Trilogía de las Cruzadas I. Del Norte a Jerusalén (50 page)

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Por esta importante información se le había dado al traidor de Karl Sverkersson su merecido.

Si ahora Dios los ayudaba, todo esto ocurriría al final de la noche, pues sería la última antes de que rompieran los hielos cuando Karl Sverkersson empezase a esperar a embarcaciones enemigas. O sea, que ahora sólo quedaba rezar e intentar dormir algo.

Pusieron el guardia. El barco estaba bien escondido en la oscuridad detrás de los alisos de la orilla.

Arn no durmió mucho aquella noche fría y tal vez tampoco los demás hombres, aunque eran noruegos y no tenían aspecto de temer que el día siguiente pudiese ser el último de su vida.

Pero todo fue como si Dios los ayudase hasta el final y más aún. Arn estuvo preparado con arco y flecha ya cuando aún era completamente oscuro. Con la primera luz cambió algo a una posición mejor. A su lado estaba el mismo Knut y Jon Mickelsen y Egil Olafsen, y todos llevaban gruesos abrigos de piel de lobo y dobles vendas en las piernas por el frío. Estaban tan cerca del castillo que fácilmente habrían llegado a la albardilla con las flechas. Arn llevaba una espada noruega a su costado. No quería llevar la suya en este menester. No se hablaron mucho.

Cuando el pesado portal de roble del muro de Näs se abrió era como si todo el frío de sus articulaciones hubiese desaparecido de golpe y como si se calentasen en el fuego de la exaltación. Vieron salir a un hombre con dos hombres a su lado. Observaron que los tres se dirigían hacia la orilla, muy cerca del lugar donde ellos mismos estaban. Arn hizo un movimiento como para tensar el arco, pero los otros tres lo detuvieron inmediatamente.

En la tenue luz del alba era difícil distinguir los colores. Pero cuando los tres hombres del castillo pasaron a sólo unos metros de distancia se vio que el primero llevaba una capa roja y una cruz dorada al cuello.

Knut Eriksson levantó la mano en advertencia de que nadie hiciese nada antes que él, pese a que todos ya sabían que era el rey quien acababa de pasar.

El rey Karl Sverkersson bajó hasta la orilla del Vättern. Allí se detuvo y se agachó al agua, llenó un puño con agua y se la bebió antes de caer de rodillas para rezar y agradecer, por última vez, que estas aguas le hubiesen salvado la vida una noche más.

La tierra no estaba escarchada. Por eso Knut Eriksson pudo acercarse tan rápido en cuanto los tres se hubieron arrodillado sin que lo oyesen llegar. Decapitó al rey en seguida y luego a uno de los guardias. Pero al otro no lo mató. En cambio, puso su espada contra su cuello, hizo señales a Egil y Jon de que se acercasen, lo cual hicieron rápidamente después de susurrar a Arn que se quedase en el lugar.

Arn vio cómo su más querido amigo de la infancia se inclinó a por la cadena dorada y la lavó de la sangre en las aguas del Vätter. Luego se dirigió hacia Arn después de susurrar algo a los guardias noruegos, que tapándole la boca al vivo, se lo llevaron arrastrando.

Tiraron el barco a flote y subieron a bordo. Los noruegos se sentaron a los remos y Knut se puso al remo timón a popa con el reo en una mano y la cadena dorada con la Sagrada Reliquia de Dios en la otra. Cuando todo estuvo preparado para marchar, soltó al reo y le dijo en voz alta:

—Ahora te digo, reo, eres libre. La vida te ha sido regalada pero sabrás quién después de Dios te la regaló. Soy Knut Eriksson y ahora soy tu rey. Ve a la misa de Tiburcio mañana y da las gracias a Dios por tu vida, ya que igual que te ha salvado la vida, a nosotros nos ha guiado hasta aquf. Pero ¡date prisa para que no crean que has sido tú quien ha matado a Karl Sverkersson!

Con eso, Knut indicó con la mano a los remeros que remaran con fuerza; y con vigorosos golpes de remo salieron al agua abierta más lejos que un tiro de flecha mientras el reo —a quien el rey Knut Eriksson había soltado como un gatito al agua— corría con todas sus fuerzas hacia el portal de roble a medio abrir del muro del castillo real, ese castillo que estaba construido con tanta seguridad que nadie podría matar al rey allí.

Los remeros descansaron en sus remos para esperar a los guardias de Karl Sverkersson, quienes venían corriendo hacia la orilla con sus ballestas y arcos largos. Dispararon las flechas en vano y el rey Knut alzó la Sagrada reliquia de Dios por encima de la cabeza en señal de victoria.

Luego pusieron rumbo a Forsvik, que estaba en el sentido contrario al viento. Ningún perseguidor en Götaland Occidental podía remar en contra del viento como los amigos noruegos del rey Knut.

La semana después de San Felipe y Santiago, cuando se habían llevado todas las bestias a los prados y las cercas estaban controladas, de pronto la primavera tardía cambió a verano. El cálido viento del sur se quedaba durante largo tiempo. Todo el verdor diáfano llegó de golpe y entre los robles de la falda de Kinnekulle, una alfombra densa de anémonas blancas cubría el suelo. El buen augurio del pájaro cuco se oyó por primera vez en el oeste.

Esta vez Arn venía cabalgando solo y a paso tranquilo hacia Husaby. Era como si quisiese alargar el dulce sufrimiento ahora que sabía que Cecilia sería suya. También tenía mucho sobre lo que reflexionar, puesto que últimamente había cumplido muchas misiones al servicio de Knut Eriksson. Habían sucedido muchas cosas y no estaba muy seguro de comprender todas las intenciones de Knut Eriksson.

Cuando volvieron a Forsvik después de su viaje afortunado a Visingso, pudieron navegar hasta dentro del puerto, tanta era la diferencia del hielo en solo un día. Knut hizo enviar en seguida un mensajero a Arnäs y a Magnus Folkesson, quien le volvía a enviar a Joar Jevardsson en Eriksberg. Antes de nada había que informar a los amigos de lo ocurrido, ya que pronto se juntarían los ejércitos de guerra.

Arn estaba preparado para ir él mismo con el mensaje, diciendo que de este modo llegaría antes. Pero Knut opinó que había asuntos importantes en los que Arn debía asistir a su rey, y que viajar hacia Cecilia lo podría hacer cuando lo que se debía hacer primero estuviese hecho.

En primer lugar, Knut y Arn tenían que cruzar el lago Vätter de nuevo, tanto con caballos como con guardias para cabalgar juntos hasta Bjälbo e informar a Birger Brosa de lo sucedido. Aquí no se podía perder ni un solo día, porque el desconocimiento podría ser lo mismo que la muerte, ya que todos los amigos deberían tener tiempo para unirse antes de que el enemigo atacase. Además, sería mejor que Birger Brosa fuese informado de lo ocurrido por uno de los suyos, que además hubiese estado presente en el fallecimiento del infame en Visingso. Lo mismo sucedía con el segundo hombre importante que había que visitar, el arzobispo Stéphan en Aros Oriental. Knut debía ganarse tanto a Birger Brosa como al arzobispo para su causa y ambos hombres eran muy cercanos a Arn. El muchacho no pudo objetar nada ante eso.

Cuando entraron cabalgando en Bjälbo, Birger Brosa los recibió primero como si fuesen solamente unos jóvenes que iban de visita a casa de unos familiares y se excusó porque tendría que dejarlos al día siguiente, puesto que tenía un importante asunto de negocios que resolver en Linkoping. Pero Knut pidió que los dejasen a solas e informó a Birger Brosa de lo ocurrido. Ninguna persona de Bjälbo podría poner su pie durante mucho tiempo en Linkoping, que había sido la ciudad de Karl Sverkersson y que ahora sería la ciudad de Boleslav o de Kol.

Birger Brosa se quedó callado pensando sin que su cara reflejase en absoluto sus sentimientos. De pronto se levantó diciendo que solamente había una opción. Todo el linaje ya estaría detrás de Knut Eriksson en su esfuerzo por retomar la corona real de su padre. Era la única solución. Habría que estar unidos en contra del linaje de Sverker y sus partidarios daneses y habría que mostrar fuerza y nada de dudas, al igual que habría que aprovechar de manera sabia la ventaja que se tenía de tiempo y de conocimiento.

Tal como habían estado las condiciones del hielo el día anterior cuando Karl Sverkersson falleció allí en el Vätter, la noticia tardaría todavía unos días antes de llegar a tierra firme. Birger Brosa tomó a su cargo de usar este conocimiento en Götaland Occidental, pero sugirió a Knut que actuase rápidamente y se fuese a Aros Oriental sin demoras para, si fuese posible, tener al arzobispo Stéphan de su parte y después reunir a los svear en un concilio a las piedras de Mora para designar al nuevo rey. Todo esto tendría que ocurrir rápidamente y, por tanto, no había más tiempo para festejos ni descanso. Tal como Birger Brosa dijo, se hizo.

También Knut Eriksson aceptó inmediatamente lo que Birger Brosa había dicho, ya que sabía que él era el más sabio en cuanto a la lucha del poder. Pero cuando estaban preparándose para partir, Knut manifestó un deseo que a Arn le costó entender. Quería que de los almacenes de Bjälbo se les diesen unos escudos del linaje de los Folkung, capas azules y banderines para las puntas de las lanzas y un grupo de guardias más. Birger Brosa asintió en seguida, pensativo, como si entendiese perfectamente la intención de Knut con esta petición, que a Arn le parecía innecesario perder tiempo con una cosa tan insignificante y demasiado grande al mismo tiempo. Pero últimamente Arn se había dado cuenta de que los hombres como Knut y Birger a menudo pensaban siguiendo caminos totalmente distintos de los suyos y en los que él era un viajero poco habituado.

En un principio, en Aros Oriental el arzobispo Stéphan se negó a recibir a Knut Eriksson cuando éste en compañía de Arn solicitó audiencia en la casa arzobispal. Según un rumor, el arzobispo se enfadó y dijo algo de que ese hombre sólo venía para intrigar.

Sin embargo, cuando el arzobispo Stéphan oyó que Knut venía en compañía de Arn Magnusson cambió de parecer y los recibió en seguida a los dos, y cuando se encontraron en la oscura cámara escritorio del arzobispo, Arn cayó inmediatamente de rodillas y le besó la mano mientras Knut primero dudaba antes de hacer lo mismo. Para el enojo de Knut, la conversación se hizo en la lengua de la iglesia, de manera que él fue el menos importante de los tres y varias veces se molestó con Arn por las palabras que no fueron de Arn sino del arzobispo.

Lo que el arzobispo Stéphan tenía que decirle a Knut, sin embargo, estaba claro y era de fácil comprensión, aunque de poco agrado. La iglesia no podía ni quería tomar posición en esta lucha que se avecinaba. En calidad de arzobispo, Stéphan se encargaba del reino de Dios y no de las luchas interiores de los pretendientes al trono terrenal, y por tanto no sería posible ponerse del lado de Knut ni de los hermanos de Karl Sverkersson, ni de cualquier otro que en poco tiempo probablemente vendría del sur. El poder terrenal era una cosa y el poder de Dios era otra.

Knut Eriksson se contuvo al comprender que no había nada más que ganar en este asunto, pero pidió a Arn que solicitase recibir la comunión de la mano del mismo arzobispo en la misa del día siguiente. Arn no vio nada malo en esta sugerencia y tal vez influyó también en el arzobispo al proponer la sugerencia de Knut. Aunque el arzobispo sospechó que Knut tenía segundas intenciones que no meramente recibir la comunión, aceptó la propuesta. Tal vez lo tomó como una manera amigable de salir de esta disputa con un hombre que probablemente sería el próximo rey del reino. Aunque la iglesia no se pudiese entrometer en la misma lucha del poder monárquico, sería mejor que la iglesia estuviese a buenas con él.

Después de despedirse respetuosamente del arzobispo, Knut se mostró lleno de vigor y energía y dijo que todavía había mucho que ganar, y cuando volvieron con los guardias que los estaban esperando, vestidos como durante el viaje y sin la ropa azul, les dijo de entrar en la ciudad y difundir ciertos rumores.

Al día siguiente, Knut y Arn cabalgaron hacia la misa en primera fila delante de sus guardias, que ahora llevaban los colores azules ondeando en las puntas de las lanzas y en las capas. Knut y Arn, además de llevar las capas azules, estaban completamente armados y con los escudos mostrando el león de los Folkung y las tres coronas.

Los rumores habían atraído a tanta gente a esta misa que la mayoría no cabían dentro de la iglesia, sino que esperaban fuera. Llegados hasta la escalera de la iglesia, Knut y Arn desmontaron mientras los guardias se quedaron a cuidar de sus caballos. Entraron el uno al lado del otro y todos se apartaron en señal de respeto. En el atrio, Knut desató su espada como era debido y la dejó a un lado. Pero al subir por la entrada de la iglesia Knut se sorprendió enormemente de que Arn no se hubiese quitado la espada y susurrando le dijo algo al respecto. Arn le sonrió misteriosamente negando con la cabeza. Y lo que ocurrió cuando llegaron hasta el arzobispo para recibir la comunión le sirvió a Knut Eriksson tanto como le sorprendió, ya que una vez en el altar, Arn blandió su espada y un murmullo de terror pasó por toda la congregación. Al momento siguiente le entregó el arma al mismo arzobispo, quien la recibió con mucho respeto, la besó y la asperjó con agua bendita antes de devolvérsela a Arn, quien se inclinó, volvió a meter la espada en la funda y se arrodilló susurrándole a Knut que hiciera lo mismo inmediatamente.

Todos los demás se habían apartado y estaban solos, arrodillados para recibir la comunión del mismo arzobispo. Luego no se quedaron durante el resto de la misa, sino que salieron lentamente de la iglesia el uno al lado del otro en cuanto hubieron recibido el sagrado sacramento de Dios.

Al salir a la escalera de la iglesia ya había un gran alboroto, porque el rumor de la espada bendecida por el arzobispo ya había llegado, sin que nadie supiese de qué espada se trataba.

Knut, sin embargo, blandió su espada y habló en voz alta y dijo que esta espada que llevaba en la mano era bendecida por Dios y con esta espada había matado al hombre que era un infame y que había matado al rey Erik exactamente en este lugar. Luego se quitó la cadena dorada que llevaba al cuello, la alzó y la cruz brilló al sol, mientras Knut decía que ésta era la santa reliquia de Dios que le había quitado al infame Karl Sverkersson. Puesto que él, Knut, sentía tanta veneración por los svear y sus concilios como lo había sentido su padre Erik, ahora convocaba un concilio dentro de cinco días y solicitó que se avisase a procuradores de Svealand para informarlos de ello.

Cuando hubo acabado de hablar, estalló de nuevo el alboroto, primero más de sus propios guardias que de los demás, pero pronto se extendió a todos los congregados. Nadie podía creer otra cosa que incluso el mismo arzobispo ya había tomado parte en la cuestión de quién sería elegido rey de Svealand. Y así se difundió el rumor con la rapidez del viento.

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