Read Trilogía de las Cruzadas I. Del Norte a Jerusalén Online
Authors: Jan Guillou
Un poco más tarde el mismo día, cuando hubieron vuelto a su campamento, al que Knut hizo llevar agua bendita de la fuente de San Erik para que él mismo pudiese asperjar a todos que viniesen a él por esa razón, Arn fue liberado de sus servicios para con el rey.
Knut se lo llevó aparte y dijo que lo que ahora tocaba eran unos días de larga espera y conversaciones con unos y otros que llegaban. Tal vez, decía Knut, Arn no tendría tanta paciencia para ello. ¿No sería mucho mejor cabalgar hacia Cecilia tan rápido como lo llevase el viento? Evidentemente, Knut no quería ser tan duro con sus hombres y poner más trabas a esa felicidad.
Entonces Arn abrazó a su más querido amigo y se despidieron en seguida. Arn se fue cabalgando para cumplir sus sueños y Knut se quedó para el poder.
Tardó una semana en llegar a las laderas de Husaby, más de prisa de lo que cualquier hombre en el Norte podría lograr, al menos encima de un caballo nórdico. También había tenido tiempo de parar en Arnäs para explicar todo lo ocurrido y para lavarse y cambiarse de ropa.
Y ahora por fin se acercaba a Husaby e iba cabalgando lentamente y con los estribos tan cortos que
Chimal
iba como bailando impacientemente hacia adelante. Cuanto más se acercaba a Husaby, menos le preocupaban todas las cosas raras que había visto concernientes a la lucha del poder.
Habían llamado a Algot Pålssom a Arnäs para decidir sobre la dote y encontraron mejor llevar estas conversaciones entre Eskil y Magnus por un lado y Algot por el otro, sin necesidad de participación por parte de Arn.
Esta propuesta le parecía doblemente buena. Primero, no le importaba en absoluto si él y Cecilia eran un buen negocio o ni siquiera un mal negocio para ninguno de sus padres. Segundo, preferiría ver a Cecilia con todo lo bueno que tenía que decirle sin que estuviese vigilado por su padre o sus sospechosos guardias.
Era como si todo fuese demasiado bueno para ser verdad. Pronto estaría con ella. Pronto la tendría en sus brazos y le diría que podrían beber la cerveza de compromiso en Husaby para la misa de San Eskil.
Magnus y Eskil lo habían arreglado de esa manera, ciertamente sin preguntar primero a Algot, que la cerveza de compromiso se celebraría en Husaby y la cerveza nupcial en Arnäs. Cecilia recibiría Forsvik como regalo de bodas. Lo que ella tuviese que pagar en dote ya sería lo que su hermano Eskil y su padre Magnus sacasen a Algot. Eran de la opinión de que no pondría objeciones a su propuesta.
Pero estos asuntos no remordían la conciencia de Arn. Algunos bosques u orillas, ¿qué serían en comparación con lo más grande que Dios le había regalado al hombre?
Y aunque Algot no se preocupase mucho por los sentimientos de su hija, como tampoco Magnus tomaba su segundo hijo en serio en cuanto a esas cosas, con este casamiento Algot obtenía mucho en cuanto a la seguridad de bienes y vidas, la suya propia y la de su linaje. Arn había aprendido eso sobre lo que se refería de la lucha del poder.
Lo que hace poco, la última vez que vio a Cecilia, parecía oscuro y desesperado ya se había convertido en luz. Igual que Gunvor y Gunnar, Arn y Cecilia nunca se descuidarían de dar las gracias a la Virgen María por su poder demostrado de nuevo y por enseñarles que lo más grande de todo es el amor.
Cuando Arn se acercó a Husaby fue descubierto por unos siervos que estaban trabajando con la plantación de nabos. Uno se fue corriendo a la casa para advertir de su llegada. Por eso hubo un gran alboroto, y cuando Arn estuvo cerca todos los siervos domésticos, los guardias y la otra gente de la casa se habían colocado en doble fila hacia la entrada de la casa principal. Cuando Arn cabalgó entre ellos, los siervos profirieron sus trinos de júbilo y los guardias hicieron ruido con sus armas y otras herramientas que los siervos tenían a mano.
Cecilia salió a la escalinata de la casa principal y dio unos pasos como si tuviese intención de correr hacia Arn antes de dominarse, entrelazó las manos y lo esperó con la espalda tiesa. Su abuela Ulrika salió detrás de ella con cara de querer decir algo severo, pero al descubrir a Arn entre las hileras de los siervos y los guardias, se contuvo y se quedó esperando de la misma manera que la hija de su hija.
En su fuero interno, Arn libraba una lucha cuando desmontó de
Chimal
, cuyas riendas un siervo corrió a recoger. Su cara ardía y comprendía que se ruborizaba, el corazón le latía tan violentamente que temía perder el conocimiento y tuvo que armarse de toda su fuerza para caminar con cortesía y dignidad hacia Cecilia ante todos esos ojos, al igual que ella lo esperaba, comedida, con la mirada decorosamente bajada.
Pero de pronto alzó la vista y ambos se miraron. Con ello, toda cortesía comedida se quebró y echaron a correr, y cuando se encontraron se abrazaron de una manera que en absoluto correspondía a unos jóvenes que todavía no habían tomado la cerveza de compromiso. De nuevo se alzaron los trinos de júbilo de los siervos y se produjo tan gran alboroto que nadie pudo decir nada audible durante un buen rato.
Los siervos de Husaby ya sabían todo lo ocurrido y lo que se esperaba y muchos de ellos albergaban la esperanza de seguir a Cecilia después de la cerveza nupcial. Era la opinión reinante entre los siervos que los que fuesen a casa de Cecilia y del señorito Arn serían mejor tratados que en ningún otro sitio. Lo que de Arn se contaba entre los siervos eran cosas buenas que no trataban de espadas ni de arcos, como lo hacían los hombres libres delante de sus jarras de cerveza. Se decía que el señorito Arn trataba a un siervo como a un hombre.
Arn y Cecilia no se querían soltar, pero se obligaron a ello cuando la abuela Ulrika tosió por tercera vez. Las dos mujeres y Arn entraron en la casa principal para que el muchacho pudiese beber la cerveza de bienvenida y compartir un trozo de pan. Ya dentro, la abuela Ulrika tomó la palabra y empezó a indagar sobre el regalo nupcial, el dote y dónde se tomaría la cerveza de compromiso. Arn tuvo que esforzarse por contestar lúcidamente a todo eso como si verdaderamente le importase y tuvo que describir la situación de Forsvik, la cantidad de casas, el tamaño de la casa principal, la cantidad de siervos que había en la casa y otros detalles que no conocía exactamente. No fue hasta después de eso que Ulrika empezó a preguntar por asuntos que a Arn le parecían más importantes, sobre cómo los Folkung en Götaland Occidental se habían puesto y si los svear aún habían celebrado el concilio. Arn la tranquilizó asegurándole que los Folkung tanto en Götaland Occidental como Oriental estaban completamente unidos con el linaje de Erik, y que Knut Eriksson probablemente ya hubiese sido elegido rey en el concilio de los svear, puesto que había oído de todos y cada uno cuando iba cabalgando desde Aros Oriental a través de Svealand que no había dudas al respecto. El rey Eric Jevardsson había sido muy estimado en Svealand, y según tenía entendido Arn, a Karl Sverkersson en absoluto lo habían querido de la misma manera. Y seguramente no se sabía nada en Svealand sobre los hermanos del rey Boleslav y Kol y tampoco les importaba mucho. Lo más probable era, por tanto, que Knut Eriksson ya fuera el rey de los svear y que vendría al concilio de Götaland Occidental en el verano para ser elegido rey también aquí.
Con esas buenas nuevas se dejó contentar la señora Ulrika y se dio cuenta de que había hecho sufrir a los jóvenes obligando a Arn a hablar de asuntos que ciertamente eran más importantes que los desvaríos y sentimientos apasionados de ellos, pero a los que daban muy poca importancia en ese momento. Por eso les sorprendió comentando intencionadamente que el tiempo era bueno y no habría peligro para dar un paseo en caballo hacia Kinnekulle. Ante estas palabras, Cecilia se levantó de un salto y abrazó a su abuela Ulrika, quien normalmente era muy severa y lúgubre.
En seguida le ensillaron y embridaron una yegua tranquila para Cecilia, quien se vistió para el paseo con una cálida capa verde y ancha que le cubría desde el cierre del cuello hasta los tobillos. Con un gesto experto dobló la capa por encima del brazo y en un salto estuvo sentada en la silla antes de que ni Arn ni los siervos tuviesen tiempo de ayudarla. Y mientras Arn recibió una bolsa de piel con pan y carne y unas tazas de madera que una sierva doméstica amablemente le entregó por si el viaje fuese largo —dijo con una risa poco decorosa—, Cecilia animó a su yegua y se fue galopando rápidamente. Cuando se hubo apartado un poco se volvió en la silla y le gritó que intentase seguirla. Arn echó la cabeza hacia atrás y soltó una risa llena de felicidad, acarició cariñosamente a
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por el cuello y le dijo jocosamente que ahora los esperaba una caza en la que no podían fallar. Luego se subió al caballo con un gran salto que hizo suspirar de sorpresa a todos los presentes y se fue. Pero mantuvo a
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en un galope corto para que no alcanzase en seguida la capa verde ondulante y el cabello rojo allí a lo lejos, delante de él, pero sin embargo solamente a la distancia de unos breves suspiros.
Cuando estuvieron fuera de la vista de la finca real de Husaby hizo galopar a
Chimal
. Tan rápido como el viento alcanzó y pasó a Cecilia, dio la vuelta a
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con un golpe y volvió a toda velocidad hacia ella, se apartó en el último momento y luego dio unas vueltas rápidas alrededor de ella, gozando de su clara risa que lo envalentonaba y lo hacía sentirse demasiado presuntuoso. Se puso de pie en la silla y se balanceaba con las manos en el aire y pasó delante de ella a toda carrera, de manera que Cecilia, sorprendida por todas esta acrobacias, tuvo que detener a su caballo, y cuando se volvió hacia ella, riendo orgullosamente con los brazos en jarras, no vio la gruesa rama de roble, que lo barrió como un guante al suelo.
Pareció una caída tremenda y él se quedó totalmente quieto. Cecilia, fuera de sí por la angustia, detuvo el caballo, descabalgó y se tiró hacia él acariciando su cara inerte desesperadamente. Pero entonces Arn abrió primero un ojo, luego el otro y riéndose la tomó en sus brazos y rodaron entre las anémonas blancas mientras ella hacía ver que estaba enfadada por haberlo asustado.
De golpe se quedaron callados, se sentaron y se abrazaron durante largo rato sin decir nada, como si en este momento no existiesen las palabras, solamente el canto de los pájaros.
Estuvieron sentados así hasta que empezó a dolerles el cuerpo por la postura torcida. Ella primero se soltó y se reclinó hacia atrás en la hierba y él se acostó a su lado, acariciándole la cara, y luchando contra la timidez la besó con cuidado primero en la frente, luego en las mejillas y en la boca. Ella no tardó en responder a sus besos y su primera timidez se fue con el viento del verano.
Volvieron tarde a la casa real de Husaby.
F
ue la bondad de Cecilia la que los hundió a ambos en la más profunda desgracia. Alguien podría objetar y decir que el Señor Dios finalmente decide lo bueno y lo malo que ha de ocurrir y que los hombres son golpeados ciegamente por la felicidad o la desgracia como la muerte cuando las «Nornas», las diosas del destino, de pronto cortan el hilo de la vida de una persona.
Tal visión de la vida no era cosa anormal en Götaland Occidental, pero para los cistercienses o para Arn estas creencias eran solamente vestigios
del viejo
paganismo y rozaban la blasfemia, pues en ese caso se estaría diciendo que la bondad o la maldad de los hombres, sus pecados o sus buenas obras, sus errores o su sabiduría, al igual que su amor a Dios, nada importaban. Por su propia voluntad y junto con el amor a Dios, cada hombre y cada mujer dirigían en gran parte su propia vida. Y según Arn explicaba amargamente su desgracia, ésta tenía principalmente su origen en la bondad de Cecilia. Sólo hacía falta compararla por un instante con su hermana Katarina para darse cuenta. Además, fue entre las dos hermanas donde se decidió todo desde un principio.
La felicidad de Cecilia significaba la desgracia para Katarina. Cuando Cecilia ya no iba a volver a Gudhem para seguir estudiando ni los progresos del espíritu ni los de las manos, esto significaría, tal y como lo veía Katarina, que la habían atrapado como una rata tras los detestables muros del convento. Ese sentimiento aumentó aún más cuando se enteró de la dote tan grande que su padre tenía que pagar para casar a una de sus hijas con los Folkung. Ya no era probable que Algot dejase casarse también a Katarina y ella temió ser para siempre presa en el convento y marchitarse como una vejarrona entre las otras.
Cecilia y Arn solamente habían tomado la cerveza de compromiso y eso no se debía a ellos mismos, sino a la lucha por el poder. A Knut Eriksson le había costado un poco más de lo esperado hacer que los svear lo eligiesen rey en las piedras de Mora. Y cuando ese asunto por fin estuvo arreglado se retrasó aún más en su intención de ir al concilio de Götaland Occidental a causa de Boleslav, que envió un ejército hacia él, de manera que tuvo que convencer a los svear de salir a combatir como lo primero que hacían por su nuevo rey.
Boleslav, sin embargo, no había reunido las fuerzas suficientes, ya que pensaba que tendría el tiempo en su contra si se demoraba demasiado. Reunió a gente del propio linaje y a algunos daneses y se fue hacia Bjälbo, donde fue derrotado en seguida por Knut Eriksson y sus svear, Birger Brosa y los Folkung en Götaland Oriental. Con ello todo estaba tranquilo por el momento, pero les había tomado mucho tiempo y ya había transcurrido la mitad del verano.
Magnus Folkesson en Arnäs estaba decidido a tener un rey a la mesa cuando fuesen a tomar la cerveza nupcial y por eso quería esperar hasta que Knut hubiese concluido con su concilio en Götaland Occidental donde, sin duda alguna, sería elegido por unanimidad.
Consecuentemente, Arn y Cecilia ya podrían haber sido marido y mujer ante Dios cuando viajaron hacia Gudhem, pero solamente eran novios. Aun así, pronto se vería en el cuerpo de Cecilia que llevaba el hijo de Arn debajo de su corazón.
Arn se había informado, preocupado, sobre aquello con su hermano Eskil, quien sabía mucho de las leyes mundanas del país, pero Eskil solamente rió y dijo que si el padre de Cecilia realmente quisiese sacarlo a relucir, Arn tendría la obligación de pagar seis marcos de plata en recompensa. Por tanto, Eskil no le dio importancia y le dijo que Algot Pålsson no estaba precisamente en posición de discutir sobre dinero pequeño. Peor que así no estaban las cosas.