Una campaña civil (23 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Una campaña civil
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Miles inspiró profundamente.

—Gracias, lord Vorkosigan —dijo la condesa—. Mi marido y yo asistiremos encantados a su fiesta —le sonrió.

—No hay de qué —resopló él.

—¿Volverán los virreyes de Sergyar? —le preguntó René a Miles. Su voz estaba cargada de curiosidad política.

—No. Aunque se les espera pronto. Ésta es mi fiesta. Mi última oportunidad para tener la mansión Vorkosigan para mí solo antes de que se llene con el circo ambulante.

No es que no anhelara el regreso de sus padres, pero su papel como jefe de la casa había sido bastante… agradable, aquellos últimos meses. Además, presentar a Ekaterin a los condes Vorkosigan, sus futuros suegros, era algo que deseaba coreografiar con absoluto cuidado.

Sin duda ya había terminado con sus deberes sociales por hoy. Miles se levantó con cierta dignidad y se despidió de todos, y amablemente se ofreció a llevar a Martya y Olivia, si lo deseaban. Olivia se quedó con su amiga la condesa, pero Martya aceptó la invitación.

Miles dirigió a Pym una mirada de perros mientras el lacayo abría el dosel del vehículo de tierra para que entraran en el compartimento trasero. Miles siempre había atribuido la extraordinaria habilidad de Pym para captar chismorreos, un don que ahora le venía muy bien en su nuevo puesto, a la formación que Pym había recibido en SegImp. No había advertido que Pym podía estar
intercambiando
información. Pym, que captó la mirada pero no la intención, condujo un poco más despacio que de costumbre, pero por lo demás no parecía afectado por el descontento de su señor.

En el compartimento trasero, mientras salían de la Mansión Vorbretten y giraban hacia el Puente Estelar, Miles pensó seriamente en hacérselo pagar a Martya por ponerle en evidencia con lo de Ekaterin delante de los Vorbretten. Ahora era Auditor Imperial, por Dios… o al menos por Gregor. Pero no le sacaría más información. Controló su temperamento.

—¿Cómo lo están llevando los Vorbretten, según tu punto de vista? —le preguntó.

Ella se encogió de hombros.

—Ponen buena cara, pero creo que están bastante afectados. René piensa que va a perder el caso, y el Distrito, y todo.

—Eso me pareció. Y puede que así sea, si no le echa más valor —Miles frunció el ceño.

—Ha odiado a los cetagandanos desde que mataron a su padre en la guerra del Radio de Hegen. Tatya dice que le da miedo pensar que están
dentro
de él. Creo que a ella también le da un poco de miedo. Quiero decir… ahora sabemos por qué esa rama de los Vorbretten adquirió de pronto ese extraordinario talento musical, después de la Ocupación.

—Yo también había hecho ya esa conexión. Pero ella parece estar de su parte.

Era desagradable pensar que aquella circunstancia pudiera costarle a René el matrimonio además de la carrera.

—También ha sido duro para ella. Le gusta ser condesa. Olivia dice que, en sus días de colegio, la envidia hacía que a veces las otras chicas se portaran mal con Tatya. El hecho de que René la escogiera fue una especie de impulso para ella, y no es que las demás no lo vieran venir, con su gloriosa voz de soprano. Ella lo adora.

—¿Crees que su matrimonio capeará el temporal? —preguntó él, esperanzado.

—Mm…

—¿Mm…?

—Todo este asunto empezó cuando iban a tener su bebé. Y no han continuado. Tatya… no habla de esas cosas. Habla de todo lo demás, pero no de eso.

—Oh —Miles trató de averiguar qué significaba eso. No parecía muy alentador.

—Olivia es casi la única de las viejas amigas de Tatya que han aparecido después de que estallara el escándalo. Incluso las hermanas de René han desaparecido, aunque supongo que por la razón opuesta. Es como si nadie quisiera mirarla a la cara.

—Si nos remontamos atrás, todos nosotros descendemos de gente de otros planetas, maldición —gruñó Miles, frustrado—. ¿Qué es un octavo? Una fruslería. ¿Por qué se debe descalificar a una de las mejores personas que tenemos? Ser competente tendría que contar para algo.

Martya hizo una mueca.

—Si quieres compasión, has llamado a la puerta equivocada, Miles. Si mi padre fuera conde, no importaría lo competente que yo pudiera ser: yo seguiría sin heredar. Toda la inteligencia del mundo no importaría nada. Si acabas de descubrir que este mundo es injusto, bueno, vas un poco retrasado.

Miles sonrió agriamente.

—No es nuevo para mí, Martya. —El coche se detuvo ante la casa del comodoro Koudelka—. Pero la justicia no era mi oficio, antes.

Y el poder no es tan poderoso como parece desde fuera
.

—Pero ése es probablemente el único caso en que no puedo ayudarte —añadió—. Tengo motivos personales de mucho peso para no querer volver a introducir la herencia a través del linaje femenino en la ley de Barrayar. Por ejemplo, mi supervivencia. Me gusta mucho mi trabajo. No quiero el de Gregor.

Abrió el dosel. Ella salió y le dirigió un gesto reconociendo sus palabras y agradeciendo el viaje.

—Nos veremos en la cena.

—Dale mis recuerdos al comodoro y a Drou.

Ella le dirigió una deslumbrante sonrisa, típica del Equipo Koudelka, y se marchó.

7

Mark hizo girar el volador para ofrecer a las pasajeras del asiento trasero, Kareen y la señora Vorsoisson, una vista mejor de Hassadar, la capital del Distrito Vorkosigan, en el horizonte. El clima cooperaba: un hermoso día soleado que apuntaba la promesa del inminente verano. El volador de Miles era una delicia. Estilizado, rápido y maniobrable, flotaba sobre el suave aire cálido y, lo mejor de todo: los controles estaban perfectamente alineados para ser ergonómicamente perfectos para un hombre de la altura de Mark. Qué más daba que el asiento fuera un poquitín estrecho. No podías tenerlo todo.
Por ejemplo, Miles ya no puede tener este aparato
. Mark hizo una mueca al pensarlo y luego descartó la idea.

—Es una tierra muy hermosa —observó la señora Vorsoisson, acercando el rostro al dosel para abarcarlo todo.

—Miles se sentiría halagado si la oyera —Mark animó cuidadosamente este tipo de pensamientos—. Está muy unido a este lugar.

Desde luego lo veían con la mejor luz posible, literalmente, aquella mañana. Un entramado de verde en las granjas y bosques (los bosques eran producto del cultivo humano al igual que los campos) ondeaba en todo el paisaje. El verde era interrumpido por pinceladas irregulares de marrón rojizo barrayarés nativo, en los barrancos, en el fondo de los arroyos y en las pendientes no cultivables.

Enrique, con la nariz apretada también contra el dosel, dijo:

—No es lo que esperaba de Barrayar.

—¿Y qué esperaba? —preguntó con curiosidad la señora Vorsoisson.

—Kilómetros de plano asfalto gris, supongo. Barracones militares y gente de uniforma marchando al compás.

—Es económicamente inviable para toda una superficie planetaria. Aunque uniformes sí que tenemos —admitió Mark.

—Pero cuando se trata de varios centenares distintos, el efecto deja de ser uniforme. Y algunos de los colores son un poco… insospechados.

—Sí, lo lamento por esos condes que tuvieron que elegir los últimos los colores de sus Casas —reconoció Mark—. Creo que los Vorkosigan debieron de caer hacia la mitad. Quiero decir, marrón y plata no está mal, pero no puedo dejar de pensar que los tipos de azul y oro o de negro y plata… tienen más planta —podía imaginarse a sí mismo de negro y plata, con Kareen toda rubia y alta de su brazo.

—Podía ser peor —dijo Kareen alegremente—. ¿Cómo crees que te sentaría el uniforme de cadete de una casa que fuera verde claro y escarlata, como el del pobre Vorharopoulus, Mark?

—Parecería una señal de tráfico con botas. —Mark hizo una mueca—. Me he dado cuenta de que el paso militar también falla. Más bien marchan como un rebaño confuso. Fue… casi decepcionante, al principio. Quiero decir, incluso descartando la propaganda enemiga, no es la imagen que Barrayar trata de proyectar ahora mismo, ¿no? Aunque he llegado a apreciar que sea así.

Volvieron a virar.

—¿Dónde está la famosa zona radiactiva? —preguntó la señora Vorsoisson, escrutando la cambiante escena.

La destrucción cetagandana de la antigua capital de Vorkosigan Vashnoi, había destruido el corazón del Distrito Vorkosigan, tres generaciones antes.

—Al sureste de Hassadar. Al socaire y corriente abajo —repuso Mark—. No iremos hoy. Tendrá que hacer que Miles se la enseñe en otra ocasión —reprimió una sonrisita.
Dólares betanos contra arena a que las tierras arrasadas no estaban en el itinerario planeado por Miles
.

—Barrayar no es todo así —le dijo la señora Vorsoisson a Enrique—. La parte del Continente Sur donde yo crecí era plana como un pastel, aunque la cordillera más alta del planeta, los Picos Negros, se alzaba en el horizonte.

—¿No era aburrido tan plano? —preguntó Enrique.

—No. Porque el horizonte era ilimitado. Salir de casa era como salir al cielo. Las nubes, la luz, las tormentas… teníamos los mejores amaneceres y puestas de sol del mundo.

Pasaron la invisible barrera del sistema de control de tráfico aéreo de Hassadar y Mark cedió la navegación a los ordenadores de la ciudad. Después de unos minutos y unas cuantas transmisiones codificadas, aterrizaron con mucha suavidad en una zona altamente restringida, en la Residencia del conde. La Residencia era un gran edificio moderno de piedra montañesa Dendarii pulida. Con sus conexiones con las oficinas municipales y del Distrito, ocupaba la mayor parte de la plaza central de la ciudad.

Tsipis esperaba para recibirlos junto a la pista, tan elegante y gris y ordenado como siempre. Le estrechó la mano a la señora Vorsoisson como si fueran viejos amigos, y saludó a Enrique con la gracia y naturalidad de un diplomático nato. Kareen dio, y recibió, un abrazo familiar.

Pasaron a un aerocoche que los esperaba, y Tsipis los guió hasta tres posibles sitios donde instalar su futura empresa, comoquiera que fuese a llamarse, incluidos un almacén municipal infrautilizado y dos granjas cercanas. Ambas granjas estaban desatendidas porque sus antiguos habitantes habían seguido al conde a su nuevo puesto en Sergyar, y nadie más había querido aceptar el desafío de arrancar beneficios a unas tierras decididamente marginales, pues la una era pantanosa y la otra rocosa y seca. Mark comprobó con cuidado los niveles de radiactividad. Todas eran propiedades Vorkosigan ya, así que no había nada que negociar con respecto a su uso.

—Podría usted incluso persuadir a su hermano para que le perdonara el alquiler, si se lo pide —señaló Tsipis con entusiasta frugalidad—. Puede hacerlo; su padre le concedió plenos poderes legales en el Distrito cuando se marchó a Sergyar. Después de todo, la familia no está recibiendo ningún ingreso de las propiedades ahora mismo. Así dispondría de más capital para afrontar los costes iniciales.

Tsipis sabía exactamente con qué presupuesto contaba Mark: habían examinado sus planes a través de la comuconsola, a principios de semana. La idea de pedirle a Miles un favor hizo que Mark se rebullera un poco, pero… ¿no era él también un Vorkosigan? Contempló la granja descuidada, tratando de sentir que tenía derecho sobre ella.

Consultó con Kareen, cabeza con cabeza, y ambos examinaron las opciones. Permitieron a Enrique pasear con la señora Vorsoisson, quien le enseñó diversos matojos nativos de Barrayar. El estado de los edificios, la fontanería y las conexiones a la red energética se impusieron a las condiciones de la tierra. Al final decidieron quedarse con el sitio que contaba con los edificios más nuevos (relativamente) y más espaciosos. Después de un paseo más atento por las instalaciones, Tsipis los acompañó de vuelta a Hassadar.

Para almorzar, los llevó al local más exclusivo de Hassadar: el salón comedor oficial de la Residencia del conde, que daba a la plaza. Las atenciones que les dispensó el servicio les dieron a entender que Miles había enviado unas cuantas instrucciones urgentes para el cuidado y la alimentación de su… jardinera. Mark lo confirmó después del postre, cuando Kareen llevó a Enrique y a la viuda al jardín, para ver la fuente del patio interior, y él y Tsipis se quedaron saboreando la exquisita cosecha del vino embotellado de Vorkosigan, normalmente reservado para las visitas del emperador Gregor.

—Bien, lord Mark —dijo Tsipis tras un reverente sorbo—. ¿Qué le parece esta señora Vorsoisson de su hermano?

—Creo… que no es de mi hermano todavía.

—Mm, sí, he comprendido esa parte. O debería decir, me la ha explicado.

—¿Qué le ha contado sobre ella?

—No se trata tanto de lo que dice como de su modo de decirlo y de la frecuencia con que lo repite.

—Bueno, eso también. Si no fuera Miles, resultaría cómico. La verdad es que lo resulta, pero también es… mm.

Tsipis parpadeó y sonrió, comprendiendo perfectamente.

—Enternecedor… creo… es la palabra que yo elegiría.

Y el vocabulario de Tsipis era siempre tan preciso como su corte de pelo. Contempló la plaza a través de los altos ventanales del salón.

—Lo traté bastante de joven, cuando servía a sus padres. Estaba siempre forzando al límite sus capacidades físicas. Pero nunca lloraba cuando se rompía un hueso. Se controlaba de un modo aterrador, para un niño de su edad. Pero una vez, en la Feria del Distrito de Hassadar, pude ver cómo lo rechazaba brutalmente un grupo de niños con los que pretendía jugar. —Tsipis tomó otro sorbo de vino.

—¿Lloró entonces? —preguntó Mark.

—No. Aunque tenía una cara muy rara cuando se dio la vuelta. Bothari estaba conmigo… no había nada que el sargento pudiera hacer, no existía ninguna amenaza física potencial. Pero, al día siguiente, Miles tuvo un accidente a caballo, uno de los peores. Al saltar, cosa que tenía prohibida, con un caballo joven que le habían dicho que no montara… El conde Piotr se puso tan furioso (y se asustó tanto) que creí que iba a darle un ataque allí mismo. Más tarde me pregunté si había sido un accidente —Tsipis vaciló—. Siempre imaginé que Miles escogería a una esposa galáctica, como su padre antes que él. No una mujer de Barrayar. No estoy seguro de lo que piensa que está haciendo con esta joven dama. ¿Está dispuesto a estrellarse otra vez?

—Dice que tiene una Estrategia.

Los finos labios de Tsipis se curvaron y murmuró:

—¿No la tiene siempre…?

Mark se encogió de hombros.

—A decir verdad, apenas la conozco. Usted ha estado trabajando con ella, ¿qué le parece?

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