Aliviada, cerré el portátil. Quizás podría haberle pedido a Próspero que me reenviara de inmediato con Shakespeare para vivir con él. Pero ya no quería. Había comprendido que la finalidad de mi viaje al pasado era otra que quedarme en la Inglaterra de William Shakespeare. Se trataba de encontrarme a mí misma. Y Shakespeare era una parte de mí. Siempre lo había sido. Y siempre lo sería.
Gracias a haber coincidido con él, ahora conocía mi alma y mi gran potencial. Por fin la amaba y ya no me menospreciaba. Notaba una gran alegría interior y era inmensamente feliz. No de manera eufórica, sino satisfecha. Una agradable calidez me inundaba y me colmaba. Me sentía… Sí, no había palabra mejor para decirlo… me sentía animada.
Confié en que Shakespeare también habría encontrado la paz interior. Si yo había hecho las paces con mi alma, a él tendría que haberle ocurrido lo mismo gracias a los días que pasó conmigo, ¿no? En cualquier caso, el hecho de que hubiera podido escribir sus obras así parecía indicarlo.
Cuando yacía sobre el entablado del barco, me sentí sorprendidísimo de lo feliz que se podía llegar a ser con el ilion roto.
—Shakespeare —dijo Próspero interrumpiendo mis pensamientos—. Ya no está usted en este cuerpo, ¿verdad? Quiero decir que aquella chalada no ha vuelto a hacer trampas, ¿no?
—No, aquella chalada no ha hecho trampas esta vez —contesté afablemente. Estar animada te permitía también ser amable con los demás.
—Entonces —replicó el hipnotizador sonriendo—, finalmente has logrado descubrir dentro de ti misma qué es el verdadero amor.
Lo había logrado. Y era maravilloso. Por primera vez en mi vida, era capaz de quererme a mí misma.
—Pero —me vino a la cabeza una idea que expresé de inmediato a Próspero—, lo de «amarse a una misma» no tendrá nada que ver con… cómo lo diría… con ser muy egocéntrica.
—Al contrario —dijo sonriendo el hipnotizador.
—¿Al contrario? —continué preguntando.
—Sólo cuando uno se ama a sí mismo puede amar de todo corazón a los amigos, la vida, el mundo… o incluso a su pareja.
Dijo exactamente lo que yo intuía y de lo cual me alegré: por fin podría amar de todo corazón. Sin miedo. Sin dudas. Y sin sentimientos de inferioridad como me había ocurrido siempre con Jan.
Tal vez, con mucha suerte, encontraría a mi alma gemela. A un hombre que tuviera la misma sonrisa encantadora que Anne, la esposa de Shakespeare. Ese milagro era posible.
Pero aunque no encontrara a ese hombre, podría tener una vida mejor que la que tenía pocos días antes, puesto que mi felicidad ya no dependía de ninguna otra persona.
—Quizás debería ofrecerles una regresión a todos —le propuse a Próspero—. El mundo sería un lugar mucho más agradable.
—También hay otros modos de encontrarse a uno mismo —contestó el hipnotizador.
—Menos estresantes —dije esbozando una sonrisa.
—Mucho menos estresantes —confirmó Próspero.
—Pero seguro que no son tan divertidos —dije sonriendo más abiertamente.
A pesar de toda la locura, no olvidaría mi emocionante escapada. Había sido la mejor época de mi vida.
De mi vida hasta entonces, para ser exactos. Porque ahora iniciaría una nueva vida maravillosa.
A través de la ventana de la caravana vi que el sol salía por encima de la carpa. Comenzaba un nuevo día y, a partir de entonces, yo iba a disfrutar de todos y cada uno de los días. Le di las gracias a Próspero, me despedí de él con un cordial abrazo y le anuncié que próximamente le enviaría a mi buen amigo Holgi. Luego me dirigí a la puerta de la caravana y la abrí. Los primeros rayos de sol me dieron en la cara y el aire frío de la mañana me acarició la nariz. Respiré hondo, el aire fresco me llenó los pulmones y sentí una alegría de vivir que nunca había sentido antes.
Y así, animada, entré en mi nueva vida.
Cinco años después
(
tanto en el presente como en el pasado
)
Años después aún seguía colmada de felicidad y de alegría de vivir. Vivía de mi trabajo como autora, escribí musicales, obras de teatro y narraciones. También una novela, que comenzaba con las palabras: «¡Vaya, hombre, yo era una especie de mujer cliché!» (A la editorial le pareció muy divertida la idea de que publicara la novela haciéndome pasar por un hombre.)
Estando aún en el lecho convaleciente, escribí la primera comedia que poseía un final totalmente feliz. En
Como gustéis
, una mujer se hacía pasar por hombre (¿cómo se me habría ocurrido?). La protagonista era el personaje más maravilloso que jamás había creado. Una mujer con temperamento, rebosante de verdadero amor. Y le puse el nombre de Rosalind.
De hecho, a los pocos meses de mi regreso, conocí a un hombre que sonreía igual que Anne. Con él viví un amor que nunca habría sido tan intenso si yo hubiera continuado menospreciándome. Sí, por lo visto, también había que estar receptiva para encontrar el alma gemela.
No encontré a ninguna mujer para toda la vida. Pero eso no supuso ninguna desgracia, puesto que estaba en paz con mi alma. El rey del desfloramiento se había despedido de ese mundo. Me ocupaba muchísimo más de mis hijos e incluso visitaba regularmente con ellos la tumba de Anne.
Me fui de Düsseldorf y regresé a mi ciudad natal junto con mi marido. Tuvimos un hijo y comprobé que, ¡guau!, se puede ser feliz en todas partes, incluso en Wuppertal.
Construí el Globe Theatre.
Como gustéis
fue la primera obra que se representó en él y Rosalind se hizo popular desde el principio en todo Londres.
Envié a Holgi a ver a Próspero, y pasó una época maravillosa en el cuerpo de madame Pompadour.
Mi mejor amigo, Kempe, pasó una época realmente magnífica en su propio cuerpo.
Pero, cuando mi marido y el bebé dormían, yo leía las obras de Shakespeare…
Cuando la función acababa y mis hijos estaban en la cama, escribía sonetos…
Encontré una obra especial en una antología de sonetos poco conocidos de 1599…
Dedicados a Rosa, con la esperanza de que los leyera en un futuro lejano…
Era aquel soneto que una vez escribimos conjuntamente…
Únicamente compuse de nuevo los últimos versos…
Al leerlo, oía en mi mente la voz de Shakespeare…
Y me imaginaba a Rosa leyendo las palabras…
Con esos versos superábamos los tiempos…
estrechamente unidos…
en la amistad…
y en el
amor:
AGRADECIMIENTOSNo se velará nuestro eterno estío
ni nuestra sonrisa caerá en declive
ni irá la Muerte a hacernos avío,
pues siempre el vigor que en nuestra alma vive
cautivará a quien mire con resuello,
y pervivirá y nosotros con ello.
Mi gratitud a Ulrike Beck, la editora con los nervios más templados del mundo, a Marcus Gärtner y a Michael Töteberg, el mejor y más sabio agente del multiverso.