—¿Qué te sucede? —exclamó Phao— Creí notar que temblabas.
—Sí que temblaba —respondí.
—¿Por qué?
—Por Yo Seno —contesté—, pero démonos prisa. Si este pasillo conduce a la habitación donde Tavia está prisionera siento impaciencia por llegar a ella, porque cuando Haj Osis se entere de que han robado la llave, hará que la trasladen a otra prisión.
—No se enterará, si Yo Seno y el padwar de la guardia pueden impedirlo —dijo Phao—, porque si llega a oídos de Haj Osis podría costarles la vida. Esperarán a que llegues para matarte y coger la llave, pero te esperan a la puerta de la prisión y nollegarás por ese camino.
Mientras hablaba, empezó a andar siguiendo el oscuro y estrecho pasillo, llevándome de la mano. Fue una progresión lenta, porque Phao tenía que andar a tientas porque el corredor tenía esquinas en ángulo recto siguiendo la configuración de las habitaciones por las que pasaba, y había numerosas escaleras que llevaban a las habitaciones superiores y, al final, una escalera de mano hasta el piso superior.
Hizo alto, finalmente.
—Ya estamos aquí —musitó—, pero primero debemos escuchar para asegurarnos de que nadie ha entrado en la habitación donde está la prisionera.
La oscuridad me impedía ver lo más mínimo, sin poder adivinar cómo sabía Phao que habían llegado a su destino.
—Está bien —dijo ella entonces.
Al decirlo, empujó un panel de madera que se abrió ligeramente y por la abertura pude ver una parte de una habitación circular con estrechas ventanas fuertemente enrejadas. En el lado opuesto de la abertura, sobre un montón de sedas y pieles para dormir había una mujer reclinada. Sólo pude distinguir un hombro desnudo, una oreja diminuta y el cabello despeinado. Al primer vistazo comprendí que pertenecían a Tavia.
Phao cerró el panel a nuestras espaldas al entrar en la habitación. Atraída por el ruido de nuestra entrada, por bajo que fuera, Tavia se sentó y nos miró; al reconocerme, se puso en pie de un salto. Sus ojos estaban desorbitados por la sorpresa y había una exclamación en sus labios que silencié con un gesto. Crucé la habitación dirigiéndome a ella, que me salió al encuentro casi corriendo. Al mirarle los
ojos,
vi en ellos una expresión que nunca había visto antes en los de ninguna otra mujer —al menos no en relación conmigo— y si alguna vez había dudado de la amistad de Tavia, esa duda se desvaneció en aquel instante, pero no había dudado de ello, sino que me sorprendió comprender la profundidad de sus sentimientos. Si Sanoma Tora me hubiera mirado alguna vez de aquel modo, hubiera leído amor en su expresión, pero yo no había hablado de amor a Tavia y sabía que lo que sentía por mí era solamente. amistad. Sumido siempre a fondo en mi profesión como para hacer amistades de este tipo, nunca había sentido, hasta ese instante, lo maravillosa que puede ser la amistad.
Al encontrarnos en el centro de la habitación, sus
ojos
llenos de lágrimas se alzaron hacia los míos.
—Hadron —musitó con voz que la emoción hacía temblar. Rodeé sus suaves hombros con mis brazos y la atraje hacia mí; algo que no hice voluntariamente me impulsó a besar su frente. Instantáneamente se soltó de mi abrazo y temí que hubiera interpretado mal el impulsivo beso amistoso, pero sus siguientes palabras me tranquilizaron.
—Temí no verte más, Hadron de Hastor —dijo—. Temí que te hubieran matado. ¿Cómo es que estás aquí con el uniforme de un guerrero de Tjanath?
Le conté brevemente lo sucedido desde que nos separamos y cómo había conseguido escapar a La Muerte, siquiera temporalmente. Me preguntó qué era La Muerte, pero no supe decírselo.
—Es algo horrible —dijo Phao.
—Pero, ¿qué es? —pregunté.
—No lo sé —respondió la muchacha—, sólo sé que es horrible. Hay un pozo profundo, algunos dicen que sin fondo, debajo de las mazmorras del palacio; de él salen perpetuamente ruidos horribles: gemidos y quejidos y a este pozo arrojan a quienes tienen que afrontar La Muerte, pero lo hacen de forma que la caída no les mate. Tienen que llegar vivos al fondo y soportar todos los horrores de La Muerte que les espera allí. Que la tortura es casi interminable lo evidencia el hecho de que los quejidos y gemidos de las víctimas no cesan jamás, por mucho tiempo que haya pasado entre ejecuciones.
—Y tú has escapado de ella —exclamó Tavia—. Mis oraciones han sido bien acogidas. Días y noches he rogado a mis antepasados que te protegieran. Ojalá ahora pudiéramos escapar de un lugar tan odioso como éste. ¿Tienes algún plan?
—Tenemos un plan que puede tener éxito con la ayuda de esta joven, Phao. Nur An, de quien te hablé, está oculto en un armario de una de las habitaciones del principito. Vamos a regresar a esa habitación a la primera oportunidad, y Phao nos ocultará a los tres hasta que se presente la oportunidad de huir.
—No debemos perder más tiempo —dijo Phao—. Vamos, debemos irnos ya.
Al volvernos al panel por el que habíamos entrado, vi que estaba entreabierto, aunque tenía la seguridad de que Phao lo había cerrado cuando entramos; además, hubiera jurado que vi un ojo por la estrecha grieta, como de alguien que nos vigilara desde el oscuro interior del pasillo secreto.
Atravesé la habitación de un salto y abrí el panel. Llevaba la espada en la mano, pero no había nadie en el corredor.
La muerte
Con Phao abriendo marcha y Tavia entre los dos, recorrimos el oscuro pasillo de vuelta a la habitación de Yo Seno. Cuando llegamos al panel que marcaba el final de nuestro viaje, Phao hizo alto y escuchamos atentamente durante un rato por si algún ruido delataba la presencia de un ocupante en la habitación. El silencio era sepulcral.
—Creo —dijo Thao— que sería más seguro que Tavia y tú os quedárais aquí hasta la noche. Yo volveré a mi habitación y haré las cosas habituales y, una vez que el palacio esté más tranquilo, estos pisos superiores estarán casi desiertos; entonces vendré y os recogeré con mucho menos riesgo de que nos sorprendan que si fuéramos ahora a la habitación.
Estuvimos de acuerdo en que su plan era bueno, se despidió momentáneamente de nosotros y abrió el panel lo bastante para permitirle inspeccionar la habitación que había detrás. Estaba vacía. Salió del pasillo, cerrando el panel a sus espaldas, y Tavia y yo nos encontramos de nuevo sumidos en la oscuridad.
Las largas horas de espera en el pasillo oscuro pudieron parecer interminables, pero no lo fueron. Nos acomodamos lo mejor que pudimos en el suelo, con la espalda apoyada en la pared y nos inclinamos uno hacia el otro de manera que pudiéramos conversar musitando. Nos entretuvimos más de lo que hubiera parecido posible, tanto con nuestra conversación como con los largos silencios que la interrumpían, por lo que no pareció haber pasado tanto tiempo cuando se abrió el panel y vimos a Phao a la débil luz de la habitación que tenía detrás. Nos hizo señas de que la siguiéramos y obedecimos en silencio. El pasillo que había al otro lado de la habitación de Yo Seno estaba vacío, igual que la rampa que conducía al piso inferior y al pasillo al que se abría. La fortuna parecía estar con nosotros en cada paso que dábamos y una oración de agradecimiento subía a mis labios cuando Phao abrió la puerta que llevaba a la habitación del príncipe y nos hizo señas para que entráramos.
Pero, en ese mismo momento, el corazón me dio un vuelco: al entrar en la habitación con Tavia vi un grupo de guerreros que estaba a un lado y otro esperándonos. Con un grito de aviso hice que Tavia se situara a mi espalda y nos volvimos rápidamente hacia la puerta, pero entonces escuchamos el ruido de pies que corrían y el choque de armas en el pasillo que había detrás y un vistazo por encima del hombro me descubrió otros guerreros que llegaban corriendo desde la puerta de la habitación en el lado opuesto del pasillo.
Estábamos rodeados y perdidos y mi primer pensamiento fue que Phao nos había traicionado, conduciéndonos a una trampa de la que no había escapatoria. Nos empujaron de vuelta a la habitación y nos rodearon; fue entonces cuando vi a Yo Seno. Allí estaba, con una desagradable sonrisa en sus labios y de no ser porque Tavia me había asegurado que no le había causado daño alguno, hubiera saltado sobre él, aunque una docena de espadas me hubieran herido un instante después.
—Así es que pensaste que yo era tonto, ¿no es así? —gruñó burlón Yo Seno—. A mí no se me engaña tan fácilmente. Adiviné la verdad y os seguí por el pasillo; oí lo que proyectabais cuando hablabas con esa mujer, Tavia. Ya os tenemos a todos —volviéndose a uno de los guerreros, le hizo una indicación señalando el armario al otro lado de la habitación.
Traed al otro —ordenó.
El tipo aquel cruzó hasta la puerta, la abrió y pudimos ver que Nur An estaba tendido en el suelo, atado y amordazado.
—Corta las cuerdas y quítale la mordaza —ordenó Yo Seno—. Ya no tiene tiempo para estropear mis planes avisando a los demás.
Nur An avanzó hacia nosotros con paso firme, la cabeza erguida y lanzó una mirada de profundo desdén a nuestros captores.
Los cuatro permanecíamos de pie frente a Yo Seno. La sonrisa sardónica había sido sustituida por un brillo de odio en sus ojos.
—Has sido condenado a perecer por La Muerte —dijo—. La muerte de los espías. No se puede imponer un castigo más terrible. Si lo hubiera, lo aplicaríamos a vosotros dos —me miró y luego volvió los ojos hacia Nur An— para que pagarais el asesinato de dos de nuestros camaradas.
Así es que habían encontrado los dos guerreros que me cargué. Bueno, ¿y qué? Era evidente que por eso nuestra situación no iba a ser peor de lo que habría sido de otro modo. Nos llevaban a La Muerte y eso era lo peor que podían hacernos.
—¿Tienes algo que decir? —preguntó Yo Seno.
—¡Que seguimos estando vivos! —exclamé, y me eché a reír en su cara.
—Dentro de poco estarás suplicando a tus primeros antepasados que te den la muerte —murmuró rencoroso el guardián de las llaves—, pero no morirás demasiado pronto y recuerda que nadie sabe cuánto tiempo lleva parecer con La Muerte. Nada podemos añadir a tu tortura física, pero sí a la mental: déjame recordarte que te enviamos a La Muerte sin dejarte saber qué suerte correrán tus cómplices —concluyó mirando a Tavia y Phao.
Era un punto doloroso para mí, bien escogido. Nada podía haber dicho que me causara una tortura más aguda que esto, pero no iba a darle el gusto de ser testigo de mis auténticas emociones, de modo que me eché a reír de nuevo, en su cara. Su paciencia debió colmarse porque se volvió bruscamente al padwar de la guardia y le ordenó que nos sacara de allí inmediatamente.
Mientras nos sacaban de la habitación, Nur An dedicó un valiente adiós a Phao.
—¡Adiós, Tavia! —grité— ¡Y recuerda que seguimos estando vivos!
—¡Seguimos vivos, Hadron de Hastor! —respondió ella— ¡Seguimos vivos!
Al empujarnos por el pasillo adelante, desapareció de mi vista.
Nos llevaron, bajando una rampa tras otra, hasta las profundidades de las mazmorras del palacio y luego a un gran salón en el que vi a Haj Osis sentado en un trono, rodeado de nuevo por sus jefes y cortesanos, como cuando me interrogó. Enfrente del jed, en el centro de la cámara, colgada una enorme jaula de hierro suspendida de un pesado bloque embutido en el techo. Nos obligaron a empujones a entrar en la jaula, cerraron la puerta y la aseguraron con un gran candado. Me pregunté a qué venía todo aquello y qué tenía esto que ver con La Muerte; mientras me hacía estas preguntas, una docena de hombres empujaron una enorme trampilla debajo de la jaula. Nos envolvió una ráfaga de aire frío y húmedo y experimenté un escalofrío que me llegó hasta la médula de los huesos, como si me encontrara ya en brazos de la muerte. Llegaban a mis oídos una serie de gemidos y quejidos ahogados y entonces comprendí que estábamos justo encima del pozo donde se encontraba La Muerte.
Nadie dijo una palabra dentro de la cámara, pero a una señal de Haj Osis unos hombres poderosos hicieron bajar la jaula lentamente a la boca que se abría debajo de nosotros. El frío y la humedad eran más acentuados y penetrantes que antes y los fantasmales ruidos parecían redoblar su volumen.
Nos deslizamos hacia abajo, al abismo oscuro. Olvidamos el horror del silencio en la cámara ante el horror del pandemonio de asombrosos sonidos que nos llegaban desde abajo.
Hasta dónde nos bajaron es algo que no puedo ni siquiera adivinar, pero Nur An calculó que serían trescientos metros, por lo menos, cuando empezamos a detectar una ligera luminosidad que nos rodeaba. Los gritos y gemidos se habían vuelto un rumor casi ininterrumpido. A medida que nos acercábamos parecían menos gemidos y quejidos que el sonido del viento y el agua al pasar rauda.
De repente, sin el menor aviso, el fondo de la caja, dotado sin duda de una bisagra a un lado sujeta con un pestillo que se podía soltar desde arriba, se abrió. Fue tan rápido que poco pudimos pensar antes de hundirnos en las turbulentas aguas.
Cuando salí a la superficie descubrí que podía ver. Donde quiera que estuviéramos no estábamos envueltos en una oscuridad impenetrable, sino que había una ligera luminosidad.
Casi al momento, la cabeza de Nur An apareció a una braza de distancia de mí. Nos empujaba una fuerte corriente y me di cuenta, al instante de que estábamos en un gran río subterráneo, uno de aquellos a los que habían retrocedido las aguas que quedaban de la moribunda Barsoom. Divisé en la distancia una ribera escasamente visible en la amortiguada luz y grité a Nur An que me siguiera, nadando hacia ella. El agua estaba fría, pero no lo bastante como para alarmarme y no tenía dudas de que llegaría a la orilla.
Para cuando logramos nuestro objetivo y nos arrastramos por la rocosa orilla, nuestros ojos se habían acostumbrado a la débil luz del interior y ahora, estupefactos, miramos alrededor. ¡Qué inmensa caverna! Allá, muy lejos, por encima de nuestras cabezas, podíamos ver el techo a la luz de diminutas partículas de radio que impregnaba la roca que formaba sus paredes y techo, pero la orilla opuesta de la turbulenta corriente estaba fuera de nuestro campo de visión.
—¡Así que esto es La Muerte! —exclamó Nur An.
—Dudo mucho que ellos sepan qué es esto —contesté—. El fragor del río y el rumor del viento les ha llevado a hacerse una idea de algo horrible.
—Quizá el mayor sufrimiento de la víctima sea soportar la idea de lo que le espera en estas aparentemente horribles profundidades —sugirió Nur An—, mientras que lo peor que le podría suceder es morir ahogado.