Juan Lucas bebía sobriamente su agua mineral, Susan se dedicaba a su té de la India Colonial, Julius tomaba su lonche y, en la mesa un poquito más allá, la exiliada boliviana conversaba con la embajadora de Chile, que es elegantísima. Julius volvía a sentir pena por la monjita del piano, se le vino el olor del teclado, mami...
—¡La filiación de los genios! —exclamó Juan Lucas, y a inventar otra vez, no paraba de venirle el buen humor—. A los tres hijos los botó papá Beethoven de casa. Los botó para siempre. Ya sabe usted lo que se le espera si nos resulta un ensarte como pianista.
—Beethoven —le llamó Susan, encantada, jardincito para el té en la India y violines gitanos, con estereofónico y sin gitanos, entre el aire fresco y el sol poniente. Juan Lucas se vio con peluca, le iba a dar asco pero triunfó la broma de Susan y a ella ya se le había secado el pelo y se quitó el pañuelo de seda, abajo el mechón maravilloso, limpio, recién salidito de la peluquería. Juan Lucas pensó que apurándose aún alcanzarían la puesta del sol sobre el mar—, ¿qué tal si nos vamos a tomar un aperitivo al Yacht Club del Callao? Y tú no te preocupes, ahora te cuento todo, ya vas a ver lo que son los genios y el abuelo de tu profesora sobre todo, mañana empiezas con ella, ¿no?... Pues ahora te vienes al Yacht Club con nosotros.
—¿Tú qué sabes sobre la filiación de los genios? —le gritó Julius a Sánchez Concha. Llevaba nueve clases con la profesora alemana y no le quedaba la menor duda de que era nieta de Beethoven. Sánchez Concha, no sabía absolutamente nada sobre la filiación de los genios y se fue muerto de pica. Los demás se quedaron todos. Ahí estaban Del Castillo, de los Heros, Espejo Roto (se apellidaba
Espejo y tenía una cicatriz en la frente), los Arenas apestando, Zapatero, Espinosa, Cano tristísimo y Winston Churchill, que se llamaba así y era nicaragüense. También rodeaban a Julius otros chicos de segundo y hasta algunos de primero. Lo de la filiación de los genios se ponía cada vez más interesante.
—Pero uno de los tres hijos se casó y tuvo una hijita y le enseñó a tocar el piano. Ésa salió genio —Julius recordaba a Juan Lucas contándole la historia en el Yacht Club. Eran sus palabras—: A los cinco años la chiquita tocaba el piano perfectamente bien y su papá la entrenaba todos los días porque un día se la iba a llevar a Beethoven y le iba a decir escucha a tu nieta, a mí me negaste la filiación pero con ella no podrás hacer lo mismo porque ella también es un genio, como tú papá, y seguro ahí Beethoven se iba a poner a llorar y los iba a perdonar a todos.
Martinto apareció armado de una inmensa espada de palo y desafió a todo el grupo pero ni siquiera voltearon a mirarlo. Nada le importó al gordo el desaire de esos cobardes, siguió carrera furioso y allá al fondo se trabó en mortal lucha con un ciprés.
—Y una tarde se la llevó y Beethoven no quería recibirlo pero el otro insistió tanto que no tuvo más remedio que hacerlos pasar.
—Seguro que la chiquita se orinó del susto —dijo Del Castillo.
—¡Eso crees! La chiquita empezó a tocar piano y tocó mucho mejor que Beethoven y Beethoven se puso negro de envidia y como era genio hizo un esfuerzo supremo por no escucharla, se moría de envidia, hizo tanta fuerza para no escucharla que se quedó sordo para siempre.
—¿Y entonces?
—Entonces ella creció y en Alemania los nazis eran muy malos y la empezaron a acusar de que le había pegado a su abuelito en la oreja, la empezaron a perseguir y ella se escapó a América y se cambió de nombre y nadie sabe que es la nieta de Beethoven, eso no lo debe saber nadie. Ella se cambió de nombre y no quiere saber nada con la filiación de los genios. Hace tres semanas que estudio con ella y ahora se llama Frau Proserpina.
—¿Tú le has preguntado?
—¡No seas bruto!
—¡Mentira! ¡A ti no se te cree ni lo que comes! —Sánchez Concha había regresado al grupo sin que nadie lo notara y ahora volvía al ataque—-: ¡Mi hermana va a dar una fiesta del Villa María y no va a invitar a tu hermano Bobby porque ése no tiene papá sino padrastro y chócala para la salida!
Tenía que ser a la salida porque la Zanahoria, feliz, hacía volar su campana anunciando el fin del recreo.
Bobby andaba tirando impresionantes trompos frente a la casa de la niña nueva del Villa María. Todas las tardes se quedaba con la camioneta y Susan tenía que cederle el Mercedes a Carlos, tres veces por semana, para que llevara a Julius al centro de Lima, a su clase con Frau Proserpina. A esa hora estaría oscureciendo en el Golf y Juan Lucas pegándose un duchazo después de los hoyos de la tarde, mientras Susan lo esperaba conversando con algunas amigas para este invierno, la señora marquesa, embajadoras, esposas de otros Juan Lucas o de otros golfistas simplemente. Oscurecía en Lima cuando Carlos atravesó la Colmena y tomó la avenida Tacna, para continuar avanzando hacia el jirón Arequipa que era donde tenía su academia la nieta de Beethoven. No podía dejar de reírse, al ver a Julius con una mejilla en estado bastante lamentable y ocultando mal la furia que lo dominaba. Felizmente esa furia ya iba pasando y, a medida que se acercaban a la academia, Julius empezaba a notar que otra sensación lo dominaba, miedo tal vez, pero no miedo por traer la lección mal aprendida, sino porque nuevamente tendría que introducirse en ese antiguo caserón, donde todo parecía no tardar en venirse abajo. «Le han pegado al niño y el que le ha pegado se llama Sánchez Concha y Sánchez Concha también tiene su camioneta con su chofer...» A Carlos lo había asaltado de pronto esta idea y ya le estaban entrando ganas de meterle su par de cabezazos mañana al chofer de Sánchez Concha. «A mí qué mierda después de todo —pensaba, mientras conducía el Mercedes—; a mí qué mierda después de todo pero le han pegado al niño Julius, bueno, a lo mejor se lo merece, en todo caso no es cosa mía, tombo de mierda, ¡cambia la luz!, mira a Julius cómo me lo han puesto, ¡cambia la luz huevas!» «Oye, Julius —dijo de pronto—: ¿tú qué le dijiste al que te sonó?, ¿le mentaste la madre?, ¿sabes mentar la madre?... Pues escucha porque te voy a enseñar unas cuantas para que le digas al próximo que te suene, escucha... tienes que aprender a usar la cabeza también; lo que pasa es que ustedes los blanquitos no saben usar la mitra, te voy a enseñar a repartir con la mocha; ustedes los blanquitos no cabecean ni cuando juegan fútbol, ¿o tú crees que la cabeza sólo sirve para pensar? Pensando te pasas la vida y después viene cualquiera y te suena, bueno, ya estamos donde tu profesora, baja rápido y yo voy a buscar dónde cuadrar, te espero en la puerta... Te han roto el alma por no saber usar la mitra, anda, baja ya...» Mañana le iba a pegar su cerradita al chofer de Sánchez Concha y si me alega lo sueno, el huevas este de Julius.
Zaguán se llamaba el patio horrible ese que tenía que cruzar. Julius se había quedado parado, examinando la madera carcomida del inmenso portón, seguro que ya nadie lo cerraba porque las bisagras estaban completamente oxidadas y el portón se había quedado abierto para siempre. Eso de ahí parecía una llave de luz pero segurito que los niños que se electrocutaban en los periódicos de Nilda metían la mano en llaves de luz así, y el bebito, pobrecita la criaturita, ése que se puso a mear, mear es orinar, Julius, ése que se puso a mear y por ahí había un enchufe así todo roto y por los orines se le subió la electricidad hasta el pipí y huérfana se quedó su madre, no Nilda: huérfano se queda el que se le electriza su mami. Mejor era cruzar el zaguán sin luz, cuidando de no torcerse el tobillo en alguna de las locetas que faltan, faltan casi todas, en alguno de los huecos que hay además de las locetas que faltan, cruzar el zaguán mirando a la gente detrás de las ventanas inmundas, bajo las bombillas que cuelgan de altísimo, todos son rarísimos, nunca he visto gente así. Entró una colegiala, las chicas que están en los colegios no viven aquí, pero la colegiala abrió la puerta y Julius se había detenido, muerto de curiosidad, otra amiga la esperaba y él, medio escondido, que no me vayan a ver mirando. La colegiala recibió a la colegiala y se sentaron con sus libros a estudiar bajo una bombilla que colgaba de altísimo, cómo estudian sin luz. Una colegiala alzó la vista y Julius volvió a avanzar; andaba despacito, avanzaba por el centro del zaguán y tantas puertas y tantas ventanas enormes seguro que no eran casas pero entonces vio también una cama y una mujer muy blanca vestida con grandes espacios blancos que cerró desafiante, ¿qué miras niño?, la cortina, seguro se va a calatear. Julius avanzó rápidamente, se tropezó en un escalón, una parte negra ahora y otro patio y más ventanas, otra colegiala, bonita bonita bonita, sentía frío ahora Julius. Ahí estaba la escalera y miró atrás y era bonita bonita y le sonreía y había un montón de ventanas con la bombilla colgando de altísimo, ésa es una oficina y qué hace el de esa ventana miles de periódicos miles de periódicos millones y hace tres semanas que vengo y sigue leyendo, se los va a leer todos, tengo que preguntarle a mami qué es escribano de estado, sí, eso creo que es lo que dice, me acerco no me acerco ESCRIBANODEES...sonreírme una colegiala blanca pero así no son las colegialas blancas Villa María, Cinthia, me sonríe buena y bonita bonita bonita. Julius se lanzó sobre la escalera que llevaba al segundo piso donde había un montón más de ventanas, igualito que abajo un montón de ventanas a los cuatro lados del zaguán, bombillas también, y mientras avanzaba pudo ver otra cama, no, cuatro camas en ese cuarto y siguió de largo, ahí está el hombrecito que me sonreía, al viejito le brilla el coco calvo, siempre está leyendo un periódico el hombrecito con el coco calvo le brilla el coco y seguro es un sabio con las lunas de los anteojitos como fondo de botella el vidrio de los anteojitos tan redondos, seguro que es un sabio y hoy también me ha saludado el viejito ya debe ser hora de mi clase, mejor me apuro, no sé bien la lección, no pude repasar al volver del colegio, Carlos me ha enseñado a mentarle la madre a Sánchez Concha, a usar el coco la mocha la mitra y le voy a mentar la madre, nada con la madre Julius,decía siempre Nilda, apúrate que ya debe estar esperando, qué rara es Frau Proserpina, pobrecita está tan vieja, tío Juan dice no hablarle de Beethoven, puede ser muy doloroso para ella pero seguro también que no se acuerda porque está tan vieja, y por aquí a la izquierda. Julius avanzaba por un largo corredor donde también se podía electrocutar si se le ocurría encender la luz que seguro tampoco hay; avanzaba y había también un montón de ventanas pero ahí la gente ya nunca era blanca y tenía siempre la ropa colgada y olía siempre a mojado y a jabón, pobrecita Frau Proserpina, hablar alemán y vivir aquí pero también es bien dura y no quiero que me pegue más en las manos cuando me equivoco. Avanzaba, Julius pasaba junto a las ventanas de esos cuartos más pobres, más pequeños que los del patio, ¿son casa? ¿casas? ¿cuartos? ¿edificio?, qué raro todo... En la última puerta, como boca de lobo, la Academia. Tres semanas que él desembocaba en ese inmenso auditorium con sus cuatro bancas siempre pegadas a la pared del fondo, todo oscuro y al otro lado el estrado también oscuro, sólo dos pianos iluminadísimos, y en el de la izquierda Frau Proserpina esperándolo tres veces por semana, y en la silla desfondada todos sus chales, buenas tardes, Frau Proserpina.
«Tres minutos de atraso, tres minutos menos de lección», así lo recibió la nieta de Beethoven, seguro que ha heredado el carácter de los genios, pero mejor no pensar en eso porque se le podía escapar algo delante de ella. «Tome asiento el jovencito.» Julius se sentó y trató de explicarle que había tenido un lío con Sánchez Concha, que por eso no había podido darle una última repasada a la lección, pero Frau Proserpina no mostró el más mínimo interés por su mejilla arañada, mucho menos por el intento de explicación: Julius no tuvo más remedio que dejarla a la mitad. Era la décima clase y la nieta de Beethoven no daba señal alguna de simpatía. Ya el primer día le había preguntado por su profesora anterior y él, encantado, trató de contarle hasta del olor de ese piano, pero ella lo interrumpió: «Sólo su método me interesa; ¿qué tipo de ejercicios emprendieron usted y esa señorita?» Que no era señorita, le iba a explicar Julius y, sonrisa en labios, se arrancó con que era una monjita y muy nerviosa... «¿Qué ejercicios emprendieron juntos?» A Julius le molestó tanta interrupción, pero todavía quería creer que era por lo de la filiación de los genios. «El jovencito explicará a su profesora qué tipo de ejercicios emprendió con su anterior maestra.» Larga la frase y dale con lo de emprender y vocalizando tanto, además, que ya no tardaba en zafársele la mandíbula, y él qué se iba a hacer si eso ocurría ahí al fondo de esa ¿casa? ¿edificio? ¿cuartos? Definitivamente tenía que preguntarle a mami por el local en que se hallaba la academia. El pobre Julius tenía que apurarse en responder porque Frau Proserpina no tardaba en impacientarse nuevamente, ¿qué decirle?, con la monjita esa él nunca emprendió nada que se llamara solfeo, la monjita le dibujó las llaves con su rabito y su colita y la llave de sol era una harpita, una muchachita, y después empezó a dibujarle todas las notas que eran unos soldaditos peruanos y norteamericanos y de ahí pasaron a My Bony lies over the ocean porque Julius tenía facilidad... Eso mismo trató de explicarle el día de su primera lección, le sonrió y todo, a ver si se hacía íntimo amigo de la viejita y ella le contaba llorando de su abuelito... «Comprendo», le cortó nuevamente Frau Proserpina, que de seguir en ese plan no tardaba en convertirse en vieja fea y nada más. Pero lo de la filiación de los genios... «Comprendo que el jovencito y la anterior señorita no han emprendido ningún estudio que valga la pena considerar como serio, por consiguiente hay que emprender todo desde la hoja número cero.» Acabó justito cuando se le iba a salir la mandíbula. A Julius ya no le cabía la menor duda de que era nieta de Beethoven. Ahora sobre lo que habría que meditar, era que no parecía tan buena; él siempre se había imaginado que la gente que sufría o estaba enferma, o que le dolía la cabeza o se la había roto, debía ser la gente más buena. Pensó en Juan Lucas, a ése nunca... a mami no le gustaría... «No pensar en las musarañas es condición del buen discípulo», dijo Frau Proserpina, incorporándose y balbuceando algo del otoño y del invierno mientras se dirigía a la silla de los chales y cogía uno. Se lo puso. Ese fue el primer chai que se puso.
Y hoy, tres semanas más tarde, Frau Proserpina llevaba varios chales sobre los hombros y se quejaba de que el invierno iba a ser terrible. Julius miró hacia la silla desfondada y notó que colgaba sobre el espaldar la misma cantidad de chales que el día de su primera lección. «Veamos», dijo la nieta de Beethoven, y él puso ambas manos sobre las teclas y arrancó con el ejercicio ese tan pesado y que ya lo estaba haciendo odiar el asunto del piano. Los pianos de Frau Proserpina olían sólo a humedad, además, y ella no le mostraba el menor cariño ni le sonreía nunca ni se controlaba cuando él se equivocaba, total que si seguían en ese plan al pobre Julius se le iba a acabar el talento, y el que más iba a gozar con eso era Juan Lucas a quien le llegaban los músicos fuera de los discos o de las cintas estereofónicas. «Nada de artistas en la familia, había dicho un día, nada de artistas, ésos no rinden un céntimo y hay que mantenerlos estudiando toda la vida. Indudablemente Julius es un tipo inteligente, mucho más que Santiago o que Bobby, y algún día podrá encargarse muy bien de los asuntos de la familia.» Susan no se lo había negado, estaba completamente de acuerdo con lo que él decía, pero es tan bonito que el hijo menor toque el piano o sea pintor y lo vistes elegantísimo y le da un inmenso encanto a la casa, mira Juan lo bonito que es ver a Julius sentado en su piano, ya poco a poco le irá pasando pero por ahora es graciosísimo, no lo puedes negar, darling. Darling también estaba de acuerdo con ella, justamente por eso había mandado a Julius donde una profesora de verdad, él hasta cree que es nieta de un genio, espérate a que le pegue un buen par de gritos, espérate a que él le sonría y ella lo mande al cuerno, ya vas a ver cómo se le acaba la bobada del piano, no pasa de este invierno, mujer... Y de ahí al golf, al deporte, a que se junte con muchachos más alegres... de ahí a que se deje de mariconadas hay sólo un paso. Susan estaba nuevamente de acuerdo pero más suavecito, no tan bruscamente, darling, y empezaba a explicarle todo de nuevo pero más suavecito, menos bruscamente, cuando recordó que su prima Susana le había dicho que el único defecto de Frau Proserpina era que les pegaba coscorrones a sus discípulos.