No mencioné mi capacidad de captar sus actividades mentales, y de ese modo pude sacar ventaja de lo que habría de ser de gran valor para mí más tarde, cosa que nunca habría llegado a conocer si él hubiera estado enterado de mi extraño poder, ya que los marcianos tenían un control tan perfecto de su mecanismo mental que eran capaces de dirigir sus pensamientos con absoluta precisión.
El edificio en el que me encontraba contenía la maquinaria que produce la atmósfera artificial que hace posible la vida en Marte. El secreto de todo el proceso consiste en el uso del noveno rayo, uno de los hermosos destellos que despedía la gran piedra de la diadema de mi anfitrión.
Este rayo se separa de los otros rayos del sol por medio de instrumentos finamente ajustados que se colocan sobre el tejado del inmenso edificio: tres cuartos de éste se usan para reserva, y allí se almacena el noveno rayo. Este producto se trata entonces eléctricamente, o mejor dicho, se le incorpora una cierta proporción de vibraciones eléctricas refinadas. El producto resultante, se bombea hacia los cinco centros principales de aire del planeta donde, al liberarse, se pone en contacto con el éter del espacio y se transforma en atmósfera.
Siempre hay suficiente reserva almacenada del noveno rayo en el gran edificio para mantener la atmósfera actual de Marte por mil años, y el único temor, como me contó mi amigo, era que le sucediera algún accidente al aparato bombeador.
Me llevó a un recinto interno donde vi un campo de veinte bombas de radio, cada una de las cuales era capaz por sí sola de abastecer a todo Marte con los compuestos de la atmósfera. Durante ochocientos años, según me dijo, había vigilado esas bombas, que se usaban alternadamente una por día o un poco más de veinticuatro horas y media terráqueas. Tenía un asistente que compartía la vigilancia con él. Durante medio año marciano, o sea cerca de trescientos cuarenta y cuatro de nuestros días, uno de esos hombres se quedaba solo en esa enorme y apartada planta.
A todo marciano rojo se le enseña, durante su primera infancia, los principios de la elaboración de la atmósfera, pero sólo a dos por vez se les confía el secreto de la entrada al edificio, el que, construido como está, con murallas de cuarenta y cinco metros de espesor, es absolutamente inaccesible. Hasta el techo es a prueba de asalto por parte de una nave aérea, ya que está cubierto por un vidrio de dos metros de espesor.
De los únicos que temen algún ataque es de los marcianos verdes, o de algún hombre rojo demente, ya que todos los Barsoomianos se dan cuenta de que la existencia misma de cada forma de vida sobre Marte depende del trabajo ininterrumpido de esa planta.
Descubrí un hecho curioso mientras leía sus pensamientos y era que las puertas externas se abrían por medios telepáticos. Las cerraduras están ajustadas con tanta precisión que las puertas se liberan por la acción de cierta combinación de ondas de pensamientos. Para experimentar con mi nuevo juguete, pensé sorprenderlo para que revelara esa combinación, de modo que le pregunté como al pasar cómo había hecho para abrirme las puertas macizas de los recintos internos del edificio. Con la rapidez del rayo saltaron a su mente nueve sonidos marcianos, pero se extinguieron tan rápido como cuando me contestó que eso era un secreto que no debía divulgar.
Desde ese momento, su actitud hacia mí cambió como si temiera haber sido sorprendido para que divulgara su gran secreto. Leí esa sospecha y ese temor en su mirada y en su pensamiento, aunque sus palabras eran amables. Antes de retirarme por la noche, prometió darme una carta para un oficial agricultor de las cercanías que podría ayudarme en mi camino hacia Zodanga, la cual, según dijo, era la ciudad marciana más cercana.
—Pero no se te ocurra decirle que vas camino de Helium, pues están en guerra con esa ciudad. Mi asistente y yo no somos de ninguna ciudad. Pertenecemos a todo Barsoom. Este talismán que usamos nos protege en todas las tierras, aun entre los marcianos verdes; aunque no nos pondríamos en sus manos si lo pudiéramos evitar. Buenas noches, mi amigo, que tengas un reparador y largo descanso. Sí, un largo descanso.
Aunque sonrió complacido, vi en sus pensamientos que nunca debió haberme recibido. Entonces en su mente apareció su propia imagen, inclinada sobre mí, esa noche, acompañando la veloz estocada de una larga daga con las palabras a medio formar: "Lo siento, pero es por el bien de Barsoom".
Cuando cerró tras él la puerta de mi recinto sus pensamientos se alejaron al igual que su presencia. Esto me pareció extraño de acuerdo con mi escaso conocimiento de transferencia de pensamientos.
Cautelosamente abrí la puerta de mi habitación. Seguido por Woola, busqué la más interna de las grandes puertas. Se me ocurrió un plan intrépido. Intentaría forzar las grandes cerraduras por medio de las nueve ondas de pensamiento que había leído en la mente de mi anfitrión.
Me deslicé furtivamente, corredor tras corredor, y bajando por los sinuosos pasajes, caminé hasta que finalmente llegué al gran recinto donde esa mañana había terminado con mi largo ayuno. No había visto a mi anfitrión por ningún lado ni sabía dónde se recluía por la noche.
Estaba por arriesgarme a entrar en la habitación, cuando un ruido tenue detrás de mí me hizo volver a las sombras de un hueco del corredor. Arrastré a Woola conmigo y me acurruqué en la oscuridad.
En ese momento el anciano pasó cerca de mí y cuando entró en el recinto difusamente iluminado que había estado a punto de atravesar, vi que llevaba una daga larga y delgada y que la estaba afilando sobre una piedra. En ese momento tenía la intención de inspeccionar las bombas de radio, lo que le llevaría cerca de treinta minutos. Luego regresaría a mi dormitorio y terminaría conmigo.
Cuando atravesó el gran recinto y desapareció por el pasaje que conducía a la sala de maquinarías, me escurrí de mí escondite y crucé hacia la gran puerta, la más próxima de las tres que me separaban de la libertad.
Concentré mi mente sobre la cerradura y lancé las nueve ondas de pensamiento contra ésta. Aguardé sin respirar —y en ese momento la gran puerta se movió suavemente hacia mí— y se deslizó hacia un costado. Uno tras otro, los restantes portales se abrieron a mi orden. Woola y yo nos precipitamos hacía la oscuridad, libres y un poco mejor de lo que habíamos estado antes. Al menos teníamos el estómago lleno.
Deseosos de alejarnos enseguida de la sombra del formidable edificio, nos encaminamos hacia el primer cruce y procuramos dar con la carretera central tan pronto como nos fuera posible. La alcanzamos cerca del alba, y entrando en la primera construcción me puse a buscar a los moradores.
Había edificios bajos de cemento, cerrados con pesadas puertas infranqueables. Ni golpeando ni gritando obtuve respuesta. Fatigado y exhausto por la falta de descanso, me arrojé al suelo, ordenándole a Woola que vigilara.
Al rato, sus espantosos gruñidos me despertaron. Cuando abrí los ojos vi a tres marcianos rojos parados a poca distancia de donde nos encontrábamos, apuntándonos con sus rifles.
—Estoy desarmado y no soy enemigo —me apresuré a explicar—. He sido prisionero de los marcianos verdes y voy camino a Zodanga. Todo lo que pido es comida y descanso para mí y mi
calot
, y las instrucciones apropiadas para llegar a mi destino.
Bajaron sus rifles, avanzaron satisfechos hacia mí, y me pusieron —la mano derecha sobre el hombro izquierdo, según el saludo acostumbrado. Entonces me preguntaron muchas cosas acerca de mí y de mí deambular, y luego me llevaron a la casa de uno de ellos, que quedaba a poca distancia.
Los edificios donde había llamado esa mañana temprano estaban destinados sólo a provisiones y enseres agrícolas. La casa propiamente dicha se elevaba entre los árboles. Como todas las casas de los marcianos rojos, había sido elevada de noche, a unos quince metros del nivel de la superficie, sobre un inmenso eje redondo de metal que subía y bajaba dentro de un hueco practicado en el suelo. La operación se realizaba por medio de una pequeña máquina de radio que estaba en el recinto de entrada del edificio. De este modo, en lugar de molestarse con cerrojos y trabas en sus habitaciones, los marcianos rojos, simplemente se alejaban del peligro durante la noche. No obstante también, tenían medios especiales para bajarlos o subirlos desde el suelo cuando salían de viaje.
Estos seres, hermanos, vivían con sus esposas e hijos en tres casas similares de esa granja. No trabajaban, ya que eran funcionarios del gobierno, encargados de supervisar. El trabajo lo realizaban los penados, los prisioneros de guerra, los deudores y los solteros demasiado pobres para pagar el alto impuesto al celibato que exigían todos los gobiernos de Marte.
Eran la personificación de la cordialidad y la hospitalidad, de modo que pasé varios días con ellos, descansando y recuperándome de mis largas y arduas experiencias.
Cuando les conté mi historia —omití toda referencia a Dejah Thoris y al anciano de la planta productora de la atmósfera— me aconsejaron que me coloreara el cuerpo para parecerme más a su raza y así intentar encontrar empleo en Zodanga; en la armada o en el ejército.
—Tienes pocas probabilidades de que crean tu relato mientras no pruebes tu valía y te hagas amigos entre los nobles más encumbrados de la corte. Eso puedes lograrlo más fácilmente a través del servicio militar, ya que en Barsoom somos aficionados a la guerra —me explicó uno de ellos— y reservamos nuestros favores para los guerreros.
Cuando estuve listo para marcharme, me aprovisionaron con pequeños
doats
domesticados que todos los marcianos rojos usan para montar. Estos animales son mas o menos del tamaño de un caballo y mansos, pero por el color y la forma son una réplica exacta de sus congéneres salvajes.
Los hermanos me dieron aceite rojo para que me untara todo el cuerpo y uno de ellos me cortó el pelo, que me había crecido bastante, de acuerdo con la moda que predominaba en ese momento: cuadrado atrás y con flequillo adelante. Cuando terminaron, por mi aspecto podía pasar ya por un perfecto marciano rojo en cualquier lado de Barsoom. También cambiaron mis armas y ornamentos por otros propios de un caballero de Zodanga, de la casa de Ptor, que era el nombre de la familia de mis benefactores. Hecho esto me ciñeron al costado un pequeño bolso con dinero de Zodanga. El tipo de intercambio de Marte no es muy distinto al nuestro, excepto que las monedas son ovaladas. Los billetes son emitidos por los individuos, de acuerdo con las necesidades, y amortizados dos veces al año. Si alguien emite más de lo que puede amortizar, el gobierno paga por completo a sus acreedores y el deudor tiene que trabajar por esa suma en las granjas o en las minas, que son totalmente de propiedad del Estado. Esto les conviene a todos, excepto a los deudores, ya que es difícil obtener trabajadores voluntarios para las grandes y desoladas tierras cultivadas de Marte que se extienden como angostas franjas de polo a polo, a través de zonas inhóspitas habitadas por bestias salvajes y hombres más salvajes aún.
Cuando les dije que no sabía cómo retribuirles tanta gentileza me aseguraron que tendría muchas oportunidades si vivía lo suficiente en Barsoom. De este modo me despidieron y se quedaron mirándome hasta que me perdí de vista por la ancha carretera blanca.
Zodanga
Camino de Zodanga hubo muchas cosas extrañas e interesantes que me llamaron la atención. En varias de las granjas donde me detuve, aprendí cosas nuevas e instructivas respecto de los usos y costumbres de Barsoom.
El agua que proveía a las granjas de Marte se recogía en inmensos depósitos subterráneos situados en los polos, y se tomaba de las capas de hielo derretidas para luego bombearla a través de largos conductos hacia los centros poblados. A ambos lados de estos conductos, y a lo largo de toda su extensión, se hallaban los distritos cultivados, que se dividían en parcelas de aproximadamente el mismo tamaño. Cada una de éstas estaba bajo la supervisión de uno o más funcionarios del gobierno.
En lugar de inundar la superficie del campo y derrochar una gran cantidad de agua por evaporación, el precioso líquido era transportado a través de una vasta red subterránea de tubos pequeños, directamente a las raíces de la vegetación. Las cosechas en Marte son siempre uniformes, ya que no hay sequías, ni lluvias, ni vientos fuertes, ni insectos o pájaros dañinos.
En este viaje probé carne por primera vez desde que había abandonado la Tierra: filetes y chuletas jugosos e inmensos de los bien alimentados animales de las granjas. También gusté frutas y hortalizas deliciosas, pero ni una sola comida parecida en nada a la de la Tierra. Cada planta, flor, hortaliza y animal había sido tan perfeccionado a lo largo de años de cuidadosos y científicos cultivos y tipos de alimentación, que sus equivalentes terrestres eran, por comparación, de la más chata, gris e insípida insignificancia.
En un segundo alto en el camino me encontré con varias personas de elevada cultura, pertenecientes a la clase noble, con las que me permití hablar de Helium. Uno de los más ancianos había estado allí en una misión diplomática, varios años atrás. Hablamos con pesar de las condiciones que siempre parecían destinar a estas dos ciudades a estar en guerra.
—Helium —dijo- puede preciarse de contar, con la más hermosa mujer de Barsoom. De todos sus tesoros, la maravillosa hija de Mors Kajak, Dejah Thoris, es la flor más exquisita. La gente realmente venera el suelo que ella pisa, y desde su desaparición en esa fatal expedición, todo Helium está de luto. El que nuestro gobernador haya atacado a la debilitada flotilla cuando regresaba a Helium es otro de sus tremendos desaciertos, que mucho me temo, llevarán a Zodanga tarde o temprano a poner un hombre más inteligente en su lugar, aun ahora, que nuestros ejércitos victoriosos rodean a Helium, la gente de Zodanga expresa su descontento, ya que esta guerra no es popular desde el momento que no se basa ni en el derecho ni en la justicia. Nuestras fuerzas aprovecharon la circunstancia de que la flotilla principal no se halla en Helium, pues está buscando a la princesa, y de ese modo tuvimos la posibilidad de reducir fácilmente la ciudad a una situación lamentable. Se dice que caerá antes que la luna más lejana de Marte cumpla su próximo recorrido.
-¿Cuál crees que puede haber sido el destino de la princesa Dejah Thoris? —pregunté con todo el disimulo que me fue posible.