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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Casa capitular Dune (70 page)

BOOK: Casa capitular Dune
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Si ganamos.

La consola de operaciones donde Logno concentraba su atención era más pequeña que las anteriores de exhibición. Manipulación por campos digitales. El cono en una mesita baja al lado de Logno era más pequeño y transparente, revelando la intrincada medusa de las sondas.

Hilo shiga, seguro.

El cono mostraba una clara afinidad con las sondas-T de la Dispersión que Teg y otros habían descrito. ¿Poseían aquellas mujeres más maravillas tecnológicas? Tenían que poseerlas.

Una pared brillante a espaldas de Logno, ventanas a su izquierda abriéndose a un balcón, una vista de Conexión hasta muy lejos visible desde allí, con movimientos de tropas y blindados. Reconoció a Teg en la distancia, una silueta sobre los hombres de un adulto, pero no dio ninguna señal de ver nada extraordinario. Siguió su lento estudio. Una puerta a un pasillo con otro nultubo parcialmente visible en una zona separada a su inmediata izquierda. Más baldosas verdes en el suelo, en aquella zona. Funciones distintas en aquel espacio.

Un repentino estallido de sonidos brotó más allá de la pared. Odrade identificó algunos de ellos. Las botas de los soldados hacían un ruido característico allí. Roce de telas exóticas. Voces. Los peculiares acentos de las Honoradas Matres respondiéndose las unas a las otras con tonos impresionados.

¡Estamos venciendo!

La impresión era de espera cuando lo invencible se derrumba. Estudió a Logno. ¿Se hundiría en la desesperación?

Si es así, puede que yo sobreviva.

El papel de Murbella debería ser cambiado. Bien, eso podía esperar. Las hermanas habían sido instruidas acerca de lo que tenían que hacer en el caso de una victoria. Ni ellas ni nadie más en las fuerzas de ataque pondrían sus manos sobre una Honorada Matre… ni erótica ni de ninguna otra manera. Duncan había preparado a los hombres, haciendo que los peligros de sus trampas sexuales fueran bien conocidos.
No arriesgar la esclavitud. No erigir nuevos antagonismos.

La nueva Reina Araña se revelaba ahora como alguien aún más extraño de lo que Odrade había sospechado. Logno abandonó su consola y se acercó a un paso de distancia de Odrade.

—Habéis vencido esta batalla. Somos vuestros prisioneros.

Nada de naranja en sus ojos. Odrade barrió con su mirada a las mujeres a su alrededor que habían sido sus guardianas. Ojos claros, expresiones impasibles. ¿Era así como mostraban su desesperación? Aquello no encajaba. Logno y las demás no revelaban las respuestas emocionales esperadas.

¿Estaban ocultando algo?

Los acontecimientos de las últimas horas tenían que crear una crisis emocional. Logno no mostraba ninguna señal de ello. Ninguna contracción reveladora de algún nervio o músculo. Quizá una preocupación casual, y eso era todo.

¡Una máscara Bene Gesserit!

Tenía que ser inconsciente, algo desencadenado de forma automática por la derrota. Así que no aceptaban realmente la derrota.

Todavía estamos aquí con ellas. Latentes… ¡pero aquí! No es extraño que Murbella casi muriera. Se enfrentó a su propio pasado genético como una suprema prohibición.

—Mis compañeras —dijo Odrade—. Las tres mujeres que vinieron conmigo. ¿Dónde están?

—Muertas. —La voz de Logno estaba tan muerta como la palabra.

Odrade reprimió una punzada de dolor por Suipol.

Otro buen elemento perdido. ¡Y eso no es una amarga lección!

—Identificaré a las responsables si deseas venganza —dijo Logno.

Lección dos.

—La venganza es para niños y retardados emocionales.

Un ligero regreso del naranja en los ojos de Logno.

Los autoengaños humanos tomaban muchas formas, se recordó Odrade. Consciente de que la Dispersión podía producir lo inesperado, se había armado a sí misma de acuerdo con un distanciamiento protector que le dejara sitio para captar nuevos lugares, nuevas cosas y nueva gente. Había sabido que se vería obligada a poner muchas cosas en distintas categorías para que le sirvieran o para desviar amenazas. Tomó la actitud de Logno como una amenaza.

—No pareces inquieta, Gran Honorada Matre.

—Otras me vengarán. —Llanamente, casi con indiferencia.

Las palabras eran incluso más extrañas que su actitud. Lo mantenía todo bajo aquella capa encubridora, pero algunos detalles se revelaban momentáneamente a la atenta observación de Odrade. Cosas profundas e intensas, no enterradas. Estaba todo ahí dentro, enmascarado de la forma en que lo enmascararía una Reverenda Madre. Logno parecía no poseer ningún poder y sin embargo hablaba como si nada esencial hubiera cambiado.


Soy tu cautiva pero eso no constituye ninguna diferencia.

¿Carecía realmente de poder? ¡No! Pero esa era la impresión que deseaba mostrar, y todas las demás Honoradas Matres a su alrededor reflejaban su respuesta.

¿Nos ves? Carecemos de poder excepto la lealtad de nuestras hermanas y los seguidores que hemos ligado a nosotras.

¿Tanto confiaban las Honoradas Matres en sus legiones vengadoras? Tan sólo era posible si nunca antes habían sufrido una derrota de aquel tipo. Sin embargo, algo las había arrojado huyendo de vuelta al Antiguo Imperio. Al Millón de Planetas.

Teg encontró a Odrade y a sus
cautivas
mientras recorría el lugar para afirmar su victoria. Las batallas siempre requerían aquel colofón analítico, especialmente para un comandante Mentat. Era un test comparativo que le exigía aquella batalla, más que cualquier otra en su experiencia. Aquel conflicto no podía ser archivado en su memoria hasta que la victoria estuviera confirmada y fuera compartida hasta tan lejos como fuera posible con aquellos que dependían de él. Aquél era su invariable esquema, y no le importaba lo que revelara de él. Rompe ese lazo de intereses interpenetrados y estarás preparado para la derrota.

Necesito un lugar tranquilo para reunir los hilos de esta batalla y efectuar un resumen preliminar.

En su estimación, uno de los problemas más difíciles de la batalla era conducirla de una forma que no diera rienda suelta al salvajismo humano. Una máxima Bene Gesserit. La batalla debía ser conducida para extraer lo mejor de aquellos que habían sobrevivido a ella. Algo difícil y a veces completamente imposible. Cuanto más remoto estaba el soldado de la carnicería, más difícil era. Esta era una de las razones por las cuales Teg siempre intentaba estar presente en el escenario de la batalla y examinarlo personalmente. Si no veías el dolor, fácilmente podías causar un dolor mayor sin pensarlo siquiera. Ese era el esquema de las Honoradas Matres. Pero sus dolores habían sido traídos a casa. ¿Qué podían hacer con ello?

Esa cuestión estaba en su mente cuando él y sus ayudantes emergieron del tubo para encontrarse con Odrade frente a un grupo de Honoradas Matres.

—Es nuestro comandante, el Bashar Miles Teg —dijo Odrade, señalándolo.

Las Honoradas Matres miraron a Teg.

¿Un niño a caballo sobre los hombros de un adulto? ¿Este es su comandante?

—Un ghola —murmuró Logno.

Odrade se dirigió a Haker.

—Lleva a esas prisioneras a algún lugar cercano donde puedan estar cómodas.

Haker no hizo ningún movimiento hasta que Teg asintió con la cabeza, luego indicó educadamente a las cautivas que lo precedieran hacia la zona embaldosada a su izquierda. Las Honoradas Matres no dejaron de captar la autoridad de Teg. Le miraron con ojos llameantes mientras obedecían la invitación de Haker.

¡Hombres ordenando a mujeres!

Con Odrade a su lado, Teg rozó el cuello de Streggi con una rodilla, y se encaminaron al balcón. Había una extraña cualidad en la escena que identificó al momento. Había presenciado multitud de escenas de batalla a lo largo de su anterior vida, la mayor parte de ellas desde un tóptero de observación. Aquel balcón estaba fijo en el espacio, proporcionándole una sensación de inmediatez. Estaban como a un centenar de metros por encima de los jardines botánicos donde se había desarrollado gran parte de lo más violento del conflicto. Muchos cuerpos yacían como resultado final de la batalla… muñecos arrojados a un lado por niños que se habían marchado. Reconoció algunos uniformes de sus tropas y sintió una punzada de dolor.

¿No pude hacer nada para impedir esto?

Había conocido muchas veces aquella sensación, y la había llamado «la culpabilidad del mando». Pero esta escena era distinta, no solamente en esa cualidad única que se encuentra en toda batalla sino de una forma que lo irritaba. Decidió que era en parte el escenario, un lugar más adecuado para fiestas campestres, ahora retorcido por un antiguo esquema de violencia.

Los animales pequeños y los pájaros estaban regresando, nerviosamente furtivos después del trastorno de aquella ruidosa intrusión humana. Pequeñas criaturas peludas con largas colas olisquearon las bajas y salieron corriendo hacia los árboles cercanos sin ninguna razón aparente. Coloridos pájaros se asomaron por entre la pantalla de hojas o volaron cruzando la escena… líneas de confusa pigmentación que se convirtió en camuflaje cuando se metieron bruscamente por entre las hojas. Acentos de plumas en la escena, intentando restablecer la no tranquilidad humana que los observadores confundían por paz en tales lugares. Teg sabía la realidad. En su vida pre-ghola, había crecido rodeado por un ambiente silvestre: le rodeaba la vida campesina, pero los animales salvajes se hallaban al otro lado de los cultivos. No había tranquilidad aquí afuera.

Con aquella observación reconoció lo que había tirado de su consciencia. Considerando el hecho de que había entrado en tromba en un bien controlado emplazamiento defensivo ocupado por defensores fuertemente armados, el número de bajas ahí delante era extremadamente pequeño. No había visto nada que explicara aquello hasta que entró en la Ciudadela. ¿Habían sido sorprendidas en desequilibrio? Sus pérdidas en el espacio eran una cosa… su habilidad de
ver
a las naves defensoras había producido una devastadora ventaja. Pero este complejo contenía posiciones preparadas donde hubieran podido atrincherarse los defensores y hacer el asalto más costoso. El derrumbamiento de la resistencia de las Honoradas Matres había sido repentino, y a estas alturas permanecía inexplicado.

Estaba equivocado suponiendo que responderían vendiendo cara su derrota.

Miró a Odrade.

—Esa Gran Honorada Matre de ahí dentro, ¿dio la orden a las defensas de que abandonaran?

—Esa es mi suposición.

Una respuesta cautelosa y típica de una Bene Gesserit. Ella también estaba sometiendo la escena a una cuidadosa observación.

¿Era su suposición una explicación razonable para la brusquedad con la cual los defensores habían arrojado sus armas?

¿Por qué deberían hacerlo? ¿Para impedir más derramamiento de sangre?

Dada la insensibilidad que normalmente demostraban las Honoradas Matres, aquello era poco probable. La decisión había sido tomada por razones que le inquietaban.

¿Una trampa?

Ahora que pensaba en ello, había otras cosas extrañas en la escena de la batalla. Ninguna de las habituales llamadas de los heridos, nadie arrastrándose y pidiendo a gritos camilleros y médicos. Podía ver algunos Suks moviéndose entre los cuerpos. Eso, al menos, era familiar, pero todas las figuras que examinaban eran dejadas allá donde habían caído.

¿Todos muertos? ¿Ningún herido?

Experimentó un miedo atroz. A veces había sentido miedo en la batalla, pero había aprendido a leerlo. Había algo que iba profundamente mal allí. Ruidos, cosas al alcance de su vista, olores, todo adquiría una nueva intensidad. Se sintió agudamente sintonizado con todo aquello, un animal predador en la jungla, conociendo su terreno pero consciente de algo intruso que debía ser identificado si no querías convertirte en cazado en vez de en cazador. Registró sus alrededores a un nivel distinto de consciencia, leyéndose al mismo tiempo a sí mismo, buscando los esquemas que habían despertado en él aquella respuesta. Streggi temblaba bajo él. Ella también sentía aquella inquietud.

—Hay algo que no encaja aquí —dijo Odrade.

Tendió una mano hacia ella, pidiendo silencio. Incluso en aquella torre, rodeado de tropas victoriosas, se sentía expuesto a una amenaza que sus gritantes sentidos no conseguían revelar.

¡Peligro!

Estaba seguro de ello. Lo desconocido lo frustraba. Requería cada asomo de su adiestramiento para impedirle caer en una fuga nerviosa.

Indicando con las rodillas a Streggi que se diera la vuelta, Teg ladró una orden a un ayudante que aguardaba de pie junto a la puerta del balcón. El ayudante escuchó en silencio y corrió a obedecer. Debían saber la cifra de bajas. ¿Cuántos heridos comparados con los muertos? Informes de las armas capturadas. ¡Urgente!

Cuando volvió a su examen de la escena, vio otra cosa inquietante, algo básicamente extraño que sus ojos habían intentado informar antes. Muy poca sangre en aquellas figuras caídas con uniformes Bene Gesserit. Uno esperaba que las bajas de una batalla mostraran esa evidencia definitiva de la común humanidad… flores rojas que se ennegrecían a la exposición al aire pero que siempre dejaban su marca indeleble en las memorias de aquellos que las veían. La ausencia de sangre era algo desconocido y, en los negocios de la guerra, lo desconocido tenía una historia de traer consigo peligros extremos.

Se dirigió en voz baja a Odrade.

—Poseen un arma que no hemos descubierto.

Capítulo XLIII

No seáis rápidas en revelar vuestro juicio. El juicio oculto resulta a menudo más potente. Puede guiar reacciones cuyos efectos son captados únicamente cuando es demasiado tarde para desviarlos.

Consejo BG a las Postulantes

Sheeana olía los gusanos a distancia: aromas a canela de la melange mezclados con el áspero pedernal y el azufre, el infierno orlado de cristal de los grandes comedores de arena rakianos. Pero captaba a esos pequeños descendientes tan sólo porque existían ahí afuera en un número tan grande.

Son tan pequeños.

Había hecho calor hoy allá en la Estación de Vigilancia del Desierto, y ahora a última hora de la tarde agradecía el interior artificialmente enfriado. Había un tolerable ajuste de temperatura en sus antiguos aposentos, aunque las ventanas que daban al oeste habían sido dejadas abiertas. Sheeana se dirigió hacia aquella ventana y miró a la resplandeciente arena del otro lado.

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