Utopía (28 page)

Read Utopía Online

Authors: Lincoln Child

Tags: #Intriga, Thriller

BOOK: Utopía
11.42Mb size Format: txt, pdf, ePub

El desconocido se perdió de nuevo entre el público, y Poole se despreocupó. La cola avanzaba a buen ritmo y ya casi estaban en la esclusa de aire que era la entrada. La Fuga de Aguas Oscuras era el único motivo para que Poole ya no estuviese disfrutando de una cerveza en el Mar de la Tranquilidad. Era la atracción que más le gustaba. Si la sensación de ingravidez era un truco, al menos estaba hecha con tanta habilidad que a él no le importaba.

Se preguntó ociosamente por que le gustaba tanto esta atracción. No era algo trepidante como Disparo Lunar, que estaba a la izquierda, o Estación Omega, en lo alto de la escalera mecánica de aspecto futurista. En realidad, aparte de unas pocas sacudidas iniciales cuando las barquillas «escapaban» de la cárcel de Aguas Oscuras e iniciaban el ascenso hacia la nave nodriza, no se podía decir que fuese emocionante.

Probablemente el atractivo residía en el absoluto realismo de la atracción; uno creía de verdad que viajaba a través de la lluvia hacia el espacio exterior. Esta vez prestaría mucha atención para saber exactamente cuáles eran los botones subliminales que apretaban, cómo conseguían que resultara tan verídico. Una cosa que recordaba vívidamente era la manera como, mientras subían cada vez más alto en la atmósfera, las gotas de lluvia que caían alrededor de la barquilla parecían reducir la velocidad y luego, a medida que disminuía la atracción de la gravedad, se quedaban prácticamente inmóviles en el exterior de la cápsula y flotaban en la oscuridad del espacio. Recordó cómo su vientre había quedado apretado contra la barra de seguridad cuando había aparecido a la vista la nave nodriza, cómo el vaso de gaseosa había parecido levantarse del soporte. A ver qué diría el hijo mayor de los Klemm cuan do pasara por la experiencia.

Vaya, esto se ponía interesante. El hombre que había visto correr por la calle había entrado en el Puerto Espacial y ahora estaba en el centro, y no dejaba de mirar en derredor. Lo acompañaba una joven asiática. Intercambiaron unas palabras y luego se separaron para correr en direcciones opuestas. No había ninguna diga de que buscaban a alguien y que tenían mucha prisa en encontrarlo. «Que Dios los ayude a encontrar a alguien en este lugar», pensó Poole. Las atracciones del Puerto Espacial no tenían un área de espera. Había que hacer cola en el propio puerto, quizá para reforzar la ilusión del bullicio de una terminal aérea, y al menos había un millar de personas. Esto no pareció desanimar al hombre, que dejó a la muchacha y se dirigió a la entrada de Anillo Solar sin hacer caso de las miradas de las personas que aguardaban en la cola.

Poole miró al hombre con un poco más de atención, en un intento por clasificarlo. No parecía un hombre corriente: cabellos oscuros, piel clara, alto, delgado, de unos cuarenta años. Nada que pudiese provocar alarma, más allá de la obvia agitación. En cualquier caso no dejaba de ser curioso; esta era la segunda vez que repetía este ejercicio. Poole decidió que no era cosa suya y volvió a prestar atención a la cola.

No quedaban más de cuatro o cinco grupos delante de ellos, e incluso los hijos de su prima se habían callado. Era evidente que habían acertado con la hora; la cola que tenían detrás era por lo menos el doble de larga que cuando habían llegado.

Si los chicos montaban en las seis atracciones, dispondría por lo menos de dos horas de bendita soledad en el Mar de la Tranquilidad: sólo él, su cerveza y el crucigrama del Las Vegas Journal Review. Sería…

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por unos gritos lejanos. Miró atrás. Otra vez el mismo hombre. Estaba en la cabeza de la cola de Anillo Solar y gritaba lo que parecía ser un nombre, al tiempo que miraba directamente hacia él. No, no le gritaba a él, sino a alguien que se encontraba más adelante de la fila. Quizá era a la chica bonita que entraba en la esclusa de aire. El hombre echó a correr a través del Puerto Espacial.

Instintivamente, Poole bajó los brazos y separó los pies. Pero el hombre tenía la mirada fija en la entrada. Corrió a lo largo de la cola y se abrió paso a codazos entre las personas que precedían a Poole. Comenzó a hablar con uno de los acomodadores sin dejar de señalar hacia la entrada. El otro acomodador, un hombre alto vestido con un refulgente traje espacial, se acercó y apoyó una mano solícitamente en el brazo del hombre. El tipo lo apartó.

—¿Qué crees que quiere? —preguntó Sonya.

Poole no le respondió. Por un segundo, consideró la posibilidad de intervenir. Luego se relajó. Diablos, no era cosa suya. Estas eran unas vacaciones. El hombre había pagado sus setenta y cinco dólares como todos los demás; que se divirtiera con su numerito.

14:26 h.

Andrew Warne se detuvo en la calle Mayor de Calisto y miró en derredor mientras recuperaba el aliento. Era un esfuerzo inútil pretender encontrar a su hija en medio de semejante multitud. Las probabilidades de que le ocurriera algo eran mínimas; no obstante, la idea de estar sin hacer nada hasta la hora del encuentro, sin saber lo que podía pasar, se le hacía intolerable. Habían buscado en las colas y las tiendas durante veinte minutos, con la ilusión de ver la delgada figura de Georgia. No la habían visto y, cuanto más tiempo pasaba, más crecía su ansiedad.

Tenía grabada a fuego en la memoria la expresión de Georgia en el momento antes de salir del laboratorio de Terri. «No quiero ir sola», había dicho. Ella era todo lo que le quedaba, y la había enviado sin más a un parque temático minado con explosivos. Había sido involuntario, había sido con la mejor intención, pero lo había hecho de todas maneras.

Terri apareció a su lado.

—¿La has visto? —le preguntó.

La muchacha sacudió la cabeza.

—He mirado en las entradas y salidas de Eclíptica y Atmósfera —respondió con voz jadeante—. Ni rastro de ella.

—Puede estar en cualquier parte.

—Creo que ya hemos buscado en todas partes.

Warne se sintió dominado por la impaciencia y la frustración. ¿Podría ser que ya se hubiese marchado de Calisto para ir a alguno de los otros Mundos? Habían llegado al final de la calle y solo les quedaba delante el Puerto Espacial. Miró a Terri.

—¿Crees que estoy loco?

—No lo sé. Quizá. —La joven hizo una pausa—. Claro que si se tratara de mi hija, haría lo mismo.

Warne le señaló el Puerto Espacial.

—¿Qué hay allí?

—Son las atracciones más fuertes. Te prometió que no subiría a ninguna.

—De todas maneras, será mejor que lo comprobemos. No conoces a Georgia.

—De acuerdo. Yo me encargo de las atracciones de aquel lado. Nos volveremos a encontrar aquí —dijo Terri, y se alejó a la carrera.

Warne la observó marchar con una expresión agradecida.

Cualquier otro habría desestimado su angustia, habría intentado convencerlo de que buscar a Georgia era una pérdida de tiempo. No era el caso con Terri. Quizás no compartía la preocupación de un padre viudo por su única hija, pero se había ofrecido a ayudarlo a buscarla con el mismo ahínco.

Avanzó a paso ligero hacia el Puerto Espacial y echó un rápido vistazo a la cola en la entrada de Anillo Solar, la primera de las atracciones que encontró. Tal como suponía, no vio nada más que las mismas expresiones curiosas o divertidas que había visto en las otras colas. Siguió su camino. Había otras dos atracciones en este lado de las plataformas de embarque. Les echaría una ojeada. Después iría a reunirse con Terri y…

Entonces vio a Georgia.

Recuperó la calma en el acto. Estaba en la cabeza de la cola para entrar en —¿qué era?— Fuga de Aguas Oscuras.

«Gracias a Dios», pensó al tiempo que gritaba su nombre. Si hubiese mirado un segundo más tarde, ella ya habría cruzado la entrada…

Entonces, casi antes de comprender lo que pasaba, uno de los acomodadores ayudó a pasar a Georgia. Mientras miraba, la brillante puerta se cerró detrás de ella.

La calma desapareció instantáneamente. Saber que Georgia estaba a punto de entrar en una de las atracciones lo azuzó.

Se apartó de la cola de Anillo Solar y corrió a través del Puerto Espacial, en línea recta hacia la entrada. Se abrió paso a codazos hasta la cabeza de la cola. Una mujer se asustó al verse apartada bruscamente, y escuchó la voz de un hombre que le gritaba: «¡Eh, tío, a la cola como todos los demás!».

Mientras corría, el acomodador ayudaba a una mujer con un vestido rojo acompañada por dos niños. Warne atisbó lo que había más allá, algo que parecía una pesada compuerta con un cartel que decía «Atención: área de baja gravedad», antes de que la puerta volviera a cerrarse. Se volvió hacia el acomodador.

—¡Deténgalo! —gritó.

La mujer lo miró a través de la mirilla del casco.

—¿Perdón?

—¡Párelo! ¡Pare el viaje!

De inmediato se acercó el otro acomodador.

—Lo siento, señor —dijo, y apoyó una mano en el brazo de Warne—. Todos los que están aquí tienen prisa por escapar de la prisión, y me temo que tendrá que esperar su turno como…

Warne le apartó la mano.

—Mi hija acaba de entrar. Quiero que salga.

El segundo acomodador —un hombre alto y delgado lo miró, desconcertado. Warne sabía que estaba repasando su manual de relaciones con los visitantes, para saber cuál era la mejor estrategia para enfrentarse a este problema.

—No puede detener la atracción, señor —manifestó en voz baja—. Estoy seguro de que su hija lo pasará muy bien. A todos les encanta Fuga de Aguas Oscuras. Si quiere esperarla, el mejor lugar es la plataforma de desembarque que está allí. —Señaló con el guante plateado—. El recorrido solo dura doce minutos. Será una espera muy breve. Ahora, si tiene la bondad de apartarse, podremos hacer pasar a los otros visitantes.

Warne lo miró por un momento. «Tiene toda la razón —pensó—. Esto no es racional.» Se apartó en silencio.

—Gracias, señor —dijo el acomodador. Se volvió hacia el primer grupo de la cola, y los invitó a pasar: una pareja obesa con un niño. El padre miró a Warne con una expresión furiosa.

El acomodador se acercó a la consola y apretó un botón.

El portal se abrió con un sonoro escape de aire comprimido.

Warne miró a través de la abertura. Luego, sin pensarlo dos veces, esquivó al empleado y entró.

En el interior, el ambiente en la esclusa de aire era fresco y seco. Había una débil luz azul, y se oía un rumor potente, como el murmullo de una gigantesca turbina. Había una barquilla vacía, con un diseño muy estilizado, que flotaba a sus pies gin ningún soporte aparente. Tenía las ventanillas de plástico y estaba abierta por arriba. Al otro lado, en la pared opuesta de la esclusa de aire, vio una gran puerta circular provista con unos impresionantes cerrojos y una pequeña ventana en el centro. A través del grueso cristal, Warne alcanzó a ver a la mujer con los dos chicos, que subían montados en una barquilla.

Sonreían. Oyó débilmente la voz que sonaba en el altavoz del vehículo: «Por favor, permanezcan lo más callados e inmóviles posible. Cuanto menos se muevan, menor será el riesgo de alertar a los guardias de Aguas Oscuras.

En cuanto hayamos dejado atrás la prisión, comenzaremos el ascenso hacia la nave nodriza. A medida que disminuya la gravedad, comenzarán a sentir algunos de los efectos de la falta de peso. Es algo natural. Volverán a experimentar la gravedad normal en el momento en que entremos en la nave nodriza…».

Warne maldijo por lo bajo al darse cuenta de que no podía alcanzar a Georgia. Incluso en el caso de que pudiese controlar la barquilla, no le serviría de nada.

Se volvió y abandonó la esclusa sin perder ni un segundo.

Escuchó los comentarios de protesta. El acomodador hablaba por su radio.

—Torre, aquí Carga Dos. Tenemos un Cinco Uno Uno, repito, un Cinco Uno Uno en la zona de embarque.

Warne no le hizo caso. Dejó la plataforma para ir en la dirección que el acomodador le había señalado antes. Caminó entre la multitud que llenaba el Puerto Espacial para ir al punto marcado por un pequeño holograma que decía: «Desembarque de la nave nodriza.

Solo Salida». No vio a Terri por ninguna parte.

La rampa de salida era un pasillo con el suelo, las paredes y el techo forrados con una moqueta de color gris azulado.

Pasó junto a un grupo que comentaba alegremente el recorrido que acababan de hacer y siguió por el pasillo, que describía una suave curva para acabar en una compuerta metálica.

La puerta se abrió silenciosamente para dar salida a otro grupo, y él aprovechó para colarse.

Se encontraba en la nave nodriza, una amplia sala de control con el techo bajo y resplandeciente de luces. A lo largo de la mitad inferior de una de las paredes había un tubo de plástico oscuro de grandes dimensiones. En todas las demás paredes había paneles con toda clase de aparatos electrónicos.

Se oyó una súbita explosión de aire cuando una barquilla apareció en el interior del tubo y fue a detenerse delante de una plataforma de reducidas dimensiones. El agua chorreaba por las ventanas y la capota del motor. La única acomodadora que atendía el desembarco se acercó a la barquilla con el visor levantado.

—Bienvenidos a la nave nodriza Calisto —dijo. Desenganchó el cierre en un lado de la barquilla y lo abrió—. Felicidades por haber conseguido escapar de Aguas Oscuras.

—¡Ha sido superguay! —exclamó un chico de unos doce años, que saltó de la barquilla y miró los paneles con ojos de asombro. Tenía los brazos y las manos mojados—. ¿Podemos dar otra vuelta?

—La parte de la baja gravedad fue asombrosa. —Comentó el padre—. ¿Cómo lo hacen?

—No hacemos nada —respondió la mujer, fiel a su personaje—. La ingravidez es parte del viaje espacial. Pero ahora mismo la nave nodriza está atracando en el Puerto Espacial, y comprobarán que tiene la misma gravedad que en la Tierra.

—Alguien me dijo que consiguieron la tecnología de la NASA —añadió el chico.

La acomodadora se volvió para abrir la puerta y despedir a la familia. Fue entonces cuando vio a Warne.

—No se puede entrar por aquí, señor.

—¿Dónde está la puerta de mantenimiento?

La mujer lo miró con desconfianza.

—No sé de qué me habla —respondió. Pero sus ojos la traicionaron cuando miró el panel que estaba atrás y a un lado de Warne.

Se volvió en el acto y corrió a través de la Sala de Control hacía donde había apuntado la mirada. La pared estaba cubierta totalmente con toda clase de indicadores y pantallas que simulaban ser aparatos de telemetría, controles ambientales, monitores criogénicos y otros que ni siquiera conocía.

Other books

Autumn by Edwards, Maddy
Thirteen Chances by Cindy Miles
The Mirrors of Fate by Cindi Lee
Louse by David Grand
Ecstasy Untamed by Pamela Palmer
Dreaming in Technicolor by Laura Jensen Walker
Breakfast With Buddha by Roland Merullo