Estiró la mano para coger el té, pero le temblaba tanto que derramó parte en el platillo. Volvió a dejar rápidamente la taza sobre el plato.
—¿Se encuentra bien? —Su vecino de asiento le puso la mano sobre el brazo. Ella lo miró. Era un hombre de aspecto rudo con un corte de pelo militar, la cara arrugada y los ojos grises, muy oscuros, que de algún modo daban la impresión de encontrar la vida muy divertida.
—Sí. Oh, pero ¿por qué es todo tan triste? ¿Por qué las cosas maravillosas se terminan? —Tenía los ojos anegados en lágrimas.
—Para que puedan pasar más cosas maravillosas —dijo él suavemente.
Ella casi rio.
—¡Esa respuesta es muy inteligente!
—Tengo respuestas inteligentes para todo. —La miró a los ojos, como obligándola a reparar en él—. Me llamo Frank da Silva. ¿Y usted?
Fin