Cuando me lanzó sobre mis pies, su cara quedó cerca de mía y entonces hice lo único que un caballero podía hacer frente a esa brutalidad, grosería y falta de consideración hacia los derechos de un extranjero: dirigí mi puño en directo a su mandíbula y cayó como una piedra. Cuando se derrumbó en el suelo volví mi espalda contra el escritorio más cercano, esperando ser aplastado por la venganza de sus compañeros, pero con la firme determinación de presentar toda la resistencia que me fuera posible antes de abandonar mi vida.
Sin embargo, mis temores fueron infundados, ya que los otros marcianos primero quedaron pasmados de espanto y finalmente rompieron en carcajadas y aplausos. No reconocí los aplausos como tales, pero más tarde, cuando ya estaba familiarizado con sus costumbres, supe que había ganado lo que raras veces concedían: una manifestación de aprobación.
El tipo al que había golpeado yacía donde había caído, tampoco se le acercó ninguno de sus compañeros. Tars Tarkas avanzó hacia mí, extendiendo uno de sus brazos, y así seguimos hacia la plaza sin ningún otro tipo de incidente. Por supuesto, no conocía la razón por la que habíamos salido al aire libre, pero no iba a tardar en entenderlo. Primero repitieron la palabra "sak" un número de veces y luego Tars Tarkas realizó varios saltos repitiendo la misma palabra después de cada salto. Entonces dándose vuelta hacia mi dijo: "sak".
Descubrí qué era lo que estaban buscando y uniéndome al grupo "saké" con un éxito tal que alcancé por lo menos treinta metros de altura, sin siquiera perder el equilibrio en esa ocasión, y aterricé de pleno sobre mis pies. Luego regresé con saltos fáciles de 9 a 10 metros al pequeño grupo de guerreros.
Mi exhibición había sido presenciada por varios cientos de marcianos que inmediatamente empezaron a pedir una repetición, que el caudillo me ordenó realizar, pero yo estaba hambriento y sediento, y fue en ese momento cuando determiné que el único método de salvación era pedir consideración de parte de aquellas criaturas, que evidentemente no me la brindarían voluntariamente. Por lo tanto ignoré los repetidos pedidos de "sak" y cada vez que lo hacían me señalaba la boca y frotaba el estómago.
Tars Tarkas y el jefe intercambiaron unas pocas palabras, y el primero, llamando a una joven hembra de entre la multitud le dio algunas instrucciones y luego me indicó que la siguiera. Me aferré del brazo que aquélla me ofrecía y cruzamos la plaza hacia un edificio inmenso que se encontraba en el lado opuesto.
Mi
cortés
acompañante tenía cerca de dos metros de alto; había alcanzado la madurez recientemente, pero sin haber alcanzado su pleno crecimiento. Era de un color oliva claro y piel lustrosa y suave. Su nombre, como después sabría, era Sola y pertenecía al séquito de Tars Tarkas. Me condujo hacia un amplio recinto en uno de los edificios que daban a la plaza el cuál, a juzgar por los bultos de seda y pieles que había el suelo, era el dormitorio de varios de los nativos.
La habitación estaba bien iluminada por una serie de amplias ventanas y estaba decorada hermosamente con murales pintados y mosaicos, pero sobre todo ello parecía cernirse el aire indefinido de la antigüedad, lo que me convenció de que los arquitectos y constructores de esas creaciones maravillosas no tenían nada en común con los salvajes semibrutos que ahora habitaban los edificios.
Sola me indicó que me sentara sobre una pila de sedas que había en el cuarto, y, dándose vuelta, emitió un silbido muy peculiar, como una señal dirigida a alguien que se encontrara en la habitación contigua. En respuesta a su llamado obtuvé mi primera impresión de otra maravilla marciana. Aquello se bamboleaba sobre sus diez pequeñas patas y se agachó ante la chica como una mascota obediente. Ese ser era del tamaño de un
pony
de Shetland, pero su cabeza era más parecida a la de una rana, excepto por las mandíbulas, que estaban provistas de tres hileras de largos y afilados colmillos.
Woola
Sola fijó sus ojos en los de mirada malvada de la bestia, susurró una o dos órdenes, me señaló y abandonó el recinto. No podía menos que preguntarme qué podría hacer esa monstruosidad de apariencia feroz cuando la dejaron sola tan cerca de un manjar tan tierno. Pero mis temores eran infundados, ya que la bestia, después de inspeccionarme atentamente un momento, cruzó la habitación hacia la única puerta que conducía, a la calle y se echó atravesada en el umbral.
Esa fue mi primera experiencia con un perro guardián marciano, pero estaba escrito que no iba a ser la última, ya que este compañero me cuidaría fielmente durante el tiempo que permaneciera cautivo entre las criaturas verdes, y me salvaría la vida dos veces sin apartarse jamás de mi lado por su voluntad. Mientras Sola estuvo ausente tuve la oportunidad de examinar más minuciosamente la habitación en la cual me hallaba cautivo. El mural pintado representaba escenas de rara y cautivante belleza: montañas, ríos, océanos praderas, árboles y flores, carreteras sinuosas, jardines soleados, escenas todas que podrían haber representado paisajes de la Tierra de no ser por la diferencia en los colores de la vegetación. El trabajo había sido elaborado evidentemente por manos maestras, tan sutil era la atmósfera, tan perfecta la técnica, a pesar de que en ningún lado había representación alguna de seres vivientes, fueran humanos o no, por medio de los cuales pudiera conjeturar la apariencia de aquellos otros habitantes de Marte, tal vez extinguidos.
Mientras dejaba que mi fantasía volara tumultuosamente en alocadas conjeturas sobre la posible explicación de las anomalías que había encontrado en Marte, Sola regresó trayendo comida y bebida. Colocó las cosas sobre el piso, a mi lado, y sentándose a poca distancia me observó atentamente. La comida consistía en alrededor de medio kilo de cierta sustancia sólida de la consistencia del queso y casi insípida, mientras que la bebida era aparentemente leche de algún animal. No era desagradable al paladar, aunque bastante ácida y ya aprendería en poco tiempo a valorarla altamente. Ésta no procedía, según descubrí más tarde, de un animal —ya que solamente había un mamífero en Marte y era por demás raro—, sino de una gran planta que crecía prácticamente sin agua, pero parecía destilar la totalidad de su provisión de leche a partir de los productos del terreno, la mezcla del aire y los rayos del sol. Una sola planta de ese tipo podía dar de ocho a diez litros de leche por día.
Después de haber comido me sentí muy repuesto, pero con necesidad de descansar. Me tendí sobre las sedas y pronto me quedé dormido. Debí de haber dormido varias horas, ya que estaba oscuro cuando me desperté y sentía mucho frío. Descubrí que alguien había arrojado una piel sobre mi cuerpo, pero me había destapado en parte y en la oscuridad no podía ver para colocarla de nuevo en su lugar. De pronto apareció una mano que tiró de la piel y al rato arrojó otra más para que no tuviera frío.
Pensé que mi guardián era Sola y no estaba equivocado. Únicamente esta muchacha, entre los marcianos verdes con los que me pusé en contacto, revelaba características de simpatía, amabilidad y afecto. Sus solícitos cuidados hacia mis necesidades corporales eran inagotables y me salvaron de muchos sufrimientos y penurias.
Ya me iba a enterar de que las noches en Marte eran extremadamente frías, y como prácticamente no existía atardecer los cambios de temperatura eran repentinos y por demás incómodos, lo mismo que la transición de la brillante luz a la oscuridad. Las noches podían ser ya muy iluminadas, ya de la más cerrada oscuridad, pues si ninguna de las dos lunas de Marte aparecía en el cielo, el resultado era una oscuridad casi total. La falta de atmósfera o la escasez de ésta impedía en gran parte la difusión de la luz de las estrellas. Por el contrario, si ambas lunas aparecían en el cielo nocturno, la superficie de Marte quedaba brillantemente iluminada. Las dos lunas de Marte están mucho más cerca del planeta de lo que está la nuestra de la Tierra. La más cercana está a casi 8.000 kilómetros, mientras que la más lejana se halla a poco más de 22.000 en tanto que hay una distancia de casi 350.000 kilómetros entre la Tierra y nuestra Luna. La luna más cercana a Marte recorre una órbita completa alrededor del planeta en poco más de siete horas y media. Por lo tanto se la puede ver surcar el cielo como un meteoro enorme dos o tres veces por noche, y mostrar todas sus fases durante cada uno de sus tránsitos por el firmamento.
La luna más lejana recorre una órbita completa alrededor del planeta en poco más de treinta horas y cuarto formando su satélite hermano una escena nocturna de grandiosidad espléndida y sobrenatural. La naturaleza hace bien en iluminar a Marte en forma tan generosa y abundante, ya que las criaturas verdes, siendo una raza nómada sin un alto desarrollo intelectual, no tienen más que medios rudimentarios de iluminación artificial, consistentes principalmente en antorchas, una especie de vela y una peculiar lámpara de aceite que genera gas y arde sin mecha.
Este último invento produce una luz blanca muy brillante y de gran alcance. Pero como el combustible natural que se necesita sólo puede obtenerse de la explotación de minas situadas en localidades aisladas y remotas, es muy poco usado por estas criaturas, que solamente piensan en el presente y aborrecen el trabajo manual de tal forma que han permanecido en un estado de semibarbarie durante infinidad de años.
Después que Sola hubo acomodado mis mantas volví a quedarme dormido y no me desperté hasta el día siguiente. Los otros ocupantes de la habitación, cinco en total, eran todos mujeres y todavía estaban durmiendo, bien cubiertas con una variada colección de sedas y pieles. Atravesada en el umbral estaba tendida la bestia que me cuidaba, exactamente como la había visto por última vez el día anterior. Aparentemente no había movido ni un músculo. Sus ojos estaban clavados en mí y me puse a pensar qué podría sucederme si llegaba a intentar una fuga.
Siempre he tendido a buscar aventuras y a investigar y examinar cosas que hombres más sensatos hubieran dejado pasar por alto. En consecuencia se me ocurrió que la única forma de averiguar la actitud concreta de esta bestia hacia mí sería el intentar abandonar la habitación. Me sentía completamente seguro en mi creencia de que, una vez que estuviera fuera del edificio, podría escapar si llegaba a perseguirme, ya que había comenzado a tomar gran confianza en mi habilidad para saltar. Más aún, por sus cortas patas podía darme cuenta de que probablemente no tuviera gran habilidad para saltar y correr.
Por lo tanto, despacio y cuidadosamente, me puse de pie al tiempo que mi guardián hacía lo mismo. Avancé hacia él con toda cautela y advertí que, moviéndome con paso pesado, podía mantener mi equilibrio tan bien como para marchar bastante rápido. Cuando me acerqué a la bestia, ésta se apartó cautelosamente y, cuando llegué a la calle, se hizo a un lado para dejarme pasar. Entonces se colocó detrás de mí y me siguió a una distancia de diez pasos aproximadamente mientras yo caminaba por la calle desierta.
Evidentemente, su misión era sólo la de protegerme, pensé; pero cuando llegamos a los límites de la ciudad, de pronto saltó delante de mí emitiendo extraños sonidos y enseñando sus feroces y horribles colmillos. Pensando que podía divertirme un poco a sus expensas, me abalancé hacia él y cuando prácticamente estaba a su lado salté en el aire y fui a bajar mucho más allá de donde él estaba, fuera de la ciudad.
Inmediatamente giró y se abalanzó hacia mí con la más espantosa velocidad que jamás haya visto. Yo pensaba que sus patas cortas podían ser un obstáculo para su rapidez, pero de haber tenido que competir con un galgo, éste habría parecido estar durmiendo sobre el felpudo de una puerta. Como más tarde me iba a enterar, éste era el animal más veloz de Marte, y debido a su inteligencia, lealtad y ferocidad, lo usan en cacerías, en la guerra y como protector de los marcianos.
Pronto me di cuenta de que tendría dificultades para escapar de los colmillos de la bestia en un ataque frontal, por lo cual enfrenté sus ataques volviendo sobre mis pasos y brincando sobre él cuando estaba casi sobre mí. Esta maniobra me dio una considerable ventaja y tuve la posibilidad de alcanzar la ciudad bastante antes que él. Cuando apareció corriendo detrás de mí salté a una ventana que estaba a una altura aproximada de diez metros del suelo, en el frente de uno de los edificios que daban al valle.
Me aferré del marco y me mantuve sentado sin observar el edificio, espiando al contrariado animal que estaba allí abajo. Sin embargo, este triunfo tuvo corta vida, ya que apenas había ganado un lugar seguro en el marco cuando una enorme mano me aferró del cuello desde atrás y me arrojó violentamente dentro de la habitación. Como había caído de espaldas pude observar que sobre mí se elevaba una criatura colosal, semejante a un mono blanco y sin pelo, con excepción de unas enormes greñas erizadas sobre su cabeza.
Una lucha en la que gano amigos
Este ser, que se asemejaba más a nuestra raza humana que a los marcianos que había visto hasta ahora, me mantenía contra el suelo con uno de sus inmensos pies, mientras charlaba y gesticulaba con su interlocutor que estaba detrás de mí. Esa otra criatura, que parecía ser su compañero, no tardó en acercársenos con un inmenso garrote de piedra con el que evidentemente pretendía romperme la cabeza.
Las criaturas tenían entre tres y cinco metros de alto. Se paraban muy erguidas y al igual que los marcianos tenían un juego intermedio de brazos o piernas entre sus miembros superiores e inferiores. Sus ojos estaban muy juntos y no eran sobresalientes, y sus orejas estaban implantadas en la parte alta de la cabeza, pero más al costado que las de los marcianos, mientras que el hocico y los dientes eran sorprendentemente semejantes a los de los gorilas africanos. En conjunto no desmerecían tanto, comparados con los marcianos verdes.
El garrote se balanceaba en un arco que terminaba justo sobre mi cara vuelta hacia arriba, cuando un rayo de furia, con un millón de piernas, se lanzó a través de la puerta justamente sobre el pecho de mi ejecutor. Con un grito de terror, el simio que me sujetaba saltó por la ventana abierta, pero su compañero se trabó en una terrorífica lucha a muerte con mi salvador, que no era ni más ni menos que mi leal guardián —no puedo decidirme a calificar de perro a tan horrenda criatura—.
Me puse de pie con la mayor rapidez que pude, y recostándome contra la pared tuve la oportunidad de presenciar una batalla como creo que a pocos humanos les ha sido concedido observar. La fuerza, agilidad y ciega ferocidad de aquellas dos criaturas no tenía ninguna semejanza con lo conocido en la Tierra. Mi bestia había conseguido ventaja al principio, ya que había hundido sus enormes colmillos profundamente en el pecho de su adversario, pero las inmensas patas y brazos del simio, reforzados por músculos mucho más fuertes que los de los marcianos que había visto, se habían cerrado en la garganta de mi guardián y lentamente estaban sofocando su vida, tratando de doblarle la cabeza y el cuello hacia atrás. Yo esperaba que mi guardián cayera al suelo con el cuello roto en cualquier momento.