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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Vespera (21 page)

BOOK: Vespera
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El salón estaba mucho más iluminado que durante el día. Había cilindros alrededor de toda la sala, dos enormes arañas de luces de hierro, y un buen fuego del lado que daba al interior de la isla. La imagen parecía sacada de una mala novela sobre el norte, pero desgraciadamente era muy real. No eran tan bárbaros como había pensado (obviamente, Besach había decidido enseñar a sus soldados modales en la mesa, pues el suelo estaba limpio y no había animales), pero aún así ¿por qué los señores del norte tenían necesidad de comer con sus criados todas las noches?

Odeinath y Daena habían sido colocados en la mesa de honor, uno a cado lado de Besach. La princesa, explicó Ambiorix, se estaba recuperando de un parto y, en consecuencia, no podía asistir a la cena. Daena se abstuvo de ofrecer su ayuda, porque ya habían descubierto en anteriores ocasiones que era preferible mantenerse al margen de cualquier cosa relacionada con los nacimientos. Las comadronas locales eran muy susceptibles y la experiencia de Daena era probablemente bastante inferior a la suya, pues los doctores thetianos de cualquier sexo eran sólo requeridos en los nacimientos si algo iba realmente mal.

La comida se sirvió en cuanto se sentó Odeinath, entre Besach y Massilio. Poco refinamiento había en ella: mucha carne y escaso pescado. Afortunadamente, Besach había decidido que se sirviera vino de importación, lo que todos agradecieron excepto Tilao, cuyo pueblo bebía un licor tan repugnante que después de lomarlo cualquier otra bebida alcohólica resultaba invariablemente insípida.

—Por el clan Xelestis —dijo Besach, alzando su copa.

—Por Lamorra —replicó Odeinath. No estaba mal, para ser un vino importado—. Y ahora, ¿me explicarás qué son esas luces?

No era la forma más apropiada de dirigirse a un príncipe en u propio castillo, pero a Besach no pareció importarle. Era lógico. Un hombre que gobernaba un grupo entero de islas que no era precisamente insignificante por su tamaño aunque no dispusiera de de recursos y tuviera una población constituida por granjeros y poco más, nunca podía relajarse completamente con sus subordinados y, dados sus gustos, Odeinath puso en duda que la camaradería entre guerreros satisficiera completamente a Besach. Cualquiera con su mismo rango (los señores de los Estados vecinos, por ejemplo) sería un rival potencial y solamente los extranjeros que no supusieran amenaza alguna podrían considerarse compañeros. Massilio, de donde quiera que fuera, podía considerarse uno de ellos.

Y aunque las tripulaciones de los navíos xelestis ordinarios pudieran tener el estatus de simples comerciantes que venían regularmente una vez al año, Odeinath era un explorador y el capitán del
Windsoar
era un pirata, hablando en plata.

—Gas —dijo Besach—. Hay un pantano a tres o cinco kilómetros por la costa, que proporciona gas. Lo ves arder. La gente de aquí lo llama la «luz bruja». No sé muy bien cómo funciona, pero espero que algún día venga un químico thetiano y me lo explique. En cualquier caso, puede ser almacenado, de manera que lo hice conducir por tuberías hasta el palacio. Quizá, si Lamorra es rica algún día, podremos hacerlo llegar también a algunas casas.

—¿Han hecho esto tus ingenieros? —Era una idea brillante. Un suministro inacabable de luz sin necesitar siquiera combustión vegetal. Naturalmente, sólo era posible teniendo un pantano cerca, pero para una tierra sin las ventajas del agua luminosa, el palisandro o el éter, resultaba ingenioso.

—No —contestó Besach, lanzando una mirada al otro extremo del comedor hacia sus festivos guerreros, dos de los cuales palmeaban la espalda a Tilao después de que éste tomase de un trago una prodigiosa cantidad de alcohol, sin efecto aparente. Había sido capaz de bebérselo todo a escondidas—. Como puedes imaginar, la ingeniería es un arte desconocido aquí. No, lo hicieron los compatriotas de Massilio, a cambio de los servicios de algunos de mis hombres.

¿Los compatriotas de Massilio? ¿Quién, allí en el norte, tenía la capacidad de hacer algo así? ¿Es que acaso habían sido desenterradas las habilidades de los tuonetares? Fueron unos fantásticos ingenieros y demasiadas ideas e invenciones suyas se perdieron en medio del furor del Imperio tras su caída.

—¿Tus compatriotas? —le preguntó Odeinath a Massilio.

Massilio le obsequió con una fría sonrisa.

—Los Perditiani, así se llaman.

«¡Qué apropiado!», pensó Odeinath. «Pero ¿por qué alguien se llamaría a sí mismo de esa manera?»

—¿Tu pueblo se denomina las «almas perdidas»?

De repente en la mesa se produjo un oasis de silencio y Besach, Ambiorix y el legado concentraron sus miradas sobre Odeinath y Massilio durante un instante. Naturalmente ellos no tenían ni idea del significado, pues no sabían alto thetiano. En thetiano corriente, podía significar «perdidos», u otra palabra con un sonido similar.

—¿Quiere decir eso? —preguntó Besach, mientras todos los demás en el salón guardaron silencio—. ¿Y por qué?

La sonrisa de Massilio se desvaneció.

—Nosotros dejamos atrás familia y hogar, juramentos de hermandad de unos a otros. En lo que al mundo respecta, somos almas perdidas.

Era exactamente la respuesta adecuada en aquellas circunstancias, entre tantos guerreros de Lamorra. Ellos entendieron lo de «juramentos de hermandad», y dieron su aprobación con gruñidos, golpeando las jarras contra las largas mesas.

No era toda la verdad, pero Odeinath no iba a insistir para saberla. Ahora no. Él y Daena reunirían toda la información que pudieran y se la transmitirían a cualquier otro barco xelestis que se dirigiera al norte con instrucciones de hacer más indagaciones. Esto era un hallazgo. Quizá el norte estaba finalmente saliendo de siglos de guerras inútiles y barbarie. Tal vez incluso, en cuarenta o cincuenta años, aquellas ciudades empobrecidas se transformarían en ciudades-Estado y estarían construyendo navíos. Una pena que sólo fuera el principio. A Odeinath le hubiera encantado ver cómo sería entonces su arquitectura.

—¿Existe alguna lengua que desconozcas, amigo mío? —dijo tibiamente Massilio, cuando el comedor recuperó su nivel anterior de bullicio.

—Ninguna que seas capaz de hablar —le contestó Odeinath.

—¿Incluso la lengua de los tuonetares? ¿Podrías decir alguna cosa?

Odeinath le complació, agradecido a los manuales de lenguas antiguas que encontró en Ralentis y al tiempo que pasó allí. El ralentic era parecido al tuonetar y la pronunciación que los ralentianos conferían a la antigua lengua era mucho mejor que la de los eruditos thetianos, quienes trabajaban sólo a partir de textos, inscripciones y un conocimiento igualmente rudimentario del tehaman.

—Tu acento es bueno —dijo Massilio, intrigado—. Así que has estado en Ralentis.

—Sobre todo para estudiar las ruinas.

—No eres simplemente un hombre educado, sino un erudito —dijo Besach con obvio placer. Él no tenía mucho del príncipe guerrero que parecía cuando llegaron.

—Los eruditos son personas que viven en bibliotecas polvorientas —dijo Odeinath con desdén—. Yo soy un explorador y un investigador de la antigüedad y he visto bastantes más cosas en mi vida que un erudito. —Odeinath había tanteado la vida de estudioso bajo el clan polinskarn, pero sólo durante algunos meses. De hecho había probado suerte con muchas cosas pero finalmente se dio cuenta de que (por su temperamento) no estaba preparado para establecerse en ningún sitio concreto. Después del deprimente fracaso de sus dos incursiones en la política, fomentando conspiraciones contra el Dominio, Polinskarn decidió que ignorar completamente el mundo era lo mejor que podía hacerse.

—¿Y qué te parecieron las ruinas? —le preguntó Massilio.

—Impresionantes, naturalmente —respondió Odeinath—. Aquellas cúpulas, la habilidad necesaria para crear esas estructuras tan enormes está más allá de cualquier cosa con la que contemos ahora. A los thetianos les encantan las cúpulas, pero solamente han levantado una con proporciones como aquéllas.

—En el norte, las cúpulas son una cuestión de supervivencia —apuntó Massilio—. Uno descubre que la arquitectura es una preocupación apremiante cuando el precio del fracaso es la muerte por congelación. Thetia nunca tuvo tal acicate.

—¿Sabes que aquí también tenemos ruinas? —dijo Besach—. Una ciudad entera, aunque tristemente mermada por mis predecesores, quienes las saquearon para construir este castillo y gran parte de la ciudad.

¿Predecesores? De manera que Besach no había heredado Lamorra. ¿Había sido asesinado el anterior gobernador o había sido Besach quien había unificado el grupo de islas? No se sorprendería de que éste fuera el caso. Besach había levantado él mismo un principado y ahora intentaba seguir adelante.

Odeinath pensó que eso no haría especialmente felices a los guerreros lamorranos.

—¿Sería posible visitarlas? —preguntó Odeinath.

—Por supuesto. Con mucho gusto te las mostraremos. Mañana por la mañana tengo que presidir juicios, pero Massilio podrá acompañarte y yo me uniré a vosotros cuando finalicen las sesiones.

Massilio no era el compañero que hubiera elegido Odeinath pero, por lo menos, podría visitar las ruinas, si es que quedaba algo de ellas después de que esos campesinos del norte las hubieran desmantelado piedra a piedra. Las ciudades de Ralentis habían permanecido en buena parte intactas porque los thetianos establecieron allí a sus aliados del norte, disidentes que habían ayudado a derrotar a los tuonetares, tras la devastación del resto del norte. No era lo que los aliados hubieran querido pero, al menos, sobrevivieron.

El resto de la comida transcurrió muy agradablemente. Besach hacía una pregunta tras otra y Odeinath las iba contestando, apañándoselas de vez en cuando para contener lo suficiente aquel incesante interrogatorio y preguntar él a Besach lo que sabía sobre el lejano norte. Incluso el glacial Massilio demostró ser un compañero bastante agradable, a pesar de que Odeinath lo hubiera cambiado por alguien un poco más animado.

Aunque aún se mantenían derechos, todos ellos estaban bastante entonados cuando Besach se excusó y destacó a un sirviente para que los llevara de regreso al buque, pues Ambiorix había perdido el conocimiento. De hecho, como la mayor parte de los quereros que había en el salón, en especial los que habían cometido la imprudencia de competir con Tilao en el arte de beber.

La cabeza de Odeinath no estaba demasiado mal a la mañana siguiente, aunque se había despertado muy pronto por los ruidos y gritos procedentes del muelle y porque Cassini había llamado con tremenda fuerza a su puerta para preguntarle si había alguna cosa que quisiera añadir a las mercancías con las que iban a comerciar o de la que quisiera deshacerse, ya que Lamorra no se parecía mucho a lo que esperaban encontrarse.

Odeinath le insultó, le salpicó la cara con agua de su aguamanil y se fue con paso tambaleante hacia la zona menos resguarda del alcázar para lavarse con agua fría, parpadeando bajo la luz del sol. Resultaba desagradable pero se había acostumbrado a ello hacía mucho tiempo, aunque le costaba hacerlo cuando había tamborileros tribales tocando en la parle trasera de su casco.

Granius estaba completamente despierto, pero claro, él nunca bebía mucho. Estaba supervisando al resto de la tripulación mientras transportaban las mercancías hacia la congregación de tenderetes. Tejidos, alimentos secos, pescado en salazón, peines y joyas, especias, azúcar (estos dos últimos productos siempre eran muy valorados allí arriba en el norte) y otra docena de cosas que Odeinath no podía recordar en medio del frío escalofriante de una mañana primaveral lamorrana. Del mar llegaba un viento fresco, suficiente para congelar unos huesos thetianos que se preciaran y se apresuró a volver a su camarote para ponerse alguna ropa de abrigo. Faltaban aún algunas horas para que el sol calentara el lugar, a pesar de que nunca se acercaría a una temperatura civilizada, no en esa época del año.

Massilio hizo su aparición cuando Odeinath tendía a Granius la lista revisada y acababa de hablar con un criado de Ambiorix acerca de las cosas que gustarían más a la aristocracia local. Pagarían con moneda, que podría ser fundida y refundida en el sur, en el caso de que fuera de suficiente calidad.

Massilio montaba un caballo y guiaba otro, lo que provocó los gruñidos de Odeinath. ¿Caballos? Viles criaturas. Si se sentaba en uno de ellos durante cinco minutos, le salían ampollas por todas partes. Y eso si conseguía primero subirse a su lomo sin que lo lanzara a la otra punta del muelle decidido a patearlo. Odeinath había montado leviatanes cuando era más joven y, si bien eran igual de salvajes, por lo menos eran criaturas acuáticas.

Sin embargo, apretó los dientes y se subió al caballo, mientras Massilio lo sujetaba para que no se moviera. Cassini le pasó una bolsa con sus lápices, papel y algo de comida. A continuación se abrieron paso entre la multitud. Unos muchachos que estaban jugando a los piratas en el bauprés del
Navigator
(obviamente la tripulación del
Windsoar
les había dejado huella) estuvieron a punto de sobresaltar a Odeinath, pero consiguieron escapar por las puertas exteriores, al otro lado del paso elevado.

—¿No eres buen jinete? —inquirió Massilio, probablemente divertido.

Maldito fuera aquel tipo y aquellas martilleantes pezuñas que estaban haciendo que los tamborileros repicaran aún más fuerte. El
Navigator
no disponía de suficientes y adecuadas provisiones para hacer una de aquellas repugnantes curas para la resaca que los químicos thetianos juraban que eran efectivas, a pesar de que cada una de sus recetas era diferente.

—No —respondió Odeinath—.¿Podemos ir un poco más despacio?

Massilio le complació, aunque no era mucho más cómodo. ¿Por qué no había pensado antes en eso? Pero el vino era bueno para ser del norte, hacía mucho tiempo que no había bebido y Besach era buena compañía aunque fuera un bárbaro del norte.

—¿Cómo llegó Besach al poder? —le preguntó a Massilio, cuando giraron al sudoeste, un poco más lentamente, por lo que los lamorranos llamarían, probablemente, una carretera. En realidad se parecía más a un lecho de río lleno de lodo que por alguna razón no llevaba agua, con campos pardos extendiéndose a su derecha y con la aparición ocasional de algún campesino aterido de frío atravesando el camino, o tratando de conducir a algunos animales con arneses de aspecto miserable, con un vago parecido a búfalos de agua, sólo que sin la joroba—. No me digas que ha sido por herencia.

BOOK: Vespera
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