Una campaña civil (25 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Una campaña civil
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Mark dejó de pesar, grabar y repartir generosos bocados de árbol a las cucarachas mantequeras y vio que Enrique se sentaba ante su comuconsola y la encendía. Ah, bien. Tal vez el escobariano estaba a punto de crear más ciencia futura. Mark se acercó a curiosear. Enrique no estaba trabajando en su mareante muestra molecular, sino en un texto muy apretado.

—¿Qué es eso? —preguntó Mark.

—Prometí enviarle a Ekaterin una copia de mi tesis doctoral. Me la pidió —explicó Enrique orgullosamente y con cierto asombro—.
Hacia la síntesis de acompañamiento bacterofúngica de los compuestos de almacenamiento extramolecular
. Fue la base de todo mi trabajo posterior con las cucarachas mantequeras, cuando por fin lo descubrí como el vehículo perfecto para el cortejo microbiano.

—Ah —vaciló Mark.
¿También es Ekaterin para ti?
Bueno, si Kareen había llegado a tutear a la viuda, Enrique, también presente, no podía quedar excluido, ¿no?—. ¿Podrá leerla? —por lo que Mark había visto, Enrique escribía igual que hablaba.

—Oh, no espero que siga las matemáticas del flujo de energía molecular… los tutores de mi facultad tuvieron problemas para entenderlas, pero comprenderá de qué van, estoy seguro, gracias a las animaciones. Con todo… tal vez podría hacer algo con esta abstracción, para que sea más atractiva a primera vista. Tengo que admitir que soy un poco críptico —se mordió el labio y se inclinó sobre la comuconsola. Al cabo de un minuto, preguntó—: ¿Se te ocurre alguna palabra que rime con
glyoxilato
?

—No… así de pronto. Prueba
naranja
. O
plata
.

—Ésas no riman. Si no puedes ayudarme, Mark, márchate.

—¿Qué estás haciendo?


Isocitrato
, claro, pero esa no encaja… Estoy intentando ver si puedo producir un efecto más sorprendente expresando la abstracción por medio de un soneto.

—Eso parece bastante… sorprendente.

—¿Tú crees? —Enrique sonrió y empezó a tararear de nuevo—. Zreonino, merino, polar, molar…

—Dolor —apuntó Mark al azar—. Latoso.

Enrique lo despidió, irritado. Maldición, se suponía que Enrique no debía malgastar su valioso tiempo escribiendo versos; tenía que estar diseñando las interacciones de las moléculas de cadena larga con los flujos favorables de energía o algo por el estilo. Mark miró al escobariano, encorvado como un pájaro en la silla de su comuconsola, concentrado, y de repente se sintió preocupado.

Ni siquiera Enrique podía soñar con atraer a una mujer con su disertación, ¿no? ¿O era más bien eso, que
sólo
Enrique podía soñarlo? Era, después de todo, su única señal de éxito en su corta vida. Mark tenía que reconocer que se merecía a cualquier mujer que pudiera atraer así, pero… pero no ésta. No a la mujer de la que Miles se había enamorado. La señora Vorsoisson era excesivamente amable. Sin duda diría algo amable no importaba cuánto le escandalizara la propuesta. Y Enrique, que estaba tan ansioso de amabilidad como… como alguien a quien Mark conocía demasiado bien, se haría ilusiones…

Trasladar la empresa a su nueva sede permanente en el Distrito le pareció de repente una tarea muchísimo más urgente. Con los labios fruncidos, Mark salió de puntillas del laboratorio.

Por el pasillo, pudo oír todavía el feliz murmullo de Enrique:

—Mucopolisacárido, mm, ésa es buena, con ritmo,
mu-co-po-li-sa-cá-ridooo

El espaciopuerto de Vorbarr Sultana disfrutaba de una pausa de media tarde en el tráfico. Ivan contemplaba impaciente las pistas, y se cambió el ramo de orquídeas de mustio olor de la mano derecha a la izquierda. Confiaba en que lady Donna no llegara demasiado agotada y afectada por el salto para establecer relaciones sociales un poco más tarde. Las flores darían la nota de apertura adecuada en esta renovación de sus relaciones: no eran suficientemente grandilocuentes y escandalosas para sugerir desesperación por su parte, pero sí lo suficientemente elegantes y caras para indicar un serio interés por una persona tan experta en los detalles como Donna.

Junto a Ivan, Byerly Vorrutyer se apoyó cómodamente contra una columna y se cruzó de brazos. Miró el ramo y esbozó una típica sonrisita suya, que Ivan advirtió pero ignoró. Byerly podía ser una fuente de comentarios mordaces, o pretenderlo, pero desde luego no era ningún rival para las intenciones amorosas de su primo.

Unos cuantos retazos del sueño erótico que había tenido con Donna la noche anterior refrescaron la memoria de Ivan. Se ofrecería a llevarle las maletas, decidió, o más bien una parte, lo que llevara en la mano con la que fuera a coger las flores. Lady Donna, recordó, no viajaba ligera de equipaje.

A menos que volviera tirando de un replicador uterino con el clon de Pierre dentro. De eso podría encargarse el propio By; Ivan no lo tocaría ni con un palo. By había permanecido enloquecedoramente silencioso respecto a lo que lady Donna había ido a obtener en la Colonia Beta para impedir la herencia de su primo Richars, pero en realidad a alguien tendría que ocurrírsele el plan del clon tarde o temprano. Las complicaciones políticas podrían acabar salpicando a sus primos Vorkosigan, pero como Vorpatril de un linaje menor, él podía estar tranquilo. No tenía voto en el Consejo de Condes, gracias a Dios.

—Ah. —By se separó de la columna y miró el vestíbulo, y alzó una mano para saludar—. Allá vamos.

Ivan siguió su mirada. Tres hombres se les acercaban. Reconoció al tipo de pelo blanco y aspecto sombrío de la derecha, que respondía al saludo de By, aunque iba sin uniforme. Era el lacayo principal del difunto conde Pierre… ¿cómo se llamaba? Szabo. Bien, lady Donna había recibido ayuda y protección durante su largo viaje. El tipo alto de la izquierda, también de civil, era otro de los guardias de Pierre. Su categoría inferior era discernible tanto por su edad como por el hecho de que era él quien tiraba de la plataforma flotante con las tres maletas. En su rostro tenía una expresión con la que Ivan estaba familiarizado: especie de asombro disimulado típico de los barrayareses que acaban de regresar tras su primera visita a la Colonia Beta, como si no estuviera seguro de tirarse al suelo y besar el asfalto o darse la vuelta y salir corriendo hacia la lanzadera.

Ivan no había visto nunca antes al hombre del centro. Era un tipo atlético de altura media, más esbelto que musculoso, aunque sus hombros llenaban bastante bien su túnica civil. Iba sobriamente vestido de negro, con unas finas rayas grises claras que recordaban al estilo seudomilitar de la ropa masculina de Barrayar. Aquel atuendo resaltaba su buen aspecto: piel clara, cejas gruesas y tupidas, pelo negro corto y bigote y barba recortados y brillantes. Su paso era enérgico. Sus ojos, de un marrón eléctrico parecían escrutar el lugar como si lo vieran por primera vez y les gustara lo que veían.

Oh, demonios, ¿Donna se había echado un amante betano? Aquello podría ser un inconveniente. El tipo no era precisamente un chaval, advirtió Ivan mientras se acercaban; tenía al menos treinta y tantos años. Había en él algo extrañamente familiar. Sin duda era un verdadero Vorrutyer: ese pelo, esos ojos, aquella forma de andar. ¿Un hijo desconocido de Pierre? ¿El motivo secreto, revelado al fin, de por qué el conde no se había casado nunca? Pierre tendría que haber tenido unos quince años cuando engendró a aquel tipo, pero era posible.

By intercambió un saludo cordial con el sonriente desconocido, se volvió hacia Ivan.

—Creo que no necesitáis presentaciones.

—Yo creo que sí —protestó Ivan.

La blanca sonrisa del hombre se ensanchó. Tendió una mano a Ivan, que éste aceptó inmediatamente. Su apretón fue firme y seco.

—Lord Dono Vorrutyer a su servicio, lord Vorpatril.

Tenía una agradable voz de tenor, sin rastro de acento betano. Era la de un educado barrayarés de clase Vor.

Fueron los ojos sonrientes, encendidos como ascuas, los que por fin hicieron que Ivan comprendiera.

—Oh, mierda —susurró, retrocediendo y apartando la mano—. Donna, has sido capaz.

Medicina betana, oh, sí. Y cirugía betana. Podían hacer de todo en la Colonia Beta, y lo hacían, si tenías dinero y podías convencerlos de que eras un adulto libre.

—Si me salgo con la mía en el Consejo de Condes, pronto seré el conde Dono Vorrutyer —continuó tranquilamente Donna… Dono… quien fuera.

—O te matarán nada más verte —Ivan la contempló… lo contempló, incrédulo—. No creerás de verdad que podrás colar esto, ¿no?

Él (ella) alzó una ceja hacia el soldado Szabo, quien a su vez alzó la barbilla un centímetro.

—Oh, créeme —dijo Donna/Dono—, repasamos todos los detalles antes de empezar.

Ella/él, lo que fuera, vio las orquídeas que Ivan sujetaba en la mano izquierda, olvidadas ya.

—Vaya, Ivan, ¿son para mí? ¡Qué amable! —ronroneó, quitándoselas de la mano y llevándoselas a la nariz. Cubierta la barba, parpadeó agitando las negras pestañas para mirarlo por encima del ramo, convertido súbita y horriblemente de nuevo en lady Donna.

—No hagas eso en público —dijo entre dientes el soldado Szabo.

—Lo siento, Szabo —el tono agudo de la voz volvió de nuevo a su inicial gravedad masculina—. No he podido evitarlo. Quiero decir: es
Ivan
.

Szabo se encogió de hombros, aceptando la explicación, pero no el resultado.

—Me controlaré a partir de ahora, lo prometo. —Lord Dono bajó el ramo y se lo puso al lado como si llevara una lanza.

Adoptó una postura de hombros rectos y pies separados que parecía casi militar.

—Mejor —dijo Szabo, juiciosamente.

Ivan la miró, horrorizado y fascinado al mismo tiempo.

—¿Te hicieron también más alto los médicos betanos? —miró hacia abajo: los tacones de las botas de lord Dono no eran particularmente altos.

—Mido lo mismo que siempre, Ivan. Otras cosas han cambiado, pero no mi altura.

—No, eres más alto, maldición. Al menos diez centímetros.

—Imaginaciones tuyas. Uno de los muchos y fascinantes efectos colaterales de la testosterona que estoy descubriendo, junto con los sorprendentes cambios de humor. Cuando lleguemos a casa podré medirme y te lo demostraré.

—Sí —dijo By, mirando alrededor—. Sugiero que continuemos esta conversación en un lugar más privado. Tu vehículo de tierra te espera tal como ordenaste, lord Dono, con tu conductor —le hizo a su primo una reverencia burlona.

—Esto… no me necesitáis en esta reunión familiar —se excusó Ivan. Empezó a apartarse.

—Oh, sí, claro que sí —dijo By. Con sonrisas igualmente malévolas, los dos Vorrutyer agarraron a Ivan por los brazos y empezaron a conducirlo hacia la salida. La tenaza de Dono era convincentemente musculosa. Los soldados los siguieron.

Encontraron el coche oficial del difunto conde Pierre, situado allí donde By lo había dejado. El conductor, vestido con la famosa librea azul y gris, se apresuró a abrirles el dosel trasero. Miró de reojo a su nuevo señor, pero no pareció sorprenderse por la transformación. El soldado más joven terminó de colocar las maletas en el limitado compartimento y se sentó delante, junto al conductor.

—Maldición, me alegro de volver a casa —dijo—. Joris, no te creerías lo que he visto en Beta…

El dosel se cerró, dejando a Dono, By, Szabo e Ivan en el compartimento trasero, y apagando sus palabras. El coche salió sin problemas del espaciopuerto. Ivan volvió la cabeza, y preguntó:

—¿Eso era todo tu equipaje? —Lady Donna solía necesitar un segundo coche para llevarlo todo—. ¿Dónde está el resto?

Lord Dono se acomodó en su asiento, alzó la barbilla y estiró las piernas.

—Lo tiré todo en la Colonia Beta. Se espera que todos
mis
soldados viajen con una sola maleta, Ivan. Vive y aprende.

Ivan notó el posesivo
mis
soldados.

—¿Están … —indicó con un gesto a Szabo, que escuchaba —estáis todos en el ajo?

—Por supuesto —dijo Dono tranquilamente—. Era preciso. Todos nos reunimos la noche en que murió Pierre. Szabo y yo presentamos el plan, y todos me juraron fidelidad entonces.

—Muy, um… muy leal por su parte.

—Hemos sido testigos durante varios años de cómo lady Donna ayudaba a dirigir el Distrito —dijo Szabo—. Incluso esos hombres míos que no estaban del todo, um, comprometidos personalmente con el plan son hombres del Distrito de pura raza y educación. Nadie quería ver cómo caía en manos de Richars.

—Supongo que todos habéis tenido oportunidad de verlo también a él, con tiempo de sobra —concedió Ivan. Añadió después de un momento—: ¿Cómo consiguió jorobarlos a todos?

—No lo hizo de la mañana a la noche —dijo By—. Richars no es tan heroico. Le han hecho falta años de persistentes esfuerzos.

—Dudo que a nadie le importe, a estas alturas —dijo Dono con súbito cinismo—, que intentara violarme cuando tenía doce años, y que cuando lo rechacé ahogara a mi cachorrito como desquite. Después de todo, a nadie le importó en su momento.

—Er —dijo Ivan.

—Reconoce cómo es tu familia —intervino By—. Richars los convenció a todos de que la muerte del cachorrito fue culpa tuya. Siempre fue muy bueno con ese tipo de cosas.

—Tú creíste mi versión —dijo Dono—. Eres casi el único que lo hizo.

—Ah, pero yo había tenido ya mis propias experiencias con Richars —dijo By. No comentó más detalles.

—Yo todavía no estaba al servicio de tu padre —señaló Szabo, posiblemente como disculpa.

—Considérate afortunado —suspiró Dono—. Describir esa casa como laxa sería demasiado amable. Y nadie más pudo imponer el orden hasta que el viejo la palmó.

—Richars Vorrutyer —continuó explicándole a Ivan el soldado Szabo—, dados los, er, problemas nerviosos del conde Pierre, lleva los últimos veinte años considerando que el condado y el distrito Vorrutyer son de su propiedad. Nunca le interesó que el pobre Pierre mejorara, ni que formase una familia. Sé con seguridad que sobornó a los parientes de la primera dama con la que Pierre se comprometió para que rompieran el compromiso y la enviaran a otra parte. Richars impidió el segundo intento de Pierre haciendo entregar a la familia de la chica ciertos archivos médicos de Pierre. Nunca pudo demostrarse que la muerte de la tercera prometida en aquel accidente de volador no fuera más que un accidente. Pero Pierre nunca creyó que lo fuera.

—Pierre… creía un montón de cosas raras —advirtió Ivan, nervioso.

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