Casa capitular Dune (71 page)

Read Casa capitular Dune Online

Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Casa capitular Dune
3.19Mb size Format: txt, pdf, ePub

La memoria le dijo que su ventaja sería aquella noche: las estrellas brillaban en un seco aire, una débil iluminación hacía resaltar las olas de arena que alcanzaban hasta un oscuramente curvado horizonte. Recordó las lunas rakianas y las echó en falta. Las estrellas solas no satisfacían su herencia Fremen.

Había pensado en aquello como en un retiro, un lugar y un tiempo donde pensar en lo que le estaba ocurriendo a su Hermandad.

Tanques axlotl, Cyborgs, y ahora esto.

El plan de Odrade no contenía misterios desde que habían Compartido. ¿Un riesgo? ¿Y si tenía éxito?

¿Mañana quizá lo sepamos, y así sabremos también en qué vamos a convertirnos?

Admitía que la Estación de Vigilancia del Desierto era más un imán que un lugar donde considerar consecuencias. Había caminado bajo un sol abrasador durante todo el día, probándose a sí misma que aún podía llamar a los gusanos con su danza, una emoción expresada como una acción.

La Danza Propiciatoria. Mi lenguaje de los gusanos.

Había estado girando y girando como un derviche en una duna hasta que el hambre había hecho añicos su trance de la memoria. Y los pequeños gusanos se habían ido reuniendo a todo su alrededor, con sus bocas expectantemente abiertas, sus recordadas llamas ardiendo tras el marco de sus dientes de cristal.

¿Pero por qué tan pequeños?

Las palabras de los investigadores lo explicaban, pero no la satisfacían.

—Es la humedad.

Sheeana recordaba al gigantesco Shai-Hulud de Dune, «El Viejo del Desierto», lo bastante grande como para devorar factorías de especia, sus anillos tan duros como el plastiacero. Dueños de sus propios dominios. Dios y demonio en la arena. Sentía su potencial desde la ventajosa posición de su ventana.

¿Por qué eligió el Tirano la existencia simbiótica en un gusano?

¿Llevaban aquellos pequeños gusanos su interminable sueño?

Las truchas de arena poblaban aquel desierto. Si las aceptaba como una nueva piel, podía seguir la senda del Tirano.

Metamorfosis. El Dios Dividido.

Conocía la tentación.

¿Me atreveré?

Los recuerdos de sus últimos momentos de ignorancia cayeron sobre ella… apenas ocho años entonces, el mes de Igat en Dune.

No Rakis. Dune, como lo llamaban mis antepasados.

No había dificultad en recordarse a sí misma tal como había sido: una delgada niña de piel oscura, con un pelo castaño con mechas. Una cazadora de melange (porque esa era una tarea para niños) corriendo el aire libre por el desierto con sus compañeros infantiles. Cuánto añoraba aquel recuerdo.

Pero los recuerdos tenían su lado oscuro. Centrando su atención en su olfato, una niña detectaba olores intensos… ¡una masa de preespecia!

¡La explosión!

El estallido de la melange traía a Shaitan. Ningún gusano podía resistirse a una explosión de especia en su territorio.

Tú lo devoraste todo, Tirano, esa miserable colección de cabañas y chozas que llamábamos «hogar», y a todos mis amigos y familia. ¿Por qué me perdonaste a mí?

Qué rabia había sacudido a aquella delgada niña. Todo lo que amaba arrebatado por un gigantesco gusano que se negó a sus intentos de sacrificarse ella también a sus llamas y que la llevó a manos de los sacerdotes rakianos, y con ellos a la Bene Gesserit.

—Les habla a los gusanos, y ellos la perdonan.

—Aquellos que me perdonaron no son perdonados por mi. —Eso era lo que le había dicho a Odrade.

Y ahora Odrade sabe lo que debo hacer. No puedes suprimir lo salvaje, Dar. Me atrevo a llamarte Dar ahora que estás dentro de mí.

Ninguna respuesta.

¿Había una perla de la consciencia de Leto II en cada uno de los nuevos gusanos de arena? Sus antepasados Fremen insistían en ello.

Alguien le tendió un bocadillo. Walli, la más antigua de las acólitas ayudantes, que había asumido el mando de la Estación de Vigilancia del Desierto.

Ante mi insistencia cuando Odrade me elevó al Consejo. Pero no simplemente porque Walli había aprendido mi inmunidad al dominio sexual de las Honoradas Matres. Y no porque sea sensible a mi necesidad. Walli y yo hablamos un lenguaje secreto.

Los grandes ojos de Walli ya no eran puertas de entrada a su alma. Eran una barrera que mostraba que ya sabía cómo bloquear las miradas sondeadoras; una ligera pigmentación azul que pronto sería totalmente azul si sobrevivía a la Agonía. Casi albina, y con una cuestionable línea genética para procrear. La piel de Walli reforzaba ese juicio: pálida y pecosa. Una piel que veías como una superficie transparente. No enfocabas tu vista en la piel en sí sino en lo que había debajo: una carne rosada, encendida por el paso de la sangre, desprotegida del sol del desierto. Tan sólo allí en las sombras podía Walli exponer aquella sensible superficie a los ojos interrogadores.

¿Por qué ésta se halla al mando por encima de nosotras?

Porque yo confío en ella para que haga lo que se debe hacer.

Sheeana comió con aire ausente su bocadillo mientras volvía su atención al paisaje de arena. Todo el planeta sería así algún día. ¿Otro Dune? No… similar, pero distinto. ¿Cuántos lugares así estamos creando en un universo infinito? Una pregunta sin sentido.

Los caprichos del desierto situaron un pequeño punto negro en la distancia. Sheeana frunció los ojos. Un ornitóptero. Se fue haciendo más grande, luego más pequeño. Cuadriculando la arena. Inspeccionando.

¿Qué es lo que estamos creando realmente aquí?

Cuando miró a las invasoras dunas, sintió arrogancia.

Mira mi obra, pequeña humana, y desespérate.

Pero nosotras hicimos esto, mis hermanas y yo.

¿Lo hicisteis?

—Puedo sentir una nueva sequedad en el calor —dijo Walli.

Sheeana asintió. No necesitaba hablar. Se dirigió hacia la gran mesa de trabajo mientras aún había luz del día para estudiar el mapa topográfico desplegado allí: tenía clavadas pequeñas banderitas, una hilera verde de agujas diseñadas según sus instrucciones.

Odrade había preguntado en una ocasión:

—¿Es realmente preferible esto a una proyección?

—Necesito tocarlo.

Odrade lo había aceptado.

Las proyecciones eran fastidiosas. Demasiado alejadas de lo material. No podías meter un dedo en una proyección y decir: «Iremos ahí.» Un dedo en una proyección era un dedo en el vacío aire.

Los ojos nunca son suficientes. El cuerpo debe sentir este mundo.

Sheeana detectó un olor a transpiración masculina, un olor a humedad y ejercicio. Alzó la cabeza y vio a un joven moreno de pie en la puerta, una pose arrogante, una actitud arrogante.

—Oh —dijo el joven—, creí que estabas sola, Walli. Volveré más tarde.

Una penetrante mirada a Sheeana, y desapareció.
Hay muchas cosas que el cuerpo debe sentir para conocerlas.

—Sheeana, ¿por qué estáis aquí? —preguntó Walli.

Tú que estás tan atareada con el Consejo, ¿qué es lo que buscas? ¿No confías en mí?

—He venido a considerar lo que la Missionaria aún piensa que debo hacer. Ven un arma… los mitos de Dune. Miles de millones rezándome: «La Sagrada que le habla al Dios Dividido.»

—Miles de millones no es una cifra correcta —dijo Walli.

—Pero mide la fuerza que mis hermanas ven en mí. Esos adoradores creen que morí junto con Dune. Me he convertido en «un poderoso espíritu en el panteón de los oprimidos»

—¿Más que una misionera?

—Es posible. Walli, ¿y si yo apareciera en ese universo que me está aguardando, con un gusano de arena a mi lado? El potencial de algo así llenaría a algunas de mis hermanas de esperanzas y recelos.

—Comprendo los recelos.

Por supuesto. El tipo de inculcación religiosa de Muad’Dib y su Tirano estaría pronto liberada en una desprevenida humanidad.

—¿Por qué deberían tomar eso en consideración? —insistió Walli.

—Conmigo como fulcro, ¡qué palanca tendrían para mover el universo!

—¿Pero cómo podrían controlar una fuerza así?

—Ese es el problema. Algo tan inherentemente inestable. Las religiones nunca son realmente controlables. Pero algunas hermanas piensan que podrían
orientar
una religión construida en torno mío.

—¿Y si esa orientación es pobre?

—Dicen que las religiones de las mujeres siempre fluyen hasta muy profundo.

—¿Cierto? —Preguntando a una fuente superior.

Sheeana no pudo hacer otra cosa más que asentir. Sus Otras Memorias se lo confirmaban.

—¿Por qué?

—Porque, dentro de nosotras, la vida se renueva a sí misma.

—¿Eso es todo? —Abiertamente dubitativa.

—Las mujeres llevan a menudo el aura del desvalido. Los humanos reservan una simpatía especial hacia aquellos que están más al fondo. Y soy una mujer, y si las Honoradas Matres me desean muerta entonces debo ser bendecida.

—Sonáis como si estuvierais de acuerdo con la Missionaria.

—Cuando eres uno de los perseguidos, tomas en consideración cualquier vía de escape. Soy venerada. No puedo ignorar el potencial.

Ni el peligro. De modo que mi nombre se ha convertido en una brillante luz en la oscuridad de la opresión de las Honoradas Matres. ¡Qué fácil para esa luz convertirse en una devoradora llama!

No… el plan que ella y Duncan habían elaborado era mejor. Escapar de la Casa Capitular. Era una trampa mortal no sólo para sus habitantes sino también para los sueños de la Bene Gesserit.

—Sigo sin comprender por qué estáis aquí. Puede que ya no seamos perseguidas.

—¿Puede?

—¿Pero por qué precisamente ahora?

No puedo decirlo abiertamente porque entonces los perros guardianes lo sabrían.

—Es esta fascinación por los gusanos. Es debida en parte a que uno de mis antepasados condujo la migración original a Dune.

Tú recuerdas esto, Walli. Hablamos de ello una vez ahí afuera en la arena, cuando solamente nosotras dos podíamos escuchar. Y ahora sabes por qué he venido de visita.

—Recuerdo que dijisteis que era un auténtico Fremen.

—Y un Maestro Zensunni.

Conduciré mi propia migración, Walli. Pero necesitaré gusanos que solamente tú me puedes proporcionar. Y debe hacerse rápidamente. Los informes de Conexión urgen rapidez. Y las primeras naves regresarán pronto. Esta noche… mañana. Temo lo que traigan.

—¿Estáis aún interesada en llevaros unos cuantos gusanos a Central para estudiarlos más de cerca?

¡Oh, sí, Walli! Lo recuerdas.

—Puede ser interesante. No tengo mucho tiempo para esas cosas, pero cualquier conocimiento que consigamos puede ayudarnos.

—Habrá demasiada humedad para ellos allí.

—La Gran Cala de la no-nave en el Campo puede ser reconvertida en un desierto de laboratorio. Arena, atmósfera controlada. Lo esencial está allí de cuando trajimos al primer gusano.

—Bellonda puede pensar que estáis malgastando vuestro tiempo.

No insistas demasiado, Walli.

—Bellonda se ha vuelto casi humana. Incluso gasta bromas ocasionalmente.

—¿De veras? Recuerdo que me decía: «¡La frivolidad es peligrosa!»

—Ahora tan sólo dice que el humor debe entristecernos un poco.

—Los humanos son ridículos.

—Hay extrañas energías en ti, Walli.

Eso debe engañar a los perros guardianes.

—Es ese nuevo joven al que estoy puliendo para Duncan. Es muy bueno, arrogante como Shaitan, y piensa que no puedo hacer nada sin él.

A mi Walli no le gusta eso.

—Ya he firmado la orden enviándolo a que siga su camino —dijo Walli—. El aún no lo sabe, pero se marcha mañana.

—¿Y tú lo lamentas?

—Nada que no pueda sacudirme de encima en un día o dos.

Ahhh, serás una apropiada Reverenda Madre, Walli. Y eso es lo que los perros guardianes deben estar diciendo en estos momentos.

Sheeana miró por la ventana occidental.

—Ya oscurece. Me gustaría bajar de nuevo y caminar por la arena.

¿Regresarán esta noche las primeras naves?

—Por supuesto, Reverenda Madre. —Walli se apartó a un lado, abriendo camino hacia la puerta.

Sheeana dijo, mientras se marchaba:

—La Estación de Vigilancia del Desierto deberá ser trasladada antes de mucho.

—Estamos preparados.

El sol estaba ocultándose tras el horizonte cuando Sheeana emergió de la calle en arco al borde de la comunidad. Penetró en el desierto iluminado por las estrellas, explorando con sus sentidos del mismo modo que lo había hecho cuando niña. Ahhh, ahí estaba la esencia de canela. Había gusanos cerca.

Hizo una pausa y, volviéndose hacia el nordeste, lejos de los últimos resplandores del sol, colocó ambas manos planas encima y debajo de sus ojos a la antigua manera Fremen, confinando visión y luz. Miró a un paisaje encuadrado horizontalmente. Cualquier cosa que cayera del cielo debería pasar por aquella estrecha rendija.

¿Esta noche? Vendrán justo después de oscurecer para retrasar el momento de la explicación. Toda una noche para reflexionar
.

Aguardó con paciencia Bene Gesserit.

Un arco de fuego trazó una delgada línea por encima del horizonte septentrional. Otro. Otro. Estaban exactamente en posición hacia el Campo de Aterrizaje.

Sheeana sintió que su corazón latía fuertemente.

¡Han venido!

¿Y cuál sería su mensaje para la Hermandad?
¿Guerreros que regresan triunfantes o bien refugiados?
Aquello representaría muy poca diferencia, dada la evolución del plan de Odrade.

Lo sabría por la mañana.

Sheeana bajó sus manos, y descubrió que estaba temblando. Inspiró profundamente. La Letanía.

Echó a andar hacia el desierto, caminando con el ritmo irregular recordado de Dune. Casi había olvidado cómo se arrastraban los pies. Como si acarrearan un peso extra. Músculos apenas utilizados eran requeridos para trabajar, pero la marcha irregular, una vez aprendida, nunca se olvidaba.

Hubo una ocasión en la que pensé que nunca más iba a caminar de esta forma.

Si los perros guardianes detectaban ese pensamiento, podían empezar a hacerse preguntas acerca de Sheeana.

Other books

Promise of Pleasure by Holt, Cheryl
Caravaggio by Francine Prose
A Chance of a Lifetime by Marilyn Pappano
Getting Back to Normal by Marilyn Levinson
Arise by Tara Hudson
Mercy F*uck by K. S. Adkins
Heartbeat by Danielle Steel
His by Right by Linda Mooney