–Como se lo dije.
–¿De qué nos sirve conocer la posición, Yuri? –preguntó Morrison–. No sabemos a dónde nos dirigimos y sólo podemos ir en una sola dirección. Ahora que hemos restablecido la comunicación, no podemos dirigir la nave.
–Bien, pues como sólo podemos ir en una dirección –observó Konev– vayamos en esa dirección. Estoy seguro de que el padre de Arkady tendría un dicho apropiado.
–Solía decir –se apresuró a responder Dezhnev–. «Cuando sólo queda un camino posible, no es difícil decidirse»
–¿Lo ven? Lo encontraremos no importa por dónde vayamos, y saldremos. Adelante, Arkady.
La nave avanzó, atropellando las ahora frágiles fibras de colágeno, aplastando una neurona y cortando por la mitad un axón. (Resultaba difícil creer que poco antes se encontraban dentro de uno de aquellos axones y que entonces les había parecido un camino de cien kilómetros de anchura.)
–Supongan que Shapirov estuviera todavía vivo cuando nos viéramos obligados a salir de su cuerpo –preguntó Morrison–. ¿Qué hubiéramos podido hacer?
–¿Qué quiere decir?
–Quiero decir, ¿qué otra alternativa habría? ¿No hubiésemos tenido que averiguar también nuestra posición? Y para hacerlo, ¿no hubiéramos tenido que establecer comunicación? Y una vez hecho, solamente hubiéramos podido movernos en dirección hacia adelante. ¿No hubiéramos tenido que desminiaturizarnos a fin de no tener que recorrer el equivalente de miles de kilómetros, en lugar del equivalente de unos pocos kilómetros? En resumen, para poder salir, ¿no hubiéramos debido abrirnos paso a través de las neuronas vivas de un Shapirov vivo, lo mismo que ahora nos abrimos camino a través de neuronas moribundas y muertas?
–Bien... sí –concedió Boranova.
–¿Dónde está pues el respeto por un cuerpo vivo? Después de todo, solamente dudamos en violar la integridad de un cuerpo muerto.
–Debe comprender, Albert, que ésta es una operación de emergencia con una nave inadecuada. No tenemos elección. Y, en cualquier caso, esto no es como su sugerencia de desminiaturizarnos completamente dentro del cerebro, reventando el cráneo y decapitando a Shapirov. En el camino actual, incluso si Shapirov estuviera vivo, destruiríamos una docena de neuronas posiblemente cien... y ello no empeoraría, notablemente, la condición de Shapirov. Las neuronas mueren constantemente a lo largo de la vida... como los glóbulos rojos.
–No del todo –observó Morrison sombrío–. Los glóbulos rojos se renuevan continuamente. Las neuronas jamás.
Konev interrumpió, alzando la voz como si estuviera impaciente por acabar con la charla ociosa de los demás:
–Arkady, pare. Necesitamos que vuelvan a determinar nuestra posición.
Otra vez se hizo un silencio de muerte dentro de la nave, que fue interminable... como si cualquier palabra interfiriera con las medidas que se tomaban en la Gruta o entorpeciera la concentración de quienes las tomaban. Por fin, Dezhnev, en un murmullo, transmitió las coordenadas a Konev, que dijo:
–Que se las confirmen, Arkady. Asegúrese de tenerlas bien.
Morrison se soltó. Seguía virtualmente sin masa, pero notaba claramente que tenía más que cuando maniobraban dentro de la célula. Se levantó cuidadosamente para poder ver el cerebrógrafo por encima del hombro de Konev.
Observó dos puntos rojos en él, con una fina línea roja que los conectaba. El mapa que mostraba la pantalla se condensó un poco y los dos puntos rojos se encogieron y se acercaron; después, volvió a desplegarse pero con una orientación diferente.
Los dedos de Konev se movieron sobre las teclas de la computadora y el mapa dobló su tamaño y se hizo ilegible. No obstante, Morrison sabía que Konev podía estudiarlo merced a un dispositivo que lo
hacía
estereoscópico, desplegando una tercera dimensión. Konev, dejó el dispositivo y explicó:
–Natalya, esta vez la suerte está de nuestra parte. Estemos donde estemos y en cualquier dirección que tomemos, tarde o temprano vamos a encontrar una vena pequeña. En este caso, va a ser temprano. No estamos lejos de ella y nos la tropezaremos de tal forma que podremos introducirnos en ella.
Morrison suspiró, interiormente aliviado, pero no pudo evitar comentar:
–¿Y qué habría hecho si la suerte nos hubiera deparado una vena lejana?
–Entonces, habría hecho que Dezhnev volviera a desconectarnos de la Gruta y nos hubiéramos dirigido a la más cercana.
Sin embargo, Dezhnev, se volvió para mirar a Morrison, le hizo una mueca de disconformidad y movió los labios: «Falta energía»
–Adelante, Arkady –ordenó Boranova– y llegue a la vena.
Pasados unos minutos, Dezhnev tuvo que admitir:
–El mapa de Yuri es perfecto, cosa por la que no hubiera apostado. Ahí está, frente a nosotros.
Morrison se encontró mirando una pared curvada que se proyectaba, borrosa, arriba y abajo y con sólo una vaga impresión de baldosas en ella. Si era una vena, no era muy diferente de un capilar. Morrison se preguntó inquieto, si la nave podría meterse en ella.
–¿Hay algún medio, Sofía –preguntó Boranova– de dar a la nave una carga eléctrica de un tipo que nos haga deslizar en la vena?
Kaliinin pareció dudosa y Morrison alzando la mano observó:
–No lo creo, Natalya. Las células individuales pueden no estar enteramente muertas, incluso ahora, pero es obvio que su organización interna ha sido destruida. No creo que ninguna célula del cuerpo pueda admitirnos como pinocitosis o cualquier otro medio.
–¿Qué hago entonces? –preguntó Dezhnev desolado–. ¿Forzar la entrada?
–Naturalmente –asintió Konev–. Apóyese en la pared de la vena. Una pequeña parte se miniaturizará, desintegrándose, y podrá entrar. No tendrá que utilizar demasiado sus motores.
–Ah, ha hablado el experto –rezongó Dezhnev–. La vena se miniaturizará y desintegrará a expensas de nuestro campo y eso requerirá, también, energía... mas energía que si forzáramos la entrada.
–Arkady –lo amonestó Boranova–, no se enfade. No es el momento. Utilice los motores con moderación y aproveche la primera debilitación por miniaturización de la pared de la vena para atravesarla. Utilizando ambas técnicas consumirá menos energía que con una u otra por separado.
–Esperémoslo, pero decirlo no es hacerlo. Cuando yo era pequeño mi padre me dijo: «La vehemencia, hijo mío, no es garantía de verdad» Me lo dijo una vez que le juré con vehemencia que no había roto su pipa. Me preguntó si le había entendido. Dije que no y me lo explicó minuciosamente. Luego, me zurró.
–Bien, Arkady –dijo Boranova–, pero ahora métase dentro.
–No es como si fuera a provocar un derrame de sangre en el cerebro –comentó Konev–. Ocurre que la sangre ahora no fluye. Virtualmente nada va a derramarse.
–Ah, esto plantea un punto interesante –observó Dezhnev–. Normalmente una vez dentro de una vena, la corriente sanguínea nos llevaría en una dirección determinada. Si no corre la sangre debo utilizar mis motores... pero, ¿en qué dirección debemos ir?
–Una vez entremos por este punto –explicó Konev con calma– gire a la derecha. Así lo indica mi cerebrógrafo.
–¿Pero si no tengo corriente que me gire a la derecha, y entro en ángulo por la izquierda?
–Arkady, entrará en ángulo por la derecha. Mi cerebrógrafo también lo indica así. Métase a la fuerza, ¿quiere?
–Adelante, Arkady –lo animó Boranova–. No tenemos más opción que confiar en el cerebrógrafo de Yuri.
La nave avanzó y al tocar la pared de la vena con la proa, Morrison percibió la ligera vibración de los motores. Entonces, la pared simplemente cedió, se apartó en todas direcciones y la nave se encontró adentro.
Dezhnev detuvo los motores en el acto. La nave siguió avanzando pero cada vez más despacio; rebotó en la otra pared (siendo el contacto tan breve que no causó daño que Morrison pudiera apreciar) y se enderezó, con su extenso eje a lo largo del enorme túnel de la vena. La anchura de la nave era algo mayor que la mitad de la anchura del vaso sanguíneo.
–Bien –musitó Dezhnev–. ¿Vamos en buena dirección? Si no es así, no hay nada que hacer. No puedo retroceder. Nos queda poco margen en la vena para que Albert salga y nos dé la vuelta, y disponemos de insuficiente energía para miniaturizarnos algo más y hacer posible el giro completo.
–Está apuntando hacia la dirección correcta –le advirtió secamente Konev–. Siga moviéndose y no tardará en descubrirlo. La vena se hará más ancha a medida que avancemos.
–Ojalá sea así... Y si es así, ¿cuánto tenemos que viajar antes de poder salir del cuerpo?
–Todavía no lo sé. Tengo que seguir la vena en mi cerebrógrafo, consultar con los de la Gruta y arreglar la inserción de una aguja hipodérmica en la vena lo más cerca posible de donde estaremos cuando salgamos del interior del cráneo.
–¿Puedo decirles que no podemos seguir moviéndonos? Entre miniaturización y desminiaturización, conducir con escasa eficacia, entrar en capilares equivocados, y salir en busca de Albert cuando lo perdimos, hemos gastado muchísima más energía de lo que habíamos calculado. Disponíamos de más energía de la que creíamos necesitar pero, así y todo, la hemos gastado casi por completo.
–¿Quiere decir que no tenemos...? –preguntó Boranova.
–Casi. Vengo advirtiéndoselo desde hace rato. ¿No les he dicho, acaso que se nos estaba terminando?
–¿Cuánta nos queda? ¿Está diciendo que no tenemos bastante para salir del cráneo?
–Normalmente, tendríamos lo suficiente, incluso ahora. Si estuviéramos en una vena viva podríamos contar con que la corriente nos llevara. Pero no hay tal corriente. Shapirov ha muerto y su corazón no late. Esto quiere decir que tengo que circular por la corriente sanguínea con los motores en marcha y cuanto más se enfríe la corriente, más viscosa se volverá, los motores tendrán que trabajar más, y más rápidamente se nos agotará la provisión de energía.
–Sólo nos faltan unos pocos centímetros para llegar –dijo Konev.
Pero Dezhnev saltó furioso:
–¿Sólo unos pocos? ¿Menos que la anchura de mi palma? ¿De veras? Dado nuestro tamaño actual, tenemos
kilómetros
que recorrer.
–¿Deberíamos desminiaturizarnos más? –preguntó Morrison.
–No podemos. –La voz de Dezhnev sonó con fuerza–. No tenemos energía para hacerlo. La desminiaturización incontrolada no requiere energía. Pero la desminiaturización
controlada
sí. Mire, Albert, si salta desde una ventana alta, llegará al suelo sin esfuerzo. Pero si quiere sobrevivir a la prueba y desea que lo bajen despacio, colgado de una cuerda, hace falta un gran esfuerzo. ¿Lo ha entendido?
–Entendido.
Kaliinin alargó la mano hasta la suya, se la oprimió con suavidad y en voz baja le advirtió:
–No haga caso a Dezhnev. Protesta y refunfuña, pero nos llevará hasta allá.
–Arkady –observó Boranova–, si la vehemencia no es garantía de verdad, como acaba de decirnos, tampoco nos garantiza una cabeza despejada y una solución. Más bien lo contrario. Así que, ¿por qué no fuerza el paso a lo largo de la vena y quizá la energía nos dure hasta llegar a la hipodérmica?
Dezhnev se inclinó a comentar:
–Es lo que haré, pero si quieren que mantenga la cabeza despejada y fría, déjeme eliminar el calor.
La nave empezó a moverse y Morrison se dijo: Cada metro recorrido es un metro menos para llegar a la aguja hipodérmica.
No tenía mucho sentido como consuelo, no poder llegar a la aguja por poco, podía ser tan fatal como no llegar por mucho. Pero le sirvió para calmar los latidos de su corazón y le produjo una sensación de logro mientras veía cómo la pared iba quedando rápidamente atrás.
Los glóbulos rojos y las plaquetas parecían ahora más numerosas que cuando estuvieron en arterias y capilares, al llegar. Entonces había una corriente sanguínea, y sólo unos pocos objetos flotaban junto a ellos en el fluido. Ahora, los diversos cuerpos de formas variadas estaban casi inmóviles y la nave avanzaba por entre infinidad de ellos, aplastándolos a derecha e izquierda y dejándolos detrás, flotando a sacudidas.
Incluso pasaron junto a algún ocasional leucocito, grande, globular y en reposo. Pero ahora, no reaccionaban ante la presencia de un objeto extraño deslizándose por su lado. En un momento dado, la nave chocó simplemente con un leucocito y lo dejó deshecho tras de sí. Konev observó:
–Estamos en el buen camino. La vena es ahora claramente más ancha que antes.
Y así era. Morrison lo había observado sin conseguir captar lo que significaba. Lo único en lo que se había concentrado era en moverse, simplemente. Experimentó una pequeña oleada de esperanza. Haber avanzado en dirección equivocada, habría terminado en desastre. La vena se hubiera estrechado y reventado, dejándolos a la deriva en plena materia gris con, quizás, escaso combustible para buscar y encontrar otra vena.
Konev estaba anotando algo que Dezhnev le dictaba. Asintió al fin, diciéndole:
–Pídales que le confirmen estos datos, Arkady... ¡Bien!
Volvió a dedicarse un rato a su cerebrógrafo y advirtió:
–Óiganme, ya conocen la vena donde estamos y van a insertar una aguja hipodérmica en un punto específico que ya he señalado en el cerebrógrafo. Lo alcanzaremos dentro de media hora o un poco menos... ¿Puede seguir adelante media hora más, Arkady?
–Probablemente un poco menos. Si el corazón latiera...
–Lo sé, pero no late... –asintió Konev y dirigiéndose a Natalya añadió–: ¿Puede pasarme todos los datos relativos a lo que haya captado del proceso del pensamiento de Shapirov? Voy a enviarlos, completos, a la Gruta.
–¿Lo dice por si no logramos salir?
–Exactamente. Este material es lo que vinimos a buscar y no hay razón para dejar que se pierda, en el caso de que no pudiéramos salir.
–Es la actitud apropiada, Yuri.
–Pero siempre y cuando –añadió Konev– los datos tengan algún valor.
Después, Konev se inclinó hacia Dezhnev y ambos a la vez empezaron a transmitir electrónicamente la información que habían recogido, computadora a computadora, de menor a mayor, desde el interior de una vena al mundo exterior.
Kaliinin seguía apretando la mano de Morrison, quizá tanto para animarse a sí misma como para animarlo a él, reflexionó Morrison. Y en voz baja le dijo:
–¿Qué va a ocurrir, Sofía, si se nos termina la energía antes de llegar a la aguja?
Ella alzó las cejas y respondió: