Testigo sorpresa, la había llamado la acusación. Amy se preguntaba qué diablos tendría ella que decir. Vio a Leo fruncir el ceño al otro lado de la sala.
—¿Qué piensa de su nuera, señora Patterson? —preguntó el fiscal.
—La odio —respondió Elizabeth Patterson con voz firme—. La odio porque mi marido y ella tenían una aventura desde que mi Barney se marchó. —Sus ojos verdes estaban anegados en lágrimas. Era difícil dudar de la sinceridad de su sospecha—. Solía sacarla a cenar. Siempre estaba en su piso.
Era un luminoso y soleado día de primavera. Partículas de polvo brillaban en los rayos de sol que cruzaban la concurrida sala del tribunal. El juez, que siempre parecía estar dormido, abrió los ojos y observó por encima de sus gafas de media luna a la atractiva mujer pelirroja con su abrigo de leopardo y sombrero a juego. Abrió la boca para decir algo, pero se lo pensó mejor.
El cambio en el tribunal fue palpable. Desde aquel momento, Amy estaba condenada, a pesar de que Leo juró sobre la Biblia que no habían tenido una aventura.
—Cuando el río suena, agua lleva —dijo la gente.
Se habló de sentencia de muerte, es decir, que si era declarada culpable —cuando lo fuera—, Amy Patterson sería colgada. Su suegra era una de las principales defensoras de esta idea.
—Voy a hacerlo —le dijo Moira a Leo. No asistió al proceso; se quedaba en el bungaló con Pearl, con las cortinas corridas, saliendo sólo cuando caía la noche para llevar a Pearl a dar una vuelta y hacer ella algo de ejercicio—. Diré la verdad. De ninguna manera vamos a permitir que cuelguen a nuestra Amy si no lo hizo. —Se le heló la sangre—. Pero ¿quién nos va a creer ahora? —Era demasiado tarde para decir la verdad—. Todo el mundo creerá que me lo estoy inventando.
Con un sentimiento de temor, Leo estuvo de acuerdo. Amy se había asegurado de que en el cuchillo estuvieran sus huellas. Era tarde, demasiado tarde para decir la verdad.
Amy Patterson fue sentenciada a cadena perpetua por el asesinato brutal de su marido. Al día siguiente, estaba en la portada de todos los periódicos importantes. Leo los llevó al bungaló, y Moira los extendió en el suelo. El adorable rostro de su hija la miraba desde todos los ángulos. También publicaron fotos de sus otras hijas: Jacky y Biddy habían asistido todos los días al juicio. Charlie no, pero había una buena razón para ello.
Dime, Amy, si hay algo que pueda hacer —se ofreció Leo la primera vez que fue a verla a la cárcel de Holloway, en Londres, donde estaba confinada—. Cualquier cosa —subrayó—. Cualquier cosa que se te ocurra. —Ella era la persona más fuerte y valiente que había conocido. Siempre la había querido y ahora la quería más aún. Ella había llorado por Pearl, por su madre y por el resto de la familia, pero nunca por sí misma. Él hizo un esfuerzo por contener las lágrimas; si Amy podía, él también.
—Sí, hay algo que puedes hacer. —Su cara había perdido el brillo, y sus ojos la calidez. Tenía los labios tensos, con una mueca de determinación—. Quiero que les des a Jacky, a Biddy y a sus familias dinero suficiente de mi cuenta para que se vayan a vivir al extranjero; a Canadá, por ejemplo, o a Australia, para que puedan empezar de cero sin que nadie sepa que su hermana es una asesina. ¿Me queda mucho dinero, Leo?
—Montones, querida —contestó Leo. Él había pagado los gastos legales y había mucho dinero en su cuenta. Había sido el dinero de Barney y ahora era suyo.
—Bien. Otra cosa: Charlie y Marion van a quedarse con Pearl. Por eso le pedí a Charlie que no fuera al juicio, para que los periódicos no sepan dónde vive. Marion y él llevan casados casi veinte años y no es probable que tengan un hijo a estas alturas. Pearl será hija única y tendrá todo su amor. Nunca me gustó Marion, pero será una buena madre, y Charlie un gran papá.
—Me ocuparé de ello —prometió Leo—. Creo que deberías ponerlo por escrito. Le diré a Bruce Hayward que lo haga. Ah, Amy —añadió preocupado—, me gustaría desempeñar un papel en la vida de Pearl. No creo que Harry se case, así que parece que va a ser mi única nieta.
—Por supuesto que debes desempeñar un papel —afirmó Amy con orgullo—. Charlie se ocupará de ello. Tú y mamá, Harry y Cathy seréis su familia. Ah, y cuéntale a Harry la verdad, ¿quieres? No quiero que piense que maté a su hermano. Charlie ya lo sabe, mamá se lo dijo, pero ha prometido no revelárselo a Marion. No me fío de que no lo suelte un día delante de Pearl.
—¿Y Cathy?
—Cuantas menos personas lo sepan, mejor. Cathy no me culpa por nada. —En ese momento, su control férreo vaciló—. ¿Sabe Pearl que su padre ha muerto?
—Sí, querida. Cree que murió en un accidente de coche.
—¿Y que yo me he ido muy lejos?
Leo asintió.
—Cree que estás en Australia.
—Bien. —Frunció los labios, satisfecha—. Charlie le dirá dónde estoy en realidad, y por qué, cuando considere que es lo suficientemente mayor para saberlo. Y he insistido en que bajo ninguna circunstancia permita que me visite. No quiero que mi hija vea a su madre en la cárcel.
Unos minutos más tarde, desapareció en el oscuro interior del edificio, donde esperaba pasar el resto de su vida.
Junio, 1971
Cuando volví a casa de la escuela al día siguiente, descubrí que Marion había llegado antes que yo. Debía de haber pasado algo muy serio para que saliese del trabajo antes de tiempo. Cogía las vacaciones anuales de mala gana, y en una ocasión en que se vio obligada a quedarse en casa con una fuerte gripe, su jefe, el señor London, le dictó algunas cartas importantes por teléfono. A pesar de tener más de treinta y ocho de fiebre, Marion las escribió en su máquina de escribir portátil y alguien vino en un coche a recogerlas.
—¿Qué pasa? —pregunté cuando entré y me la encontré sentada en el
office
frente a una gran tetera. Llevaba una blusa gris de algodón poco favorecedora y una falda marrón que no era ni lo bastante corta ni lo bastante larga como para estar de moda.
—Nada. —Pareció sorprenderse de que yo me sorprendiera—. Se me ocurrió que podía coger unas horas libres, eso es todo.
Le puse la mano en la frente.
—¿Por qué haces eso? —preguntó.
—Para ver si tienes fiebre.
—Estoy perfectamente. —Esperaba que me respondiera bruscamente, pero parecía muy tranquila—. ¿Vas a salir esta noche?
—Puede que me pase luego a ver a mi madre. Una amiga suya, Susan Conway va a ir a tomar el té. Se conocieron cuando ella era jefe de estación durante la guerra.
Los labios de Marion se torcieron y sonrió a medias.
—Sólo tu madre podía encontrar trabajo como jefe de estación y tener tanto éxito. Era amiga de todo el pueblo cuando se marchó, y todo porque la estación fue destruida por una bomba.
—Sí, Charles me lo contó. —Los comentarios de Marion sonaban curiosamente admirativos.
—Charles va a ir luego también. —Parecía un poco perdida—. Debería haber sabido que todo el mundo querría estar con Amy. La gente siempre se sentía atraída por ella como las moscas por la miel. Me hubiera gustado que se quedara aquí. No dije que quería que se marchara, ¿sabes? Ella lo supuso. No me habría importado que se quedara un poco más.
—¿Por qué no le pediste que volviera?
—Eso habría sido demasiado obvio, ¿no? ¿Conoces a los vecinos de al lado? —asentí, aunque apenas los conocía—. No nos hemos dicho gran cosa durante estos años, pero el sábado por la noche tu madre y ellos estaban cantando todos juntos. El domingo, la mujer me preguntó quién era. No le dije quién era en realidad, sólo que era mi cuñada, y ella dijo que parecía una mujer de lo más agradable y que cuándo iba a volver.
Cogí una taza y me serví un té.
—¿Por qué no vienes conmigo esta noche?
—No sé, Pearl. Me sentiría un poco torpe. —Hundió los hombros y suspiró—. Supongo que desearías que hubiese sido tu madre la que te criara, no yo.
—Ahora sí que estás diciendo tonterías. —La miré con cariño—. Aunque lo hubiera deseado, cosa que no es cierta, ella no estaba aquí para criarme, ¿no es verdad?
—No, pero te podrías haber divertido más. Bueno, nosotros no nos reímos mucho, ¿verdad? Quiero decir Charles y yo. Y creo que él se reiría mucho más si no fuera por mí. Me refiero —añadió, insistiendo en su argumento— a que ha habido más risas en esta casa desde que tu madre volvió que en todo el tiempo en que Charles y yo llevamos viviendo aquí.
—Creo que estás exagerando un poquito, Marion. —Cogí la tetera, estaba vacía, así que fui a la cocina y encendí el calentador de agua—. Haces que esta casa parezca una morgue —dije cuando volví—. Nosotros nos reímos más tranquilamente, eso es todo.
—Y tu madre lo hace con todo el corazón y toda el alma. ¿Te imaginas, Pearl, salir de la cárcel después de veinte años y reír como ella ríe? A la mayoría de la gente le costaría simplemente sonreír.
—¿A qué viene todo esto? Espero que no te importe que te lo pregunte, pero pensé que no te gustaba mi madre.
—Y no me gustaba. ¡Oh!, ¿dónde está ese maldito té? —Desapareció en la cocina en el momento en que el calentador se apagaba. Un minuto más tarde, volvió con la tetera—. Lo he revuelto un poco para que no tengamos que esperar. —Vertí leche en ambas tazas y ella las llenó de té—. Hablando de tu madre, esperaba que estuviera apabullada, pálida y asustada hasta de su sombra, pero no ha cambiado nada. Hay otra cosa: nunca debí dejarte saber lo que sentía por tu madre. Eso estuvo muy mal por mi parte, Pearl.
—Siempre he sido feliz aquí —protesté.
—Podrías haberlo sido más —dijo tristemente Marion.
—Sospecho que todos pensamos que podríamos haber sido más felices cuando volvemos la vista atrás. —Me sentía incómoda con esta Marion pesarosa y arrepentida, habría preferido a la mujer sincera y fastidiosa de siempre.
—Hasta que conocí a Charles, tuve una vida bastante difícil, Pearl. —No me miraba, y empezó a dibujar círculos en la mesa con el dedo—. No te lo he contado nunca, pero mi familia es gitana. Vivíamos en Irlanda y, si te soy sincera, no sabía cuántos hermanos y hermanas tenía, y sigo teniendo, supongo. En cuanto eran lo bastante mayores, se marchaban. Yo era la más pequeña. —Los círculos se habían convertido en figuras de ochos y su uña estaba dejando señales en el mantel—. Uno de los primeros recuerdos que tengo es el de llamar a las puertas y ofrecer ramos de brezo para que me los compraran. Casi nadie los compraba, y eso significaba que no cenaríamos esa noche a menos que alguno de nosotros consiguiera robar algo. —Acarició la mesa con la mano para borrar las marcas—. No insistiré en eso; aquellos tiempos quedaron atrás. A los trece años, me tocó marcharme. Vine a Liverpool, conseguí un trabajo, aprendí taquigrafía y mecanografía y me deshice de mi acento. Tenía diecinueve años cuando conocí a Charles y me sentí la mujer más afortunada del mundo cuando él se enamoró de mí.
—Cualquier mujer se sentiría afortunada con Charles —murmuré. Aquello me parecía embarazoso, pero al mismo tiempo me estaba ayudando a entender a mi tía.
—El único inconveniente era tu madre —dijo Marion con un suspiro—. Parecía tenerlo todo sin tener que hacer ningún esfuerzo. No le importaba si hería a su madre. ¡Oh!, ya vuelvo otra vez a lo mismo, ¿no? —Juntó las manos sobre las rodillas—. No voy a decir nada más. En cualquier caso, esa es la razón por la que nunca me gustó tu madre. Supongo que lo que me pasaba en realidad era que tenía celos de ella.
Nos quedamos un rato sentadas en silencio. Aquella noche no fui a ver a mi madre: me quedé a hablar con Marion.
El sábado por la tarde en The Cavern, sólo escuché a medias a los Umbrella Men. No podía evitar preguntarme si Rob Finnegan y Gary estarían disfrutando de la película que habían ido a ver al Odeón, que estaba sólo a unos minutos andando.
Unos días antes, cuando Rob recogió a Gary de la escuela, me preguntó si quería ir al cine con ellos.
—La ponen en el centro,
La bruja novata
—dijo—. Tiene muy buenas críticas. Dicen que está bien tanto para adultos como para niños; adultos con una edad mental de menos de diez —añadió con una sonrisa—. Me encantan las películas para niños, así que no sé dónde me deja eso. Después podemos ir a tomar algo, volver al piso de Bess y escuchar unos discos. Ella va a salir y yo tengo el LP de los Hollies
I Can't Let Go
y un viejo álbum de los Yardbirds que hacía tiempo que quería pero que no acababa de comprar.
En ese momento hizo un gesto.
—Lo siento, no es un plan muy emocionante, ¿verdad? Me gustaría llevarte a cenar a un hotel elegantísimo, pero no puede ser cuando estoy con Gary. La próxima vez que Bess se quede con él podíamos ir a algún lugar así.
No me molesté en señalar que no podía permitírselo. Además, pensaba que la invitación sonaba de lo más tentadora y sentí tener que rechazarla. Me encantaban los Hollies.
—Lo siento, el sábado estoy ocupada —mascullé. No le dije que iba a salir con otro hombre porque lo encontraba más excitante que él. En cualquier caso, Rob y yo no estábamos comprometidos, aunque no me habría gustado que él saliese con otra mujer. Me sentí fatal cuando pareció desilusionado.
De repente, el público estaba aplaudiendo a los Umbrella Men y yo apenas les había prestado atención. Steven se acercó y me dijo que iban a ir todos al
pub,
así que lo seguí. Estaba lloviznando. Los otros tres miembros del grupo estaban fuera con tres chicas. Steven sólo dijo:
—Esta es Pearl —y todos sonrieron y dijeron:
—Hola, Pearl.
—Hola.
Saludé con la mano y me sentí muy tonta.
El
pub
estaba repleto y no había asientos vacíos. Tuvimos que quedarnos de pie con las copas en la mano. Yo tomé una Shandy. Steven me rodeó con el brazo y me besuqueó el cuello. Sentí un escalofrío, pero también estaba asustada. Steven me pareció muy descarado y me preocupaba que quisiera hacer el amor en nuestra primera cita. Yo había hecho el amor antes con un chico en sexto, cuando los dos teníamos diecisiete años, pero, aun así, era probablemente la no virgen menos experimentada del mundo. Me sentía como un pez fuera del agua.
El
pub
cerró a las tres en punto y volvimos por Mathew Street, pasando por The Cavern, hasta llegar a una furgoneta blanca que necesitaba urgentemente un lavado. Estaba subida a la acera. El batería y su novia treparon a la parte delantera y los demás nos metimos en la parte de atrás, donde no había asientos y nos tuvimos que sentar en el suelo. Cuando cerraron las puertas todo quedó a oscuras. A medida que la furgoneta avanzaba, las otras dos parejas se tumbaron en el suelo y empezaron a besarse fogosamente. Yo temía que Steven quisiera hacer lo mismo, pero parecía conformarse con rodearme con el brazo y hablar. Quería saber qué pensaba de su grupo; dije que eran de primera.