A las nueve menos veinte, Gotanda llegó en su Maserati. Aparcado ahí, delante de mi edificio, el coche parecía totalmente fuera de lugar. Nadie tenía la culpa. Ciertas cosas nunca casarán con otras. Ni el imponente Mercedes ni el Maserati pegaban con aquel barrio. Era inevitable. Cada uno tiene su estilo de vida.
Gotanda vestía un jersey gris de cuello en pico normal y corriente, una camisa de cuello abotonado normal y corriente y unos pantalones de algodón normales y corrientes. Aun así, llamaba tanto la atención como la llamaría Elton John haciendo salto de altura vestido con una camisa naranja y una americana morada. Llamó con los nudillos a la puerta de mi apartamento y, cuando abrí, me sonrió.
—¿Te apetece entrar? —le propuse, pues me pareció deseoso de ver mi apartamento.
—Vale —contestó mientras esbozaba una sonrisa tímida y tan encantadora que me entraron ganas de decirle que podía entrar y quedarse, si quería, una semana entera.
El reducido tamaño del apartamento pareció causarle cierta impresión.
—¡Qué recuerdos! —exclamó—. Hace tiempo, cuando todavía no era famoso, yo también vivía en un apartamento así.
En labios de cualquier otra persona, eso habría sonado como un comentario sarcástico, pero dicho por él parecía un cumplido.
Para resumir, diré que mi apartamento se compone de cuatro pequeñas piezas: cocina, baño, sala de estar y dormitorio. De la cocina sería más acertado decir que es un pasillo alargado, más que una habitación aparte. Sólo cabe una alacena larga y una mesa para dos personas. El dormitorio, otro tanto de lo mismo: la cama, el armario ropero y el escritorio lo ocupan todo. La sala de estar es apenas un poco más espaciosa, y eso porque no la he llenado demasiado. Hay una estantería para libros y otra para discos, y un pequeño equipo estéreo de música. No hay sillas ni mesa, sólo dos grandes cojines Marimekko, bastante cómodos si uno se sienta en ellos apoyado contra la pared. Cuando me hace falta, saco una mesa plegable para poder escribir.
Le enseñé a Gotanda cómo colocar el cojín, monté la mesa plegable y le serví cerveza negra y las espinacas para picar. Luego puse otra vez el trío de Schubert.
—¡Fantástico! —me dijo. No parecía un cumplido.
—Voy a preparar algo más de picar —le dije.
—No hace falta que te molestes.
—No es ninguna molestia. Lo preparo en un momento. Por lo menos algo más para picar con la cerveza.
—¿Puedo mirar cómo lo preparas?
—Claro —le dije.
Mezclé cebolleta con pulpa de
umeboshi
*
y lo espolvoreé con
katsuobushi
, preparé
wakame
y gambas aliñadas con vinagre, una mezcla de
hanpen
**
cortado fino con
wasabi
y nabo
daikon
rayado, y salteé patatas en juliana con aceite de oliva, ajo y un poco de salami. Luego preparé otro aperitivo improvisado con pepino. Me habían sobrado unas algas
hijiki
del día anterior y también tenía
tofu
. Como condimento, utilicé un montón de jengibre.
—¡Asombroso! —dijo Gotanda con un suspiro—. Eres un genio.
—Es muy fácil de preparar. Cuando le coges el truco, lo haces en un momento. Se trata de cocinar con lo que tengas a mano.
—Eres un genio. Yo sería incapaz.
—Y yo incapaz de imitar a un dentista. Cada uno es como es.
Different strokes for different folks
.
—Sin duda —me dijo—. Escucha, hoy prefiero no salir. ¿Y si nos quedamos aquí? ¿Te importaría?
—Claro que no.
Comimos lo que había preparado acompañado con cerveza negra. Cuando se terminó la cerveza, pasamos al Cutty Sark. Entretanto escuchamos a Sly & The Family Stone, The Doors, los Rolling Stones, Pink Floyd. El
Surf’s Up
de los Beach Boys. Fue una noche de los años sesenta. The Lovin’ Spoonful y Three Dog Night. Si un extraterrestre serio se hubiera colado allí, habría pensado que se había producido un salto atrás en el tiempo o algo así.
No se presentó ningún extraterrestre, pero pasadas las diez empezó a lloviznar. Una lluvia suave y silenciosa, de las que sólo te alerta el ruido de las gotas al caer de los aleros. Una lluvia silenciosa como los muertos.
Avanzada la noche, apagué la música. Las paredes no eran tan gruesas como las del edificio de Gotanda. Si uno ponía música pasadas las once, los vecinos se quejaban. Cuando apagué la música, el ruido de la lluvia marcó el tono de la conversación, que derivó hacia la muerte de Mei. Le dije que, al parecer, la investigación sobre su asesinato no había avanzado mucho. Gotanda estaba al tanto. Él también había seguido la evolución de las pesquisas en la prensa.
Abrimos la segunda botella de Cutty Sark y con la primera copa brindamos por Mei.
—La policía está centrando la investigación en una red de prostitutas a domicilio —le dije—. Quizá tengan alguna pista que acabe conduciéndoles a ti.
—Es posible, sí —dijo Gotanda frunciendo ligeramente el ceño—. Pero también es posible que no acabe en nada. A mí también me preocupaba, de modo que lo consulté con la agencia. Quería saber si en el club siempre respetan la confidencialidad, como aseguran. ¿Y sabes qué?, me enteré de que el club cuenta con ciertas influencias en la esfera política, gracias a algún cliente, un conocido político. Aunque la policía empiece a hurgar, no podrá llegar demasiado lejos. Además, mi agencia también tiene buenos contactos con la política a través de ciertos famosos que están metidos en ella. También hay conexiones con el hampa. En resumen, podrán pararles los pies. Ten en cuenta que para la agencia yo soy una mina de oro. Si me viese salpicado por un escándalo y dejara de reportarles beneficios, la agencia se vería en apuros, porque están invirtiendo mucho dinero en mí. Por supuesto, si en algún momento dieras mi nombre, yo estaría perdido, ya que eres el único que está al cabo de todo. Entonces toda la influencia política del mundo no serviría de nada. Pero no hay por qué preocuparse. Todo es un juego de influencias entre un ámbito y otro.
—Vivimos en un mundo sucio —concluí.
—Sucio, sí —dijo Gotanda—. Muy sucio.
—Dos votos a favor de sucio.
—¿Perdona?
—Dos votos a favor de sucio: aprobada la moción.
Él asintió. Y sonrió.
—Sí, dos votos a favor de sucio. Nadie se preocupa por una pobre chica muerta. Todos piensan sólo en salvar el pellejo. Yo incluido, por supuesto.
Fui a la cocina, saqué hielo de la nevera y lo llevé a la salita con unas
crackers
y queso.
—Tengo que pedirte un favor —le dije—. Quiero que llames al club y les preguntes algo.
Gotanda se pellizcó un lóbulo de la oreja.
—¿Qué quieres saber? Si tiene que ver con el caso, es imposible. Tienen la boca sellada.
—No, no tiene nada que ver. Sólo quiero saber algo sobre una prostituta de Honolulu. Si no me equivoco, he oído que se puede pagar a prostitutas en el extranjero a través de una organización.
—¿A quién se lo oíste decir?
—A alguien que no conozco ni sé quién es. Creo que la organización de la que él hablaba y la tuya, tu club, son la misma. Porque en ese club, según me dijo, sólo se puede entrar si se goza de cierto estatus social, prestigio y dinero. Me dijo que yo no podría ni acercarme.
Gotanda sonrió.
—Efectivamente, yo también he oído que existe un sistema mediante el cual se pueden pedir chicas en el extranjero con una simple llamada. Yo nunca lo he probado. Quizá sea la misma organización. ¿Y qué quieres saber?
—Si hay una chica del Sudeste Asiático llamada June.
Gotanda lo pensó un rato, pero no hizo ninguna pregunta más. Sacó una libreta y anotó el nombre de la chica.
—June ¿qué más?
—¿Qué dices? ¡Si es una prostituta! —le dije—. Sólo June. June, como junio.
—De acuerdo. Mañana lo intento —dijo.
—Te debo una.
—No me debes nada. Esto es una tontería comparado con lo que has hecho por mí. No te preocupes. —El actor, con los ojos entornados, unió las puntas de los pulgares y de los índices—. Por cierto, ¿fuiste solo a Hawai?
—Nadie va solo a Hawai. Fui con una chica, por supuesto. Una guapísima. Aunque sólo tiene trece años.
—¿Te has acostado con una chavala de trece años?
—¡No, hombre, no! Si ni siquiera tiene pecho.
—Entonces, ¿qué hacías en Hawai con ella?
—Le enseñé a comportarse en la mesa, le di alguna lección sobre sexo, puse a Boy George a parir, fuimos a ver
E.T
. Esas cosas.
Gotanda se quedó mirándome fijamente. Luego sonrió, torciendo un poco el labio superior y el labio inferior en sentidos contrarios.
—Eres un tío raro —dijo—. Siempre estás haciendo cosas extrañas. ¿Por qué será?
—Ni idea. Pero te aseguro que no lo hago por gusto. Lo que pasa es que me arrastran las circunstancias. Fíjate en lo que pasó con Mei: yo no tengo ninguna culpa, pero me vi involucrado.
—Mmm… ¿Y te lo pasaste bien en Hawai?
—Claro que sí.
—Tomaste el sol, veo.
—Claro.
Gotanda bebió whisky y mordisqueó una
cracker
.
—Mientras tú estabas fuera, quedé varias veces con mi ex —me dijo—. Las cosas entre nosotros van bastante bien. Quizá te extrañes, pero me gusta acostarme con ella.
—Te entiendo —le dije.
—¿Por qué no pruebas a quedar tú también con la tuya?
—Imposible. Ya se ha casado con otro. ¿No te lo comenté?
—No —dijo, y añadió—: Pues es una pena.
—No, creo que es mejor así —dije yo, y no mentía—. Por cierto, ¿qué vas a hacer con tu mujer?
Él volvió a menear la cabeza.
—Es una situación desesperante, no se me ocurre otra manera de describirla. Por más vueltas que le doy, no le veo salida. Ahora nos va como nunca. Nos vemos a escondidas en un motel donde no nos conocen y nos acostamos. Acostarme con ella es fantástico, como te he dicho. Nos entendemos a la perfección sin hablarnos siquiera. Nos comprendemos el uno al otro. Incluso mejor que cuando estábamos casados.
Nos amamos
, por si quieres saberlo. Pero esta situación no durará siempre. Quedar a escondidas en un motel es extenuante. Cualquier día la prensa lo descubrirá, se armará un escándalo y entonces me chuparán hasta los huesos. A lo mejor, ni huesos dejan. Bailo en la cuerda floja. Estoy agotado. Y yo simplemente quiero ir con ella a plena luz del día y llevar una vida normal. Comer juntos tranquilamente, salir a dar un paseo. Tener hijos con ella. Pero eso es como pedir la luna. Su familia y yo nunca nos reconciliaremos. Ellos hicieron algo imperdonable y yo les dije todo lo que tenía que decirles. No hay vuelta atrás. Lo más sencillo sería que ella rompiese con su familia, que no hace más que aprovecharse de ella, pero no puede. Están pegados como hermanos siameses. No hay quien los separe. Estoy en un callejón sin salida. —Agitó el vaso e hizo girar los cubitos de hielo—. Es extraño —sonrió—, si me lo propongo, puedo conseguir prácticamente cualquier cosa, excepto lo que de verdad quiero.
—Ya veo —le dije—. Yo, como sólo puedo conseguir pequeñas cosas, no puedo hablar mucho de eso.
—No, estás equivocado. Lo que pasa es que a ti no se te antoja casi nada. Por ejemplo, ¿quieres un Maserati o un apartamento como el que tengo en Azabu?
—Pues no. No los necesito. Estoy satisfecho con el Subaru y este pisito. Satisfecho quizá sea exagerado, pero se ajustan a mis necesidades, resultan cómodos. Sin embargo, si en un futuro surgiera la necesidad, entonces quizá sí los querría.
—Te equivocas otra vez. La necesidad no es eso. No surge de forma natural. Se crea artificialmente. Por ejemplo, a mí me da igual vivir en un sitio que otro: Itabashi, Kameido o Toritsukasei, en Nakano. Me contentaría con tener un techo y poder vivir holgadamente. Pero en la agencia no piensan lo mismo. Como eres una estrella tienes que vivir en el área de Minato. Ellos me buscaron el apartamento de Azabu. ¡Cuánta estupidez! ¿Qué narices tiene Minato? Sólo restaurantes caros de mierda dirigidos por diseñadores de moda, la espantosa Torre de Tokio y mujeres idiotas que deambulan por ahí hasta la madrugada. Lo mismo pasa con el Maserati. A mí me basta con un Subaru. Es suficiente. Corre bastante. ¿Para qué sirve un Maserati en Tokio? Absurdo. Sin embargo, los de la agencia me buscaron uno. La estrella no puede conducir un Subaru, ni un Bluebird o un Corona. Tiene que ser un Maserati. No es nuevo, pero ha costado bastante. Antes que yo, lo conducía un cantante de
enka
.
***
—Gotanda se sirvió más whisky en el vaso, en cuyo interior los cubitos se habían derretido, y sorbió un trago, ceñudo—. Así es el mundo en el que vivo. Se creen que el lujo consiste en tener un piso en Minato, un coche de fabricación europea y un Rolex. ¡Menuda estupidez! No tiene sentido. En fin, lo que quiero decir es que la necesidad se crea artificialmente. Es un
montaje
. Te generan la ilusión de que necesitas lo que nadie necesita. Un espejismo. Es muy sencillo. Basta con bombardearte: hay que vivir en Minato; si te compras un coche, tiene que ser un BMW; y el reloj que sea un Rolex. Se repite el mismo mantra una y otra vez. Y todos lo acaban creyéndoselo: hay que vivir en Minato; si te compras un coche, tiene que ser un BMW, y el reloj que sea un Rolex. Algunos creen que con esas cosas logran diferenciarse de los demás. Piensan que
son diferentes
. No se dan cuenta de que, comportándose así,
acaban siendo como todos los demás
. Les falta imaginación. Todas esas cosas son artificiales. Mera fantasía. Yo estoy harto de todo eso. Estoy harto de esta clase de vida. Quiero llevar una vida normal. Pero es imposible. La agencia me tiene bien cogido. Para ellos soy como una muñeca con la que jugar a vestirla. Como tengo deudas, no puedo rechistar. Si les digo que quiero hacer tal cosa, no me hacen caso. Vivo en un suntuoso apartamento en Minato, conduzco un Maserati, llevo un reloj Patek Philippe y me acuesto con prostitutas de lujo. Habrá quien sienta envidia. Pero todo eso no es lo que yo deseo. Lo que deseo nunca lo podré conseguir mientras lleve este estilo de vida.
—El amor, por ejemplo —le dije.
—Eso, el amor, por ejemplo. Y el sosiego. Un hogar estable. Una vida sencilla —dijo Gotanda, y juntó las manos a la altura del rostro—. ¿Te das cuenta? Si me hubiera propuesto conseguir todas esas cosas, las habría conseguido. Y no lo digo por jactarme.