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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Vespera (22 page)

BOOK: Vespera
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—No, no fue por herencia —le contestó Massilio—, como te has imaginado.

—Entonces, ¿qué ocurrió? —Insistió Odeinath, aspirando algunas bocanadas de saludable aire marino, después de la fastidiosa hediondez de Lamorra.

—Besach era el señor de una aldea de la costa norte, pero tenía tanto el don de la inteligencia como el de la espada. Las islas y los señores estaban en guerra todo el tiempo y él se aprovechó de eso para unificar esta isla y, después, conquistar las demás. Existen todavía algunos que se resisten en un islote yermo que dicen que es la isla más septentrional, pero ya no causan problemas.

—¿Cuánto tiempo hace de eso?

—Acabó hace unos cinco o seis años.

—¿Y cuánto tiempo llevas tú aquí?

—Tres años. —Dijo Massilio con un tono que expresaba claramente: «No me hagas más preguntas». Pero Odeinath nunca se había contado entre los que son capaces de reprimir su curiosidad.

—¿Y cómo viniste a parar aquí? ¿Qué tiene... que ver tu hermandad... con Lamorra?

—Tenía ciertas cosas que necesitábamos —dijo Massilio—. La gente, por ejemplo. Lamorra es fértil, pero sin guerras inútiles que mantuvieran baja la población, tendría problemas. De manera que cogemos a algunos alborotadores, los que están interesados en otras cosas aparte de la guerra, y a algunas mujeres que muestran un deseo de emplear sus vidas en algo más que tener niños.

—¿Los rescatas de toda esta barbarie? —preguntó Odeinath, ligeramente escéptico.

—Ellos no eligieron nacer aquí —respondió Massilio con más pasión de la que Odeinath había visto en él hasta entonces—. Nadie en su sano juicio elegiría nacer aquí. Pero ahí están y ahí se quedarán el resto de sus vidas. Hay un mundo fuera de Thetia...

—Un mundo que yo conozco muy bien —replicó Odeinath.

—Entonces muestra un poco de compasión por la gente que no tuvo la suerte de nacer en el verano de Thetia. Puede que el templo esté dedicado a los viejos dioses de las estrellas pero muy poca gente cree en ellos; sólo están aquí porque Besach y algunos de sus criados son conversos. El resto de los lamorranos, así como la mayoría de los pueblos del norte, creen en la Expiación.

Odeinath se abstuvo de decir nada a la espera de las explicaciones de Massilio.

—Creen que han sido puestos aquí como castigo por los pecados de sus ancestros, que el sentido de sus vidas es lavar esa mácula y que ésa es su única esperanza. La única manera de explicar la razón de por qué hay gente que vive aquí es mediante la ira de algún ser tan grande que ni siquiera alcancen a entenderlo. Para la mayoría de estas gentes, el Imperio fue la mano de Dios, el pago por sus errores. Y trescientos años más tarde, aún están pagando aquellas equivocaciones.

—¿Incluso después de cesar las tormentas?

—Las tormentas fueron el Segundo Pago. Los thetianos fueron el Primero. Ahora nos encontramos en la época de la Falsa Esperanza, una época en la que los dioses permitirán a la gente creer que han sido perdonados, de modo que cuando ellos golpeen nuevamente con el Tercer Pago, aún sufriremos más y nos daremos cuenta verdaderamente de nuestros errores.

Massilio dijo esto con una falta total de pasión, mientras contemplaba a los campesinos trabajar en sus campos en las agrestes montañas coronadas de nieve.

—¿Y tú también crees en todo eso? —preguntó Odeinath, después de un momento en el que los únicos sonidos en su cabeza eran los tambores y los chillidos de las gaviotas sobre el mar.

—¿Que los thetianos fueron obra de Dios? Obra del infierno, quizá. El norte es un lugar de castigo, pues ¿quién de verdad quiere nacer en la pobreza, el hielo y el frío? No hay justicia en este lugar. No hay crimen por grande que sea que justifique enviar a todo un pueblo a morir en el ártico helado, condenar a hombres, mujeres y niños a congelarse por millares, mientras que los supervivientes viven una vida corta y lamentable en las cenizas de una civilización. En una tierra donde nunca desaparece la nieve y nunca brilla el sol.

Su voz era cruda, áspera, amarga y sus ojos podrían haber sido tallados en mármol, a decir de la vida que había en ellos. Odeinath se preguntó qué edad tendría Massilio. ¿Cuarenta? ¿Cincuenta? Había tanto dolor en aquellas palabras... La clase de dolor que nadie podía experimentar si no era en carne propia.

Quizá si se hubiera encontrado un poco más despejado, Odeinath podría haberse dado cuenta de lo que realmente Massilio quería decir, podría haber advertido el doble significado de sus palabras, pero su cabeza aún le martilleaba. Y era una mañana en Lamorra, en los mares árticos, un lugar al que ningún thetiano en su sano juicio habría ido por gusto.

—Nadie elige el norte —dijo Massilio con su voz plana y mortecina— Pero podemos contribuir en algo, hacer la vida un poco más soportable para aquellos que nunca verán una manta ni escribirán odas a la primavera iandusiana.

Incluso entre los mismos thetianos, no era muy común conocer a estos poetas, los más thetianos de todos.

—¿De ahí el gas y el puerto? ¿Cuentan con el favor de los lamorranos?

—Se quejan de los cambios, porque la gente siempre lo hace. En particular, los guerreros, los que se han entregado a la Expiación con un juramento. Mejor morir joven en la batalla que envejecer en un sitio como éste.

—¿Y cómo un thetiano vino a parar al norte? —le preguntó Odeinath.

—Como castigo a un crimen cometido por mis padres —dijo Massilio—. Como enseña la Expiación. Mira, ahí están las ruinas, delante de ti, a la derecha.

Los campos terminaban en una hilera de montículos, mal cubiertos de parca hierba, extendiéndose en forma de gran media luna a lo largo de la bahía y hacia el interior. Tardó un momento en seguir la fila de montículos, la curva suave del lado de una cúpula y después, los pilares y muros rotos por detrás. También la playa estaba quebrada por las rectas de muros que se adentraban en el mar gris, ciclópeos bloques medio enterrados en la arena.

Desviándose del camino, acortando por el borde de los campos y entre dos montículos, Massilio le condujo hacia el corazón de las ruinas.

No había nada parecido a las ruinas tuonetares en Aquasilva. Había pocas piedras, porque los tuonetares las habían usado en la mayoría de sus construcciones y poco era lo que alguien que llegara a las ruinas por vez primera podía reconocer o entender. Odeinath tuvo que descubrir las cosas por sí mismo al tropezarse con la ciudad en ruinas en Iliath, sólo a trescientos cincuenta kilómetros desde la costa de Thure, a partir de las ruinas y de los pocos libros de viajeros thetianos de antes de la Gran Guerra. Los tuonetares fueron una vez aliados de Thetia, hasta la caída de la República, pero incluso en aquellos días, eran pocos los ciudadanos de cada uno de los dos Estados que se aventuraban a visitar al otro, separados por decenas de miles de kilómetros de océano hostil y por las barreras climáticas.

Las ciudades de Ralentis dieron la razón a Odeinath, de lo que él se enorgullecía, especialmente por el escaso material de partida.

—Eres un hombre extraño —dijo Massilio, poniendo su caballo al paso—. Estas gentes intentaron conquistar Thetia y, sin embargo, aquí estás tú estudiando las ruinas de sus ciudades.

—Ellos lo intentaron y fracasaron —dijo Odeinath, deteniéndose para contemplar la sección de un muro que se mantenía en pie. Su superficie estaba erosionada y picada por el paso del tiempo—. Y nosotros los arrasamos, los eliminamos de la historia y convertimos su continente en un páramo. Eran una gran civilización y deberían ser recordados. Como mínimo.

—¿Es grande una civilización que destruye a decenas de miles de su propia gente y a millones de enemigos?

—Puedes decir eso mismo de Thetia. Hemos cometido errores, terribles errores, lo mismo que hicieron los tuonetares durante aquellas pocas últimas décadas. Ellos no se merecían el olvido, como tampoco nosotros.

—Es fácil ser generoso ahora que ya no están aquí.

—No quisiera que Thetia corriera la misma suerte.

—Pero tú dejaste Thetia. Dijiste que no habías regresado a tu ciudad en... ¿treinta años?

—Han pasado treinta y un años desde que puse el pie la última vez en Vespera. Sí, yo me marché, pero sólo porque no encajaba allí. ¿Habría encajado en algún otro sitio? Lo dudo. ¿En qué otro sitio podría estar? Soy feliz deambulando por los océanos con mis compañeros marginados.

—Entonces, ¿por qué te preocupas?

—Porque todavía soy un thetiano —dijo Odeinath, medio deslizándose, medio cayéndose del caballo para examinar un fragmento de muro que yacía sobre el suelo con un trozo de cañería negra corroída por debajo y construida con algo que alguna vez pudo haber sido cobre. Intentó ser tan delicado como le fue posible, pero la cañería se deshizo en polvo al cogerla, y Odeinath se miró sus enormes manos con arrepentimiento—. No quiero vivir en Thetia, pero quiero saber que está todavía allí, con todo su esplendor, arrogancia y discusiones... que enriquecen tanto el mundo. El mundo sería mucho más rico si los tuonetares nunca hubieran desaparecido.

Dirigió la vista hacia el campo de ruinas, hacia el mar medio oculto por los montículos y fragmentos recortados de muros, desnudas costillas alzándose entre los fantasmas de las cúpulas. Había averiguado por qué todo, al final, tenía la forma de hemisferio. Era el calor... las construcciones hemisféricas tenían la superficie más pequeña posible, por eso perdían menos calor, aunque los tuonetares habían hecho algunos pequeños ajustes al levantar los muros hasta la altura aproximada de un hombre, proporcionando a las calles una apariencia ligeramente normal. No totalmente, pues habían sido cubiertas del mismo material traslúcido que los tuonetares empleaban para sus ventanas e invernaderos. Allí mismo, sobre el suelo, había un trozo.

Parecía hielo. Tratado para hacerlo sólido y transparente, aunque sólo el cielo sabía cómo lo consiguieron.

—¿A pesar de lo que hicieron? ¿Puedes perdonarlos? —preguntó Massilio, tomando la brida del caballo de Odeinath, cuando pareció estar a punto de arrancar.

—Supongo que para mí es fácil, después de todo este tiempo —respondió Odeinath. Saquearon Selerian Alastre hacía trescientos años, no su amada Vespera.

—Es fácil perdonar una atrocidad histórica —dijo Massilio—, pero es más difícil hacerlo con otra que te afecta realmente. Tú no conociste a las personas que murieron durante el saqueo. —¿Estaba Massilio pinchándole?

—Como acabas de decir, ningún crimen es tan terrible para que alguien merezca ser enviado aquí. Ni siquiera para que exista este lugar. —Le costó dos intentos, pero Odeinath se las arregló para subirse al caballo y entonces iniciaron la marcha.

—Pero las tempestades se han acabado —dijo Massilio—, y el norte empieza a florecer de nuevo. Quizá en doscientos o trescientos años alguien redescubrirá cómo los tuonetares construyeron estas ciudades y podremos volver a vivir bajo cúpulas. ¿Preferirías vivir entonces en Lamorra a hacerlo aquí?

—Por supuesto que no —dijo Odeinath tratando de imaginarse cómo habría sido la ciudad en su apogeo, transformando mentalmente aquel yermo de fina tierra con alguna hierba parda agostada en un paisaje urbano de cúpulas, con decenas de millares de personas y una civilización radiante bajo las estrellas del norte.

Pero ¿qué motivo les empujó a ir hasta allí? ¿Quiénes eran? ¿Eran ellos también exiliados del cálido sur o habían elegido una vida en el ártico? La última reflexión le resultaba incomprensible, pero él era un thetiano y tres viajes al norte en la vida de un hombre como él era exponer su salud en tres ocasiones.

—Mi pueblo —dijo Massilio— está intentando volver a introducir algo de esto en el norte. Tenemos nuestros propios propósitos, pero nos resulta útil ayudar a los que, como Besach, observan la barbarie a su alrededor y sueñan con algo mejor.

—¿Y dónde vive tu pueblo? —preguntó Odeinath, sacando su telescopio de la bolsa e inspeccionando el campo, preguntándose si habría algo que ver allí. Mucho, pero no sería justo para la tripulación pasar demasiado tiempo allí.

—Sería prudente por tu parte dejar de lado este tipo de preguntas —dijo Massilio—. Tenemos enemigos pero no la capacidad para resistir si nos atacaran con todas sus fuerzas. Somos suspicaces con aquellos que hacen demasiadas preguntas.

—Entonces, sois estrechos de miras —dijo Odeinath.

—Protegemos nuestro secreto.

—El secreto es una manera de engendrar más secreto —dijo Odeinath—, hasta que todo se convierte en un secreto y vives en el miedo perpetuo a ser descubierto. No soy ajeno a los servicios de espionaje y a su mundo de penumbras, pero no me gusta.

—Hablas por experiencia personal, me imagino.

¿Experiencia personal? Cinco miembros de su tripulación le habían abandonado por esa causa, seducidos por el mundo de los secretos, los espías y los juegos en las sombras. Uno había sido Rafael. De todos sus protegidos, él fue lo más cercano a un hijo, aparte de Cassini, quizá. Había sido duro rescatar a aquel joven de una oscuridad para ver cómo era atraído por otra, hasta que, finalmente, su pasado demostró ser demasiado poderoso.

Al menos, el joven que abandonó el
Navigator
tenía bastante humanidad, bastante de su propio espíritu y su propia fortaleza, lo que hacía a Odeinath sentirse esperanzado. Sólo más tarde descubriría cuán siniestro era Silvanos.

—Deja que seamos como somos y haremos lo mismo contigo —dijo Massilio, mientras giraban hacia el interior, en dirección a un área de ruinas que se habían conservado a una altura superior a la de la cabeza de un hombre, quizá porque eran más macizas y resultaron más difíciles de destruir—. Si tú y tu tripulación decidís uniros a nosotros, seréis bienvenidos —dijo de repente.

Odeinath le miró pasmado. ¿Qué es lo que estaba sugiriendo aquel hombre? ¿Que el
Navigator
y su gente se unieran a su orden? ¿Fuera la que fuese?

—Todos nosotros somos marginados a nuestra propia manera dijo Massilio, incluso con una brizna ahora de calidez en su voz—. Parece que te agrada la compañía de la gente que no encaja en ningún sitio y tu tripulación es competente, por lo que he oído y he visto.

—¿Es eso un uniforme? —preguntó Odeinath, señalando la túnica negra de Massilio con su extraño corte, ahora medio oculta bajo un largo abrigo abierto, con adornos de piel gris.

—Sí, lo es. Algo así.

Muchos miembros de mi tripulación huyeron para evitar eso dijo Odeinath viendo cómo la expresión de Massilio se enfriaba nuevamente.

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