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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Casa capitular Dune (75 page)

BOOK: Casa capitular Dune
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Murbella se puso en pie, pensando en Duncan en la no-nave, recordando la nave tal como la había visto por última vez. Allí estaba finalmente, no oculta a ningún sentido. Un montón de extraña maquinaria, curiosamente grotesca. Un salvaje conglomerado de protuberancias y proyecciones sin ningún propósito aparente. Era difícil imaginar aquella estructura alzándose por sí misma, enorme como era, y desvaneciéndose en el espacio.

¡Desvaneciéndose en el espacio!

Vio la forma del mosaico mental de Duncan.

¡Una pieza que no puede ser movida! Sintonizarlo todo… ¡No pienses; hazlo!

Con una brusquedad que la dejó helada, supo la decisión de Duncan.

Capítulo XLVI

Cuando piensas en tomar la determinación de tu destino en tus propias manos, ése es el momento en que puedes resultar aplastado. Ve con cuidado. Prepárate para las sorpresas. Cuando creamos, siempre hay otras fuerzas en acción.

Darwi Odrade

—Avanza con extremo cuidado —le había advertido Sheeana.

Idaho no creía necesitar la advertencia, pero la agradeció de todos modos.

La presencia de las Honoradas Matres en la Casa Capitular facilitaba su tarea. Habían conseguido que las Censoras y los demás guardias de la nave se pusieran nerviosos. Las órdenes de Murbella mantenían a sus antiguas hermanas fuera de la nave, pero todo el mundo sabía que el enemigo estaba allí. Los monitores mostraban un al parecer interminable fluir de naves de transporte descargando Honoradas Matres en el Campo. La mayoría de las recién llegadas se mostraban curiosas acerca de la monstruosa no-nave asentada allí, pero ninguna desobedecía a la Gran Honorada Matre.

—No mientras esté con vida —murmuró Idaho allá donde las Censoras podían oírle—. Poseen una tradición de asesinar a sus líderes para reemplazarlas. ¿Durante cuánto tiempo se mantendrá Murbella?

Los com-ojos hicieron aquel trabajo por él. Sabía que sus murmullos se esparcirían por toda la nave.

Sheeana acudió a su cuarto de trabajo poco después e hizo un gesto de desaprobación.

—¿Qué estás intentando hacer, Duncan? Estás inquietando a la gente.

—¡Vuelve a tus gusanos!

—¡Duncan!

—¡Murbella está jugando a un juego peligroso! Ella es todo lo que hay entre nosotros y el desastre.

Ya había expresado esa inquietud acerca de Murbella. No era nada nuevo para las observadoras, pero el insistir sobre ello ponía nervioso a todo el mundo que lo oía… las monitoras de los com-ojos en Archivos, los guardias de la nave, todos.

Excepto las Honoradas Matres. Murbella estaba manteniéndolas alejadas de los Archivos de Bellonda.

—Ya habrá tiempo para eso más tarde —dijo Sheeana—. Duncan, deja de alimentar nuestras inquietudes, o dinos lo que debemos hacer. Tú eres un Mentat. Funciona para nosotras.

Ahhh, el gran Mentat actuando para que todas lo vean.

—Lo que tenéis que hacer es obvio, pero no es asunto mío. Yo no puedo dejar a Murbella.

Pero puedo ser apartado de su lado.

Ahora era asunto de Sheeana. Ella lo dejó, y se fue a difundir su propia versión del cambio.

—Tenemos a la Dispersión como ejemplo.

Por la tarde, tenía a las Reverendas Madres de la nave neutralizadas, y le dio a Duncan la señal con la mano de que podía emprender el siguiente paso.

—Me seguirán.

Sin pretenderlo, la Missionaria había preparado el decorado para el dominio de Sheeana. La mayor parte de las hermanas sabían el poder latente en ella. Peligroso. Pero estaba
ahí
.

Un poder sin utilizar era como una marioneta sin hilos visibles, sin nadie que los sujetara. Una atracción compulsiva:
Yo puedo hacerla bailar.

Alimentando el engaño, Duncan llamó a Murbella.

—¿Cuándo te veré?

—Duncan, por favor. —Incluso en proyección, parecía preocupada—. Estoy muy ocupada. Sabes las presiones. Me saldré de ello en unos pocos días.

La proyección mostraba a un grupo de Honoradas Matres al fondo, frunciendo el ceño a aquel extraño comportamiento de su líder. Cualquier Reverenda Madre podía leer en sus rostros.

—¿Se ha vuelto demasiado blanda la Gran Honorada Matre? ¡Solamente tiene a un hombre ahí afuera!

Cuando cortó la comunicación, Idaho enfatizó lo que todos los monitores en la nave habían visto:

—¡Está en peligro! ¿Acaso no se da cuenta?

Y ahora, Sheeana, es cosa tuya.

Sheeana poseía la llave para restaurar los controles de vuelo de la nave. Las minas habían sido retiradas. Nadie podía destruir la nave en el último instante con una señal a unos explosivos ocultos. Tan sólo había que tener en cuenta la carga humana, especialmente Teg.

Teg verá mis elecciones. Los demás… el grupo del Rabino y Scytale, tendrán que correr el riesgo con nosotros.

Los Futars en sus celdas de seguridad no le preocupaban. Eran unos animales interesantes, pero no significativos por el momento. A Scytale le dedicó solamente un pensamiento de pasada. El pequeño tleilaxu permanecía bajo constante vigilancia de los guardias, que no relajaban su atención sobre él independientemente de sus otras preocupaciones.

Se fue a la cama con un nerviosismo que tenía una clara explicación para cualquier perro guardián en Archivos.

Su preciosa Murbella está en peligro.

Y estaba efectivamente en peligro, pero él no podía protegerla.

Mi misma presencia es un peligro para ella ahora.

Se levantó al amanecer, volvió a la armería para seguir con el desmantelamiento de la fábrica de armas. Sheeana lo encontró allí y le pidió que se reuniera con ella en la sección de guardia.

Fueron recibidos por un puñado de Censoras. La líder que habían escogido no le sorprendió. Garimi. Había oído de su actuación en la Asamblea. Suspicaz. Preocupada. Lista para efectuar su propia jugada. Era una mujer de sobrio rostro. Algunas decían que raras veces sonreía.

—He falseado los com-ojos de esta estancia —dijo Garimi—. Nos muestran tomando un bocado y haciéndote preguntas acerca de armas.

Idaho sintió un nudo en su estómago. La gente de Bell podía preparar rápidamente una simulación. Especialmente un modelo de él mismo.

Garimi respondió a su fruncimiento de ceño:

—Tenemos aliadas en Archivos.

—Debemos preguntarte si deseas marcharte antes de que escapemos en esta nave —dijo Sheeana.

Su sorpresa fue genuina.

¿Quedarme atrás?

No lo había tomado en consideración. Murbella ya no era Murbella. El lazo que la unía a él se había roto. Ella no lo aceptaría. Aún no. Pero aquella sería la primera vez en que se le pediría que tomara una decisión poniéndole a él en peligro para las finalidades de la Bene Gesserit. Por ahora, simplemente permanecía alejada de él más tiempo del necesario.

—¿Vais a Dispersaros? —preguntó, mirando a Garimi.

—Salvaremos lo que podamos. Votando con nuestros pies, fue llamado una vez. Murbella está trastocando la Bene Gesserit.

Aquel era el argumento no expresado en el que él había confiado para vencerlas. El desacuerdo con la apuesta de Odrade.

Idaho inspiró profundamente.

—Iré con vosotras.

—¡Sin lamentaciones! —advirtió Garimi.

—¡Eso es estúpido! —dijo él, dando salida a su reprimido dolor.

Garimi no se hubiera sorprendido ante esta respuesta procedente de una hermana. Idaho la impresionó, y necesitó varios segundos para recuperarse. La honestidad la impulsó.

—Por supuesto que es estúpido. Lo siento. ¿Estás seguro de que no quieres quedarte? Te debemos la oportunidad de tomar tu propia decisión.

¡Los melindres de la Bene Gesserit con aquellos que la han servido lealmente!

—Me uniré a vosotras.

El dolor que vieron en su rostro no era simulado. Lo exhibió abiertamente cuando se volvió hacia su consola.

Mi posición asignada.

No intentó ocular sus acciones cuando pulsó los códigos de los circuitos ID de la nave.

Aliadas en Archivos.

Los circuitos llamearon sus proyecciones… cintas coloreadas con una conexión cortada en los sistemas de vuelo. La forma de eludir aquel corte era visible tras tan sólo unos pocos momentos de estudio. Sus observaciones Mentat habían sido preparadas para ello.

¡Múltiples a través del núcleo!

Idaho se reclinó en su asiento y aguardó.

El despegue fue un momento de confusión que hizo resonar todos los cráneos y que se interrumpió bruscamente cuando estuvieron lo suficientemente lejos de la superficie como para conectar los nul-campos y entrar en el Pliegue espacial.

Idaho observó su proyección. Allí estaban: ¡la vieja pareja en su jardín! Vio la red resplandeciendo frente a ellos, el hombre gesticulando hacia ella, sonriendo con una satisfacción que redondeaba su rostro. Avanzaron en una especie de decorado transparente que reveló circuitos de nave tras ellos. La red se hizo más gruesa… no líneas sino cintas, más gruesas que las de los proyectados circuitos.

Los labios del hombre modularon palabras, pero no se produjo ningún sonido.

—Te esperábamos.

Las manos de Idaho se dirigieron a su consola, sus dedos se extendieron hacia el campo de comunicaciones para aferrar los elementos requeridos del circuito de control. No había tiempo para cortesías. Tenía que efectuar la disrupción. Estuvo dentro del núcleo en menos de un segundo. Desde ahí, era una simple cuestión de vaciar segmentos enteros. La navegación fue primero. Vio la red hacerse delgada, la expresión de sorpresa en el rostro del hombre. Los nul-campos vinieron a continuación. Idaho sintió la nave agitarse en el Pliegue espacial. La red se ladeó, se tensó, y los dos observadores se hicieron pequeños y delgados. Idaho borró los circuitos de la memoria estelar, llevándose sus datos.

Red y observadores desaparecieron.

¿Cómo sabré si siguen estando aquí?

No tenía ninguna respuesta excepto una certeza arraigada en repetidas visiones.

Sheeana no alzó la vista cuando la encontró en su consola temporal de control de vuelo en la sala de guardia. Estaba inclinada sobre la consola, mirándola consternada. La proyección encima de ella mostraba que habían emergido del Pliegue espacial. Idaho no reconoció el esquema de ninguna de las estrellas visibles, pero ya había esperado aquello.

Sheeana giró en su silla y miró a Garimi de pie junto a ella.

—¡Hemos perdido todo el almacenamiento de datos!

Idaho se golpeó la sien con un índice.

—No los hemos perdido todos.

—¡Pero tomará años recuperar incluso los datos más básicos y esenciales! —protestó Sheeana—. ¿Qué ha ocurrido?

—Somos una nave inidentificable en un universo inidentificable —dijo Idaho—. ¿No es eso lo que queríamos?

Capítulo XLVII

No hay ningún secreto en el equilibrio. Lo único que necesitas es sentir las olas.

Darwi Odrade

Murbella sintió que había pasado toda una eternidad desde que había reconocido la decisión de Duncan.

¡Desaparecer en el espacio! ¡Abandonarme!

El inmutable sentido del tiempo de la Agonía le decía que tan sólo habían pasado algunos segundos desde que había sido consciente de sus intenciones, pero tenía la sensación de que lo había sabido desde el principio.

¡Debía ser detenido!

Se tendía hacia la consola de comunicaciones cuando Central empezó a estremecerse. El temblor prosiguió durante un tiempo interminable, y luego recedió lentamente.

Bellonda estaba en pie.

—¿Qué…?

—La no-nave del Campo acaba de despegar —dijo Murbella.

Bellonda se inclinó hacia la consola de comunicaciones, pero Murbella la detuvo.

—Se ha ido.

No debe ver mi dolor.

—¿Pero quién…? —Bellonda guardó silencio. Tenía su propio conjunto de consecuencias, y vio lo que Murbella veía.

Murbella suspiró. Ella disponía de todas las demás maldiciones de la historia a su disposición, y no deseaba ninguna de ellas.

—A la hora del almuerzo, lo tomaré en mi comedor privado con las consejeras, y quiero que tú estés presente —dijo Murbella—. Dile a Duana que prepare de nuevo guiso de ostras.

Bellonda empezó a protestar, pero todo lo que pronunció fue:

—¿Otra vez?

—¿Recordarás que comí a solas abajo la otra noche? —Murbella volvió a sentarse.

¡La Madre Superiora tiene obligaciones!

Había mapas que cambiar y ríos que seguir y Honoradas Matres que domesticar.

Algunas olas te derriban, Murbella. Pero vuelves a ponerte en pie y sigues con ello. Siete veces abajo, ocho veces arriba. Puedes mantener el equilibrio sobre extrañas superficies.

Lo sé, Dar. Participo voluntariamente en tu sueño.

Bellonda se la quedó mirando hasta que Murbella dijo:

—Hice que mis consejeras se sentaran a una cierta distancia de mí en la cena, la otra noche. Era extraño… solamente las dos mesas en todo el comedor.

¿Por qué sigo con esa charla anodina? ¿Qué disculpas tengo para mi extraordinario comportamiento?

—Nos preguntábamos por qué a ninguna de nosotras se nos permitía entrar en nuestro comedor —dijo Bellonda.

—¡Para salvar vuestras vidas! Pero debierais haber visto su interés. Leí en sus labios. Angelika dijo: «Está comiendo algún tipo de guiso. La he oído discutirlo con el chef. ¿No es un mundo maravilloso el que hemos conseguido? Tenemos que conseguir una muestra de ese guiso que ha ordenado.»

—Muestras —dijo Bellonda—. Entiendo. —Luego—: ¿Sabes que Sheeana tomó la pintura de Van Gogh de… de tu dormitorio?

¿Por qué duele eso?

—Observé que faltaba.

—Dijo que la tomaba prestada para su cuarto en la nave.

Murbella apretó los labios.

¡Malditos sean! ¡Duncan y Sheeana! Teg, Scytale… todos ellos perdidos, y sin ninguna forma de seguirles. Pero aún disponemos de los tanques axlotl y de las células de Idaho de nuestros hijos. No las mismas… pero parecidas. ¡Cree que ha escapado!

—¿Te encuentras bien, Murbella? —Preocupación en la voz de Bell.

Me advertiste acerca de las cosas salvajes, Dar, y yo no escuché.

—Una vez hayamos comido, llevaré a mis consejeras a una vuelta de inspección por Central. Dile a mi acólita que quiero sidra antes de retirarme.

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