo. ¡Estúpido engreído! ¿Por qué estás tan enfadado conmigo?

—¿Cómo? —rio él y, plantándose ante ella, le susurró—: ¡Si alguien sale de esta habitación serás tú! No yo. No olvides que estoy en mi casa y en mi habitación.

Escuchar aquello le llegó al alma. Su desprecio le rompió el corazón.

—De acuerdo —aceptó poniéndose una capa de piel encima de la bata y dirigiéndose hacia la puerta—. ¡Me iré yo!

—Es lo más sensato que he escuchado de tu boca esta noche —murmuró él sentándose en la cama mientras levantaba un pie para quitarse la bota.

Tras mirarle con rabia, empujó la arcada. Sin decir nada más, salió de la habitación dando un portazo. Duncan, malhumorado por lo ocurrido, maldijo mientras tiraba la bota contra la pared. Al contarle que Megan había estado sumergida en el lago, se le había encogido el corazón y, por unos momentos, vio volver los terribles recuerdos de la muerte de su hermana Johanna. Intentando olvidar la muerte de su hermana, se desnudó y aprovechó la bañera que su esposa había dejado para lavarse mientras maldecía por haberse dejado llevar por la furia.

Con el pelo empapado y medio desnuda, Megan deambuló por el castillo. Se cruzó con varios de sus guerreros, que con amabilidad la saludaron mientras ella, con una triste sonrisa, apretaba la piel contra su cuerpo. Al pasar junto a la habitación de Marlob, escuchó voces, por lo que, acercándose con cuidado, abrió una rendija y lo que vio la dejó perpleja: Margaret, desnuda en la cama, reía junto al anciano, que en ese momento bebía de una taza. Con el mismo sigilo, cerró la arcada y, confusa por la pelea con su marido y por lo que acababa de ver, decidió subir a las almenas. Seguro que allí nadie la molestaría durante un largo rato. Una vez arriba, encontró un rincón oscuro donde sentarse, y con fingida tranquilidad se sentó para pensar qué hacer.

Poco después, unas risas volvieron a atraer su atención. Eran Sarah y un guerrero llamado Thayer. Escondiéndose todo lo que pudo, les escuchó reír y bromear mientras se besaban. Incómoda por lo que estaba presenciando, se asomó con cuidado un par de veces con la intención de escabullirse, pero Sarah la vio. Y, con la misma celeridad con que llegaron, se marcharon dejándola sola en las almenas hasta que Sarah regresó.

—Milady
—susurró agachándose junto a ella—. ¿Qué hacéis aquí? ¿Por qué no estáis en vuestras habitaciones?

Con fingida indiferencia Megan sonrió y dijo:

—Me apetecía tomar el aire.

—No os creo,
milady
—respondió sentándose junto a ella—. Thayer me ha dicho que vuestro marido se enojó mucho cuando se enteró de lo ocurrido esta tarde en el lago. ¿Por eso estáis aquí?

—Sí —reconoció ante la necesidad de poder desahogarse con alguien—. Me acusó de desnudarme en público, de no saber comportarme, de no tener cabeza y de un sinfín de cosas más que prefiero no recordar. ¿Por qué se ha enfadado tanto conmigo? No lo entiendo.

—Yo creo —comentó viendo la preocupación en los ojos de su señora— que todavía le duele recordar la muerte de su hermana.

—¿Qué tiene que ver su hermana conmigo? —preguntó al recordar que Duncan alguna vez le había hablado de su desaparecida hermana Johanna.

—Ella murió ahogada en el lago.

Al escuchar aquello Megan suspiró; eso lo aclaraba todo… o casi todo.

—¡Por todos los santos, Sarah! —susurró al entender la cólera de su marido.

—Ocurrió hace dos años y os prometo,
milady
, que creí que el anciano Marlob se moría de pena —señaló Sarah—. Nunca olvidaré la desesperación de sus hermanos cuando a su llegada se enteraron de lo ocurrido. Fue terrible.

Con un gesto Sarah se limpió una lágrima que corría por sus mejillas. Recordar a Johanna aún le dolía, pero Megan necesitaba saber y preguntó:

—Sarah… ¿Qué pasó?

—Johanna cumplía dieciocho años y lo celebramos, a pesar de que sus hermanos y más de la mitad de los guerreros no estaban. Fue una noche divertida. Todos bailamos y cantamos mientras Marlob y Johanna reían felices. Ese día, Johanna recibió un regalo muy especial por parte de Marlob. Le regaló el broche del amor que años atrás había pertenecido a Bridgid, la abuela de vuestro esposo. A la mañana siguiente, Johanna apareció muerta flotando en las aguas del lago, vestida como la noche de su cumpleaños, pero sin el broche del amor. Nadie vio nada, ni escuchó nada. Realmente no sabemos qué pasó.

—Qué terrible historia —susurró Megan, conmovida—. No quiero ni pensar en el sufrimiento de Marlob.

—Para él fue terrible,
milady
. Johanna era su niña y su felicidad, una felicidad que perdió, pero que vos le habéis devuelto.

Tras un breve silencio cargado de emoción, Megan preguntó:

—¿Qué es el broche del amor?

—El broche del amor es una joya de incalculable valor que pertenece a la familia McRae y que va pasando de generación en generación entre las mujeres de la familia. La madre del anciano Marlob, como sólo le tuvo a él por hijo, se lo legó. Cuando se casó con su mujer, Bridgid, él se lo regaló a ella hasta que Morgan, el único hijo que tuvieron, se casó con Judith. Tras su repentina muerte, el broche volvió de nuevo a Marlob, quien lo mantuvo guardado hasta que se lo regaló a Johanna en su décimo octavo cumpleaños. Pero, tras la trágica muerte de Johanna, el broche se perdió y no se supo más de él. —Al terminar Sarah, miró a Megan, que con una extraña mirada escuchaba mientras su cabeza pensaba: «Margaret tiene un broche escondido en el baúl»—. ¿Qué os ocurre,
milady
?

—Oh…, nada —respondió. No podía acusar a nadie de algo tan horrible, e intentó cambiar de tema—. Pienso en Duncan.

—No os enfadéis con vuestro marido e intentad entender su angustia cuando supo que os habíais metido en el lago que le quitó la vida a su hermana. Ya veréis cómo dentro de unos días, cuando regresen de Inverness, todo su mal humor se habrá olvidado.

Escuchar aquello la tensó, y clavando sus ojos negros en la muchacha preguntó:

—¿Desde cuándo sabes que marcharán para Inverness?

—Todos lo sabemos desde hace días.

—¡Todos menos yo! —resopló sintiéndose como una tonta mientras comprobaba las pocas cosas que Duncan le permitía saber de su intimidad—. Sarah, si te pregunto por una tal Marian, ¿sabrías decirme algo de ella?

—Oh…, sí —sonrió con rabia al recordar a aquella caprichosa de pelo rubio que continuamente les daba órdenes—. Tuvo un romance con vuestro marido que no debió de acabar muy bien. Lo único que os puedo decir es que, tras acabar con esa odiosa mujer, el carácter de vuestro marido se agrió bastante, hasta que llegasteis vos.

Tras escuchar lo poco que la criada le contaba, sin saber por qué preguntó:

—Sarah, ¿existe algo más que yo no sepa que debería conocer?

La criada dudó, pero la mirada de su señora le hizo decir:

—Sí, pero…

—¡Dímelo! —exigió Megan tomándola de la mano—. ¡Por favor! Da igual lo que sea, necesito saber todo lo ocurrido en este castillo. No te preocupes, nunca diré que tú me lo contaste.

Tras suspirar, Sarah se decidió a contárselo.

—Milady
, a Margaret la rabia la come por dentro, pero el autocontrol que mantiene de sí misma hace que sepa guardar celosamente sus sentimientos. Cuando vuestro marido descubrió lo que ocurría con Marlob, todos nos enteramos de que Margaret antes había calentado la cama del
laird
Duncan McRae.

Aquello dejó helada a Megan.

—¿Cómo?

—Siento deciros esto,
milady
—murmuró la criada—. Cuando vuestro marido se enteró de que ella se acostaba con su abuelo, se montó un gran lío, pero no porque vuestro marido la reclamara para él, sino porque el
laird
McRae la acusó de calentar sus camas con fines nada aceptables. A partir de ese momento, él siempre ha intentado que ella se marche del castillo, pero el anciano Marlob se niega a que Margaret abandone su lecho.

La criada gimió al ver el gesto de su señora, pero Megan, reponiéndose de la noticia, la miró y esbozando una sonrisa dijo:

—Gracias, Sarah. Ahora entiendo muchas cosas.

—Hace un rato —continuó Sarah, confusa por lo que había contado—, Thayer me comentó que, cuando llegaron, Margaret estaba en el salón con varias mujeres del clan. Al entrar vuestro marido, ella azuzó a algunas mujeres para que se quejaran de nuestra indecencia.

—¡La muy bruja! Está buscando la discusión entre mi marido y yo —asintió al recordar los duros comentarios que le había hecho—, pero no le daré esa satisfacción.

—Por supuesto que no,
milady
—aseguró la muchacha, y al recordar dijo—: Cuando subía hacia las almenas, me la crucé por las escaleras.

—Hace un rato la vi en la cama retozando con Marlob —susurró Megan—. ¡Quizás ahora podamos coger lo que necesitamos!

Ambas bajaron con cautela las escaleras. Cuando llegaron ante la habitación de Marlob, Megan abrió la arcada. Al asegurarse de que el anciano estaba dormido, ambas entraron y Megan cogió la taza que estaba en el suelo con restos de hierbas.

—Si nos la llevamos —susurró agachada junto a Sarah—, ella se dará cuenta.

—No os preocupéis por eso —respondió la criada, que abrió un pequeño arcón—. Pondremos ésta en su lugar. Guardo una taza de reserva aquí, por si una se rompe.

—¡Genial! —sonrió Megan y volcó parte de las sobras en la taza limpia—. Echaremos parte de la pócima para que no note la diferencia cuando venga a por ella.

Cuando se encaminaban hacia la arcada, Megan miró hacia el armario y vio que el lienzo seguía allí. Pero ahora no era momento de mirarlo. Ya volvería para comprobar la duda que se había generado en su interior. Una vez fuera de la habitación, ambas respiraron con tranquilidad, mientras Megan guardaba la taza en el bolsillo de su bata.

—Sarah, ¿te puedo pedir otro favor?

—Claro,
milady
—sonrió con complicidad.

Ajustándose la capa al cuerpo Megan dijo:

—Quiero que a partir de ahora seas mi dama de compañía y que me llames por mi nombre, Megan.

—¡Oh, Dios mío! —susurró Sarah, ilusionada—. Yo encantada,
milady
.

—Megan —corrigió tomándole las manos—. Mañana hablaremos. Volvamos a nuestras habitaciones, no quiero que esa bruja nos vea por aquí.

Cuando llegó a la puerta de su propia habitación, Megan abrió con seguridad. Allí estaba Duncan, recostado con los ojos cerrados en la bañera. Al notar su presencia, él se sorprendió y, a pesar de la alegría que su cuerpo experimentó al verla, su enfado le impidió sonreír.

—Esposa, ¿acaso has decidido volver a mi cuarto?

Megan deseó tirarle la taza a la cabeza, pero se contuvo. No era el momento.

—Sí, mi señor —asintió y, sin prestarle atención, se acercó a la cómoda de roble tallado y tras meter la taza en un cajón cogió uno de los peines, se sentó junto a la ventana y comenzó a peinarse—. Recordé que lo que más os gusta de mí es el cabello, y no quería que éste se dañase por no peinarlo tras mi baño.

Durante un buen rato, ambos estuvieron callados, sumidos en sus propios pensamientos. Duncan, sin volverse, podía ver a su mujer reflejada en uno de los espejos que había frente a él. Vio la delicadeza con que ella se desenredaba aquel maravilloso cabello, y sonrió cuando con paciencia comenzó a trenzarlo con tal deleite que Duncan deseó ser trenza para que ella le tocase con tanta suavidad.

—Buenas noches, mi señor —dijo sobresaltándolo cuando se metía en la cama y se quedaba tan cerca del borde que con un simple movimiento caería al frío suelo.

—¿Hace falta que te recuerde que mi nombre es Duncan? —musitó levantándose de la bañera para coger una bata y secarse con enérgicos movimientos.

—Oh, no, esposo —respondió al sentir que él caminaba hacia la cama—. Sé perfectamente vuestro nombre.

—Debo descansar —añadió con voz ronca sentándose en la cama para posteriormente echarse hacia atrás y comenzar a dar explicaciones—. Mis hombres y yo saldremos a primera hora hacia Inverness y…

Ella, molesta por aquello, le cortó la conversación.

—Descansad, esposo, lo necesitaréis —susurró agarrada al borde de la cama para no rodar por el peso junto a su marido, mientras él la miraba taciturno por su extraño comportamiento.

—Regresaré lo antes que pueda —dijo mirando la espalda de su mujer con la esperanza de que ella se volviera para mirarlo.

—No llevéis prisa en regresar, mi señor —respondió desconcertándole mientras hacía esfuerzos para no reír.

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