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Authors: John Irving

Una mujer difícil (53 page)

BOOK: Una mujer difícil
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Sherry escribe acerca de Greene: «Su búsqueda de lo escandaloso, lo sórdido, lo sexual y lo desviado le llevó en muchas direcciones, como muestra su diario». Me pregunto si mi diario también lo muestra. Espero que sí. Me mortifica que la búsqueda de lo escandaloso, lo sórdido, lo sexual y lo desviado sea la conducta esperada (aunque no del todo aceptable) de los escritores varones. Sin duda me habría beneficiado, como escritora, haber tenido el valor de buscar más lo escandaloso, lo sórdido, lo sexual y lo desviado. Pero, a las mujeres que buscan tales cosas, o la gente las hacen sentirse avergonzadas, o parecen estrepitosamente ridículas cuando se defienden, y entonces es como si se jactaran.

Supongamos que pagara a una prostituta para que me dejara verla con un cliente, a fin de captar cada detalle de los encuentros más furtivos… ¿No es eso, en cierto modo, lo que debería hacer un escritor? Sin embargo, hay temas que siguen estando vedados a las escritoras. Es algo parecido a esa dicotomía que existe con respecto al pasado sexual: es permisible, incluso atractivo, que el hombre lo haya tenido, pero si una mujer ha tenido un pasado sexual, lo mejor que puede hacer es mantenerlo en secreto.

Sí, debo de estar empezando una nueva novela. Mi aturdimiento está demasiado concentrado para que se deba al desfase horario. Estoy pensando en una escritora, una mujer más extremada que yo… más extremada como escritora y como mujer. Se esfuerza al máximo por observarlo todo, por captar el menor detalle. No quiere necesariamente quedarse soltera, pero cree que el matrimonio le impondrá ciertas restricciones. No es que necesite experimentarlo todo (no es una aventurera sexual), sino que quiere verlo todo.

Supongamos que paga a una prostituta para que le deje observar mientras ella está con un cliente. Supongamos que no se atreve a hacerlo ella sola y que, por ejemplo, lo hace con su novio (un novio granuja, por supuesto). Y lo que ocurre con el novio, como resultado de observar a la prostituta, es tan degradante, tan vergonzoso, que basta para que la escritora cambie de vida.

Sucede algo que es más que escandaloso, demasiado sórdido, demasiado desviado. Esa novela es una demostración de una clase de desigualdad sexual: la escritora, impulsada por su necesidad de observar, va demasiado lejos. En cuanto a lo que sucede exactamente, esa experiencia concreta con la prostituta, si la escritora fuese hombre, no existiría culpa ni degradación.

Norman Sherry, el biógrafo de Greene, escribe acerca del «derecho y la necesidad del novelista a utilizar su experiencia y la ajena». El señor Sherry cree que hay un algo despiadado en este «derecho» del novelista, esta terrible «necesidad», pero la relación que existe entre la observación y la imaginación es más complicada que ese algo despiadado. Hay que imaginar un buen relato y luego procurar que los detalles parezcan reales. A la hora de lograr que los detalles parezcan reales, sirve de ayuda que algunos de ellos lo sean. La experiencia personal se sobreestima, pero la observación es esencial.

Está claro que no se trata del desfase horario, sino que es una novela. Empieza con el pago a una prostituta, un acto tradicionalmente contaminado de vergüenza. No, estúpida…, ¡empieza con el novio granuja! Sin duda haré que sea zurdo. Un amigo pelirrojo…

Estoy harta de que Hannah me diga que debería parar mi reloj biológico y casarme (o no) por las razones «correctas», no «meramente» porque mi cuerpo cree que quiere tener un hijo. Puede que Hannah haya nacido sin reloj biológico, pero desde luego responde a todas las demás cosas que su cuerpo cree desear… aunque entre ellas no esté tener un hijo.

[En una postal en la que aparece una exposición de salchichas en el Viktualienmarkt de Munich, dirigida a Hannah].

TE PERDONO, PERO TÚ MISMA TE PERDONAS CON DEMASIADA FACILIDAD. SIEMPRE LO HAS HECHO. BESOS, RUTH.

La pronunciación de Schlossgarten

El trayecto desde Munich a Stuttgart. La pronunciación de Schwdbische Alb, la tierra de labor con las coles rojas, azules y verdes. En Stuttgart, el hotel está en la Schillerstrasse, un hotel moderno con mucho cristal.

Las preguntas que formulan los jóvenes del público, después de mi lectura, giran todas alrededor de los problemas sociales en Estados Unidos. Puesto que consideran que mis libros son críticos con la sociedad norteamericana, me invitan a que exprese el antiamericanismo que perciben en mí. (Los entrevistadores me hacen la misma invitación.) Y ahora, en vista de su reunificación inminente, los alemanes también quieren saber lo que pienso de ellos. ¿Qué piensan los norteamericanos, en general, de los alemanes? ¿Nos alegra la reunificación alemana?

Les digo que prefiero hablar de literatura. Ellos no quieren. Todo lo que puedo decir es que mi falta de interés por lo que a ellos les interesa es auténtica. No les gusta mi respuesta.

La prostituta de la nueva novela debería ser una mujer mayor, a quien la escritora no intimidase demasiado. Su novio granuja desea una furcia más joven y agraciada que la elegida finalmente por la novelista. El lector debería prever que el amigo es una bestia, pero la escritora no lo ve venir. Está concentrada en observar de la prostituta, no sólo en el cliente de ésta y mucho menos en el acto mecánico y familiar, sino en los detalles que rodean la habitación de la prostituta.

Debería figurar algo relativo a lo que a la escritora le gusta y le desagrada de los hombres. Posiblemente pregunta a la prostituta cómo consigue superar el aborrecimiento que siente hacia cierta clase de hombres. ¿Se niega a acostarse con alguno de ellos? ¡Sin duda! Las prostitutas no pueden ser totalmente indiferentes a…, bueno, las «peculiaridades» de los hombres.

Debería suceder en Amsterdam. A) porque allí las prostitutas están muy disponibles; B) porque voy a ir a esa ciudad, y C) porque mi editor holandés es un hombre simpático y puedo persuadirle para que me acompañe a ver a una prostituta y hablar con ella.

No, estúpida, deberías ver a la prostituta tú sola.

Lo que me gusta: casi siempre la agresividad de Allan. (También me gustan los límites de su agresividad.) Y su crítica, por lo menos sobre mi narrativa. A su lado puedo ser yo misma. Me tolera, me perdona (tal vez demasiado). Me siento segura con él. Haría más cosas, leería más, saldría más con él. No me impondría su presencia (nunca lo ha hecho). Sería un buen padre.

Lo que no me gusta: me interrumpe, pero lo cierto es que interrumpe a todo el mundo. No es que sus hábitos al comer, quiero decir sus modales en la mesa, me avergüencen, sino más bien que su manera de comer me resulta repugnante. Y temo encontrarle también sexualmente repelente. Luego está la cuestión del espeso vello en el dorso de sus manos… ¡Bueno, supéralo ya!

[En una postal dirigida a Allan, con una imagen de un Daimler de 1885 en el Museo Mercedes-Benz de Stuttgart].

¿NECESITAS UN COCHE NUEVO? ME GUSTARÍA HACER UN LARGO VIAJE EN COCHE CONTIGO. TE QUIERO, RUTH.

El vuelo de Stuttgart a Hamburgo, y luego el viaje por carretera desde Hamburgo hasta Kiel. Hay muchas vacas. Nos hallamos en el estado de Schleswig-Holstein, de donde procede el nombre de las vacas. Quien conduce es un representante de ventas de mi editorial. Siempre aprendo algo de esos profesionales. Éste me explica que mis lectores alemanes esperan que sea más «política» de lo que soy. Me dice que mis novelas son políticas en el sentido de que todo comentario social es político, y concluye: «¡Sus libros son políticos, pero usted no lo es!».

No estoy segura de si me dice eso como una crítica o si se limita a constatar un hecho, pero le creo. Y el tema sale a relucir durante el coloquio con el público, tras la lectura en la Kunsthalle de Kiel.

Pero, una vez más, intento hablarles de la creación literaria.

—Me gustan los artesanos que hacen muebles —les digo—, así que hablemos de cosas relacionadas con las sillas o las mesas. —Veo por sus expresiones que quieren que sea más complicada, más simbólica—. Estoy pensando en una nueva novela —les explico—, centrada en ese momento de la vida de una mujer en que decide casarse, no porque haya un hombre con quien realmente quiera compartir su vida, sino porque está harta y cansada de los novios granujas.

Las risas son esporádicas y desalentadoras. Intento decirlo en alemán. Las risas aumentan, pero sospecho que se debe a la comicidad de mi alemán.

—Podría ser mi primer libro con una narradora en primera persona —les digo. Ahora veo que han perdido todo interés, tanto en inglés como en alemán—. Y se titularía
Mi último novio granuja
.

El título es terrible en alemán, y lo reciben con más consternación que regocijo:
Mein letzer schlimmer Freund
. Parece una novela sobre una enfermedad de adolescentes.

Hago una pausa para beber agua y veo que el público se escabulle, sobre todo el de las filas del fondo. Y los que permanecen en sus asientos aguardan penosamente a que finalice. No me atrevo a decirles que la mujer sobre la que voy a escribir es escritora, pues eso sería como el tiro de gracia a su interés agonizante. ¡Ya está bien de ocuparme del oficio literario y las preocupaciones concretas del narrador! Incluso a mí me aburre el intento de entretener a los lectores hablando sobre el tema de lo que hago realmente.

Desde mi habitación de hotel en Kiel, veo la bahía con los transbordadores que cubren la línea de Suecia y Dinamarca. Tal vez algún día iré allí con Allan. Tal vez algún día podré viajar con un marido y un hijo, y con una niñera para el pequeño.

La escritora en la que estoy pensando: ¿cree de veras que el matrimonio significará el final de su libertad de observar el mundo? ¡Si ya estuviera casada, podría haber ido con su marido al encuentro con la prostituta! A una escritora, el marido puede proporcionarle más libertad de observación. Tal vez la mujer sobre la que escribo no lo sabe.

Me pregunto si Allan se opondría, si se lo pidiera, a observar conmigo a una prostituta y a su cliente. ¡Claro que no!

Pero la persona a la que debería pedirle ese favor es mi padre.

[En una postal a su padre, de las prostitutas en sus escaparates en la Herberstrasse, San Pauli, el barrio chino de Hamburgo].

PIENSO EN TI, PAPÁ. LAMENTO LO QUE TE DIJE. HE SIDO MEZQUINA. ¡TE QUIERO! RUTHIE.

El vuelo de Hamburgo a Colonia, el viaje por carretera de Colonia a Bonn, la magnificencia de la universidad.

Por primera vez alguien del público se interesó por mi ojo. (En las entrevistas, todos los periodistas me han interrogado al respecto.) Era una mujer joven que parecía estudiante y hablaba un inglés casi perfecto.

—¿Quién la golpeó?

—Mi padre —respondí. El público quedó repentinamente en completo silencio—. Me dio con el codo. Estábamos jugando a squash.

—¿Su padre es lo bastante joven para jugar a squash con usted? —quiso saber la joven.

—No, no es lo bastante joven, pero está en muy buena forma para su edad.

—Entonces supongo que usted le derrotó —dijo la estudiante.

—Sí, le derroté.

Pero, después de la lectura, la misma joven me entregó una nota que decía: «No la creo. Alguien le ha pegado».

Ésa es otra cosa que también me gusta de los alemanes, que llegan a sus propias conclusiones.

Por supuesto, si escribo una novela en primera persona sobre una escritora, invito a los críticos a que me apliquen la etiqueta autobiográfica, a concluir que escribo sobre mí misma. Pero una nunca debe dejar de escribir cierta clase de novela por temor a la reacción que suscitará.

Y es como si oyera a Allan enjuiciando el hecho de haber escrito dos novelas consecutivas cuyos personajes principales son escritoras. Sin embargo, también le he oído decir que el asesoramiento editorial no debería incluir recomendaciones o advertencias al autor sobre los asuntos de sus obras. Sin duda tendré que recordárselo.

Pero hay algo más importante con respecto a esta nueva novela: ¿qué hace el novio granuja, como consecuencia de observar a la prostituta con su cliente, que resulta tan degradante para la novelista? ¿Qué sucede que le hace sentirse tan avergonzada como para que cambie de vida?

Tras observar a la prostituta con su cliente, el amigo podría excitarse tanto que, por la manera en que le hace el amor a la escritora, ésta sospecha que está pensando en otra. Pero ésa no es más que una posible versión de unas relaciones sexuales incorrectas. Debe ser algo más atroz, más humillante que eso.

En cierta manera, esta fase de una novela me gusta más que el período de la redacción. Al comienzo hay muchas posibilidades. Con cada detalle que eliges, con cada palabra por la que te inclinas, tus opciones se reducen.

La cuestión de buscar o no a mi madre, la confianza en que algún día ella me buscará. ¿Cuáles son los restantes grandes acontecimientos de mi vida? Me refiero a los acontecimientos capaces de hacer que mi madre viniera a mi encuentro. La muerte de mi padre, mi boda, si llego a casarme, el nacimiento de un hijo, si lo tengo. (Si alguna vez me atrevo a tener hijos, sólo querré uno.) Tal vez debería anunciar mi próximo matrimonio con Eddie O'Hare. Eso sí que llamaría la atención de mi madre. ¿Estaría Eddie de acuerdo? ¡Al fin y al cabo, él también quiere verla!.

[En una postal dirigida a Eddie O'Hare, en la que se ve la gran catedral de Colonia, la espléndida Dom, la mayor catedral gótica de Alemania].

ESTAR CONTIGO, HABLAR CONTIGO… FUE LA VELADA MÁS IMPORTANTE DE MI VIDA HASTA AHORA. CONFÍO EN VERTE PRONTO DE NUEVO. SINCERAMENTE, RUTH COLE.

[En una postal dirigida a Allan, de un magnífico castillo a orillas del Rin].

ACTÚA COMO EDITOR Y ELIGE ENTRE ESTOS DOS TÍTULOS: SU ÚLTIMO NOVIO GRANUJA O MI ÚLTIMO NOVIO GRANUJA. EN CUALQUIER CASO, ME GUSTA LA IDEA. TE QUIERO, RUTH. P.D. CÓMPRAME ESTA CASA Y ME CASARÉ CONTIGO. ¡DE TODOS MODOS CREO QUE PODRÍA CASARME CONTIGO!

En el tren, durante el trayecto desde Bonn a Francfort, se me ocurre otro título para la nueva novela, tal vez más atractivo que
Mi último novio granuja
, pero sólo porque me permitiría escribir otro libro en tercera persona.
Lo que ella vio, lo que no sabía
. Supongo que es demasiado largo y literal. Incluso sería más exacto con un punto y coma:
Lo que ella vio; lo que no sabía
. Imagino la opinión de Allan acerca de un punto y coma en el título. En cualquier caso, ve con malos ojos ese signo de puntuación. «Ya nadie sabe para qué sirven —argumenta—. Si no tienes la costumbre de leer novelas del siglo XIX, crees que el autor ha matado una mosca de la fruta directamente encima de una coma. El punto y coma se ha convertido en una mera distracción.» ¡No obstante, creo que quiero casarme con él!

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