Authors: Megan Maxwell
Al sentir la voz enfadada del
laird
McRae, muchos de los guerreros presentes miraron con curiosidad.
—Duncan —señaló ella sin entender aquella absurda reacción—, siempre te escucho, lo que ocurre es que nunca he visto en Stoirm ese peligro que tú ves y…
—¡Maldita seas, Megan! —clamó él al ver la provocación en su mirada—. ¿Por qué no eres capaz de comportarte como debes en vez de como una salvaje?
La palabra «salvaje», dicha de aquella manera, le trajo a Megan malos e ingratos recuerdos. Sus ojos negros se cerraron y, sin pensarlo, dio un fuerte manotazo en la mesa que sorprendió a todos, incluido su marido.
—¡Discúlpame, Duncan! —gritó sin importarle quién estuviera delante—. ¿Qué has dicho?
—No pienso volver a repetir mis palabras —murmuró sin mirarla.
—Muy bien. Que sepas que yo no pienso dejar de ser como soy porque un guerrero mandón como tú se haya casado conmigo y pretenda que sea otra persona diferente a la que soy. Te advertí antes de casarte conmigo que podría llegar a desesperarte, y aun así me aceptaste.
—Ten cuidado con lo que dices, Megan —advirtió Duncan con una mirada oscura y peligrosa—. Puedes arrepentirte de cada palabra que digas a partir de ahora.
—¿Me amenazas? —le retó. Eso le enfadó más.
Kieran, tras
cruzar
una mirada con Niall, observó sin más. Aquel idiota aún no se había dado cuenta de la clase de mujer que tenía a su lado.
—Por favor —intervino Niall para suavizar las cosas—. Relajaos, no hace falta que os pongáis así.
—¡Cállate, Niall! —gritaron Duncan y Megan mirándole.
—De acuerdo —asintió molesto y, sentándose de nuevo, les gritó—: ¡Mataos!
La incomodidad que se creó en el salón hizo que todo el mundo, incluidos guerreros y criados, estuviera pendiente de aquella discusión.
—Milady
, no merece la pena discutir por ese animal de alma negra como un demonio —indicó McPherson, sorprendido por cómo aquella mujer le plantaba cara a su buen amigo Duncan, y sobre todo por el aguante que él tenía—. Tengo la intención de sacrificarle. No hace más que romper las cuadras con sus patadas y morder a todo el que se le acerca.
—¿Cómo vais a cometer esa crueldad? —protestó Megan—. Stoirm es un estupendo caballo que sólo necesita un poco de cariño. —Y al ver cómo todos la miraban, en especial su marido, dijo—: Me he pasado media vida ayudando a mi abuelo con los caballos, y sé perfectamente lo que digo.
En ese momento, aparecieron sonrientes Lolach y Shelma. Ésta, al ver a James junto a Niall y Kieran, volvió la vista hacia su hermana, que parecía enfadada, por lo que, esperándose lo peor, se sentó junto a ella.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Megan nos hablaba de Stoirm y de sus aptitudes —interrumpió Niall a conciencia, viendo cómo Lolach se paraba para escucharle, tras saludar a Kieran y James.
—Oh… —exclamó Shelma desplegando su encanto—, es un caballo precioso. Un poco testarudo, pero nada que no se pueda dominar. El abuelo nos enseñó a saber qué hacer en casos así. Stoirm, a mi hermana o a mí, no nos preocupa. Sabernos que en poco tiempo podemos tenerle comiendo de nuestra mano.
—¡Por todos los santos celtas! —rio de nuevo McPherson con todas sus fuerzas—. Pero ¿de dónde han salido estas dos mujercitas tan guerreras?
Lolach, al mirar a su amigo Duncan, entendió lo que ocurría: Stoirm.
—En confianza, McPherson —respondió Niall atrayendo la atención de todos y las carcajadas en algunos hombres—, en el castillo de Dunstaffnage la mayoría de las mujeres que encontrarás son así. No sé si es el agua que beben o el aire que respiran, pero todas y cada una de las mujeres que viven allí se gastan un genio de mil demonios.
Al escuchar aquella absurda mofa, las muchachas le miraron con enfado.
—¿Sabes lo que les digo a los graciosos como tú? —respondió altivamente Megan, con rabia al pensar en la tristeza de su gran amiga Gillian—. Que llegará el día que vuelvas por Dunstaffnage y no habrá nadie esperándote. Porque las mujeres como nosotras no esperamos a que los sosos como tú decidan si somos lo que vosotros queréis.
—Y ten por seguro que a Gillian —continuó Shelma— pretendientes nunca le faltan, y te puedo asegurar que mucho mejores que tú.
—¿Ésas son las tierras de Axel McDougall? —preguntó Kieran con interés—. ¿Quién es Gillian?
—Alguien a quien por tu bien no debes acercarte, si no quieres vértelas conmigo —respondió Niall mirando a las dos hermanas, que se mofaban sonrientes—. Por lo tanto, olvida lo que aquí has escuchado y olvida ese nombre.
Duncan, al ver sonreír a su mujer, deseó estrangularla. ¿Por qué se empeñaba en mentir y en desobedecer?
Lolach, divertido por cómo Niall había caído en la trampa, tras darle un manotazo en la espalda dijo:
—¡Has caído, Niall! ¡Estás perdido, amigo!
Megan, una vez descubierto su engaño y consciente del enfado de su marido, y de lo que eso significaría, se preocupó por el caballo.
—Volviendo al asunto de Stoirm —cambió de tema Megan al ver la ceñuda mirada de su cuñado—,
laird
McPherson, creo que deberíais plantearos lo de sacrificarle. Ese magnífico caballo no merece tener un final así.
—¿Sacrificarle? ¿Queréis sacrificar a ese pobre caballo? —se quejó Shelma, atónita por lo que estaba escuchando—. Pero si es un semental magnífico.
—Tenía pensamiento de sacrificarle —indicó McPherson—, pero si vos lo queréis os lo regalo.
Duncan no podía creer lo que había escuchado. Su amigo McPherson, ¿se había vuelto loco? Aquello le provocaría más problemas.
—¿Me lo regaláis? —gritó Megan levantándose tan precipitadamente que tiró la silla por la emoción, sin querer darle importancia al enfado de su marido—. Oh…, gracias.
Duncan volvió a maldecir.
—Oh… —aplaudió Shelma sin entender la seriedad de Lolach y Duncan—. ¡Qué maravillosa idea! —Y mirando a su hermana dijo entusiasmada—: Si buscamos una buena yegua, seguro que podríamos tener unos sementales maravillosos.
—Tenemos maravillosos sementales en Urquhart —señaló Lolach atrayendo a su mujer e indicando que se callara—. No necesitáis a Stoirm.
—Pero ¿qué tonterías estás diciendo, Lolach? —se quejó soltándose de su mano—. Si mi abuelo viviese, te diría que lo último que se tiene que hacer a cualquier ser vivo es matarlo, y menos aún a un caballo tan magnífico como Stoirm.
—Shelma —advirtió Lolach mirándola—. ¡Cállate!
—¿Y eso porqué?
—Porque te lo ordeno yo —vociferó recordándole con la mirada la interesante conversación que habían mantenido antes de bajar.
Ante aquella voz de Lolach, Megan miró a su hermana, que tras encogerse se calló. La rabia comenzaba a consumirla. Nadie a excepción de sus tíos ingleses les habían hablado con aquella dureza e imposición.
—McPherson, agradezco tu regalo —contraatacó Duncan sabiendo que aquello supondría una nueva batalla con su mujer—, pero no quiero que ese caballo me ocasione más problemas de los que tengo. Por lo tanto, no lo aceptamos.
—¿Qué dices? —protestó Megan, muy enfadada—. Querrás decir que no lo aceptas tú. Pero yo sí.
—He hablado en nombre de los dos y mi palabra es una orden para ti —bramó intentando acallar a su mujer mientras sus hombres les miraban—. Por lo tanto, no se hable más.
—No me callaré ante una injusticia —replicó clavándole la mirada sin ver las señas que su hermana le hacía—. Tú no eres nadie para hacerme callar.
Al escuchar aquello, McPherson se llevó las manos a la cabeza. Nunca su difunta mujer se atrevió a hablarle así.
—¡Por todos los santos, mujer! —exclamó Duncan levantándose encolerizado mientras Lolach y Niall también se levantaban y Rieran, confuso, permanecía impasible—. Acabo de decirte que te calles y aun así continúas llevándome la contraria.
—La contraria me la llevas tú a mí —respondió, aunque aquello lo pagaría muy caro—. McPherson me hizo un regalo a mí, no a ti, y tú no eres nadie para rechazar algo que no se te ha regalado.
—¡Maldita sea tu lengua! —voceó Duncan fuera de sí—. Y maldito el momento en que decidí casarme contigo.
—Te casaste conmigo porque quisiste, yo nunca te obligué —gritó con ojos coléricos al escuchar aquello, y recordar cómo poco antes la había besado con pasión.
Duncan, furioso, volvió a dar un nuevo golpe en la mesa. ¿Por qué su mujer no se callaba? Aquella actitud lo único que hacía era dejarle en ridículo ante todo el mundo.
—Gracias a Dios, esto es temporal —siseó con rabia dejándola con la boca abierta—. Porque, sinceramente, ¡eres insoportable!
Todos se miraban confundidos. Y más cuando observaron que Megan resoplaba dispuesta a no callar.
—Maldito escocés, prepotente y estúpido —gritó dándole un manotazo que hizo que todos la miraran y Shelma, horrorizada, se quedara pálida—. Me casé contigo porque tú quisiste. Si realmente no me soportas, ¡vete y déjame en paz! Yo no te necesito para continuar viviendo. Y retando a todos vociferó: ¡sí! Yo tampoco le soporto.
—Te voy a matar —siseó fuera de sí Duncan, irguiéndose ante ella como lo hacía ante cualquiera de sus adversarios—. Te juro que o callas tu boca de víbora o te mato.
Pero Megan no estaba dispuesta a parar. No le importaban las consecuencias de aquello. Su marido la había enfurecido y sin amilanarse respondió:
—Ten cuidado no te mate yo antes a ti.
Escuchar aquella provocación fue lo máximo que Duncan aceptó oír.
—¡Maldita seas! —gritó enfurecido, asiéndola del brazo con tal fuerza que al zarandearla consumido por la rabia le hizo un daño atroz—. ¡He dicho que te calles y te vas a callar aunque sea lo último que consiga de ti! ¡No voy a consentir que otra mujerzuela me hunda!
—¡Suéltame, bruto, me haces daño! —chilló revolviéndose contra él mientras los demás observaban la escena pasmados.
La rabia verde que Megan, vio en sus ojos fue lo que la paralizó. A pesar del daño que le hacía en la herida que aún tenía reciente en el brazo, consiguió tragarse su llanto y, pateándole como una leona, liberarse de él, que fue a cogerla de nuevo, pero Lolach y Niall lo impidieron. Duncan estaba enloquecido. Kieran, aturdido, tiró de ella, y Shelma, al ver las lágrimas en los ojos de su hermana, cuando salió por la arcada corriendo, fue tras ella.
—Duncan —gritó Niall incrédulo por cómo le había retorcido el brazo a su mujer—, ¿qué estás haciendo?
—No lo sé. —Respiró con gran esfuerzo mientras las manos le temblaban por lo que acababa de hacer—. Pero esa maldita mujer no podrá conmigo.
—¿Demasiada mujer para ti, McRae? —se mofó James, feliz de ser el artífice de aquella discusión.
—¡Cállate, idiota! —gruñó Kieran al escucharle, pero al ver la maldad de su sonrisa le soltó un puñetazo que le hizo caer contra la mesa.
—¡Basta, Kieran! —gritó McPherson.
—Eres un vendido, hermano —murmuró James mirándole.
—Soy cualquier cosa que no seas tú —siseó Kieran con odio.
—¡James, sal de aquí inmediatamente! —ordenó McPherson.
Cuando James se marchó, McPherson se volvió hacia Duncan, que aún estaba lívido por la rabia.
—Duncan, deberás endurecer tus métodos con Megan, porque, de momento, esa mujer ya te ha podido.
Megan cruzó el patio de la fortaleza agarrándose el brazo con lágrimas en sus mejillas. Le latía con un profundo dolor y como un rayo salió por la arcada, dejando a los vigilantes sin palabras, mientras la observaban desaparecer entre los árboles. Mael, al verla correr de aquella manera, intentó ir tras ella, pero Shelma le paró. Su hermana no permitiría que nadie la viera llorar, por lo que, tras cruzar unas palabras con él, comenzó a correr hasta que la vio agotada junto al lago. Megan maldecía en voz alta una y otra vez, hasta que Shelma llegó y la abrazó.
—Creí que no podría alcanzarte —dijo Shelma mientras unos curiosos ojos las observaban.
—Shelma, ¡le odio! —gritó con todas sus fuerzas roja de rabia—. ¡Le odio con toda mi alma! ¡Le odio con todo mi ser! ¡Le odio! ¡Le odio! Y no pienso volver junto a ese, ese, ese…
—Ése… —forzó a su hermana para que la mirara— te quiere y es tu marido.
—¿Qué me quiere? ¿Te lo ha dicho a ti? Porque a mí te aseguro que no —gritó mientras gesticulaba de dolor agarrándose el brazo.
—¿Qué te pasa?
—El brazo —sollozó dolorida, mientras maldecía y comenzaba a andar de un lado para otro sin parar—. Oh…, Dios. ¡Cómo me duele! Maldito sea el día que te conocí, Duncan McRae. Maldito sea el día que accedí a casarme contigo. Te odio. ¡Te odio tanto que te mataría!
Shelma, asustada, pues nunca había visto tan fuera de sí a su hermana, intentó calmar los chillidos que daba. Si alguien la escuchaba decir aquellas cosas contra su marido, habría más problemas. Pero, como era incapaz de hacerse con ella, comenzó a chillar como nunca la había chillado.
—Escúchame. ¡Maldita sea, Megan! —Gritó más alto para que callara y la mirara—. Por favor, serénate, ¿vale? Comprendo tu rabia, tu frustración y tus ganas de matarle, pero, aunque te enfades por lo que te voy a decir, también le comprendo a él, y te voy a explicar por qué. —Megan la miró—. El abuelo y Mauled nos han criado como a muchachos en vez de cómo a mujeres, y estamos tan acostumbradas a hacer lo que queremos, cuando queremos y como queremos, que no nos hemos dado cuenta de que ya no somos aquellas jóvenes solteras y libres que vivían con dos ancianos que les permitían hacer todo lo que querían, sin reglas, ni normas. Nos hemos casado, Megan —dijo cogiéndole la barbilla con la mano para mirarla directamente a los ojos—. Y ahora, aunque no nos guste, ya nada puede ser como antes. Lolach y Duncan son dos buenos hombres que nos quieren y que han aceptado nuestro pasado con naturalidad, mientras que nosotras no paramos de sorprenderles con nuestra particular manera de tomar la vida. Además, y aunque nos cueste aceptarlo, son nuestros maridos y les debemos un respeto.
—¡Venga ya, Shelma! —se quejó enfadada, ajena a unos curiosos ojos que la vigilaban tras los árboles—. No me hables de respeto, cuando ese bruto me ha destrozado el brazo. No me hables de él porque yo creo que…
—Te hablaré de lo que tenga que hablarte —murmuró mirándola a los ojos, y Megan de nuevo calló y escuchó—. Hoy tuve una conversación con Lolach en la cama. Me dijo que le encantaba mi naturalidad, pero que delante de otros guerreros intentara comportarme a la hora de responderle o desafiarle, porque no quería ser el hazmerreír de todos ellos. ¿Sabes por qué me comentó eso?