Velodromo De Invierno (28 page)

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Authors: Juana Salabert

BOOK: Velodromo De Invierno
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Tantas veces te busqué, también yo, desde antes de existir siquiera en ti, y después, cuando te llamaba en las noches, y tú tardabas en sentirme porque yacías muy quieta, y acurrucada, dentro de tu sueño de pastillas de colores. He leído tus palabras, me he adueñado de ellas y ellas se han apropiado de mí, esas palabras que dibujan el texto sagrado de tu vida y esa escapatoria hacia el encuentro conmigo, que también soy todos los tuyos. Tu padre, que vivió asomado al río ancho de las palabras, tu madre que lloró de alegría, ojalá te acompañase la suerte, al saberte lejos, tu hermano que se llevó consigo el lento arrullo de tu voz en el viaje hacia sus mañanas de otras noches sin peligro. Y tus amigas de la escuela, y los chicos que te miraron encima de un sillín de bicicleta en velódromos que no son más que calles y soportales de una plaza de fachadas rosas, también yo soy todos ellos, también todos ellos se despiertan en mí, un poco menos muertos a través del tiempo que nos conseguiste para vivir.

Te busqué en esa foto, detrás de las filas de las gentes sentadas, detrás de la mujer rubia, detrás de las niñas y de la anciana y del gendarme, primero aterrado, y después contento porque paso a paso llegabas hasta esa puerta. Llegabas hasta mí, que soy todas las calles de tu vida, aquella, tan empinada, de Toledo que ascendiste muy pequeña de la mano de tu padre, y la de Rosiers, que cruzabas corriendo porque allí vivía tu amiga Hélène, que fue atrapada en el 41 al tratar de pasar la línea, nunca más supiste de ella, y la de Sao Tomé, donde escuchabas los avances aliados en la radio, y la de la Luna, en San Juan, donde urdiste tu fantástico universo del rescate, y las que te llevaron hacia el amor de varios hombres, para que de uno de ellos naciese yo, lejos del tiempo y la miseria de las cenizas, y más tarde llegases a ver a esa nieta que mira con tus mismos ojos. Yo soy todas las calles y todos los puentes y todos los barcos de tu vida, y he venido para que no tengas tanto frío, al fondo de esa foto tomada cuándo y por qué manos asesinas, he venido al lugar que ya no existe, y ahora estoy aquí, en la calle Nélaton, delante del blanco edificio que construyeron sobre los cimientos del Vel d'Hiv en un intento inútil de eliminar las huellas del crimen, de borrar la «infernal ronda» de los días de julio de 1942. He venido para salir contigo hacia el metro que tomé hace unas horas, recorriendo, a la inversa, los mismos trayectos que tú, para decirte que tengo que dártela entera, mi vida, para que salgas de ahí, y no olvides nunca, y abras tu cuerpo al principio del mío, y te atrevas a contarme, y me digas alguna vez, tantos, y tan pocos años más tarde, no tengas miedo, hijo.

Cierro los ojos irritados, pica mucho la garganta, el sol de julio arde bajo los zapatos... Palpo la estrella amarilla sobre la camisa, y tiendo mi mano, mi mano que se aferra a tu mano de niña, y pienso: «vamos, sal, sal y sobrevive, sal y cuéntalo».

Y entonces oigo mi voz que dice «Ilse, soy Herschel. Soy tu hijo».

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