Authors: Megan Maxwell
Ajena a los ojos que la miraban con avidez, sentada encima de la piel, intentó olvidar lo que acababa de ocurrir con Kieran.
«Ese muchacho está loco», pensó Megan sintiéndose culpable por haberle atizado con tanta fuerza. Sabía que lo que él había intentado no estaba bien, pero había pagado con Kieran el despecho que ella sentía por su marido y la rabia al imaginarlo con la fulana.
Cuando terminó de sujetarse el pelo, echó la cabeza hacia atrás y, arqueando la espalda, se estiró. ¡Estaba agotada! Somnolienta, se levantó y comenzó a deshacer los lazos de su vestido. Aquel espectáculo estaba enloqueciendo a Duncan, que notaba la boca seca y el latente palpitar de su ardor entre sus piernas. Una vez que ella se quitó el vestido y las medias, desató la cinta de su muslo, donde llevaba su daga, que dejó encima de un pequeño cofre.
Cansada, dejó su vestido encima de un arcón y, sentándose en la cama, suspiró extenuada sin percatarse aún de que Duncan estaba allí. Bostezando, abrió el cobertor para meterse dentro, pero de pronto notó alguien cerca y de un salto llegó hasta la daga que momentos antes había dejado.
—¡¿Se puede saber qué haces, mujer?! —gruñó Duncan incorporándose en la cama.
—¿Cómo? —chilló con la daga en la mano—. Mejor dime, ¿qué haces tú en mi cama?
Disfrutando del espectáculo, Duncan la miró.
—¿Tu cama? —preguntó sorprendido intentando no sonreír—. Disculpa, pero ésta es «mi» cama. Y acabas de interrumpir «mi» sueño.
—No pienso meterme en «tu» cama. Por lo tanto, ¿dónde dormiré? —dijo intentando apartar sus ojos de aquel torso escultural y musculoso mientras se alegraba de saber que su marido no estaba revolcándose con la fulana.
—Por mí, puedes dormir sobre esa piel —respondió Duncan señalando la piel donde momentos antes estuvo ella sentada.
Al ver su cara de desconcierto, le entraron ganas de reír, pero se contuvo y puso su gesto más fiero. Por mucho que ella le atrajera, le había sido desleal y había dicho aquello de «ojalá no te hubiera conocido, porque eso me daría la seguridad de que nunca me hubiera casado contigo».
—Duerme, mujer —señaló recostándose—. No tengo la menor intención ni necesidad de acostarme contigo.
—¿Y con otras? —bufó sentándose sobre la piel y poniendo su mirada más hiriente—. ¡Pensé que esta noche la pasarías con tu furcia! —Viendo cómo él se incorporaba y la miraba incrédulo, continuó—: Oh…, sí, vuestros roces y vuestras sonrisas me hicieron suponer que esta noche disfrutaría yo sola de la cama.
Clavando su mirada en ella, suspiró al percibir que su mujer creía que Berta, la morena del salón, era su amante. Cierto era que en ocasiones, antes de estar casado, había disfrutado de los placeres del cuerpo con ella, pero nunca la consideró su amante.
—Estoy cansado —respondió volviéndose a echar— y necesito el placer y la comodidad de una cama. Y aunque la de Berta es muy cómoda y placentera, estoy seguro de que lo que menos hubiera hecho sería dormir.
—Durmamos entonces —respondió deseando clavarle la daga—. Disfruta de tu «cómodo» descanso,
laird
McRae.
—Lo mismo digo, Impaciente. Buenas noches.
Duncan, al decir aquello, tuvo que controlarse. Si no, una carcajada hubiera acabado con su dura fachada.
Ella no respondió. Se conocía y, cuando estaba tan enfadada, mejor era mantener la boca cerrada. Por lo que, tirando de otra piel que estaba encima del arcón, se arropó y el cansancio la venció.
Duncan no conseguía dormir. Cuando se cercioró a través de la respiración de su mujer de que estaba dormida, se levantó y avivó el fuego. La habitación era fría y dormir en el suelo de piedra lo era más. Parte de la noche, la miró maravillado. Adoraba a esa cabezona, como nunca había adorado a ninguna mujer. Pero no podía ni quería perdonar su deslealtad. Con cuidado, se sentó encima de la piel y alargando la mano tocó aquel sedoso pelo azulado que tanto le gustaba. Se agachó para oler su piel. En ese momento, ella se volvió, quedando su boca cercana a la de él. Habría sido fácil tomar aquellos labios, pero él nunca había forzado a ninguna mujer y menos lo iba a hacer ahora. Por lo que, separándose de ella, cogió un mechón de su pelo y, tras besarlo y volver a avivar el fuego, se metió en la cama, donde se quedó dormido mirándola.
Por la mañana, cuando Megan despertó, miró a su alrededor desconcertada. ¿Dónde estaba? Rápidamente, la realidad volvió a ella y recordó. Se incorporó con cuidado y miró de reojo hacia la cama. Estaba vacía. No había rastro de Duncan. Más tranquila, se tumbó y, cuando su cabeza se encontró con un mullido cojín, recordó no haber cogido ninguno la noche anterior. Dedujo que Mary debía de habérselo puesto allí. Hacía frío, en el hogar sólo quedaban rescoldos, por lo que, sentándose de nuevo, se desperezó, hasta que escuchó unos golpes en la arcada. Antes de que ella pudiera decir nada, Mary entró con una bandeja de comida.
—Milady
, ¿qué hacéis en el suelo? —preguntó la muchacha, sorprendida.
—¡Mary! —dijo levantándose con el pelo enmarañado—. No se te ocurra contar a nadie que me has visto durmiendo ahí. Mi marido y yo hemos discutido y…
—Milady
, tranquila —musitó la muchacha dejando la bandeja encima del arcón—. No diré nada, pero traeré más pieles por si esta noche volvéis a dormir ahí. No creo que el suelo sea el lugar más cómodo para vos.
—Te lo agradezco —sonrió mirándola—. No tengo intención de compartir el lecho con ese animal.
—Oh,
milady
, siento escuchar eso. Seguro que vuestro esposo no permite que durmáis otra noche en el suelo. Siempre me ha parecido un hombre muy amable y justo. No entiendo que os trata así.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —La criada asintió—. Siempre que mi marido ha venido aquí, ¿ha compartido lecho con Berta?
—Pues… —Vaciló antes de contestar, pero no podía mentirle—.
Milady
, para seros sincera, no todas las veces que ha venido ha compartido lecho con ella. Pero sí es cierto que ella le persigue hasta la saciedad. ¡Es muy pesada con él! Y más de una vez ha presumido ante todos de que ella era la preferida de vuestro marido.
Al escuchar aquello, algo se encogió en su estómago. Aquella fulana decía la verdad cuando le escupió que Duncan había compartido su cama.
—Pero también es cierto,
milady
, que Berta calienta el lecho de muchos hombres. Hasta que llegasteis ayer, calentaba el lecho de Kieran O'Hara.
—Me imagino —resopló indignada, y al escuchar aquel nombre preguntó—: ¿Kieran O'Hara vive aquí?
—Oh, no. Él vive en Aberdeen, aunque visita muy a menudo esta fortaleza. Mi
laird
agradece las visitas desde que murieron
lady
Naira y su hijo. Kieran es el hijo mayor del
laird
Breaston y
lady
Baula, y aunque se empeñe a veces en parecer rudo e insensible, no lo es tanto como el salvaje de su hermano James. Es amable con todos nosotros y, si puede, incluso nos ayuda en lo que necesitemos. Kieran era muy amigo de Gabin, el fallecido hijo de nuestro
laird
.
—¿De qué murió Gabin?
—Unos
sassenachs
durante una incursión… —susurró bajando los ojos—. Fue terrible cuando Stoirm llegó hasta nosotros con Gabin muerto.
—Lo siento —murmuró apenada, e intentando cambiar de tema preguntó—: ¿Quién es Stoirm?
—Stoirm era el caballo de Gabin.
Lady
Naira se lo regaló poco antes de morir, cuando él cumplió diez años. Siempre ha sido un animal muy querido y considerado por todos, hasta que Gabin murió.
—¿Está en la fortaleza?
—Sí, pero no sé por cuánto. —Mary meneó la cabeza—. A pesar del cariño que nuestro
laird
siente por el animal, desde que murió Gabin el caballo se ha vuelto salvaje. Varios de nosotros hemos sido mordidos o pateados cuando nos hemos acercado a darle de comer. Y no me extrañaría que nuestro
laird
lo termine sacrificando. Sinceramente,
milady
, Stoirm no hace más que dar problemas.
En ese momento, se abrió la arcada. Era Shelma.
—Buenos días a las dos. —Luego, viendo las pieles en el suelo, miró a su hermana y preguntó—: ¿Has dormido tú ahí?
—Sí —asintió molesta—. Mi amado y querido señor me indicó que estaba demasiado agotado anoche para retozar con Berta y que el lecho era para su propio descanso.
—Oh… —suspiró Shelma mirando indignada a su hermana y a Mary—, lo siento. ¡Maldito cabezón!
—Shelma —sonrió Megan—. He dormido estupendamente, y yo lo preferí. No quería compartir el lecho con él.
—Miladies
, tengo que marcharme —se excusó la criada—. Si necesitáis algo, estaré por las cocinas.
Con una sonrisa, Mary abrió la arcada y desapareció.
Sentándose ambas encima de la cama, en la que anteriormente había dormido Duncan, comenzaron a comer, mientras Shelma le contaba los pormenores de su noche con Lolach. Megan la escuchaba sintiendo un pequeño pellizco en el corazón.
Una vez que acabaron de comer, decidieron bajar al gran salón. No había nadie, por lo que salieron al exterior a través de los grandes portalones de la fortaleza. Allí había varios guerreros practicando con sus espadas, quienes al verlas las silbaron. Ellas, sin mirarlos, continuaron su camino sonriendo hasta que unas voces atrajeron su atención. Eran Myles y Mael que, vociferando, ordenaban a los guerreros respeto para sus señoras, por lo que las voces cesaron para dar paso al sonido del acero al chocar y los resoplidos de los hombres al luchar.
—Ven —dijo Megan tomando a su hermana de la mano—. Vayamos a visitar a lord Draco.
Entraron en las cuadras y lord Draco relinchó con alegría al verlas. Besaron la cabeza al caballo mientras le susurraban palabras en inglés que el animal agradeció.
—Buenos días,
miladies
—saludó de pronto un muchacho pecoso y bajito que debía de ser el mozo de cuadra—. ¡Excelente caballo!
—Buenos días —saludaron ellas.
—Miladies
, soy Rene, el mozo de cuadras. —Sonrió con agrado mientras soltaba una bala grande de heno fresco—. ¿Cuántos años tiene este magnífico ejemplar?
—Ufff… —sonrió Shelma acariciando dulcemente al caballo.
—Exactamente, veinte años —respondió Megan—. Me lo regalaron mis padres cuando cumplí seis años.
De pronto, unos golpes y unos relinchos comenzaron a sonar casi al lado de ellas, lo que hizo que se movieran con rapidez junto a Rene.
—¿Qué le pasa a ese caballo? —preguntó Shelma observando por primera vez al caballo pardo que daba patadas a las maderas y se movía con nerviosismo.
—No os asustéis,
miladies
—contestó el muchacho.
Megan observó al animal con curiosidad. Era una auténtica belleza y un maravilloso semental que parecía mirarla a través de aquellos ojos redondos y oscuros como la boca del infierno.
—Es Stoirm —señaló el mozo—, y su particular modo de indicaros que no le gustan las visitas.
—Tranquilo. No nos asustamos. Nos hemos criado entre ellos y ¿sabes, Rene? Si mi abuelo estuviera aquí, le diría a mi hermana que se ocupara de él. Se le dan muy bien los animales, en especial los caballos ariscos y toscos.
Megan, al escucharla, sonrió.
—Dudo,
milady
, que vuestro abuelo le indicara que se acercara a ese caballo.
—¿Le sacáis a que corra? —preguntó Megan observando las largas patas del animal heridas—. Un caballo así no puede estar metido todo el día en una cuadra.
—Imposible —aseguró Rene entendiendo lo que ella quería decir—. Es inútil, el animal nos ataca. ¿Veis esas heridas? Hemos intentado curárselas infinidad de veces.
—¿Cuánto tiempo lleva comportándose de ese modo? —preguntó Shelma.
—Va para un año —respondió viendo el horror en los ojos de las muchachas—. Sé que es terrible lo que digo, pero este animal está sentenciado a muerte.
—¡Qué horror! —se escandalizó Megan observando al animal.
—¿Qué ha hecho este caballo para que esté sentenciado a muerte? —preguntó Shelma sin entender nada.
—Ser el caballo del hijo muerto del
laird
McPherson y enloquecer —respondió finalmente Rene.
Continuaron conversando en las cuadras hasta que decidieron marcharse de allí para que Stoirm se tranquilizara. Incrédulas por lo que habían escuchado, lo comentaban cuando vieron al gigante de Ewen junto a Zac, que corría divertido con su perro.
—Buenos días, Ewen —sonrió Megan acercándose a él y a su hermano, a quien rápidamente agarró y comenzó a besar haciendo que el niño se retorciera y se apartara de ella.
—Buenos días,
miladies
—saludó afablemente. Ewen era un hombre de pocas palabras.
—¡Megan! —protestó Zac con cara de enfado—. ¡Deja de besarme como si fuera un bebé! ¡Suéltame!
Megan, divertida, le miró y le soltó. Zac crecía pero ella se negaba a verlo.
—¡Pero, bueno! —sonrió Shelma—. ¿Desde cuándo no eres un niño?
—Ahora ya soy un hombre —anunció haciéndoles sonreír—. Tengo mi propia daga, y siempre me decíais que no podría tener mi propia daga hasta que fuera un verdadero hombre.
—De acuerdo —asintió Megan sonriendo a Ewen—, intentaré recordar que no eres un niño.
—Íbamos hacia el lago —comunicó Ewen—. ¿Deseáis venir con nosotros?
—Quizá más tarde —contestó Shelma, que deseaba visitar la aldea.
Una vez que se despidieron de ellos, se encaminaron hacia la aldea. Cuando estaban llegando, unas voces atrajeron su atención. En la aldea ocurría algo y, agarrando sus faldas, comenzaron a correr.
Las mujeres y los ancianos se arremolinaban alrededor de un pozo. Un niño había caído y su madre, al intentar ayudarlo, había caído tras él.
—¡Llamad a alguno de los guerreros! —chilló Megan asomándose al pozo—. ¿Estáis bien? —Pero sólo escuchó los sollozos del niño. La mujer no contestó.
—Mi mamá se ha caído —lloraba una niña, nerviosa y temblorosa—. Mi mamá y mi hermano Joel se han caído ahí dentro.
—¿Dónde están los hombres? —gritó Shelma, histérica, sin atreverse a acercarse al pozo.
—Están trabajando en la construcción del castillo, señora —gritó una mujer agarrando a sus dos hijos.
Las mujeres, histéricas, miraban por la boca del pozo, pero nadie hacía nada, por lo que Megan dijo a su hermana:
—Corre a buscar a Myles y pídele que traiga una soga larga. —Sentándose en el borde del pozo, sacó su daga y observó dónde poner los pies—. Iré bajando.