Una campaña civil (22 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Una campaña civil
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Frente a ellos, las torres del Castillo Vorhartung destacaban sobre las copas de los árboles, grises y arcaicos. El tradicional punto de reunión del Consejo de los Condes había superado todas esas transformaciones. Cuando no había guerra, esperar a que los viejos condes murieran para efectuar un cambio podía ser un proceso lento. Uno o dos caían de media cada año, últimamente, pero el ritmo del relevo generacional se hacía aún más lento a medida que crecía la esperanza de vida. Tener dos escaños libres a la vez, y ambos a disposición de un heredero conservador o liberal, era bastante inusitado. O más bien, el escaño de René iba a ser sorteado entre los dos principales partidos. El otro era una incógnita mayor.

—¿Sabes en qué se basa la moción de veto que lady Donna Vorrutyer ha presentado contra su primo Richars respecto al condado Vorrutyer? —le preguntó Miles a René—. ¿Has oído algo?

René agitó la mano.

—No mucho, pero claro, ¿quién habla conmigo hoy en día? —dirigió a Miles una vergonzosa mirada de agradecimiento—. La adversidad te enseña quiénes son tus verdaderos amigos.

Miles se sintió cortado, al pensar en cuánto tiempo había tardado en hacerle una visita.

—No me hagas más virtuoso de lo que soy, René. Yo tendría que ser la última persona en Barrayar en discutir que llevar un poco de sangre extraplanetaria descalifique a nadie para ser conde.

—Oh. Sí. Eres medio betano, es verdad. Pero en tu caso, al menos es la mitad correcta.

—Cinco octavos de betano, técnicamente. Menos de medio barrayarés. —Miles advirtió que acababa de descubrir un flanco en lo referente a su altura, pero René no apuntó. Byerly Vorrutyer nunca habría dejado pasar una oportunidad así, e Ivan al menos se habría atrevido a sonreír—. Normalmente trato de evitar que la gente haga los cálculos.

—Lo cierto es que he estado pensando en lady Donna —dijo René.

—¿Eh?

René, rescatado de sus tristes reflexiones sobre su propio dilema, se animó un poco.

—Ella interpuso su moción de veto y se marchó inmediatamente a la Colonia Beta. ¿Qué te sugiere eso?

—He estado en la Colonia Beta. Hay tantas posibilidades que apenas puedo empezar a imaginarlas. La idea primera y más simple es que ha ido a recoger algún tipo de oscura prueba sobre los antepasados, los genes o los crímenes de Richars.

—¿Conoces a lady Donna?
Simple
no es la palabra que yo elegiría para describirla.

—Mm, es verdad. Tendré que preguntárselo a Ivan, supongo. Creo que estuvo acostándose con ella una temporada.

—Creo que yo no estaba entonces por aquí. Durante ese período estuve en el servicio activo —un leve pesar por su carrera militar abandonada asomó en la voz de René, o tal vez Miles estaba proyectando el suyo—. Pero no me sorprende. Ella tenía fama de coleccionar hombres.

Miles alzó una ceja con interés.

—¿Formaste parte de su colección?

René hizo una mueca.

—Me perdí ese honor —devolvió la mirada irónica—. ¿Y tú?

—¿Con Ivan disponible? Dudo que advirtiera que existo siquiera.

René abrió la mano, como para rechazar el pequeño atisbo de autodesprecio de Miles, y Miles se mordió la lengua. Ahora era Auditor Imperial: quejarse en público sobre su físico causaba mala impresión. Había sobrevivido. Ningún hombre podía desafiarlo ya. Pero ¿el cargo de Auditor sería suficiente para inducir a la barrayaresa media a pasar por alto el resto del paquete?
Menos mal que no estás enamorado de la mujer media, ¿eh, muchacho?

—Estaba pensando en tu hermano clónico, Mark —continuó René—, y en la insistencia de tu familia en reconocerlo como hermano tuyo.

—Es mi hermano, René. Mi heredero legal y todo.

—Sí, sí, eso ha argumentado tu familia. Pero, ¿y si lady Donna se ha estado fijando en esa controversia, y en su resultado? Apuesto a que ha ido a la Colonia Beta a hacer un clon del pobre Pierre y que va a traerlo para ofrecerlo como heredero en lugar de Richars. Alguien tenía que intentarlo, tarde o temprano.

—Es… desde luego es posible. No estoy seguro de cómo les sentaría a los carcamales. Casi se atragantaron con Mark, el año pasado —Miles frunció el ceño, pensativo. ¿Podría hacer peligrar aquello la posición de Mark?—. He oído que ella ha estado dirigiendo prácticamente el Distrito por Pierre, durante estos últimos cinco años. Si lograra hacerse nombrar tutora legal del clon, podría continuar gobernando durante los próximos veinte. No es corriente que la tutora de un conde sea de la misma familia, pero hay algunos precedentes históricos.

—Incluyendo el de esa condesa que fue declarada legalmente varón para que heredase —intervino René—. Y luego hubo ese extraño pleito sobre su matrimonio.

—Oh, sí, recuerdo ese caso. Pero había una guerra civil en marcha, cosa que rompió las barreras para ella. Nada como estar en el lado de los batallones adecuados. Aquí no hay ninguna guerra civil, excepto entre Donna y Richars, y no he oído nada de su enemistad. Me pregunto si tienes razón… ¿usará un replicador uterino para el clon, o hará que le implanten el embrión para tener un parto natural?

—Un parto natural parece extrañamente incestuoso —dijo René con una mueca de desdén—. Pero ya se sabe cómo son los Vorrutyer, a veces. Espero que utilice un replicador.

—Mm, pero nunca ha tenido un hijo propio. Tiene cuántos, cuarenta y algo… y si el clon creciera dentro de su cuerpo al menos estaría segura de tenerlo lo más protegido posible. Sería mucho más difícil quitárselo, o discutir que otra persona pueda ser su tutor. Richars, por ejemplo. Eso sí que sería un desarrollo inesperado de los acontecimientos.

—Con Richars como tutor, ¿cuánto tiempo crees que viviría el niño?

—Sospecho que no llegaría a la mayoría de edad. Pero no podemos decir que su muerte no sería impecable.

—Bueno, pronto descubriremos el plan de lady Donna —dijo René—. O su caso se desplomará solo. Sus tres meses para presentar pruebas casi se han cumplido ya. Parece una cantidad de tiempo generosa, pero supongo que en los viejos tiempos tenían que permitir que todo el mundo tuviera oportunidad de viajar a caballo.

—Sí, no es bueno para un Distrito dejar el condado vacío durante tanto tiempo —una comisura de la boca de Miles se alzó en una mueca—. Después de todo, no sería aconsejable que los campesinos descubrieran que pueden vivir sin nosotros.

René alzó las cejas, apreciando el chiste.

—Se te nota la sangre betana, Miles.

—No, sólo mi educación betana.

—¿La biología no es destino?

—Ya no.

Una leve música de voces femeninas resonó en las escaleras que llevaban al salón. Miles creyó reconocer una de las voces, que fue respondida por una risa cristalina.

René se enderezó y se dio la vuelta: sus labios dibujaron una media sonrisa.

—Han vuelto. Y ella se está riendo. No había oído reír a Tatya desde hace semanas. Bendita sea Martya.

¿Entonces era la voz de Martya Koudelka? El golpeteo de un sorprendente número de pies femeninos resonó en las escaleras, y ante los ojos de Miles aparecieron tres mujeres. Sí. Las rubias hermanas Koudelka, Martya y Olivia, hacían destacar el semblante moreno de la mujer más baja de las tres. La joven condesa Tatya Vorbretten tenía brillantes ojos almendrados, bien separados en una cara en forma de corazón, con barbilla afilada. Y hoyuelos. El hermoso contorno quedaba enmarcado por rizos de pelo azabache que se agitaban a su paso.

—¡Bravo, René! —dijo Martya, la propietaria de la voz más aguda—. No estás todavía a solas en la oscuridad. ¡Hola, Miles! ¿Has venido por fin a animar a René? ¡Bien por ti!

—Más o menos —dijo Miles—. No sabía que os conocierais tan bien.

Martya agitó la cabeza.

—Olivia y Tatya fueron juntas al colegio. Yo he venido a acompañarlas, y a ponerlas en marcha. ¿Puedes creer que con una mañana tan hermosa querían quedarse en casa?

Olivia sonrió tímidamente, y ella y la condesa Tatya se tomaron brevemente de la mano para darse ánimos. Ah, sí. Tatya Vorkeres no era condesa en aquellos días de escuela privada, aunque ya era una belleza, y heredera.

—¿Adónde habéis ido? —preguntó René, sonriéndole a su esposa.

—De compras al Caravanserai. Nos detuvimos a tomar té y pastas en una cafetería, cerca de la Plaza Grande, y vimos el cambio de la guardia en el ministerio. —La condesa se volvió hacia Miles—. Mi primo Stannis es el director de la banda de timbales y tambores de la Guardia de la Ciudad. Lo saludamos, pero naturalmente él no pudo devolvernos el saludo. Estaba de servicio.

—Lamentaba no haber podido convencerte para que nos acompañaras —le dijo Olivia a René—, pero ahora me alegro. No habrías visto a Miles.

—No importa, señoras —dijo Martya firmemente—. Pero voto para que obliguemos a René a escoltarnos mañana por la noche al Palacio de la Ópera de Vorbarr Sultana. Da la casualidad de que sé dónde encontrar entradas.

La idea fue secundada y aprobada sin consultar al conde, pero Miles pudo ver que no ofrecía demasiada resistencia a una propuesta para escoltar a tres mujeres hermosas a escuchar una música que adoraba. Y de hecho, dirigiendo una mirada algo servil a Miles, se dejó convencer. Miles se preguntó cómo habría conseguido Martya las entradas, que normalmente se vendían con un año o dos de antelación. ¿Estaba recurriendo a los contactos en SegImp de su hermana Delia? Todo aquel asunto olía al Equipo Koudelka en acción.

La condesa sonrió y alzó un sobre caligrafiado a mano.

—¡Mira, René! El soldado Kelso me entregó esto cuando entrábamos. Es de la condesa Vorgain.

—Parece una invitación —dijo Martya con enorme satisfacción—. Ves, las cosas no son tan malas como creías.

—Ábrela —la instó Olivia.

Tatya así lo hizo; sus ojos recorrieron el texto. Su expresión se desmoronó.

—Oh —dijo sin ninguna inflexión. El delicado papel se arrugó en su puño.

—¿Qué? —dijo Olivia ansiosamente.

Martya recuperó el papel y lo leyó a su vez.

—¡La gata! ¡Es una desinvitación! A la fiesta de bautizo de su hija… «temo que no estarías cómoda», qué descaro. Cobarde. ¡Gata!

La condesa Tatya parpadeó rápidamente.

—No pasa nada —dijo con voz apagada—. No pensaba ir, de todas formas.

—Pero dijiste que ibas a ponerte… —empezó a decir René, y luego cerró bruscamente la boca. Un músculo dio un tirón en su mandíbula.

—Todas las mujeres… y sus madres… que no pudieron pillar a René en los últimos diez años están siendo… siendo… —Martya se volvió hacia Miles—,
felinas
.

—Eso en un insulto a los gatos —dijo Olivia—. Zap tiene mejor carácter.

René miró a Miles.

—No he podido dejar de advertir… —dijo con voz extremadamente átona—, que aún no hemos recibido la invitación a la boda de Gregor y la doctora Toscane.

Miles alzó una mano, tranquilizador.

—Las invitaciones locales no han sido cursadas todavía. Lo sé con toda seguridad.

Miles decidió que no era el momento de mencionar aquella discusión política sobre el asunto a la que había asistido hacía unas semanas en la Residencia Imperial.

Contempló el panorama: Martya echando chispas, Olivia indignada, la condesa gélida, René colorado y estirado. Tuvo un golpe de inspiración.
Noventa y seis sillas
.

—Voy a dar una pequeña cena en casa dentro de dos noches. Es en honor de Kareen Koudelka y mi hermano Mark, que han vuelto de la Colonia Beta. Olivia estará allí, y todos los Koudelka, y lady Alys Vorpatril y Simon Illyan, y mi primo Ivan y varios amigos más. Me sentiría muy honrado si asistierais los dos.

René consiguió recompensar con una sonrisa patética aquel evidente gesto de caridad.

—Gracias, Miles, pero no creo…

—Oh, Tatya, sí, tenéis que venir —intervino Olivia, apretando el brazo de su vieja amiga—. Miles por fin nos va a descubrir a todos a su amada. Sólo Kareen la ha visto hasta ahora. Todos nos morimos de curiosidad.

René alzó las cejas.

—¿Tú, Miles? Creía que eras un solterón empedernido como tu primo Ivan. Casado con tu carrera.

Miles sonrió furioso a Olivia y encajó mal las últimas palabras de René.

—He tenido que divorciarme de mi carrera por razones médicas. Olivia, de dónde has sacado la idea de que la señora Vorsoisson… Es mi diseñadora paisajística, ¿sabes, René?, pero es la sobrina del lord Auditor Vorthys. La conocí en Komarr, es viuda desde hace poco y desde luego no está… preparada para ser la enamorada de nadie. El lord Auditor Vorthys y la profesora estarán allí también. Verás, será una fiesta familiar, nada inadecuado para ella.

—¿Para quién? —preguntó Martya.

—Para Ekaterin —se le escapó antes de que pudiera impedirlo. Las cuatro encantadoras sílabas.

Martya le sonrió implacable. René y su esposa se miraron… los hoyuelos de Tatya destacaron, y René frunció los labios, pensativo.

—Kareen dijo que lord Mark dijo que lo dijiste —comentó Olivia inocentemente—. ¿Quién estaba mintiendo, entonces?

—Nadie, maldición, pero… pero —Miles tragó saliva y se dispuso a realizar la maniobra una vez más—. La señora Vorsoisson está… está… —¿Por qué cada vez se hacía más difícil explicarlo, en vez de más fácil?—. Está de luto formal por su difunto esposo. Tengo intención de declararme cuando sea el momento adecuado. No es el momento adecuado. Así que tengo que esperar.

Rechinó los dientes. René tenía ahora la mano apoyada en la barbilla, un dedo sobre los labios y los ojos iluminados.

—Y odio esperar —estalló Miles.

—Oh —dijo René—. Ya veo.

—¿Ella también está enamorada de ti? —preguntó Tatya, dirigiendo una furtiva mirada de amor hacia su marido.

Dios, los Vorbretten eran tan pegajosos como Gregor y Laisa, y encima, después de tres años de matrimonio. El entusiasmo conyugal era una enfermedad contagiosa.

—No lo sé —confesó Miles con voz trémula.

—Le dijo a Mark que la está cortejando en secreto —informó Martya a los Vorbretten—. Es un secreto para ella. Todos estamos todavía intentando decidir qué significa eso.

—¿Es que toda la ciudad conoce mis conversaciones privadas? —rugió Miles—. Voy a estrangular a Mark.

Martya parpadeó con fingida inocencia.

—Kareen se enteró por Mark. Yo me enteré por Ivan. Mamá se enteró por Gregor. Y papá se enteró por Pym. Si intentas mantenerlo en secreto, Miles, ¿por qué vas por ahí diciéndoselo a todo el mundo?

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