Baila, baila, baila (22 page)

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Authors: Haruki Murakami

Tags: #Fantástico, #Drama

BOOK: Baila, baila, baila
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—Entiendo —dijo—. Oye, ¿te duele hablar de todo esto?

—¡Qué va! —le dije—. Es lo que hay, y no hay más remedio que afrontarlo. De modo que no, no me duele ni me amarga. Es sólo una sensación extraña.

Él chasqueó los dedos.

—Eso es, una sensación extraña. Te sientes como si el centro de gravedad hubiera cambiado. Pero no, no duele.

Cuando el camarero vino a tomar nota, pedimos ensalada y un par de bistecs, ambos poco hechos. Y otro par de whiskies.

—¡Ah, sí! —dijo él—. Querías hablarme de algo, ¿no? Cuéntamelo antes de que me emborrache, anda.

—Es una historia un poco rara —me excusé.

Él me dedicó una sonrisa encantadora. Debía de haberla ensayado cientos de veces, y no tenía ni una pizca de malicia.

—Me gustan las historias raras —dijo.

—Verás, resulta que hace poco vi tu última película —empecé.


¿Amor no correspondido?
—preguntó en voz baja, frunciendo el ceño—. Es espantosa: el guión, el director, todo. La misma mierda de siempre. Todos los que trabajaron en ella quieren olvidarla.

—La he visto cuatro veces.

Sus ojos se abrieron como si tuviesen que escudriñar en un vacío cósmico.

—Me apuesto lo que quieras a que eres la única persona en el mundo que ha visto esa película cuatro veces.

—Alguien a quien conozco sale en la película —le dije—. Aparte de ti, quiero decir.

Gotanda se presionó la sien ligeramente con el índice. Acto seguido me miró con los ojos entornados.

—¿Quién?

—No sé cómo se llama. La chica…, la actriz secundaria que se acuesta contigo un domingo por la mañana.

Tomó un sorbo de whisky y después asintió varias veces con la cabeza.

—Kiki.

—Kiki —repetí. Un nombre peculiar. De pronto, me pareció que era una persona distinta de la que yo conocí.

—Se llama así. Al menos, todo el mundo la conoce por ese nombre.

—¿Y podrías ponerte en contacto con ella?

—Imposible —dijo él.

—¿Por qué?

—Dejemos las cosas claras desde el principio: Kiki no es una actriz profesional, así que es un poco complicado. La mayoría de los actores, sean famosos o no, tienen una agencia que los representa y, por lo tanto, son fáciles de localizar. Casi todos están sentados junto al teléfono esperando a que los llamen. Pero Kiki no. Entró en el mundo del cine por casualidad. Para ella sólo fue un trabajillo.

—¿Cómo consiguió el papel?

—Fue cosa mía —afirmó sin más—. Le propuse participar en una película y se la recomendé al director.

—¿Por qué?

Tras beber otro trago de whisky, Gotanda torció un poco los labios.

—Porque tenía…, no sé cómo decirlo… Presencia. No sé,
algo
. Cualquiera podía sentirlo. No era un bellezón, y le fallaba la técnica. Pero comprendí que, si salía en alguna película, sería capaz de llenar la pantalla. Y eso, ¿sabes?, es una clase de talento, diferente, sí, pero talento al fin y al cabo. Así que lo intenté y la recomendé. Dio buen resultado. A todos les gustó. Y no es por nada, pero esa escena es estupenda, la mejor de toda la película. Ella le dio un toque de realismo, ¿no crees?

—Sí —contesté—. Tiene realismo, sin duda.

—Entonces pensé en introducirla en serio en el cine. Estaba convencido de que podría triunfar. Pero fue imposible. Desapareció. Como el humo, como el rocío en cuanto sale el sol.

—¿Que desapareció, dices?

—Como lo oyes. Hace cosa de un mes no se presentó a un casting. Yo había movido todas mis influencias y lo amañé para que le dieran un buen papel en una nueva película. Bastaba con que se presentase al casting. La víspera la llamé y quedamos. Le dije que fuera puntual. Pero no se presentó y ya no dio más señales de vida. Ahí termina todo. Punto final. No tengo ni la más remota idea de dónde puede estar. —Alzó un dedo para llamar al camarero y pidió otros dos whiskies—. Una pregunta, aunque ya sé que no es asunto mío —dijo Gotanda—, ¿te acostaste alguna vez con Kiki?

—Sí —respondí.

—Entonces, en fin, es un suponer, pero si te dijera que me acosté con ella, ¿te molestarías?

—No especialmente —contesté.

—Bien —dijo Gotanda aliviado—. Porque no se me da bien mentir. Así que te diré sin rodeos que me acosté con ella varias veces. Era estupenda. Un poco rara, pero tiene algo que te cautiva. Ojalá se hiciera actriz. Podría llegar muy alto. Es una lástima.

—¿No sabes su dirección? ¿O su verdadero nombre?

—Nada. Lo siento, nadie lo sabe. Sólo que se llama Kiki.

—¿Y lo que le pagaron por aparecer en la película? En el departamento de contabilidad de la productora bien tiene que haber algo, alguna factura —dije yo—. Para eso se necesita el verdadero nombre y la dirección, siquiera por la retención de impuestos y eso.

—¿Crees que no lo investigué? Claro que sí. Pero nada, ya te digo. No se molestó en cobrar por el trabajo. Y si no cobras, no hay factura. Cero.

—¿Por qué no fue a cobrar?

—Ni idea —dijo Gotanda, que iba ya por su tercer whisky—. Quizá no quería que se supiera su nombre ni su dirección. No lo sé. Esa mujer es un misterio. Pero, dejando eso de lado, si te fijas, tú y yo tenemos ya tres cosas en común. Primero, compartimos el grupo del laboratorio de ciencias en secundaria. Segundo, los dos hemos estado casados. Y tercero, los dos nos hemos acostado con Kiki.

Al poco rato nos trajeron la ensalada y los bistecs. Era una carne excelente, y estaba poco hecha, como aparecía en la imagen de la carta. Gotanda comía con fruición. Se tomaba bastante a la ligera la etiqueta, y seguro que en una clase de buenos modales en la mesa no sacaría muy buena nota, pero daba gusto compartir la mesa con él. Verlo comer con tal apetito hacía que todo pareciese exquisito. Una chica lo habría encontrado encantador. Eso no se aprendía. Era innato.

—Por cierto, ¿dónde conociste a Kiki? —le pregunté mientras cortaba mi bistec.

—Pues no sé… —Se lo pensó un rato—. ¡Ah, sí! La llamé y vino. Era, ya sabes, de las que llamas por teléfono. Me entiendes, ¿no?

Asentí.

—Después del divorcio, prácticamente sólo me acostaba con chicas así. Resultaba mucho más cómodo, y de paso evitaba el escándalo. No soporto a las aficionadas, y cuando son compañeras de oficio, las revistas siempre acaban aireándolo. Basta con una llamada para que vengan. Sale caro, eso sí. Pero guardan el secreto. Son muy discretas. Un tipo de mi agencia me habló de estos servicios. Todas las chicas son preciosas. Y buenas profesionales. Dóciles. Además, ves que ellas también disfrutan. —Se llevó un trozo de carne a la boca y la masticó, saboreándola lentamente—. No está mal, ¿eh? —comentó.

—La verdad es que no. Es un buen restaurante.

Él asintió.

—Pero si vienes seis veces al mes, te acabas hartando.

—¿Y por qué vienes tanto?

—Porque me he acostumbrado. Aquí nadie me molesta. No tengo que aguantar los cuchicheos del personal. Los clientes están acostumbrados a ver famosos, de modo que no se pasan la cena mirándote. Y no vienen a pedirte un autógrafo mientras trinchas la carne. En fin, que puedo comer tranquilo.

—Parece una vida complicada —concluí—. Entre eso y la necesidad de gastar dinero…

—Sí —dijo él—. Pero ¿por dónde íbamos?

—Me estabas contando que pedías chicas por teléfono.

—Eso —dijo Gotanda, y se limpió los labios con el extremo de la servilleta—. Pues un buen día llamé y pedí por la chica de siempre. Pero no estaba y, en su lugar, vinieron otras dos, para que yo eligiera a una de ellas. Piensa que soy un buen cliente, de modo que me atienden muy bien. Una de las chicas era Kiki. Fui incapaz de decidirme por una, así que me acosté con las dos.

—Ajá —dije yo.

—¿Seguro que no te importa?

—No, de verdad. A lo mejor, en la época del instituto…

—En aquella época yo no hacía estas cosas —dijo Gotanda con una carcajada—. El caso es que me acosté con las dos. Era una combinación peculiar. Porque la otra chica era soberbia, un bellezón con un cuerpo que valía su peso en oro. No es un farol. Te juro que he visto muchas mujeres hermosas en este mundo, y sé lo que me digo. Además, era inteligente. Se podía hablar con ella. Kiki, en cambio, no era tan despampanante. Guapa, sí. Pero es que, amigo, las chicas de ese club son todas unas preciosidades. Ella era…, ¿cómo decirlo?…

—Más corriente —apunté.

—Sí, eso es. En el fondo era una chica muy corriente. No vestía de manera llamativa, no conversaba mucho y apenas se maquillaba. Parecía que todo le importara un pito. Lo curioso es que empecé a sentirme atraído por ella. Después de montarnos el trío, nos apalancamos en el suelo y bebimos y charlamos mientras escuchábamos música. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto. Era como en mi época de estudiante. Apenas recordaba la última vez que me había sentido tan bien. Desde ese día, volví a acostarme con las dos unas cuantas veces.

—¿Cuándo fue eso?

—Más o menos, a los seis meses de haberme divorciado, así que debe de hacer un año y medio —contestó—. Con las dos, creo que me acosté unas cinco o seis veces. Nunca lo hice solo con Kiki. No sé por qué. Y la verdad es que me habría gustado.

—Entonces, ¿por qué no? —pregunté.

Gotanda dejó por un momento el cuchillo y el tenedor y volvió a presionarse la sien con el índice. Debía de ser un gesto habitual en él cuando pensaba. También encantador, habría dicho una chica.

—Quizá tuviera miedo —dijo Gotanda.

—¿Miedo?

—A quedarme a solas con ella —explicó. Volvió a coger el cuchillo y el tenedor—. Kiki tiene algo que desafía a la gente, que la asusta. Al menos esa impresión tenía yo. No, en realidad no era asustar. No sé cómo explicarlo…

—¿Insinuar? ¿Arrastrar? —probé a decir.

—Sí, tal vez. No lo sé. Fuera lo que fuese, el caso es que no me apetecía quedarme a solas con ella. ¿Comprendes más o menos de lo que hablo?

—Creo que sí.

—En otras palabras, temía no sentirme relajado con ella. Cuando hacía el amor con Kiki, me daba la impresión de que iba a arrastrarme a un lugar más profundo. Y yo no buscaba eso. Yo sólo quería acostarme con mujeres para relajarme. Por eso nunca lo hice sólo con Kiki. A pesar de lo mucho que me atraía.

Comimos un rato en silencio.

—Cuando supe que no se había presentado al casting, llamé al club —dijo Gotanda al cabo de un rato, como si lo hubiera recordado de pronto—. Pregunté por Kiki, pero me dijeron que no estaba. Había desaparecido. Se había esfumado de la noche a la mañana. Aunque a lo mejor era mentira y ella no quería que me dijeran dónde estaba. No lo sé. Tampoco tenía manera de comprobarlo. El caso es que no volví a verla.

El camarero se acercó a retirar los platos y nos preguntó si queríamos café.

—En vez de café, prefiero otra copa —me dijo Gotanda—. ¿Y tú?

—Yo también me apunto.

Nos trajeron el cuarto whisky.

—¿A que no adivinas qué he estado haciendo hoy? —me preguntó Gotanda.

Le dije que no tenía ni idea.

—Me he pasado el día ayudando a un dentista. Lo hago para preparar un papel en una serie de televisión. Yo soy dentista y la actriz
Ryōko
Nakano, oculista. Nuestras clínicas están en el mismo barrio y somos amigos de la infancia, pero no conseguimos entendernos… Una historia bastante manida, pero así son las series de televisión. ¿Has visto algún episodio?

—No —respondí—. No veo la televisión. Sólo las noticias, y dos veces por semana como mucho.

—Eres un tipo inteligente —se admiró Gotanda—. La serie no vale nada. Si no fuera porque salgo yo, nunca la vería. Aun así, tiene mucho éxito, ¿sabes? La audiencia adora las historias poco originales. Recibo un montón de correspondencia cada semana. Me llegan cartas de dentistas de todo el país quejándose de todo: que si no me manejo bien con el instrumental, que si aplico tratamientos inadecuados. Otros se ponen de mala leche al ver tanta negligencia junta. Pues si no les gusta, que no la vean, ¿no te parece?

—Supongo —dije yo.

—Es que siempre me llaman para hacer papeles de médico o de profesor. He interpretado a toda clase de especialistas. Lo único que no he hecho es de proctólogo, porque eso quedaría mal en televisión. Pero me han dado papeles de ginecólogo y hasta de veterinario. He sido también profesor de todas las asignaturas. No te lo vas a creer, pero una vez di clase de labores del hogar. ¿Por qué será?

—A lo mejor es porque inspiras confianza.

Gotanda asintió con la cabeza.

—Tal vez. Hace un tiempo interpreté en una serie el papel de un vendedor de coches usados un poco retorcido. Un tipo con un ojo artificial y mucha labia. Me encantaba. Era un personaje muy interesante, y creo que lo hacía bastante bien. Pero, nada, llegaron montañas de cartas diciendo que cómo me había rebajado a eso, que les daba lástima, y que si seguía interpretando a personajes como ése dejarían de comprar los productos del patrocinador de la serie. Por cierto, ¿quién era el patrocinador? Dentífrico Lion o algo así… No, Sunstar… No sé, no me acuerdo. El caso es que mi personaje desapareció de pronto de la serie. Lo eliminaron de un plumazo. ¡Con lo interesante que era! Desde entonces, vuelta a hacer de médico, de profesor, de médico, de profesor…

—Una vida complicada, ya veo.

—O sencilla, según se mire —dijo riéndose—. Hoy, en la consulta del dentista, he aprendido bastantes cosas mientras lo ayudaba. He ido ya unas cuantas veces y he hecho muchos progresos. Hasta el dentista me ha felicitado. Ahora incluso sabría hacer curas sencillas. Al llevar la mascarilla, ningún paciente sabe que soy yo. Y, ¿sabes?, cuando hablan conmigo, los pacientes se sienten relajados.

—Sienten que pueden confiar en ti —dije yo.

—Sí —convino Gotanda—. Opino igual que tú. Y no sólo se sienten a gusto los pacientes, también yo. Últimamente pienso si no me habré equivocado y, en realidad, lo mío es la medicina o la docencia. Quizá sería feliz si me dedicara a eso. No es tan descabellado: si me lo propusiera, podría conseguirlo.

—¿No eres feliz ahora mismo?

—Es un poco más complicado que eso —contestó, y esta vez apoyó la punta del dedo índice en medio de la frente—. Se trata, resumiendo, de una cuestión de confianza, como has dicho. De si puedo confiar en mí mismo o no. La audiencia confía en mí. Pero eso es una ilusión, una mera imagen. Cuando pulsan el botón de apagado y la imagen se desvanece, yo ya no soy nada. Es así, ¿verdad?

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