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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Vespera (19 page)

BOOK: Vespera
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Silvanos apretó los puños y fue presa de otro acceso de tos.

—Tu arrogancia te matará, Rafael.

—¿Qué fue lo que dijo el poeta? ¿Mejor reinar en el infierno que servir en el cielo?

Silvanos se puso tenso.

—¡Nunca, nunca, nunca pronuncies esas palabras en esta casa, ni en esta ciudad! ¡Ni ante ningún alma viviente! —Rafael nunca le habla visto tan furioso, ni siquiera cuando era un niño, cuando su severa furia inundaba aquella casa durante días enteros—. ¡Fuera! prácticamente le escupió Silvanos—. Y confiésale tu fracaso a Aesonia, si es que quieres seguir teniendo algo que ver con esta investigación.

—Sólo si veo que encajo en ella.

NAVIGATOR I: LAMORRA

Nueve meses antes

—¡Cuatro puntos a estribor! —ordenó Odeinath, bajando el sextante y parpadeando para recuperarse del efecto del sol en sus ojos. La ceguera momentánea era uno de los problemas de usar un instrumento tan viejo, pero él todavía lo empleaba con frecuencia para hacer las observaciones, para no perder la práctica.

—¡A la orden, mi capitán! —El timón crujió cuando el timonel lo giró apenas un poco, el único hombre sobre el puente del
Navigator
con algo razonable a lo que agarrarse mientras la nave se hundía y se elevaba a través del oleaje. Las aguas estaban en calma para lo que era habitual en la primavera del norte; Odeinath se esperaba más temporales huracanados como los que les habían provocado una grieta cuando se dirigían hacia el norte al pasar dos interesantes archipiélagos; pero quizá tendrían suerte esta tercera vez.

Mientras el puente volvía a inclinarse hacia abajo, Odeinath se apoyó en la jarcia y secó el sextante con un paño para retirar las salpicaduras y guardarlo en su estuche antes de recorrer el puente y bajar por la escalera de cámara hasta la cabina de popa, donde ya estaba extendida la carta de navegación sobre el panel de éter desconectado.

—¿Cómo estamos? —preguntó Cassini.

Odeinath parpadeó. No se había dado cuenta de que el delgado botánico estaba hundido en el asiento debajo de las ventanas de popa, sosteniendo en el regazo dos libros y un cuaderno, catalogando los especímenes obtenidos en el último desembarco.

—Deberíamos estar a punto de avistar Lamorra —dijo Odeinath, dirigiéndose al armario para guardar el sextante—. Su capital se halla en la parte sudoriental de la primera isla, de modo que, con un poco de suerte, llegaremos antes de que caiga la noche. Si es que quien la cartografió era capaz de navegar en una bañera.

—¿Capital? —dijo Cassini arqueando una ceja—. ¿Lamorra tiene capital?

—Es un principado, creo —dijo Odeinath, inclinándose sobre la carta. Naturalmente, aquello era el océano del norte y algunos de los primeros exploradores debieron navegar con los ojos cerrados y guiándose por las constelaciones pintadas en el techo de sus camarotes. Odeinath la había descubierto durante su primera visita al lejano norte diez años atrás, cuando sólo el instinto del timonel impidió que el
Navigator
encallara en un banco de arena que habría hecho pedazos el blindaje de pólipo de su fondo. Un banco de arena que, de acuerdo con las cartas de navegación, se encontraba a unos cien kilómetros al oeste.

—¿Un principado de tres personas y ochenta mil cabras?

—¡No seas ridículo! —le contestó Odeinath fulminando a Cassini con la mirada—. Ochenta mil cabras ya se habrían comido la isla entera a estas alturas. No, es un principado real, aparentemente la capital tiene más de diez mil habitantes.

Cassini se estremeció.

—¿Tantas? ¿Protocolo? ¿Palacio real?

—Tú también te vienes —dijo Odeinath, preguntándose si eso sería prudente, dado el peculiar defecto de Cassini—. El
Windsoar
dijo que era bastante civilizada para ser el norte. Tienen casas de piedra y calles pavimentadas.

—Fabuloso de verdad —dijo Cassini, agarrando al vuelo un espécimen seco de alga antes de que cayera al suelo—. Con una capital así, me sorprende que no sea un imperio. ¿Cuál es el nombre del príncipe?

—Besach, creo recordar.

—Emperador Besach, príncipe de Lamorra, señor de los cuatro rincones del mundo, sultán del arenque y soberano de diez mil cabras...

—Y ruinas —dijo Odeinath—. El capitán del
Windsoar
sólo las había mencionado de pasada cuando supo durante la cena que Odeinath había sido arquitecto. Un buen capitán, pero con más de bucanero que de explorador. El
Windsoar
tenía cierta reputación.

—Estarás contento, pues dijo Cassini. ¿Ruinas tuonetares?

—Aguarda, nadie más en este remoto norte ha llegado a inventar el fuego por sí solo; de manera que las ruinas deben de ser tuonetares.

—Mantén la boca cerrada si no eres capaz de ser cortés —dijo Odeinath poniendo una exagerada mala cara que hasta el mismo Cassini alcanzó a comprender—. No pueden evitar vivir en el norte.

—Pero sí pueden evitar pensar que su pequeño grupo de islas es el centro del universo —dijo tibiamente Cassini—. Y que la única prueba de talento o nobleza en un hombre es lo hábil que sea rebanando personas con una espada.

—Pero eso es lo que piensan y también creen que los del sur son arrogantes y afeminados, una impresión que tú no ayudarás a disipar.

—¿Afeminados? —dijo Cassini, con una mirada de desconcierto. Odeinath puso los ojos en blanco y señaló su posición sobre la carta.

—No tienes el aspecto de un buen ejemplar de virilidad norteña —dijo pacientemente Odeinath—. Eso te hace afeminado a sus ojos.

No es que su personal hubiera tenido muchos problemas, pues los norteños tendían a juzgar una nave por su capitán, y el aspecto físico de Odeinath habría hecho de él un norteño honorario, pasando por alto la piel y el cabello. Odeinath sabía que Cassini odiaba el norte. Sus cualidades de hombre observador, curioso y muy inteligente no eran aquí muy apreciadas, y su talento como botánico y amante de la jardinería era objeto de mofa ya que eso se consideraba desdeñosamente algo más propio de las mujeres.

Tampoco Odeinath sentía gran aprecio por el lejano norte. Thure y Ralentis albergaban las ruinas de la civilización que una vez floreció allí, sí, pero que sus descendientes habían hecho ir a la deriva. Realmente no era una sorpresa, dado que apenas la mitad de las islas habitadas habían sobrevivido a las legiones thetianas y a los primeros años de las tormentas.

—No me importa que me consideren un afeminado —dijo Cassini, con un estremecimiento—, mientras no tenga que escuchar sus relatos sobre gloriosas hazañas en la batalla.

—Mejor oírles hablar sobre ellas que presenciarlas —dijo Odeinath, y en su mente se le representaron los soldados azrianos dirigiéndose contra sus navíos, orgullosos bajo sus estandartes cobrizos, para luchar por Ruthelo y su clan. Ninguno regresó. Ésa era la realidad de la guerra.

—Nosotros nunca hemos tenido la moral del guerrero —dijo Cassini.

—No, no la tuvimos —replicó Odeinath, sin mirarlo—. Menos mal.

—¡Tierra a la vista! —El grito procedía de la cofa del vigía—. A dos grados a estribor.

Alguien permaneció despierto mientras cartografiaban aquella zona. Bien. Llamó al timonel para corregir el rumbo otros dos grados a estribor. Aún no servía de nada subir al puente. Odeinath esperaría hasta que se definiera un poco lo que había sido avistado.

—¿Descubriste cómo eran las ruinas? —le preguntó Cassini.

—No. Me dijo que, para ser ruinas, eran grandes e impresionantes y que allí disfrutaría de lo lindo.

—Cuando no estés disfrutando de la regia compañía del príncipe y emperador Besach, querrás decir.

—Basta ya de bromas sobre él —dijo abruptamente Odeinath—. Será nuestro anfitrión esta noche y los príncipes no son famosos por su buen temperamento.

* * *

El príncipe Besach de Lamorra superó las expectativas que los dos habían albergado respecto a él, al menos dentro de la categoría de los gobernantes del norte que habían elevado sus diminutos archipiélagos a la condición de principados, inspirados por las ciudades-Estado thetianas de antaño.

Lamorra se apareció a sus ojos muy entrada la tarde. Era una isla bastante parecida a los emplazamientos de muchas colonias thetianas, al borde de una gran bahía, con campos en la parte que miraba hacia tierra y, a continuación, bosque que se extendía hacia las montañas, cuyos picos estaban cubiertos de nieve incluso en esa época del año. Parecía haber otra ciudad a algunos kilómetros de distancia por el litoral. También había casas diseminadas.

—Relativamente civilizado, para ser un principado del norte —dijo Odeinath a regañadientes, mientras el
Navigator
se dirigía Inicia la bahía—. Al menos es algo más que unas cuantas cabañas y unas escuálidas cabras.

—No todo es tan civilizado —apuntó Daena, la médico de a bordo y también agente de inteligencia. Inusual, pues en la mayoría de los navíos xelestis lo era uno de los oficiales. Pero Daena había demostrado numerosas veces que los médicos podían llegar a donde nadie más podía.

Daena fue la que introdujo a Rafael en el mundo del espionaje, algo por lo que Odeinath nunca la acabó de perdonar. Pero probablemente hubiera sido inevitable que Rafael los abandonara.

—¿Por qué?

—Muros —dijo Daena—. No hay ventanas en los pisos bajos en ninguna de esas casas exteriores y creo que hay rejas en los pisos superiores. Es una defensa bastante buena, no hay manera de que un enemigo pueda desembarcar si las casas dan directamente al agua.

—El
Windsoar
dijo que era seguro —apuntó Odeinath, preguntándose si el término «seguro» se ajustaría únicamente a un navio provisto de doce cañones para defensa propia y cuya tripulación estaba armada hasta los dientes.

No es que el
Navigator
no tuviera capacidad para defenderse, pues su peculiar construcción lo hacía bastante más resistente que el
Windsoar
, pero había que evitar la lucha. De todas maneras, las naves xelestis nunca habían sido atacadas. El clan tuvo que esforzarse para que esto fuera asumido. Y al principio, tuvo que reunir media docena de naves para vengarse por el ataque sobre uno de sus compañeros, pero dos o tres casos fueron suficientes. La noticia corrió por el exterior y las naves xelestis fueron las únicas naves extranjeras que muchos grupos de islas vieron nunca.

—¿Es ése su fondeadero? —preguntó Cassini, mirando por el catalejo, mientras viraban ligeramente para evitar el banco de arena que el
Windsoar
había mencionado.

—¿Qué? —Odeinath le cogió el catalejo y lo apuntó hacia la parte noroccidental de la ciudad donde él había visto mástiles. Al enfocar, vio un puerto interno de piedra, lo suficientemente amplio para acoger tres o cuatro naves del tamaño del
Navigator
y una flota pesquera de tamaño medio, y con un rompeolas para mantenerlos a salvo de las tempestades.

Los del
Windsoar
les habían dicho que había un verdadero puerto, ¿pero algo así? Ningún Estado insignificante como Lamorra sería capaz de permitirse los ingenieros, el material ni el trabajo de construir algo como aquello. ¿Y cuál era la razón? ¿Cuántos navíos al año fondearían en un lugar como ése?

Odeinath dirigió el catalejo sobre el otro gran navio del puerto. Era de aparejo de cruz y su negro casco redondeado se había construido con una altura ligeramente superior a la necesaria. Puede que fuera un poco más grande que el
Navigator
, y casi con seguridad habría sido toscamente construido en el astillero de uno de los dos Estados del norte que contaba con los suficientes obreros y árboles para fabricar semejantes navíos.

Necesitarían suerte para explotarlo adecuadamente allí, si es que se trataba de un buque mercante. Aunque un navio como ése, construido para aguas árticas, traería mercancías desde el norte más lejano; pieles, ámbar y metales desde Thure. No tendría competencia.

Le pasó el catalejo a Daena y sus ojos se abrieron como platos cuando miró por él.

—Algo ha cambiado aquí.

—Estate alerta —dijo Odeinath—. Esos tarugos del
Windsoar
no captaron que algo estaba ocurriendo. Tendremos que hacer su trabajo además del nuestro. Sólo espero que el príncipe tenga una úlcera o un brazo roto que le haga guardar reposo.

Estaban lo bastante cerca de Lamorra como para ver a alguna gente asomándose por las ventanas para mirar o saludar con la mano y algunos otros congregándose en el puerto para ser los primeros en recibir al nuevo navio. Había dos buques xelestis que visitaban Lamorra con regularidad de acuerdo con el
Windsoar
, pero ya había pasado un largo tiempo desde su última visita.

—Daena —dijo Odeinath, tras un instante de reflexión—. Hagamos ver que tenemos capacidad de éter. Disimula el panel y asegúrale de que el generador y los conductos queden bien escondidos. No queremos dar ninguna idea a nuestros anfitriones.

—Ésta va ser una visita interesante —dijo alegremente Daena, dirigiéndose a popa.

Cuando por fin se detuvieron en el exterior de la bocana del puerto a la espera de un barco que los condujera al interior, todo indicio de que el
Navigator
poseía capacidades extraordinarias ya había sido ocultado. Los lamorranos difícilmente podían no advertir su extraño diseño, pero siempre podría explicarse en términos de experimentación.

La embarcación apareció, tripulada por ocho remeros que, a juzgar por su técnica, no eran precisamente expertos en la materia y, después de alguna discusión entre el contramaestre del
Navigator
y los hombres de la embarcación, se les tiró un cabo y el
Navigator
fue conducido al interior del puerto. La mampostería parecía nueva, quizá sólo cinco o diez años en el exterior, aunque la calidad de su trabajo dejaba que desear.

Odeinath estudió el mercante ártico tanto como se atrevió, saludó con la mano a los dos o tres hombres que había sobre el puente, pero no descubrió nada nuevo. Le habían aplicado brea al casco, de ahí el color, aunque ésa era una operación normal en aquellas aguas y la nave disponía de una capacidad de cabina bastante grande, por el aspecto de los ojos de buey de grueso cristal situados a intervalos regulares. Era un poco extraño, aunque quizá los viajes por los Estados del norte hubieran cobrado impulso desde su última visita.

Cuando amarraron el buque a unos bolardos metálicos (¡metálicos! ¿sabía aquella gente dónde se encontraban?), enfrente del mercante ártico, se había concentrado mucha gente en el muelle, y más aún seguía entrando por las puertas. El puerto disponía de su propio pequeño distrito amurallado fuera de la ciudad principal, con un camino que lo atravesaba hasta la puerta exterior y que era un paso elevado o bien un puente, que lo conectaba con la península. Una estrategia defensiva contra las rebeliones o la patética flota de algún principado vecino, y propia de una ciudad próspera según los estándares del lejano norte.

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