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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Casa capitular Dune (67 page)

BOOK: Casa capitular Dune
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Odrade se mantuvo en silencio, ejerciendo la cautela hasta después de efectuadas las presentaciones por parte de la escolta, que pronunció tan pocas palabras como le fue posible y se marchó apresuradamente.

Sin las indicaciones de Murbella, la mujer alta de pie al lado de la Reina Araña hubiera sido la que Odrade hubiera tomado por la comandante. Y sin embargo, ésta era la más pequeña. Fascinante.

Esta no trepó simplemente hasta el poder. Serpenteó por entre las grietas. Un día, sus hermanas despertaron ante el hecho consumado. Allí estaba, firmemente sentada en el trono. ¿Y quién podía poner objeciones? Diez minutos después de haber abandonado su presencia tenías dificultades en recordar el blanco de tus objeciones.

Las dos mujeres examinaron a Odrade con idéntica intensidad.

Muy bien. Eso es necesario en estos momentos.

La apariencia de la Reina Araña era más que una sorpresa. Hasta aquel momento, la Bene Gesserit no había conseguido ninguna descripción física de ella. Tan sólo proyecciones temporales, construcciones imaginativas basadas en datos dispersos. Allí estaba, finalmente. Una mujer pequeña. Músculos previsiblemente nudosos apreciables bajo los leotardos rojos que se asomaban por debajo de su túnica. El rostro un óvalo sin nada en particular, con unos blandos ojos castaños con motas naranja danzando en ellos.

Temerosa y furiosa al mismo tiempo, pero sin poder situar las razones precisas de sus temores. Todo lo que tiene es un blanco… yo. ¿Qué es lo que piensa obtener de mí?

Su ayudante era algo distinto: en apariencia, mucho más que peligrosa. Un pelo dorado muy cuidadosamente peinado, nariz ligeramente aquilina, labios finos, piel muy tensa sobre unos altos pómulos. Y esa venenosa mirada.

Odrade trasladó su atención una vez más a los rasgos de la Reina Araña: una nariz que muchos tendrían problemas en describir un minuto después de abandonar su presencia.

¿Recta? Bien, en cierto modo.

Unas cejas que hacían juego con su pelo color paja. La boca se hacía rosadamente visible al abrirse y casi desaparecía al ser cerrada. Era un rostro en el que tenias dificultades para encontrar un foco central, y que hacía que a resultas de ello todo el resto resultara difuminado.

—Así que tú presides la Bene Gesserit.

Una voz ajustada en clave baja. Un galach con extrañas inflexiones, carente de jerga, aunque sentías su presencia justo detrás de la lengua. Había trucos lingüísticos allí. Los conocimientos de Murbella enfatizaban aquel hecho.

—Poseen algo parecido a la Voz. No el equivalente de lo que vosotras me habéis dado, pero hacen otras cosas, una especie de trucos con las palabras.

Trucos con las palabras.

—¿Cómo debo dirigirme a ti? —preguntó Odrade.

—He oído que me llamáis la Reina Araña. —Las motas naranja danzaron malignamente en sus ojos.

—Aquí en el centro de tu tela y considerando tus enormes poderes, me temo que debo admitirlo.

—De modo que esto es lo que captas… mis poderes. —¡Vanidosa!

Lo primero que había notado Odrade era el penetrante olor de la mujer. Se había bañado con algún escandaloso perfume.

¿Para enmascarar sus feromonas?

¿Había sido advertida de la habilidad de las Bene Gesserit de juzgar sobre las bases de unos minúsculos datos sensoriales? Quizá. Aunque era probable que simplemente le gustara aquel perfume. La odiosa cocción tenía un asomo subyacente de exóticas flores. ¿Algo procedente de su lejano hogar?

La Reina Araña apoyó una mano en su olvidable barbilla.

—Puedes llamarme Dama.

Su compañera objetó:

—¡Es la última enemiga en el Millón de Planetas!

De modo que así es cómo denominan al Antiguo Imperio.

Dama alzó una mano reclamando silencio. Qué casual, y qué revelador. Odrade vio un lustre reminiscente de Bellonda en los ojos de la ayudante. Una maligna atención, buscando el momento propicio para atacar.

—A la mayoría se les requiere que se dirijan a mí como Gran Honorada Matre —dijo Dama—. Te he conferido un honor. —Hizo un gesto hacia la puerta en arco tras ella—. Vamos a pasear fuera, mientras hablamos las dos a solas.

No era una invitación; era una orden.

Odrade se detuvo al lado de la puerta para echar una ojeada a un mapa exhibido allí. En blanco y negro, finas líneas de senderos e irregulares indicaciones con rótulos en galach. Eran los jardines más allá de la parte pavimentada, la identificación de plantaciones. Odrade se acercó a él para estudiarlo mientras Dama aguardaba con una divertida tolerancia. Sí, árboles y arbustos esotéricos, muy pocos de ellos con frutos comestibles. Eran el orgullo de la posesión, y aquel mapa estaba allí para demostrarlo.

¡Una belleza inútil, y toda ella es mía!

En el patio, Odrade dijo:

—He notado tu perfume.

Dama se vio empujada a sus recuerdos, y su voz evidenció sutiles armónicos cuando respondió.

La domina una identidad floral. ¡Imagina eso! Pero se siente a la vez triste y enfurecida cuando piensa en ello. Y se pregunta por qué yo lo he sacado a la luz.

—De otro modo, los arbustos no me hubieran aceptado —dijo Dama.

Interesante elección del tiempo verbal.

El acento que imprimía al galach no era difícil de comprender. Obviamente se ajustaba de forma inconsciente a su interlocutora.

Tiene buen oído. Deja pasar unos breves segundos, observando, escuchando y haciendo ajustes para hacerse comprender. Una forma de arte muy antigua, que la mayor parte de los humanos adoptan rápidamente.

Odrade vio los orígenes como una coloración protectora.

No desea ser tomada por una alienígena.

Una característica de ajuste embutida en los genes. Las Honoradas Matres no la habían perdido, pero era una vulnerabilidad. Las tonalidades inconscientes no quedaban completamente enmascaradas, y revelaban mucho.

Pese a su evidente vanidad, Dama era inteligente y autodisciplinada. Era un placer llegar a esa opinión. Algunos circunloquios no eran necesarios.

Odrade se detuvo donde se detuvo Dama al extremo del patio. Permanecían casi hombro contra hombro, y Odrade, mirando hacia el jardín, se sintió sorprendida por su apariencia casi Bene Gesserit.

—Haz tu oferta —dijo Dama.

—¿Qué valor poseo como rehén? ~preguntó Odrade.

¡Una mirada naranja!

—Obviamente, tú has sido quien ha formulado la pregunta —dijo Odrade.

—Prosigue. —El naranja disminuyó.

—La Hermandad dispone de tres reemplazos para mí. —Odrade exhibió su más penetrante mirada—. Es posible que nos debilitemos mutuamente de una forma tal que nos destruya a las dos.

—¡Podemos aplastaros como aplastaríamos a un insecto!

¡Cuidado con el naranja!

Odrade no se dejó desviar por las advertencias de su interior.

—Pero la mano que nos
aplastara
lo celebraría, y finalmente las náuseas te consumirían.

Esto no puede plantearse claramente sin detalles específicos.

—¡Imposible! —Un fulgor naranja.

—¿Crees que no somos conscientes de cómo fuisteis arrojadas de vuelta aquí por vuestros enemigos?

Mí más peligroso gambito.

Odrade observó cómo causaba efecto. Un hosco fruncimiento de ceño no fue la única respuesta visible de Dama. El naranja desapareció, dejando en sus ojos una extraña blandura que discrepaba con su colérico rostro.

Odrade asintió como si Dama hubiera respondido.

—Podemos dejaros vulnerables a aquellos que os atacan, aquellos que os han conducido hasta este callejón sin salida.

—¿Pensáis que nosotras…?

—Lo sabemos.

Al menos, ahora lo sé.

El conocimiento produjo a la vez excitación y miedo.

¿Qué es lo que hay ahí afuera capaz de sojuzgar a esas mujeres?

—Simplemente estamos agrupando nuestras fuerzas antes de…

—Antes de regresar a una arena donde a buen seguro vais a ser aplastadas… donde no podéis contar con un número abrumador.

La voz de Dama se sumió en un suave galach que Odrade tuvo dificultades en comprender.

—Así que han venido hasta vosotras… y han hecho su oferta. Qué estúpidas sois confiando en que…

—No he dicho que confiemos.

—Si Logno, ahí atrás… —hizo una señal con la cabeza indicando a su ayudante en la habitación—… te oyera hablarme de esta forma, estarías muerta en menos tiempo del que necesito para advertirte de ello.

—Soy afortunada de que aquí estemos solamente nosotras dos.

—No cuentes con ello para que te lleve mucho más lejos.

Odrade miró por encima de su hombro al edificio. Las alteraciones del diseño de la Cofradía eran visibles: una larga fachada de ventanas, mucha madera exótica, y enjoyadas piedras.

Riqueza.

Estaba enfrentándose a una riqueza tan extrema que a muchos les resultaría difícil imaginarla. Nada que deseara Dama, nada que pudiera ser proporcionado por la sociedad que era su vasalla, le era negado. Nada excepto la libertad de volver a la Dispersión.

¿Hasta qué punto se aferraba Dama a la fantasía de que su exilio terminaría alguna vez? ¿Y cuál era la fuerza que había enviado un tal poder de vuelta al Antiguo Imperio? ¿Por qué aquí? Odrade no se atrevía a preguntar.

Proseguiremos esto en mis aposentos —dijo Dama.
¡Por fin en el cubil de la Reina Araña!

Los aposentos de Dama eran algo muy parecido a un rompecabezas. Suelos ricamente alfombrados. Se sacudió las sandalias y entró descalza en la estancia. Odrade la imitó.

¡Observa las callosidades en la parte externa de sus pies! Armas peligrosas mantenidas en muy buena condición.

No solamente el blando suelo sino la estancia en sí desconcertó a Odrade. Una pequeña ventana que daba al cuidadosamente dispuesto jardín botánico. Ni cortinas ni cuadros en las paredes. Ninguna decoración. Una rejilla de renovación de aire encima de la puerta por la que habían entrado arrojaba líneas de sombra. Otra puerta a la derecha. Otra rejilla de renovación de aire. Dos blandos divanes grises. Dos pequeñas mesillas auxiliares de brillante color negro. Otra mesa más grande en tonos dorados con un leve resplandor verde sobre ella señalando un campo de control.

Odrade identificó la fina silueta rectangular de un proyector encajado en la mesa dorada.

Ahhh, este es su cuarto de trabajo. ¿Hemos venido aquí a trabajar?

Había una refinada concentración en aquel lugar. Se había tomado mucho cuidado en eliminar las distracciones, ¿Qué distracciones aceptaba Dama?

¿Dónde están las estancias decoradas? Tiene que vivir de una forma particular con su entorno. No puedes permanecer siempre creando barreras mentales para rechazar de tu alrededor las cosas que consideras desagradables para tu psique. Si deseas un auténtico confort, tu casa no puede estar construida de una forma que te agreda, especialmente no agresiones a un lado inconsciente. ¡Ella se da cuenta de las vulnerabilidades de su inconsciente! Es realmente peligrosa, pero tiene el poder de decir:
«Sí».

Aquella era una antigua perspicacia Bene Gesserit. Buscabas a aquellas que podían decir: «Sí». Nunca te molestabas con subalternos que únicamente podían decir: «No». Buscabas a quien podía llegar a un acuerdo, firmar un contrato, cumplir con una promesa. La Reina Araña no decía «Sí» a menudo, pero tenía ese poder, y lo sabía.

Hubiera debido darme cuenta cuando me llevó a un lado. Me envió la primera señal cuando me permitió llamarla Dama. ¿Me he precipitado poniendo en marcha el ataque de Teg de una forma que no puedo detener? Demasiado tarde para pensárselo mejor. Lo sabía cuando le di amplios poderes.

¿Pero qué otras fuerzas podemos atraer?

Odrade tenía registrado el esquema de dominio de Dama. Palabras y gestos podían hacer a la Reina Araña retraerse sobre sí misma, agazapándose en la intensa consciencia de los latidos de su propio corazón.

El drama debe seguir adelante.

Dama estaba haciendo algo con las manos en el campo verde sobre su mesa dorada. Estaba concentrada en ello, ignorando a Odrade de una forma que era a la vez un insulto y un cumplido.

No interfieras, bruja, porque no te interesa y tú lo sabes. Además, no eres lo bastante importante como para distraerme.

Dama parecía agitada.

¿Ha tenido éxito el ataque contra Gammu? ¿Están empezando a llegar los refugiados?

Un resplandor naranja se enfocó en Odrade.

—Tu piloto acaba de destruirse a sí mismo y a su nave antes que someterse a nuestra inspección. ¿Qué es lo que traía?

—A nosotras.

—¡Hay una señal que brota de ti!

—Diciendo a mis compañeras si estoy viva o muerta. Tú ya lo sabías.

Algunos de nuestros antepasados quemaban sus naves ante un ataque. No había retirada posible.

Odrade habló con un cuidado exquisito, ajustando el tono y la cadencia a las respuestas de Dama.

—Si llegamos a un acuerdo, tú me proporcionarás un transporte. Mi piloto era un cyborg, y el shere no podía protegerlo de vuestras sondas. Sus órdenes eran matarse antes que caer en vuestras manos.

—Proporcionándonos las coordenadas de vuestro planeta. —El naranja disminuyó en los ojos de Dama, pero aún estaba inquieta—. No creo que tu gente te obedezca hasta ese extremo.

¿Cómo los controlas sin dominio sexual, bruja? ¿No resulta obvia la respuesta? Poseemos secretos poderes.

Cuidado ahora,
se advirtió Odrade. Una aproximación metódica, alerta a nuevas demandas. Déjale pensar que elegimos un método de respuesta y nos aferramos a él. ¿Cuánto sabe de nosotras? No sabe que incluso una Reverenda Madre puede ser tan sólo un pequeño cebo, un señuelo para conseguir información vital. ¿Eso nos hace superiores? Y si es así, ¿puede el adiestramiento superior superar la velocidad y el número superiores?

Odrade no tenía ninguna respuesta.

Dama permanecía sentada junto a la mesa dorada, dejando a Odrade de pie. Había como una sensación de nido a todo su alrededor. No abandonaba a menudo aquel lugar. Era el auténtico centro de su tela. Todas las cosas que creía que necesitaba estaban allí. Había traído a Odrade hasta aquella habitación porque era un inconveniente ir a cualquier otro lugar. Se sentía incómoda en otros ambientes, quizá incluso se sentía amenazada. Dama no corría riesgos. Lo había hecho una vez pero hacía mucho tiempo de ello, cuando se había cerrado una puerta tras ella, en algún lugar. Ahora tan sólo deseaba sentarse allí en aquel seguro y bien organizado capullo desde donde podía manipular a los demás.

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