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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Vespera (25 page)

BOOK: Vespera
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—Lo tienen —dijo Aesonia—. Existe información a la que tú no tienes acceso. Disponemos de una oportunidad para frenarlos, antes de que su poder aumente. Y tenemos que aprovecharla.

—No servía de nada seguir discutiendo. I —a emperatriz se mantenía inflexible. Y Valentino tendría la misma actitud, y probablemente también Silvanos.

Pero al imperio no se le había concedido una oportunidad; se le había asestado un golpe. Los jharissa habían asesinado a Catilina, y Rafael estaba prácticamente convencido de que aquello era sólo el primer paso de su plan. No completamente, quizá Iolani también actuara impulsivamente. Pero si tenían un plan, la furiosa y justificada reacción del Imperio estaría prevista y... entonces ¿qué?

—Tú encontrarás las pruebas necesarias para convencer al Consejo de los Mares de la traición de Iolani —dijo Aesonia mirándole a los ojos.

—¿Y si el Consejo no actúa en consecuencia?

—Lo harán —dijo Aesonia—. Eso es cosa mía. Todo lo que te pido son pruebas. Y tu lealtad incondicional.

Rafael sintió una repentina punzada de temor cuando los ojos azul marino de la maga se clavaron en él.

—No espero menos de ti —continuó la emperatriz—. Y si nos eres desleal, eres desleal a Thetia, y ya conoces el castigo por alta traición.

—Cuentas con mi lealtad —dijo Rafael.

—Eso no es lo que te he pedido —dijo Aesonia, repentinamente serena.

—Es todo lo que te ofreceré —dijo Rafael—. Si dijera que cuentas con mi lealtad incondicional, te estaría mintiendo. Tienes que ganártela, de la misma manera que yo me he de ganar tu confianza. Y cuando la ofrezco, la doy libremente, no porque me la pidas.

Se estaba arriesgando enormemente cuando, en realidad, había ido hasta allí para convencerla de su lealtad, y aquélla no era una mujer con la que se pudiera jugar. Sin embargo, él no iba a prometerle algo que no pudiera cumplir. Seguir órdenes, sin importar cuáles fueran. Eso era algo propio de la Armada, que no iba en absoluto con Rafael. Era la exigencia de un aspirante a tirano.

—¿Debemos ganarnos tu lealtad? —dijo la emperatriz, apretando el alféizar de la ventana con la mano.

—Una promesa que se hace fácilmente, se rompe con más facilidad todavía. ¿Confiarías en alguien dispuesto a hacer un juramento con tanta rapidez?

Aesonia frunció los labios y por un largo instante, mientras escrutaba el rostro de Rafael con los ojos, no abrió la boca.

—Eres impertinente. El Imperio no merece otra cosa que tu lealtad absoluta.

—Algo que yo no le entregaré hasta que el Imperio se la gane, y tengo todas las razones para esperar que lo haga.

—Has elegido una extraña manera de impresionarme, Rafael Quiridion —dijo ella finalmente—, pero sospecho que mi hijo te agradecería la honestidad, aunque no tu renuencia. Puedes continuar investigando mientras tu tío esté de acuerdo. Ahora márchate.

Aesonia se dio la vuelta hacia la ventana en un claro gesto para que se fuera, y Rafael hizo una reverencia y se marchó sin decir nada.

Capítulo 9

Si Rafael pensó que ya había tenido suficientes sorpresas aquel día, su primera visita al palacio estarrin le demostró en seguida cuán equivocado estaba.

Había aprendido todo lo que sabía de los archivos secretos que guardaba su tío sobre todos los clanes. Para los estándares de los clanes vesperanos, Estarrin era bastante joven. De acuerdo con los archivos, se constituyeron como clan hacía tan sólo ciento diez años, y habían sido un pequeño clan de investigadores botánicos y suministradores oceanográficos hasta la Revuelta. Leonata parecía la mayor responsable de su prosperidad; ella había logrado expandir con éxito sus actividades al comercio de especias, medicinas, viveros de plantas y café.

Y recientemente, habían financiado los esfuerzos en los astilleros del clan aruwe para desarrollar nuevos usos para el pólipo de manta, y también habían lanzado una iniciativa propia para descubrir nuevas variedades de combustible vegetal.

Eso era interesante pero existía una frustrante escasez de información. La última nota decía tan sólo: «Proyecto en marcha bajo alto secreto. ¡Se necesitan más infiltrados en los clanes de armadores navales urgentemente!»

Después se hacía constar que Leonata tuvo dos niñas. La mayor estaba registrada escuetamente: «Ausente. Residencia desconocida. Se cree que está separada.» Probablemente no importaba, aunque a él le hubiera gustado saberlo. La más joven, Anthemia, trabajaba en los astilleros, al servicio del clan aruwe.

Leonata nunca se casó, pero eso no era nada excepcional en la matrilineal Thetia, en especial en la ciudad. Los herederos podían ser concebidos con propósitos políticos o por aquellos que deseaban tener descendencia cuando ambas partes habían jurado fidelidad a clanes diferentes pero ni podían ni transferían su alianza, lo cual era algo delicado. Para alguien con el estatus de Leonata, se habrían producido acuerdos formales y documentos conservados en los archivos del clan.

El palacio de un clan tan joven se hallaría normalmente en los bordes exteriores de la ciudad, pero después de la Revuelta, los estarrin se mudaron a una estructura medio en ruinas en la isla de Tritón, a sólo unas calles del Palacio de los Mares en el corazón de la ciudad preimperial. Debieron de existir palacios más grandes alrededor; eso era algo que había que averiguar. Y Rafael apenas conocía Tritón. No fue uno de los lugares de su infancia y había visto muy poco de la isla en su camino hacia Orfeo's.

Rafael prefirió coger un
vaporetto
a requisar otro bote. Sería más lento y ruidoso, pero necesitaba tiempo para pensar y una oportunidad de hacerse una idea de la ciudad sin la presencia de dignatarios.

Había miradas, naturalmente, y murmullos, porque no eran muchos los agentes del imperio que viajaban de esa manera, y a pesar de ignorar al resto de pasajeros, Rafael sintió que alguien que estaba cerca había descubierto su identidad. La noticia se propagó rápidamente por el bote; el pasaje se afanaba ridículamente en transmitir la información a espaldas de Rafael.

Él observaba a sus compañeros de viaje, así como al paisaje cambiante de la Vespera orientada al mar, mientras el
vaporetto
iba de un embarcadero a otro, cada uno de ellos con su nombre sobre un gran trozo de lona extendido entre dos postes: Casa del Océano, Bolsa, banco de Mons Ferranis, puente de Aetius, mercado textil. A la altura del puente de Aetius, el bote aceleró sensiblemente cuando un
vaporetto
de una compañía rival arrancó de la parada del paseo Procesional, empezando así una carrera hasta el mercado textil que el bote de Rafael perdió por muy poco, ante los vítores despectivos de los otros pasajeros.

Se apeó en Ópera Charis, la penúltima parada de Tritón, después de ver fugazmente a la revoltosa multitud de estudiosos que se apiñaban en el próximo embarcadero, bajo la sombra del Museion en la colina.

Extendiéndose entre dos postes, el Museion y el Palacio de los Mares, Tritón parecía sutilmente distinto del resto de Vespera, y no se trataba simplemente de que fuera, obviamente, más antiguo o de que tuviera más plazas que calles. Lo que quizá ocurría era que todo el mundo parecía conocerse en aquellas calles apretadas y serpenteantes. O puede que la razón fuera el asombroso despliegue de colores de los clanes que, sencillamente, no reconocía. La parte oriental estaba atestada de oficinas de los clanes menores, que rivalizaban por el espacio con tiendas y restaurantes, y cuyas gentes iban y venían incesantemente por su fachada marítima, dirigiéndose al Museion o a la Bolsa.

Tritón era entonces aún más ruidosa que unas noches atrás. En cada plaza había dos o tres restaurantes, con mesas dispuestas a la entrada o alrededor de la fuente central bajo toldos de lona o soportales. La mitad de los edificios estaban cubiertos por andamios, rodeados de grúas y carretillas, y había trabajadores haciendo perforaciones. Durante el imperio, Tritón fue desatendida hasta quedar en un estado ruinoso, cuando el centro de poder de la ciudad se desplazó al sur, hacia la colina de los Palacios y la bahía del Santuario. Ahora estaba siendo recuperado, incluso con más entusiasmo y garra que el resto de la ciudad.

También era el lugar donde vivían los luthiers y una buena cantidad de músicos, unos junto a otros, al lado de hordas de estudiantes. Quedaban pocos talleres ya en el centro de Vespera; la mayoría se había desplazado al norte hasta el Averno y el Alto Averno, donde disponían de más espacio, pero los fabricantes de instrumentos se habían aferrado a Tritón, a la sombra del teatro de la Opera Charis. Rafael dio otro rodeo para pasar al otro extremo de la plaza que tenía enfrente, donde la fachada, con su piedra dorada y labrada, escondía un edificio laberíntico y, allí, se detuvo a escuchar.

A través de las diminutas ventanas bajo los aleros escuchó voces alejándose, un cantante haciendo escalas y ejercicios, otro que practicaba un aria. Intentó descubrir lo que se oía por encima de aquel barullo de gente yendo y viniendo y de aquellas carcajadas procedentes de un grupo en uno de los cafés al otro lado de la plaza. Andrieli, a juzgar por el sonido, pero había demasiado ruido para que Rafael pudiera estar totalmente seguro. Era el más pequeño y menos prestigioso de los tres teatros de ópera que había en Vespera, pero también el más animado. Era un lugar para aspirantes a nuevos músicos, cantantes y compositores, para los experimentos que, a menudo, fracasaban.

Rafael sabía que además conservaba un marcado carácter republicano que había sobrevivido a la derrota de Ruthelo. Ahora pocos hablaban de ello, aunque demasiados músicos de la Charis habían luchado y perdido sus vidas en defensa de de Ruthelo durante la Anarquía, incluyendo algunos cuyos nombres bien podían haber brillado con el mismo fulgor que el de Tiziano, si hubieran seguido con vida.

Pero habían muerto, junto a centenares de miles de personas en toda Thetia, y su música se quedó sin ser escrita, sus voces quedaron condenadas al silencio. Cualquier cosa que pudieran haber hecho murió con ellos. Ese fue el precio de la guerra civil.

El palacio estarrin se encontraba a algunas calles más allá, levantado en la punta occidental de la isla y rodeado de agua por tres flancos. Su fachada sobre la calle revelaba poca cosa: un modesto si bien antiguo edificio de piedra erosionada color crema y con ventanas altas y elegantes de estilo arcaico. Tan sólo los marineros con sus corazas turquesas apostados en la entrada y el constante ir y venir indicaban que se trataba de la sede de uno de los clanes más ricos de Vespera. Ni siquiera había un emblema sobre la puerta, aunque es posible que alguna vez lo hubiera.

El centurión de guardia se hallaba enfrascado en una conversación con dos mujeres que vestían con el azul propio de la Asociación Oceanográfica, pero interrumpió la charla al aproximarse Rafael y las dos oceanógrafas se volvieron para mirarle con abierta curiosidad.

—¿Rafael Quiridion? La gran thalassarca nos avisó de su llegada. ¿Sería tan amable de acompañarme?

La red de espionaje estarrin estaba funcionando bien, pues. No es que se esperara otra cosa.

El pequeño patio, con sus arcos de piedra y exuberantes enredaderas era un escenario caótico. Caos alegre, pero caos al fin y al cabo. Las columnatas parecían estar abarrotadas de miembros del clan estarrin ataviados con sus mejores galas. Todos hablando aparentemente a voz en grito y, por lo visto, sin que nadie pudiera estarse quieto mucho tiempo. Había docenas de soldados en formación en una esquina, bajo un toldo, mientras que un hombre con una capa con adornos de plata y el penacho de legado inspeccionaba su equipamiento, totalmente ajeno al barullo que los rodeaba.

—¿Interrumpo algo? —preguntó Rafael levantando la voz por encima de toda aquella bulla.

El centurión (los clanes hacían uso de la jerarquía legionaria o, más exactamente al revés, pues los clanes estaban allí desde mucho antes que las legiones) le sonrió de oreja a oreja.

—Bien puedes decirlo. Dejaré que la señora te lo explique; no quisiera usurparle sus bramidos.

El centurión atravesó el patio, apartando a la gente del clan con suaves empujones hacia el otro lado, y desapareció por el extremo opuesto. Rafael le siguió por la escalera principal, hasta una planta superior con otro patio. Podría ser antiguo, pero la pintura estaba en buenas condiciones, el dibujo de los bordes había sido mantenido meticulosamente, los arcos estaban recién restaurados y el ruido ya era un tanto menor cuando el soldado se detuvo frente a una puerta. Se encontraba al final del pasillo, donde una ventana daba hacia el norte sobre las aguas azules y los Portanis, medio ocultos por la calima.

Sobre la puerta había un emblema y, a juzgar por su aspecto, había sido repintado hacía poco, aunque no era la estrella plateada de ocho puntas de Estarrin, sino una raya marina blanca sobre un fondo azul celeste. El clan eirillia, aliados de Ruthelo, eliminados durante la Anarquía junto con Azrian, Theleris y una veintena de clanes más, por ambas partes.

El centurión golpeó la puerta y asomó la cabeza por ella.

—Rafael Quiridion está aquí.

—¡Qué puntual! Está bien, hazle pasar. ¿O está aquí sólo en espíritu?

El soldado sonrió y le indicó a Rafael que pasara cerrando la puerta tras él para que no entrara ruido y, durante un segundo, Rafael sólo pudo que pestañear. Era una habitación elegante y austera con un techo festoneado y frisos delicadamente restaurados sobre las paredes con antiguas escenas de pesca, aunque no fue eso lo que más le impresionó. Había tres ventanas que daban a una logia enclaustrada entre las alas del edificio y, más allá, sólo se veía el mar extendiéndose hacia el horizonte occidental rielando en la calima. No había ningún indicio de que se encontraran en el centro del corazón del mundo, una vista quebrada sólo por una débil línea de arrecifes algunos kilómetros más allá, al borde del lago.

—Te gustan las vistas, por lo que veo —dijo Leonata después de un momento, cuando Rafael se acordó de hacer una reverencia. Esta vez, ella iba vestida inmaculadamente con elegantes ropas formales y un collar de estrellas plateadas entrelazadas. Era una patricia vesperana por cada uno de sus poros. Cerca de ella había otras dos mujeres, una unos diez años menor que Leonata y la otra mucho más joven (Rafael recordó que se trataba de su asistente, Flavia), vestidas asimismo formalmente pero con menos esplendor.

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