Casa capitular Dune (73 page)

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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Casa capitular Dune
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¡Nos hemos debilitado a nosotras mismas! ¡Pudimos haber aguardado, reservado algunas de ellas!

Todas sus armas secretas habían sido agotadas y no podían ser recargadas, algo que habían perdido cuando habían sido expulsadas hasta allí.

¡Nuestra arma de último recurso, y la hemos malgastado!

Logno, que se consideraba a sí misma como suprema, permanecía ahora en una arena distinta. Y acababa de saber hacía un momento la temible facilidad con la cual Murbella podía matar a una de las elegidas.

Murbella lanzó una mirada valorativa al cortejo de la Gran Honorada Matre, calculando sus potenciales. Reconocían aquella situación, por supuesto. Les resultaba familiar. ¿Cómo votarían?
¿Neutral?

Algunas se mostraban cautelosas, y todas aguardaban.

Anticipando una diversión. No preocupadas sobre quién triunfaría en tanto que el poder siguiera fluyendo en su dirección.

Murbella dejó que sus músculos fluyeran hasta la condición de espera de combate que había aprendido de Duncan y las Censoras. Se sentía tan fría como cuando estaba de pie en la sala de prácticas, probando sus respuestas. Incluso mientras reaccionaba, supo que lo hacía de la forma para la cual la había preparado Odrade… mental, física y emocionalmente.

Primero la Voz. Déjales probar ese estremecimiento interior.

—Veo que has valorado muy poco a la Bene Gesserit. Los argumentos de los cuales estás tan orgullosa son algo que esas mujeres han oído tantas veces que tus palabras van más allá del aburrimiento.

Dijo aquello con un mordaz control vocal, un tono que hizo aparecer naranja en los ojos de Logno pero la mantuvo inmóvil.

Murbella no había terminado con ella.

—Te consideras poderosa y lista. Una cosa engendra a la otra, ¿eh? ¡Qué idiotez! Eres una consumada mentirosa, y te mientes a ti misma.

Al ver que Logno permanecía inmóvil frente a aquel ataque, las que estaban a su alrededor empezaron a retirarse, dejando un espacio libre que decía:
«Es toda tuya.»

—Tu fluidez en esas mentiras no las oculta —dijo Murbella. Barrió con una mirada burlona a las que había detrás de Logno. Como aquellas a las que conozco en mis Otras Memorias, te encaminas a la extinción. El problema es que tardes un tiempo tan infernalmente largo en morir. Inevitable pero, oh, tan aburrido sin embargo. ¡Te atreves a llamarte a ti misma Gran Honorada Matre! —Volviendo su atención a Logno. Todo acerca de ti es una letrina. No tienes estilo.

Era demasiado. Logno atacó, la pierna izquierda lanzada como un látigo con una cegadora rapidez. Murbella aferró el pie como quien sujeta una hoja barrida por el viento y, continuando el movimiento, aprovechó el impulso de Logno para convertir su cuerpo en una girante maza que terminó violentamente su trayectoria contra el suelo, con la cabeza reducida a pulpa. Sin detenerse, Murbella pirueteó, su pie izquierdo casi decapitó a la Honorada Matre que había permanecido a la derecha de Logno, mientras su mano derecha aplastaba la garganta de la que había permanecido a la izquierda de Logno. Todo hubo terminado en un par de segundos.

Examinando la escena sin que se notara ningún esfuerzo en su respiración
(tan fácil resultó, hermanas)
, Murbella experimentó una sensación de shock y reconocimiento de lo inevitable. Odrade permanecía tendida en el suelo frente a Elpek, que obviamente había elegido su bando sin la menor vacilación. La retorcida posición del cuello de Odrade y la fláccida apariencia de su cuerpo indicaban que estaba muerta.

—Intentó interferir —dijo Elpek.

Elpek esperaba que, tras haber matado a una Reverenda Madre, Murbella (¡una hermana después de todo!) aplaudiera. Pero Murbella no reaccionó como esperaba. Se arrodilló junto a Odrade y apoyó su cabeza contra la del cadáver, permaneciendo allí un tiempo interminable.

Las Honoradas Matres supervivientes intercambiaron miradas interrogadoras, pero no se atrevieron a moverse.

¿Qué es esto?

Pero estaban inmovilizadas por las aterradoras habilidades de Murbella.

Cuando tuvo en ella el pasado reciente de Odrade, todos los nuevos acontecimientos que había que añadir a su anterior Compartir, Murbella se puso en pie.

Elpek vio la muerte en los ojos de Murbella, y dio un paso atrás antes de intentar defenderse. Elpek era peligrosa, pero no podía compararse con aquel demonio con su túnica negra. Terminó con ella con la misma impresionante brusquedad con que había terminado con Logno y sus ayudantes: una patada en la laringe. Elpek cayó de bruces encima de Odrade.

Una vez más, Murbella estudió a las supervivientes, luego se inmovilizó un breve instante, contemplando el cuerpo de Odrade.

En un cierto sentido, eso fue obra mía, Dar. ¡Y tuya!

Agitó lentamente la cabeza de lado a lado, absorbiendo las consecuencias.

Odrade está muerta. ¡Larga vida a la Madre Superiora! ¡Larga vida a la Gran Honorada Matre! Y que los cielos nos protejan a todas.

Entonces dedicó su atención a lo que debía hacerse. Aquellas muertes habían creado una enorme deuda. Murbella inspiró profundamente. Aquél era otro Nudo Gordiano.

—Soltad a Teg. Limpiad todo esto tan rápido como sea posible. ¡Y que alguien me traiga ropa adecuada!

Era la Gran Honorada Matre dando órdenes, pero aquellas que se apresuraron a obedecerla sintieron a la Otra en ella.

La que le trajo una túnica roja con elaborados dragones bordados con soopiedras se la tendió deferentemente desde una cierta distancia. Una mujer amplia con grandes huesos y un rostro cuadrado. Unos ojos crueles.

—Sujétamela —dijo Murbella, y cuando la mujer intentó aprovechar la ventaja de la proximidad para atacarla, Murbella la golpeó duramente—. ¿Quieres intentarlo de nuevo?

Esta vez no hubo más trucos.

—Tú eres el primer miembro de mi Consejo —dijo Murbella—. ¿Tu nombre?

—Angelika, Gran Honorada Matre. —
¡Observa! He sido la primera en llamarte por tu nombre adecuado. Recompénsame.

—Tu recompensa es que te promociono y te dejo vivir.

Una respuesta propia de una Honorada Matre. Aceptada como tal.

Cuando Teg llegó a su lado frotándose los brazos allá donde el hilo shiga los había mordido profundamente, algunas Honoradas Matres intentaron prevenir a Murbella.

—¿Sabéis que éste puede…?

—Ahora me sirve a mí —interrumpió Murbella. Luego, con los tonos burlones de Odrade—: ¿No es así, Miles?

Él le dirigió una lastimosa sonrisa, un viejo en el rostro de un niño.

—Unos tiempos interesantes, Murbella.

—A Dar le gustaban los manzanos —dijo Murbella—. Ocúpate de ello.

El asintió. Llevarla a un cementerio-huerto. Ninguno de aquellos apreciados huertos Bene Gesserit duraría mucho en un desierto. De todos modos, valía la pena perpetuar algunas tradiciones mientras aún podías.

Capítulo XLV

¿Qué es lo que enseñan los Sagrados Accidentes? Sé adaptable. Sé fuerte. Estate preparado para el cambio, para lo nuevo. Reúne muchas experiencias y júzgalas por la inmutable naturaleza de tu fe.

Doctrina Tleilaxu

Completamente dentro del esquema de tiempo original de Teg, Murbella había tomado a su séquito de Honoradas Matres y había regresado a la Casa Capitular. Esperaba algunos problemas, y los mensajes que envió por delante pavimentaron el camino hacia las soluciones.

«Traigo Futars para atraer a los Adiestradores. Las Honoradas Matres temen un arma biológica de la Dispersión que las convierte en vegetales. Los Adiestradores pueden ser la fuente.»

«Preparaos para mantener al Rabino y a su grupo en la no-nave. Haced honor a su secreto. ¡Y retirad las minas protectoras de la nave!» (Ese fue enviado a través de una Censora mensajera.)

Estuvo tentada de preguntar por sus hijas, pero aquello no era Bene Gesserit. Algún día… quizá.

Inmediatamente después de su regreso, fue al encuentro de Duncan, y eso confundió a las Honoradas Matres. Eran como las Bene Gesserit. «¿Qué hay que sea tan especial en un hombre?»

Ya no había ninguna razón para que él siguiera en la nave, pero se negó a abandonarla.

—Tengo un mosaico mental que disponer: una pieza que no puede ser movida, un comportamiento extraordinario y una participación voluntaria en su sueño. Tengo que hallar límites que comprobar. Eso es lo que falta. Sé cómo encontrarlo. Entónalo todo. No pienses: hazlo.

Aquello no tenía sentido. Lo aceptó, aunque se daba cuenta de que él estaba cambiado. Había en aquel nuevo Duncan una estabilidad que aceptó como un desafío. ¿Con qué derecho adoptaba un aire tan satisfecho de sí mismo? No… no satisfecho de sí mismo. Era más el estar en paz con una decisión. ¡Y se negaba a compartirla con ella!

—He aceptado cosas. Tú debes hacer lo mismo.

Ella tuvo que admitir que aquello era lo que ella estaba haciendo.

A la mañana siguiente de su regreso, se levantó al amanecer y entró en el cuarto de trabajo. Llevando la túnica roja, se sentó en la silla de la Madre Superiora y llamó a Bellonda.

Bell se detuvo de pie a un extremo de la mesa de trabajo. Sabía. El diseño era claro en su ejecución. Odrade había impuesto también una deuda en ella. Por eso el silencio: evaluando cómo debía pagar.

¡Sirviendo a esta Madre Superiora, Bell! Así es como debes pagar. Ninguna manipulación por parte de los Archivos de estos acontecimientos los situará en su correcta perspectiva. Se necesita una acción.

Finalmente, Bellonda dijo:

—La única crisis que me atrevo a comparar con ésta es el advenimiento del Tirano.

Murbella reaccionó secamente.

—¡Contén tu lengua, Bell, a menos que tengas algo útil que decir!

Bellonda aceptó con calma la reprimenda (una respuesta poco característica).

—Dar tenía cambios en mente. ¿Es esto lo que esperaba?

Murbella suavizó su tono.

—Repetiremos más tarde la historia antigua. Este es tan sólo un capítulo de apertura.

—Malas noticias. —Esa era la antigua Bellonda.

—Deja entrar al primer grupo —dijo Murbella—. Ve con cautela. Son el Alto Consejo de la Gran Honorada Matre.

Bell salió para obedecer.

Sabe que tengo todo el derecho a esta posición. Todas ellas lo saben. No es necesaria ninguna votación. ¡No hay lugar para una votación!

Ahora era el momento para el arte histórico de la política que había aprendido de Odrade.

—Tienes que aparecer importante en todas las cosas. Ninguna decisión menor debe pasar por tus manos a menos que sean esos tranquilos actos llamados «favores» hechos hacia la gente cuya lealtad puede ser ganada.

Todas las recompensas llegaban de lo alto. No era una buena política para la Bene Gesserit, pero este grupo que entraba en el cuarto de trabajo estaba familiarizado con una Gran Honorada Matre Protectora; aceptarían las «nuevas necesidades políticas». Temporalmente. Todo era siempre temporal, especialmente con las Honoradas Matres.

Bell y las observadoras sabían que iban a pasarse mucho tiempo examinando todo aquello.
Incluso con las ampliadas habilidades Bene Gesserit.

Requeriría una extrema atención de todas ellas. Y lo primero era la agudamente discernidora mirada de inocencia.

Eso es lo que perdieron las Honoradas Matres y que nosotras debemos restablecer antes de que puedan fundirse en el fondo al que «nosotras» pertenecemos.

Bellonda hizo entrar al Consejo y se retiró silenciosamente.

Murbella aguardó hasta que todas se hubieron sentado. Un lote heterogéneo: algunas aspirantes al supremo poder. Angelika allí, sonriendo tan hermosamente. Algunas aguardando (sin atreverse todavía a esperar), pero acumulando todo lo que podían.

—Nuestra Hermandad estuvo actuando estúpidamente —acusó Murbella. Observó a las que aceptaban con furia aquel comentario—. ¡Hubierais matado a la gallina de los huevos de oro!

No comprendieron. Extrajo la parábola. Escucharon con adecuada atención, incluso cuando añadió:

—¿No os dais cuenta de lo desesperadamente que necesitamos a cada una de esas brujas? ¡Las superamos en tal manera en número que cada una de ellas deberá arrastrar una enorme carga de enseñanza!

Consideraron aquello y, por amargo que fuera, se vieron obligadas a admitir lo que decía.

Murbella remachó el asunto.

—No solamente soy vuestra Gran Honorada Matre… ¿alguna cuestiona eso?

Nadie lo cuestionó.

—… sino que soy la Madre Superiora de la Bene Gesserit. Ellas no pueden hacer otra cosa más que confirmarme en mi cargo.

Dos de ellas empezaron a protestar, pero Murbella las cortó en seco.

—¡No! Vosotras seríais impotentes para imponer vuestra voluntad sobre ellas. Tendríais que matarlas a todas. Pero a mí me obedecerán.

Las dos siguieron murmurando, y les gritó:

—¡Comparadas conmigo con lo que he adquirido de ellas, todas vosotras no sois más que miseria! ¿Alguna de vosotras desafía esto?

Nadie lo desafió, pero las motas naranja estaban allí.

—No sois más que niñas sin el menor conocimiento de aquello en lo que podéis convertiros —dijo—. ¿Os volveréis indefensas para enfrentaros a aquellos de muchos rostros? ¿Os convertiréis en vegetales?

Aquello captó su interés. Estaban acostumbradas a aquel tono de sus antiguas comandantes. Se sintieron más satisfechas. Era difícil aceptar aquello de alguien tan joven… pero sin embargo… las cosas que había hecho. ¡Y a Logno y sus ayudantes!

Murbella vio que admiraban el cebo.

Fertilización. Este grupo lo arrastrará con ellas. Un vigor híbrido. Somos fertilizadas para crecer más fuertes. Y florecer

¿Y convertirnos en semillas? Mejor no extenderse en eso. Las Honoradas Matres no lo verán hasta que sean casi Reverendas Madres. Entonces mirarán furiosamente hacia atrás del mismo modo que lo he hecho yo. ¿Cómo hemos podido ser tan estúpidas?

Vio la sumisión tomar forma en los ojos de las consejeras. Sería una luna de miel. Las Honoradas Matres serian niñas en una tienda de dulces. Tan sólo gradualmente empezarían a crecer de forma inevitable. Entonces podrían ser atrapadas.

Como yo fui atrapada. No le preguntes al oráculo lo que puedes ganar. Esa es la trampa. ¡Cuidado con la auténtica decidora de fortuna! ¿Te gustarían tres mil quinientos años de aburrimiento?

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